La definición resulta útil para entender y trascender un concepto, en la medida en que los límites son necesarios para romperlos.

Por fortuna, definir no es solamente afirmar, sino también preguntar, dibujando así un espacio dentro del cual se mueven las ideas.

El artista se hace preguntas sobre su arte y el mundo, y paso a paso lo va definiendo. 

Los diccionarios nos ofrecen el disfrute del orden alfabético, de las etimologías, de las clases y los géneros. Y a mí me gustaría encontrar un diccionario para oler las palabras, levantarlas de su asiento, ver qué esconden, tocarlas y probar si son leves como hojas. Así que me pongo a oler, a levantar, a tocar y a soplar a las que tengo entre manos, y bajo sus traseros aparecen escondidas: arte, cuento, cultura, dinero, espacio, estética, expresión, memoria, movimiento, tiempo, trabajo, voz... Tres veces cuatro palabras que podrían ser, más o ser menos, engendradas por la ética en su búsqueda de la felicidad y la virtud, y por la profesión en su diario entrenamiento y su juego. 

Se rumorea que la ética profesional es un conjunto de normas de carácter moral aplicadas a una actividad laboral. Hemos intentado en repetidas ocasiones elaborar códigos deontológicos para la narración, con normas que a veces resultan exageradas hasta el paroxismo, cuando en realidad solo deberían ser guías, puntos de luz en el camino para personas que ya se hacen preguntas, que ya aplican criterios éticos y estéticos a su trabajo diario. 

El narrador oral profesional tiene que poder elegir si mirar o no al público, si utilizar luces o no, si andar con zapatos o descalzo, si bailar o acompañarse de un libro, si hacer callar o no a aquel que quiere hablar. Eso sí, debe contar una historia, resultar interesante y genuino, y, sobre todo, preguntarse si está contando una historia y si resulta interesante y genuino. 

Creo necesario el intercambio de conocimientos, la libertad de expresión, el respeto mutuo, los honorarios justos. En este último punto nos hemos quedado enganchados a menudo cuando hablamos de ética. El trabajo bien hecho, el celo, la disciplina, la creación, deberían llevar lógicamente a los honorarios justos, deberían estar educando al público, que a su vez debería estar sediento de espectáculos de calidad, narración y oralidad auténticos, lo cual a su vez debería estar exigiendo a los narradores celo, disciplina, creación, y aportarles honorarios justos... 

En mi diccionario olfatorio leo: «ética narratoria». El artista que ha escogido narrar sigue unas reglas de juego por las que debe hacer trampas con toda honestidad.

 

Patricia McGill