Hace tiempo que usaba una maleta de piel marrón. La llevaba llena de mis herramientas de trabajo: cuentos que me encantan, una llave a veces mágica y a veces no, un llamador de patos, una tela extranjera y alguna cosa más. Vamos, la típica maleta de cuentacuentos… ¿qué os voy a explicar?
Aunque algunas cosas no las llevaba dentro.
También tenía pegados muchos kilómetros y miles de horas en bibliotecas y colegios. Tenía pegadas algunas sesiones que salieron bien y otras tan malas como la gripe en verano. Tenía ideas, proyectos, propuestas, colaboraciones…
Y digo tenía porque, un día tan tonto como un martes, me la robaron. Abrieron la furgoneta tan limpiamente que no me di cuenta hasta un día después. Y de repente todo mi trabajo de selección de cuentos y de encontrar cachivaches para las sesiones, ¡se fue! Todos los libros que me habían regalado o dedicado y los que me había traído de diferentes sitios, ¡se fueron! Se fue la pequeña escenografía que me daba apoyo, y las batallitas que forjaban las sesiones…Y me di cuenta de la cantidad de improperios por minuto que soy capaz de decir.
No sé si estaba más enfadada que triste cuando escribí, casi sin pensar este pequeño texto en facebook:
“Dentro de lo que está siendo una semana terrible, espero haber hecho hoy (involuntariamente) la mayor campaña de animación lectora de lo que llevo del año. Ojalá que quien me haya robado mi maleta de trabajo con unos treinta libros que habitualmente llevo para las sesiones, se los lea. Uno a uno, y los disfrute todos. Son la selección que he ido haciendo a lo largo de los años. Un tesoro imposible de reemplazar, porque cada ejemplar tiene su historia y los hemos acariciado mil veces los niños y yo en las bibliotecas.
Cuídalos y dales buen uso. Yo los voy a echar mucho de menos.“
No me esperaba lo que pasó después. La lluvia de mensajes fue abrumadora y preciosa. Muchos fueron de apoyo y otros fueron pellizcos para que me espabilara y dejara de quejarme, porque lo irremplazable, no es material.
De repente me vi rodeada de mucha gente que quiso hacer su aportación. Y aunque intenté hacerme la loca, agradecerlo y que quedara en una anécdota, por suerte, la gente hace lo que quiere.
En pocas horas, mis compañeros y compañeras más cercanos ya me habían ofrecido furgoneta, equipo de sonido, escenografía o lo que necesitara para trabajar ese mismo día. Hubo gente que se ofreció a organizar una campaña virtual para encontrar la maleta o incluso ir a buscarla físicamente.
Hasta alguien dio a luz un nuevo concepto, el “facecrowfunding” para reponer entre todos los libros robados. ¡Fue increíble! En pocos días empezaron a llegar libros a casa, y cada uno venía por una razón. Algunos me los enviaban porque sabían que eran mis cuentos estrella. Otros, porque estaban en la lista que una amiga se tomó la molestia de hacer. Los hay comprados expresamente, y los hay seleccionados de bibliotecas personales pensando que ese, en concreto, me iba a gustar. Amigos y amigas de las redes sociales que no he visto nunca en persona, se tomaron el tiempo de enviarme libros.
Ha sido estupendo percibir la red que une a mis compañeros y compañeras de oficio, que han tenido un despliegue de empatía y solidaridad impresionante. Hay que ser tonta para sorprenderse, porque los narradores se mueven todos los días entre tradición y objetos mágicos. Entre aventuras épicas o combates de brujas. Con música y rimas, o encantamientos y dichos… Así que está claro que estáis hechos de una pasta especial y no habéis dudado en demostrarlo.
He de reconocer que me sigue fastidiando que se llevaran la maleta, pero es impagable todo lo que ha sucedido después. Ahora es mi turno para agradeceos uno a uno y sentirme feliz por formar parte de esta red.
P.D.: Al “amigo de la maleta ajena”.
A pesar de todo, a ti no te lo agradezco. Y para que no te aficiones, a mi nueva maleta le he puesto siete candados con siete llaves. A ver si tienes narices.