Paco Abril entrevistado por Ana Isabel Capilla

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[Ana Isabel Capilla:] Paco Abril, te conocí hace años en el colegio público al que iba mi hijo. Yo formaba parte del AMPA y como todos los años, haciendo honor al nombre del colegio, se celebraba el Premio de Poesía Antonio Machado con varias categorías y en el que participaban los escolares. Te invitamos a la entrega de los premios y tú nos regalaste un precioso cuento tuyo contado por ti, recuerdo que era La niña de la nube, en aquel instante fui “oreja verde”, me entusiasmó.

Pasaron años hasta que volvimos a encontrarnos, y fue en el Centro Antiguo Instituto de Gijón donde tú eras el coordinador de bibliotecas y director de programas educativos en la Fundación Municipal de Cultura y Universidad Popular de Gijón. Tú no sabías, y yo tampoco, que me dedicaría a este maravilloso mundo de los cuentos. Pude colaborar contigo en alguna actividad y me ofreciste desinteresadamente tu casa para recibir tus sabias enseñanzas sobre cómo contar cuentos, fuiste muy generoso conmigo. Desde AEDA me ofrecieron la oportunidad de realizar esta entrevista que te hago con mucho cariño.

 

¿A los niños y las niñas de hoy les falta imaginación, creatividad…?

No me atrevería a afirmar que los niños de hoy carecen de imaginación y creatividad. Considero que tienen la misma que yo tenía a su edad. En mi infancia la imaginación no estaba bien vista. Era la loca de la casa, la que nos disipaba o nos distraía de las tareas que los adultos consideraban serias e importantes. Cuando yo era niño no se sabía, y solo ahora empieza a saberse de verdad, que la imaginación es una facultad decisiva para los seres humanos. Sin imaginación no podemos aplicarnos en la gran tarea de idear un mundo mejor. La importante conclusión a la que han llegado los investigadores es que se puede desarrollar y potenciar. En mi libro Los dones de los cuentos le dedico un capítulo, dado que considero que los cuentos son los mejores estimuladores de esa extraordinaria e imprescindible capacidad de la mente. Quienes desarrollan poco la imaginación son los adultos que no son capaces de  concebir una sociedad más justa y más igualitaria. Como decía Julio Verne: “Todo lo que una persona pueda imaginar otros pueden hacerlo realidad.” 

 

Remontémonos a los años de tu niñez Paco, seguro que fuiste un crio con mucha imaginación. ¿A qué jugabas entonces? ¿Recuerdas quién te contaba cuentos?

El desarrollo de la imaginación depende, fundamentalmente, del entorno en el que creces, y este puede ser más o menos enriquecedor. Mi infancia fue muy atípica. A los siete años vivía con mis padres y hermanos en el pueblo cántabro de Torrelavega. Un día, sin que nadie me explicara el porqué, y esto puede parecer un cuento, mis padres me pusieron en un tren de vagones de madera con destino a Barcelona, a más de 700 kilómetros de distancia. Me dejaron allí, como si fuera un paquete. Y, como paquete que era, encargaron a unos conocidos que me entregaran en la estación de destino a una tía segunda mía que vendría a recogerme. Y aquí empieza mi verdadera infancia. Me enviaron a Barcelona, por dos meses, y me quedé dos años. En ese tiempo no tuve ningún contacto con mis padres. Por eso, cuando regresé (aunque habría que decir si fuese correcto, cuando me regresaron), solo me quedaba un vago recuerdo de mis padres y hermanos. Tenía la sensación de estar en una familia extraña. Esta experiencia me marcó de manera decisiva.

Mi tía abuela era una mujer extraordinaria. Nacida en la república Checa, separada y con dos hijos ya mayores. Cuando yo llegué a Barcelona ella trabajaba para un marchante de cuadros, un hombre diminuto que padecía una rara enfermedad, pues tenía aprensión y rechazo a tocar cualquier cosa con las manos, utilizaba siempre guantes de algodón, y rehusaba tomar alimentos que no estuvieran cocinados por mi tía. Era una enfermedad de la que jamás volví a oír hablar. Ella llegó a ser indispensable para él. Viví en un lugar en el que la realidad superaba a la ficción. Un caldo de cultivo rico para la imaginación de un niño. Mi tía me contaba historias reales que darían para una novela fantástica que ojalá supiera escribir.

Con mi primo de veinte años jugaba, a veces, en el pasillo de la casa y nos enfrentábamos en grandes batallas navales con barcos de papel construidos por nosotros.  

 

¿Te dejó buen recuerdo alguno de aquellos cuentos, historias? ¿Eras buen “escuchante”? 

Mi tía me enseñó a disfrutar de las grandes ficciones tanto en el cine como en los libros, sobre todo en los libros de Guillermo Brown, cuyas aventuras no leí, sino que viví de verdad de forma intensa. Con Guillermo aprendí a ser un auténtico proscrito, que según el diccionario Clave, es la persona desterrada o expulsada de su propia patria, aunque yo le otorgaba un sentido mítico de libertad. Ese enseñarme a disfrutar que me transmitió mi tía implicaba, por supuesto, enseñarme a escuchar. Nadie puede disfrutar de verdad de algo si no se concentra en ello, si no pone todos los sentidos en disposición de atender. Aquellos dos años también fueron para mí tiempos de aventuras con los indios norteamericanos. Todavía conservo las extraordinarias colecciones de cromos que me llevaron a vivir en un tipi y a galopar por las praderas de los grandes territorios indios. Los textos y las imágenes de aquellos cromos eran la puerta mágica que, nada más abrirla, me trasladaban hasta parajes fabulosos. 

 

¿Qué te impulsó a contar cuentos? ¿Cuándo empezaste?

En 1968 creé “Los Vagantes“, un grupo de teatro infantil. Ese grupo fue decisivo para mi experiencia posterior como contador. Aparte de nuestros ensayos teatrales, estudiamos por nuestra cuenta psicología infantil para poder saber de teatro y de infancia a la vez. Fuimos de los primeros que empezamos a leer a Piaget cuando en España este renovador de la psicología era un absoluto desconocido. ¡Ah!, ¿qué ahora tampoco se lo conoce? ¡Vaya! Formé este grupo junto con otras personas sin saber apenas teatro, pero con un entusiasmo a prueba de desánimos. Sabíamos muy poco, pero queríamos saber. Aprendíamos equivocándonos, trabajando de manera infatigable, tratando de ser autocríticos, investigando por nuestra cuenta, esforzándonos para superar las barreras internas, como la de nuestra inexperiencia y la de nuestra ignorancia; y las externas, representadas en las dificultades burocráticas que nos imponían desde la censura hasta la policía. Éramos actores, contadores, electricistas, tramoyistas…Teníamos que hacer de todo para conseguir muy poco. Aquella fue mi mejor formación, mi mejor aprendizaje. Y, claro, este aprendizaje sigue en curso, no se ha terminado, porque en la vida nunca se termina de aprender, siempre somos aprendices. Y otra parte importantísima de mi formación se la debo a los niños y las niñas con los que tantas veces conversé y tanto me enseñaron. Para esta escucha atenta conté con uno de los artilugios más prodigiosos que se han inventado para escuchar, una oreja verde regalo de Gianni Rodari. Esa oreja verde me ha permitido “oír a los niños y niñas cuando cuentan cosas que a las orejas maduras les parecen misteriosas“. Y ese saber escuchar, ha sido también otro de los mejores aprendizajes que debo añadir a mi siempre escasa formación.

Mi actividad como contador empezó cuando regresé de Madrid en 1972, donde viví dos intensas experiencias. La primera, la de haber trabajado un año con el grupo Los Goliardos, pioneros en España del teatro independiente. Fue una experiencia muy dura, en la que aprendí no gracias a ellos, sino a pesar de ellos. La segunda, la de haber podido participar en el Primer Curso de Teatro Infantil que se realizó en la escuela de Arte Dramático de Madrid. Lo patrocinaba la UNESCO y contaba con un extraordinario plantel de profesores. No se volvió a repetir. Esto ocurrió en los años 1970 y 1971, es decir, el otro día.

 

¿Por qué empezaste a contar?

Ese “por qué” parece más una pregunta para un psiquiatra: “¿Por qué este señor o esta señora se dedicó a este oficio que proporcionaba tan poco beneficio?”. Es difícil contestar a ese por qué (pregunta que, entre paréntesis, no suelen planteársela a los que se dedican, pongamos, a la fontanería, la costura o la física nuclear). Yo podía haber sido otra cosa, desde arquitecto, que es lo que me gustaba de pequeño, hasta ladrón de guante blanco, que también me entusiasmaba, y que con el tiempo, mira por donde, se ha ido convirtiendo en una profesión de las más estables y reconocidas. Pero las “señoras circunstancias”, que fueron mis mejores promotoras, insistieron en que me dedicara a esto del contar y a otros menesteres relacionados con la infancia. 

 

¿Empezaste contando cuentos propios o de otro autor?

Empecé contando cuentos de otros, cuentos que me fascinaban y que me siguen fascinando. Solo mucho tiempo después, cuando ya llevaba más de quince años relatando, me atreví a escribir y a contar cuentos míos. 

 

En tu casa tienes montones de cuentos tradicionales, de autor, cuentos de mil formas y con preciosas ilustraciones. ¿Pueden ser contados todos los cuentos?

En principio creo que todos los cuentos pueden ser contados. Pero son los contadores, los que deben elegir los que más les llenan, los que consideran como algo suyo. Deberían preparar su repertorio con aquellos relatos con los que más se sientan identificados. Esta ha sido mi premisa a la hora de preparar mi repertorio.

 

¿Qué características tiene que tener un cuento para que atraiga al pequeño o gran escuchante?

Trato de explicarlo también en Los dones de los cuentos. ¿Cómo acertar en la complicada elección de los relatos? ¿Cómo llegar a un público, pongamos infantil, valiéndonos solo del instrumento de la palabra? ¿Cómo escoger entre esas miles de fabulosas historias que circulan desde los inicios de la humanidad y a las que cada día se les añaden otras nuevas? Primero, y aunque parezca una contradicción, cada narrador deberá escoger aquellos cuentos que lo emocionen, lo conmuevan, lo satisfagan, lo llenen. Con esos relatos, que convertirá en suyos, compondrá su repertorio. Se nota, ¡y mucho!, cuando un narrador cuenta algo que ha interiorizado y que siente como propio.

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En el libro que escribiste para adultos como recurso educativo, Los dones de los cuentos, hablas de la importancia que tienen los cuentos en la vida de los más pequeños pero ¿crees que el profesional que se dedica a contar tiene que tener algún don o dones?

Por supuesto, en primer lugar debería poseer el imprescindible don de saber escuchar. Y eso requiere aprendizaje constante. Quien no aprende a escuchar, contará en el vacío. Los relatos tienen que decirnos algo sobre nosotros mismos. El contador o la contadora deberá adquirir el don de ser transmisor de historias, no trasmisor de su ego. Hay contadores que son tan protagonistas, y se nota tanto, que sus historias quedan tapadas por el halo de su vanidad. 

 

Por la bibliotecas públicas de Gijón hay casi siempre exposiciones de cuentos preciosos que tú realizaste y yo misma aprovecho muchas veces para contar en la sesión de cuentacuentos a los niños y niñas mayores de 4 años, ¿Cómo surgió la idea de las exposiciones?

Pretendía que se valorasen, en toda su dimensión, los magníficos álbumes de cuentos que se estaban publicando en España. Se me ocurrió que una buena forma de conseguirlo era mostrar esos libros, que eran auténticas obras de arte, presentándolos igual que se muestra una exposición de pintura o escultura. Llegue a realizar 44 exposiciones. Fueron visitadas por centenares de escolares. En estas sesiones, aparte de escuchar el relato, los niños y niñas vivían el cuento, a partir de una serie de propuestas conversacionales, plásticas, corporales y escritas. Estas muestras estaban también abiertas al público en general. Era fascinante ver a un padre o una madre leyendo el relato, de cuadro en cuadro, a sus hijos. Inexplicablemente esta actividad se ha dejado de hacer en Gijón, pero curiosamente las exposiciones siguen girando por todo el territorio español.

 

Paco has trabajado durante muchos años para que el cuento sea un recurso educativo más en las escuelas y en las bibliotecas ¿piensas que ha habido cambios sustanciales o crees que podría hacerse mucho más?

Yo solo he aportado un minúsculo granito de arena. Ojalá se hubieran producido cambios sustanciales, ojalá se considerasen los cuentos recursos educativos de primer orden, pero eso no ha ocurrido. La infancia sigue siendo “La isla olvidada”, un lugar que muy pocos adultos se dignan visitar y menos conocer a fondo. Y, por supuesto, se podría haber hecho no un poco, sino muchísimo más si hubiese una mayor valoración de la infancia y de la lectura.

 

En tu larga y fructífera trayectoria profesional dedicado al fomento de la lectura has recibido premios y también has contado en el extranjero. Cuéntanos un poco de ello.

Entre los premios, el que más ilusión me ha hecho es el María Elvira Muñiz que otorga el Ayuntamiento de Gijón a toda una vida dedicada al fomento de la lectura. Cuando salgo a contar, aunque sea al colegio más cercano a mi casa, siempre es como si fuese a otro país. He estado contando en Casablanca, en Lisboa, en París, en México en Nueva York…y los niños y niñas de esos lugares apenas se diferencian de los de Gijón, Lucena, Fuenlabrada, Torrelavega o Teruel. 

 

Llevas un tiempo jubilado de la Fundación Municipal de Cultura y Universidad Popular pero no paras de trabajar escribiendo libros como Los dones de los cuentos, Alma de papel y Mitos de Asturias, estos dos últimos los has ilustrado utilizando la técnica del collage. Eres una persona que siempre estás creando y que además expones tus creaciones pero ¿qué o quién te inspiró para utilizar esta técnica que personalmente me parece muy complicada?

No sé cómo empecé a hacer collage de papel. Siempre me gustó, pero pensaba que era algo que solo valía para mí. Me decidí a exponerlos animado por Ana, mi mujer, que consideró que aquella obra íntima tenía que mostrarla en público. En 2012, el año en el que me jubilé, hice mi primera exposición y publiqué también el primer libro ilustrado por mí en negro y plata, Alma de papel, que se editó con crowfunding o financiación compartida. La edición de este libro de poesía fue para Ana, su editora, y para mí, una experiencia fabulosa. Y en 2015, editado primorosamente por Pintar-Pintar, publiqué Mitos de Asturias / Mitos d’Asturies en doble edición, en castellano y en asturiano. Este libro es una particular visión de los personajes mitológicos de Asturias a los que di forma y vida también con la técnica del collage.

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Paco a tu lado tienes a una bella persona, tu esposa Ana, que te anima y te ayuda sobre todo en esta nueva andadura ¿tienes proyectos en mente? ¿Quizás un cuento? ¿Quizás nuevos dones?

Ana y yo formamos un equipo. Nos complementamos muy bien. Sin ella no hubiera podido realizar ni la mitad de los proyectos que he conseguido llevar a cabo. El de Ana es un trabajo que se hace visible en los carteles, en mis páginas blog, en Facebook, en la maquetación de los libros y de La Oreja Verde y un largo etcétera. En cuanto a los proyectos tenemos un saco lleno, desde libros, algunos ya terminados, hasta nuevas exposiciones y… mucho más de lo preferimos no hablar, y no por superstición sino por prudencia.

 

Y termino esta entrevista, deciéndote que me gusta mucho la placa de cerámica que tenemos en la entrada del edificio La gota de leche en Gijón, que aparece en tu blog y también al final del libro Los dones de los cuentos, que dice así “Quien construye casas para los niños derrumba los muros de las cárceles”. Y más aún me gusta mucho lo que escribes. Creo que fomentar que se cuenten cuentos a los niños y niñas también derrumba los muros de las cárceles.

Esa placa la mandó colocar el doctor Avelino González impulsor de La gota de leche y de otras muchas iniciativas en favor de la infancia. En ella queda resumido que trabajar para la infancia es trabajar por la esperanza, es trabajar por un futuro mejor.

 

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