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La cultura popular es todo aquello que el pueblo piensa, canta, juega, cuenta y cree. Son conocimientos que antes, en aquellos tiempos, se aprendían de forma espontánea, como un aparte del proceso de socialización. Los niños escuchaban a las personas mayores, y las personas mayores les enseñaban canciones, juegos, remedios medicinales... Ahora, la transmisión se ha roto. Y se hace necesario que vayamos a buscar a aquellas personas que todavía mantienen la cultura popular en el recuerdo. Las personas que me gusta denominar los guardianes de la memoria.

Recuerdo con emoción la primera vez que entrevisté a una persona y grabé un par de fábulas. Era la seño Pepica, una vecina de mi abuela. La conocía de toda la vida. Me habían pedido un trabajo para la escuela, y necesitaba entrevistar a alguien que no fuera de la familia. Ella me relató, con una mágica sencillez, la historia de "La favera mágica" y “Peret y Margarideta". Con el tiempo, leyendo, descubrí que las historias de la seño Pepica eran conocidas y contadas en Europa, en África, en Asia, en América... con un hilo conductor bastante similar, y muchos detalles diferentes. Esta es la magia de la cultura popular. Todos los seres humanos la compartimos, pero la hemos hecho nuestra de una forma diferente: como el lenguaje y las lenguas. Un ejemplo de la necesidad de preservar y divulgar la riqueza cultural del mundo.

Más adelante continué aquella búsqueda inicial. Primero, con la preparación del manual Màgia per a un poble (Bullent), una guía de criaturas fantásticas y creencias de la cultura popular. Y después con la actividad de escritor y cuentacuentos ocasional. Me di cuenta que la cultura no está solamente en los libros, está también en la memoria de la gente. Algunos de mis mejores informantes han sido personas que no sabían ni leer ni escribir, pero dominaban el arte de contar historias y anécdotas a la perfección.

Me viene a la memoria el pastor Nicolau. Escuché decir que había un pastor, entre Xixona y la sierra del Cabeçó d’Or (en Alicante), que sabía un buen puñado de historias. Se había criado en la era de las masias. El problema es que tenía muy mal carácter y no le gustaba hablar con desconocidos. Con setenta años todavía andaba a solas por las montañas de la Carrasqueta, Xixona y Busot. Finalmente lo conocí gracias a un vecino de la Torre de les Maçanes que accedió a hacer de intermediario. La primera vez que almorzamos juntos en la sierra, porque él a los pueblos bajaba poco y de manera escurridiza, a duras penas intercambiamos tres o cuatro palabras. Pensaba que sería un desastre. Hasta que su perro, Penyora, empezó a ladrar hacia unas peñas. Entre las peñas salió corriendo un lagarto. Era precioso, de un verde brillante, corría como un conejo. El lagarto se escondió entre unos arbustos. Yo recordé que mi abuelo contaba que antes organizaban peleas entre serpientes y lagartos. Y lo solté sin darme cuenta. Nicolau reaccionó en su punto:

–Yo también las veía, cuando era niño. Pero no eran entre serpientes y lagartos, sino entre lagartos y víboras.

Esta chispa encendió el fuego y acortó la distancia que nos separaba. Fue como si cayera el muro generacional, de forma de vida, de desconfianza o de privacidad que separaba a aquel pastor poco sociable de un profesor. Empezó a charlar por los codos, contándome anécdotas de su vida de pastor. Yo iba dirigiéndolo hacia lo que me interesaba, sin mostrarme impaciente, ni aparentar que no valoraba el resto. Escuchar a un informante es como buscar pepitas de oro en un río. Hay mucha tierra, mucho barro, pero no puedes ir con prisas ni cortar el curso de la conversación. Debes cribar, con paciencia, y dirigir la conversación, con delicadeza, sin que se note. De aquella conversación, durante el almuerzo, y de las paseadas por la sierra que siguieron otros días, conseguí horas y horas de grabaciones. Anécdotas, sucedidos, utilidades de las plantas medicinales, la historia de una serpiente con cabellera monstruosa, el cuento de un cortijo encantado... Pero sobre todo surgió una conexión. El pastor solitario que evitaba la gente se dio cuenta de que su mundo interesaba a alguien que se le escuchaba, no por cotilleo, sino con respeto.

Ya hace tiempo que el pastor Nicolau dejó de pasturar por las sierras del Alacantí. Creo que fue el último pastor de Xixona. Pero, a pesar de haber muerto, continúa siendo un pastor. Un pastor de historias, de las historias que viven en todos aquellos que las recordamos.

Francesc Gisbert
profesor, investigador y autor de libros de divulgación
de la cultura popular y de literatura infantil y juvenil