Colombia: el país donde anidan las palabras aladas

Colombia es un hit en la narración mundial en español. Movimiento transgeneracional, urbano y campesino a un tiempo, los cuentos fluyen entre los colombianos con la naturalidad de la palabra o del viento. Corren los cuentos, se reinventan y se disfrutan por todo el país: los 22 festivales anuales, desde la capital al Amazonas, y los miles de narradores suscritos a las diversas asociaciones lo demuestran.

La narración rural es verdaderamente especial en Colombia, y ha dado figuras como el paisa, voz que se da a los habitantes de la comarca de Antioquia (léase así, acentuando la “o” y no la “i”), pero en el universo de lo narrativo se atribuye a un modelo de narrador que cuenta un determinado tipo de cuento, con un determinado acento y una determinada vestimenta. Tengo para mí que esta figura es una sorprendente máscara narrativa, un trasunto americano de la Comedia del arte, pero guárdenme el secreto, porque aún no ha llegado el momento de hablar de este tema… En este boletín abordaremos cinco aspectos de la narración más urbana en el país, y ojalá más adelante podamos adentrarnos en la selva, y descubrir las maravillas cuenteriles que esconde.

En lo urbano, la narración colombiana ha desarrollado una especial comunión con lo escénico, con lo teatral, como nos cuenta Carolina Rueda en su artículo Escena y palabras. Colombia y el retorno a los caminos, y de esa ocupación de la escena surgieron las variantes, las posibilidades que brinda el juego escénico, como lo es la narración improvisada, una suerte de lo oral hecha de juego real y desarrollada especialmente en el país. La narradora paisa Karla Sepúlveda desarrolla este tema en El cuento improvisado en Colombia. Propuestas cuenteriles de corte retador y competitivo, como la improvisación cuentera o las competiciones de tenis de palabras, le son muy propias a una narración tan ágil y tan juguetona como la colombiana, que nunca pierde esa perspectiva fresca, quizá porque es un movimiento que surgió alrededor de la Universidad (en España, por ejemplo, el edificio de la narración oral profesional se ha cimentado principalmente sobre la animación a la lectura, y eso marca una diferencia). Carolina Rueda habla de este inicio y la necesaria comunión con el teatro en su artículo antes citado, y Ana María Dávila, narradora bogotana, nos desarrolla otra de las consecuencias de este origen, y es que en Colombia, sorprendentemente, hay un número muy bajo de narradoras respecto a los narradores. Según pueden leer en el artículo de Dávila La voz femenina en la cuentería colombiana, es una circunstancia relacionada con el movimiento universitario y las condiciones particulares de Colombia como sociedad. Las universidades en Colombia ofrecen espacios de actuación semanales y una formación continuada de narradores, en algunos casos oficial, como es el caso del diplomado en cuentería, que nació en el sector de cuenteros del programa Bogotá de cuento y contó con el apoyo de la Universidad Pedagógica Nacional hasta el año pasado. Esa circunstancia arroja una ingente cantidad de narradores nuevos cada poco rato, que reinventan el oficio, mantienen los espacios y hacen patente la necesidad de una organización de los cuenteros en asociaciones y comités. Sobre este tema, concretamente el Comité de Cuenteros de Medellín, ha escrito Jota Villaza, otra de las grandes figuras de la oralidad en Colombia, cerrando la dialéctica Medellín-Bogotá que sugiere este boletín. Por último, en una suerte de anexo, he escrito un artículo en colaboración con Karla Sepúlveda sobre la sorprendente y elegante organización de los narradores antioqueños para participar en el festival internacional “Entre cuentos y flores” que propone cada año la corporación Vivapalabra de Medellín. Me parece casi una parábola, un ejemplo para otros lugares, y no quiero dejar de reseñarlo aquí.

Como posdata hemos querido recuperar este artículo sobre la Escuela de cuentería y oralidad de Medellín que Karla Sepúlveda escribió para el boletín nº 13 de AEDA, y que tanto viene al tema.

Y nada más, por el momento. Quedan muchas que contar sobre el riquísimo y enriquecedor panorama narrativo en Colombia. Para la próxima vez. De pronto, disfruten estas generosas aportaciones de Carolina Rueda, Karla Sepúlveda, Ana María Dávila y Jota Villaza, ya que no podemos disfrutarlos en escena tanto como nos gustaría, al menos sus voces, su sensibilidad y su experiencia llegan así, empaquetaditas, a quien las quiera escuchar.

Como siempre, para despedir el boletín, incluimos la agenda de cuentos de este mes de septiembre.

 

El boletín n.º 35 de AEDA ha sido coordinado por Héctor Urién