Reflexionar acerca del sexismo en los cuentos de hadas es hacerlo acerca de lo que contamos, del por qué y desde dónde. ¿Qué es lo que me atrae de unas historias y no de otras? ¿Qué encuentro en las historias que me atrapan como narradora y como público? 

Con el paso del tiempo he descubierto que del arte me seducen el misterio y la compañía. El misterio no voy a explicarlo. No se puede. La compañía sí: hay pinturas, novelas, cuentos, poemas, películas, obras de teatro que me acompañan, me cobijan, encuentro en ellas amparo cuando lo necesito. Cuando era una niña que leía con hambre feroz todo lo que me caía en las manos, a menudo eché de menos personajes femeninos con los que poder identificarme. Niñas o mujeres que vivieran aventuras, que se hicieran preguntas que yo me hacía, que se enfrentaran a lo que yo temía. Las cosas interesantes les sucedían a los personajes masculinos. Las mujeres eran acompañantes asustadas, personajes a los que salvar que vivían la mayoría de las veces una única aventura: la amorosa. Yo, a mis 10, a  mis 12 años, quería otra cosa. No encontraba espejos en los que mirarme como aventurera. Si la vida es una aventura, desde la mayor parte de las historias que yo leía o veía en el cine y la televisión, lo era para los niños y los hombres. No para mí. En resumen, no encontré compañía. O la encontré muy pocas veces: Jo en Mujercitas, George en la serie de Los cinco, Joan en La flecha negra de Stevenson… y de las tres que he mencionado, dos se visten de chico.

A mí me gustaría que eso cambiara.

Vivimos en una sociedad sexista. Los valores dominantes de nuestra cultura lo son. Eso quiere decir que también lo son los relatos que nos contamos. ¿Qué hacer entonces? Se puede no hacer nada, y seguir transmitiendo esos valores. O, (y aquí se abren posibilidades apasionantes) se puede:

  • Inventar nuevas historias.
  • Investigar para encontrar las voces disidentes. (Las hay, siempre las ha habido)
  • Realizar un proceso de adaptación, modificación, supresión y transgresión en historias de tradición oral que nos interesen. Después de todo estaríamos repitiendo el proceso que narradores y narradoras de todos los tiempos han realizado para contar: hacer suyo el relato.

¿Los resultados? Como siempre, dependerán de las capacidades artísticas de quienes intenten el cambio, no hay nada asegurado. Pero hay que intentarlo porque lo que aceptamos como verdadero lo termina siendo. 

Los cuentos no son inocentes. Se nos parecen. No contienen una misteriosa sabiduría supra-humana. Los hemos inventado para dar cuenta del mundo, de lo que amamos y tememos, de lo que nos fascina o nos horroriza. Cuando cambiamos, cambian ellos y los significados que les atribuimos. A veces, y este es uno de esos misterios que me maravilla, hay relatos que se mantienen pertinentes. Otros tienen que cambiar porque los seres humanos que los contamos hemos cambiado. Los cuentos se nos parecen.

Cuando queremos que algo cambie imaginamos, fantaseamos con un mundo diferente, nos contamos nuevas historias o viejas historias de otra manera. Zygmunt Bauman dice que “hay más maneras de contar una historia de las que nos imaginamos”

Esta afirmación me da esperanza, me permite soñar. Yo adoro soñar. Pero hay más, Bauman añade que las vidas vividas y las vidas narradas son interdependientes: 

“Uno vive su vida como una narración aún por contar, pero la manera en que hay que tejer la narración que se espera que se cuente decide la técnica en la cual se hila la trama de la vida.” De las mujeres se esperan unos relatos y no otros, se los espera tejidos de una manera y no de otra, y de esto depende la trama de nuestras vidas. Las narraciones de cada cultura, de cada sociedad, marcan el campo de sentidos posibles en el que se mueven las personas que pertenecen a esa cultura o esa sociedad. En las narraciones está lo posible. Y cada sociedad decide qué es o no es posible. Yo sueño. Quiero, por ejemplo, vivir en un mundo en el que no sea excepcional que una niña lea o escuche o vea una película protagonizada por una mujer independiente a la que le suceden cosas interesantes, que vive su vida como una aventura.  

 

Magda Labarga