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Antonio Rodríguez Almodóvar, Cuentos al amor de la lumbre, dos volúmenes, Anaya.

 

A la lumbre de los hogares españoles llegan, en 1984 y 1985, los dos volúmenes de Rodríguez Almodóvar. Vienen abrigados en el cartoné blanco con el que se vestía la colección Laurín de Anaya y como broche, un duende que aparece en todas las páginas de estos dos magníficos libros. Tan magníficos como el trabajo de recopilación acometido por Antonio y su posterior “limpieza” y “fijación” de los textos en aras de otorgar a nuestro acervo popular un esplendor que había pasado inadvertido a muchos filólogos y eruditos. Antonio, a partir de las versiones que escucha o encuentra en las recopilaciones de sus antecesores Fernán Caballero, Antonio Machado y Álvarez, o los dos Espinosas, padre e hijo, por citar solo a los más relevantes, elabora una versión que él denomina “arquetipo”, usando una terminología tan del gusto de Jung, donde elimina contaminaciones y rellena vacíos, entre otras tareas de limpieza textual, buscando una versión ideal del cuento en cuestión. En su prólogo lo explica muy bien con una dicotomía muy del gusto de los estructuralistas, equiparando el arquetipo a la lengua (el plano ideal de la expresión humana al que tienden todas las realizaciones concretas) y la versión escuchada al habla (la realización concreta en un momento dado y por un narrador individual). Producto de este esmerado trabajo que combina una enorme pasión por los cuentos con una no menos grande erudición, es esta recopilación de arquetipos que repoblaron la imaginación de miles de niños durante tres décadas.

Esta impecable recopilación va precedida de un prólogo en el que se escucha con mucha intensidad esa tendencia académica que se puso muy de moda en los años 80 del siglo pasado que consideraba que para que una disciplina tuviese valor había de ser científica. Fue así como los filólogos vinculados a las universidades empezaron a elaborar teorías donde se buscaban verdades que tuviesen una validez universal. Y en las literaturas tanto orales como escritas buscar universales es una tarea más que huera. No solo en las literaturas, también en las lenguas. Recuerdo una seminario de lingüística generativa en la universidad en el que apareció un conferenciante muy esperado, el discípulo bienamado de Chomsky, a dar una charla sobre los universales lingüísticos y comenzó su disertación con la siguiente afirmación: «Que existen universales lingüísticos lo prueba que en ninguna lengua dos afirmaciones niegan». A lo cual se oyó una voz del público que respondió: «Sí, sí» (léase arrastrando las ies con sorna, que lo oral constituye en este ejemplo un rasgo distintivo, que dirían los semiólogos). Estas dos afirmaciones asomaron a mis labios cuando leí en el prólogo «otra ley superior del folclore: el carácter negativo de todas las viejas». Cientos de ejemplos se podrían citar donde el donante, quien ayuda al héroe en su camino, es una vieja, y, si ayuda, carácter negativo no debe tener. Pero enseguida asomó una sonrisa de agradecimiento por todos los que pusieron su saber, como Antonio Rodríguez Almodóvar, al servicio de la dignificación del folclore, pues no hay otra cosa en esta afirmación sino querer hacer de los estudios folclóricos una ciencia tan exacta como las matemáticas. Y ciencia son, pero humana y como los hombres y mujeres tan contradictorios e imprevisibles que escapan a todo intento de clasificación y reducción universalista.

Nada le sobra pues a este libro, tampoco el prólogo. Bueno sí, una cosa, que creo que es más despiste del editor, y es esa «Advertencia» en página impar (esta impar ubicación da cuenta de su importancia) frente a la página de créditos. Y que dice «Los arquetipos de cuentos elaborados (…) no pueden utilizarse ni reproducirse para ningún uso sin autorización expresa». Por otro lado redundante porque esto mismo quiere decir el © que aparece en la página par anterior. Si tal advertencia campease en las recopilaciones de cuentos populares (del pueblo), se acabaría la transmisión oral que este libro defiende y avala. Una contradicción humana sin duda.

Ana Griott