A veces pintamos garabatos y contamos una historia en la que la voz imita ese camino. Modulando y jugando a seguir la intensidad del trazo en el timbre y el ritmo de la línea en el tono. Otras veces resulta al revés, dibujamos el garabato que la voz parece pintar mientras habla.  Este juego de voces, aplicado al desarrollo de competencias lingüísticas en el aula, suele serme de gran utilidad cuando grabo para la radio. Mi voz es un pincel y la historia la paleta de  colores.

He tenido la suerte de crecer muy cerca de la cultura de las ondas y las frecuencias. Mi padre tenía una radio en el cuarto de matrimonio cuando yo apenas tenía cuatro años. Después fundó Risco Radio en el pueblo de Badajoz donde pasé mi primera infancia, Valdecaballeros. Más adelante, cuando volvimos a nuestro pueblo, Lora del Río, fundó la primera radio local junto con otros amigos: Radio Lora, situada curiosamente en la biblioteca del pueblo. Allí empecé el colegio. Un cole con radio escolar. Una maravilla de estudio donde podía leer mis poemas a los radioyentes. No sé sí por esa práctica, me aficioné a grabar en el instituto los temas de historia en cassettes, sumado a ello, que el negocio familiar era una discoteca, donde mi padre hacía las veces de speaker– locutor vocacional, hacía de DJ de los noventa dinamizando con sus comentarios las sesiones de baile.  He crecido así, bañada por el color de las voces. 

Sin embargo, no todo ha sido rosas en el camino. Cuando participé por primera vez contando un cuento en la radio, hace por lo menos 12 años, en nuestra querida y sevillana Radiópolis, recuerdo el agobio que me produjo tener que encajar la historia en un tiempo limitado. Demasiado limitado. Acostumbrada a las sesiones de cuentos de una hora, donde acomodaba cuentos a antojo del público, me encontraba de repente sin tiempo y sin público, además de muy nerviosa. La permanencia de la radio me da mucho respeto, el errar sin retorno, la foto auditiva. También el rango. La radio tiene un halo de importancia maravilloso, ya sea una radio de pocos medios, humilde, local, o artesana, pero tiene siempre un punto de dignidad. Cuando se abre el debate sobre si es narración oral contar cuentos virtualmente, me llama mucho la atención que la radio no suscite esas dudas.  A veces me respondo con más preguntas; ¿Será porque es un medio más antiguo y lo hemos normalizado? ¿Será porque tenemos el antiguo recuerdo de que todo lo emitido en radio es en directo, cosa que hoy en día es casi un hecho imposible e improbable? Y creo, que la respuesta puede estar también en ese halo digno del que hablaba. 

Es verdad que ya ha pasado el tiempo, y por ejemplo me manejo bastante mejor con el reloj. También sucede que colaboro en espacios muy agradables en los que me siento muy cuidada. Por un lado colaboro por tercera temporada en Radio Olavide con mi sección “Oído cocina” dentro del programa Con mucho cuento coordinado y dirigido por Filiberto Chamorro y acompañada de otro magnífico compañero: Jhon Ardila. Aquí los audios los envío por WhatsApp así que todo es comodidad. Y por supuesto disfruto mucho preparando el contenido que mezcla asuntos de literatura infantil, cocina y tradición oral.  Por otro lado colaboro con Radio 5, en el programa La estación azul de los niños dirigido por Cristina Hermoso quien puso a mi disposición los estudios sevillanos de Radio Nacional  para que en un par de horas hiciéramos las grabaciones que se irían repartiendo durante todo el curso. 

Después de todo este pequeño recorrido vital, quiero aterrizar con las siguientes conclusiones autorreflexivas: Cuando cuento en la radio, en mi caso, necesito al menos haber relatado una vez antes la historia para tomar conciencia del tiempo real y exacto de duración. Cuando cuento en la radio,  necesito imaginar un público al que en ese momento le voy a contar la historia,  pienso en amigas, niños y niñas a quiénes sé con seguridad que tarde o temprano les pondrán esos cuentos. Cuando cuento en la radio, recuerdo que la voz es un pincel y la historia es una paleta de colores.  Cuando cuento en la radio, procuro abrazar con la voz, para que el lienzo esté arropado por un buen marco. 

Sin embargo el pincel no lo muevo yo. Es cada persona la que encuentra la manera en la que plasmar esos colores con mayor o menor precisión, con un trazo más o menos original, con desdén o con mesura. Por eso me pregunto qué cuadro resultará finalmente en el lienzo de la imaginación del oyente.  Tengo muchas familias que me dan luego sus impresiones al escucharme, así de vez en cuando puedo observar la obra resultante de nuestro encuentro artístico.  Quizás por eso tenga la radio esa magia, la misma que tiene el viento cuando mueve semillas, a través de las ondas,  llegando a tierras fértiles. Pintando tarde o temprano más árboles en el paisaje.

 

Alicia Bululù

 

Este artículo se publicó en el Boletín n.º 86 de AEDA – Voces de cuento en la distancia