Hace más de quince años  asistí en Castro Urdiales a un espectáculo-performance titulado "Homenaje a los hombres de la mar". Salí¡í de allí  encandilado. Al margen de que los dos actores que representaban la función eran amigos y que el montaje me resultó enormemente emotivo, quedé enamorado del espacio  donde se llevaba a cabo y de las posibilidades que ofrecía y pensé que me encantaría algún día trabajar en el mismo lugar. Era el Castillo de Santa Ana, un austero edificio del siglo XII  situado en un alto, al lado de la iglesia gótica de Santa María, dominando el puerto y el paseo marítimo de la villa costera. Después de la restauración  que tuvo lugar hace algo más de una década, la nave central del castillo se dedica a sala de exposiciones y a actuaciones de pequeño formato. Fue allí donde el pasado siete de diciembre llevé a cabo una sesión  de mi espectáculo de cuentos "Activas y resueltas" ante unas cincuenta personas. De esta forma mi deseo se vio cumplido.

Contar cuentos en este tipo de espacios tiene para mí un valor añadido. Pienso que para el público también, claro, pero voy a hablar de mis impresiones.

Las dimensiones del castillo de Castro no son muy grandes, por lo que la sala tiene unas medidas muy abarcables: 17 X 7 metros, espacio en el que caben unas cien personas. Los  muros son de mampostería de más de un metro de grosor, que junto con el techo abovedado proporcionan una acústica inigualable, de manera que si el relato lo exige, podemos prácticamente susurrar  y en la última fila se escucha perfectamente. Al fondo hay una pequeña tarima de madera donde se sitúa el narrador. Detrás de él una hornacina que arropa a un miliario romano hallado no muy lejos del castillo. Dispone de una iluminación tenue pero que permite apreciar cada gesto del artista y posibilita el cruce de miradas con el público. Se trata de uno de esos espacios donde puedes  jugar con todos los recursos con que cuenta un narrador sin preocuparte de ruidos, micrófonos, columnas o espectadores en ángulos imposibles. Donde puedes expresarte sabiendo que cada matiz, cada detalle, cada modulación va a ser percibido por cada persona que escucha. Las condiciones del espacio son óptimas, pero hay algo más.

 Contar en un lugar lleno de historia, al que hay que llegar paseando ya ofrece una experiencia diferente. Si el público llega con tiempo, el entorno del castillo es espectacular y hace la espera más placentera, y también invita a quedarse comentando la función al término de ésta. No hay tráfico, ni viandantes acelerados, ni alboroto de bares. Todo eso queda a cinco minutos andando. 

No se me ocurre una manera mejor de volver a dar sentido a un antiguo edificio que estaba en desuso que llenarlo de cuentos, de imágenes, de miradas, de música... de cultura. Dejar que esos muros de cientos de años acojan historias, algunas  tan viejas como ellos, otras recién nacidas. Que un espacio que fue construido para la defensa sea lugar de palabras y que esas paredes sean caja de resonancia donde las voces o las notas musicales son acariciadas por la piedra.

¿Cabe añadir algo? Sí. Uno de sus torreones lleva funcionando como faro desde 1853. Esta construcción reúne el poder evocador de un faro y  el de un castillo medieval. Como lugar para contar cuentos, ¿no es algo difícil de superar?

Alberto Sebastián

Este artículo se publicó en el Boletín n.º 49 de AEDA – Una geografía de cuento: de castillos y palacios