En mayo de 1978 Jorge Luis Borges impartió cinco conferencias en la Universidad de Belgrano (Buenos Aires, Argentina). Una de ellas estuvo dedicada al libro y comenzó así: «De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación»*. 

El libro, por tanto, como extensión de la memoria y la imaginación, parece el lugar adecuado en el que preservar las historias y los cuentos que a lo largo de generaciones han habitado en la oralidad y que, poco a poco, han ido cediendo tiempo y espacio a otras actividades humanas. La palabra que fue dicha dormita en su gran mayoría, hoy, entre las páginas de los libros o en las pantallas de los libros digitales.

Pero no solo de cuentos tradicionales vive el narrador oral. En los libros también encontramos cuentos de autor que, tras un proceso de oralización –una especie de traducción del lenguaje escrito al lenguaje oral–, pueden pasar de la palabra escrita a la dicha.

Por todo esto es normal que, en muchos casos, los narradores y narradoras tengan una biblioteca propia o una bibliografía personal, que es la suma de los cuentos que abrazaron en su día. Esta biblioteca es el lugar en el que buscar las historias para contar y también en el que preservar las que hace tiempo que no cuentan. Normalmente, esta biblioteca suele ir aumentando con el paso de los años y puede convertirse en una suerte de historia bio/bibliográfica: una seña de identidad, una huella digital o, mejor aún, un mapa de los territorios explorados y soñados, de los contados y por contar. 

La narración oral tiene virtudes en sí misma: contar y escuchar cuentos es inherente al ser humano. Pero desde hace ya unos cuantos años los cuentos contados se nos presentan también como la actividad estrella de la animación a la lectura, el gusto por las historias nos puede servir de puente para acercarnos a los libros y las historias que estos contienen.

Hasta tal punto existe actualmente una íntima relación entre libro y cuento contado que hay, de hecho, una técnica de narración oral en la que, al mismo tiempo que se cuenta, se muestran las ilustraciones del libro álbum que contiene la historia narrada.

Contar historias que dormían en los libros a la espera de lectores o cuentistas, tiene algo de dar aliento, insuflar vida, echar a volar y, por lo tanto, mostrar y rescatar del olvido; porque, tal como decía el propio Borges en la misma conferencia que citábamos al principio: «[el adagio clásico] Scripta manent, verba volant, no significa que la palabra oral sea efímera, sino que la palabra escrita es algo duradero y muerto. En cambio, la palabra oral tiene algo de alado, de liviano».

 

Pep Bruno

 

Voces relacionadas: (contar con) libro, lectura 

* Jorge Luis Borges, Borges oral, Alianza editorial.