Cuatro domingos, cuatro. Cuatro domingos de palabra. Y palabra que no esperábamos lo que sucedió.

La iniciativa surgió a rebufo del CuentaCuarenta que, en su segunda edición, es ya una referencia. La idea de traer narradores a casa, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, era tentadora. Así que nos pusimos manos a la obra y empezamos a patear locales con inquietud cultural. Tras llamadas y visitas, decidimos programar los doMingos de cueNto en diferentes locales en lugar de desarrollar todo el ciclo en un mismo espacio. Cotejamos la lista de narradores con la de bares dispuestos a acogernos y así, trama y urdimbre, tejimos el mes. Y precisamente este ha sido uno de los éxitos del ciclo: variedad de ambientes y variedad de estilos, a cada narrador un clima.

Desde hace años, la oferta de narración oral en Valladolid ha sido escasa y monocromática, así que el objetivo que nos planteamos fue el de traer voces diferentes. Teníamos clara una pretensión: disfrutar de buenos espectáculos de narración oral en casa y compartirlos con nuestros vecinos. Además de animar un poco la actividad cultural y comprobar el grado de aceptación de nuestra propuesta entre el público y los espacios que se deciden a programar.

Y, oh, sorpresa, las orejas de Valladolid son terreno fértil para la palabra dicha. 

Primer domingo: Manuel Légolas en Coco Café. La escasa difusión, apenas 10 carteles y redes sociales, nos tenía sumidas en una incertidumbre que enseguida despejamos: público expectante llenó el local (unas 80 personas) antes de dar las 7. Muchas caras conocidas, sí, pero rostros inesperados también. Y Manuel fue lo justo, lo justo para inaugurar el ciclo: cuentos sin más (y sin menos), con poca anécdota y nada de parafernalia. Cuento, cuento y cuento, para no dar lugar a equívocos. Y al que le guste, que vuelva.

Vaya si gustó, vaya si volvieron. Al domingo siguiente Victoria Gullón se encontró con el amable salón de la Rata Escarlata lleno a rebosar, y gente esperando a que se hiciera hueco en la puerta. “Como en Madrid en los buenos tiempos, cabecitas, solo se ven cabecitas”, se reía Victoria. Mucha gente, que trajo a más gente, y una escucha sorprendente. Los romances de Victoria cuajaron y sorprendieron, el público se preguntaba “pero ¿y esto?”. Nada que ver con Manuel Légolas, pero todo que ver. La gente empezaba a entender. 

Una mala circunstancia añadió emoción al ciclo: en esos días la actividad cultural de la ciudad se vio paralizada por intervenciones policiales en bares que programaban conciertos, monólogos, teatro… Una ley llevada al extremo y denuncias de no se sabe bien qué mano negra obligaban a muchos locales a suspender su actividad por miedo a multas desorbitadas. Y nosotras allí, con nuestros cuentos sin saber qué hacer. Gracias a la osadía de los locales anfitriones seguimos adelante, no sin temor a recibir una desagradable visita en cualquier momento. Pero hubo final feliz y la amenaza quedó en anécdota.

El lugar elegido para Héctor Urién no pudo ser más apropiado: el ambiente de La Tertulia, en pleno Pasaje Gutiérrez, más de noche, más urbano, más canalla. De nuevo llenazo total, y eso que el local era más grande, más gente que trajo a más gente, se corría la voz. Y la misma escucha asombrosa: risas escandalosas, sí, pero también lugar para el silencio y la contención. Nosotras, boquiabiertas, no podíamos dejar de mirar al público que se estaba haciendo, boquiabierto también. Y tras la sesión, los comentarios ya eruditos: que si este en su estilo, que si aquél más que este, que si la otra, que si a mí me parece, que si yo pienso que… 

Y de nuevo cierto temor, esta vez a morir de éxito.

Campanari en el Niño Perdido, no podía ser más apetecible. Claro, se llenó, se llenó hasta la bandera. La sesión hubo de arrancar a voces, pero la multitud se fue dejando hacer y la emoción llegó hasta el último recoveco del intrincado local.

Cerramos el ciclo satisfechas, se han enterado de lo que es un cuento. 

Satisfechas y agradecidas, porque ha sido un placer para nosotras escuchar y, sobre todo, dar de escuchar. Agradecidas a CuentaCuarenta por llevarnos de la mano, a los narradores por su generosidad, a los bares por valientes, y al público por su seguimiento e interés. 

Nos quedamos con las ganas, las ganas que intuimos entre los narradores de abrir nuevos espacios, de inventarse escenarios tras el fin del maná de lo público apoyando iniciativas como esta. De los bares anfitriones, que han quedado encantados y con ganas de cuentos. Las ganas del público, su sed de historias, de palabra de la de verdad. Y nos quedamos con nuestras propias ganas, nuestras ganas de más.

Ahora toca sentarse y reflexionar, sobre lo que ha sido y sobre lo que será. El terreno es fértil y tenemos ganas de trabajar.

Isabel Benito
Saltalarana Lecturas