A partir de los estudios de Walter Ong sobre la oralidad, se ha venido repitiendo que el arte oral es, por su propia naturaleza, efímero, mientras que el escrito tiene su razón de ser en la permanencia. Esta afirmación es consecuencia de una visión típica de nuestro entorno cultural, regido por la escritura. En la literatura, entre emisor y receptor median soportes (tradicionalmente, el papel, pero hoy día tenemos también soportes electrónicos) que permiten la fijación de textos que, sobre todo tras la llegada de la reproducción mecánica, tienden a persistir sin cambios. Esto permite la multiplicidad de copias de un mismo texto, que se pueden guardar o archivar sin necesidad de memorización. En este entorno, pues, el texto se crea una vez y se recibe una infinidad de veces. La filología es la disciplina se dedica al análisis crítico de los textos y para ello necesita estudiar una forma fija y, en el caso de encontrarse variantes, como ocurre en los estudios medievales por ejemplo, fijar la forma por medio de una edición crítica.

En la oratura, por el contrario, la comunicación es directa y presencial, y precisa, para la conservación de los mensajes, del uso constante de la memoria por parte tanto del emisor como del receptor. El arte oral sucede en un momento preciso y su duración está dictada por la palabra hablada. Cada vez que se produce una misma comunicación, la forma suele ser diferente; cada acto de habla es, por tanto, único e irreversible (los errores no se pueden corregir si no es emitiendo un nuevo mensaje). La cultura oral precisa no solo de la memoria, sino también de técnicas de recreación y de actuación para cada acto comunicativo, cuyos mensajes se caracterizan por su carácter espontáneo; de ahí que se produzcan estructuras sintácticamente sencillas y proteicas que se presentan en incesantes variantes. En este caso es difícil hablar de texto sin colocarle el adjetivo «efímero». Solo en ciertos casos los textos orales persisten sin cambios significativos, como ocurre en fórmulas fijas, refranes, oraciones, ensalmos, coplas y otras composiciones poéticas.

Sin embargo, el arte oral no es efímero; sus textos (resultado de una emisión oral) pueden serlo, pero existen otros elementos que van mucho más allá del texto. De hecho, la oratura, entendida no solo como el acervo de relatos tradicionales, sino también como el conjunto de reglas de recreación y transmisión, posee una historia mucho más larga que la literatura; hay, por ejemplo, relatos cuyos elementos han persistido en la tradición durante miles de años.

La folclorística se ha centrado precisamente en este tipo de estudios: por un lado, lo que permanece en la memoria de emisores y receptores: estructuras, motivos, reglas de creación y recreación, y, por otro, los contextos (culturales, sociales) que modulan cada momento comunicativo. Las leyes retóricas que se aplican en la oratura difieren de las literarias, donde interesa más el proceso creador y el discurso que el texto.

Juan José Prat Ferrer