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Hablar sobre adolescentes y jóvenes en las bibliotecas es un tema que acaba siempre generándome un montón de preguntas, la mayoría sin respuesta. Vaya por delante que no puedo dar formulas milagrosas ni proporcionar un catálogo de actividades brillantes para que las bibliotecas se llenen de jóvenes.

Parece ser que el uso de la biblioteca por parte de este colectivo es la gran asignatura pendiente de las bibliotecas públicas y muchas veces pensamos en qué es lo que hacemos mal o por qué nos “abandonan” cuando cruzan el umbral de la adolescencia. Pues creo que es un ciclo natural, sin más. Y que tendríamos que relajarnos un poco. Pero que no se interprete  “relajar” con “pasar del tema”. Las bibliotecas como espacios públicos educativos son un lugar apropiado para acoger a adolescentes y jóvenes.

Supongo que estaréis de acuerdo conmigo que muchas veces el público adolescente y joven es el que más nos saca de quicio, nos altera, nos enfada y saca lo peor de nosotros mismos. Es así, a mí me ha pasado. Confieso que me he alterado, he chillado y he invitado a salir a muchos de ellos a la calle. Soy humana, creo.

Cuando abrimos las puertas de la Biblioteca de Trinitat Vella-José Barbero, en marzo de 2012, nos encontramos que la biblioteca era ocupada por grupos de jóvenes que venían a marcar el territorio y hacer un uso bastante inadecuado del espacio. Eso generó conflictos con los otros usuarios y, a su vez, que el personal de la biblioteca trabajara con malestar y tensión. La mayor parte de personas que trabajamos en bibliotecas no tenemos formación en mediación, gestión de conflictos, sociología de la adolescencia, etc. Gran parte de los ciudadanos asocia biblioteca a préstamo, tranquilidad, cultura, paz, silencio, etc. Al igual que también asociamos la adolescencia con una etapa de rebeldía y de liarla.

Os podéis imaginar que nuestros inicios no fueron nada fáciles. Si a esto le añadimos que nos encontramos en uno de los barrios de Barcelona con más inmigración, fracaso escolar, paro, familias desestructuras, etc., veremos que la bomba de relojería es aún mayor.

Siempre tengo presente a un usuario que venía día tras día a quejarse “de mis jóvenes” y del ruido y problemas que generaban. Recuerdo que su tono de voz era altísimo, chillaba. Me costó bastante hacerle entender que: uno, no eran de mi propiedad ni mis hijos; dos, abrir una biblioteca no significa que todo el mundo de repente tenga ganas de estudiar, leer o informarse; tres, que las bibliotecas son un reflejo del territorio donde se encuentran y precisamente el barrio donde estamos no es para nada silencioso. Los jóvenes que creaban problemas en la biblioteca también los generaban en otros espacios del barrio.

Ahora este señor ya me saluda e incluso me sonríe. Me costó unos tres años.

Desde Bibliotecas de Barcelona teníamos claro que el proyecto a llevar a cabo era (y es) un proyecto social y educativo y queríamos evitar al máximo las expulsiones. Queríamos que los jóvenes no dejaran de venir sino que vinieran con otro interés y actitud. Por eso se incorporó en el equipo, dos meses después de abrir, una educadora social que dedicó su primer año a resolver conflictos, generar vínculos de confianza y ayudarnos en la mediación de conflictos. Esa figura fue vital y lo sigue siendo.  

Una de las cosas que he aprendido durante estos casi cinco años de trabajo en esta biblioteca, es que debemos reconciliarnos con el adolescente que llevamos dentro. Estoy segura que la mayoría de nosotros tiene un recuerdo de su adolescencia muy particular, algunos hasta como una etapa que no queremos ni recordar. A mí ahora me parece una de las etapas más apasionantes de la vida y más difíciles de llevar por parte de los adultos. Un reto.

Creo que una de las cosas más importantes que debemos hacer desde las bibliotecas es preguntar qué quieren, qué buscan… y no desesperarnos cuando nos contesten: nada o no lo sé o hasta te digan que en la biblioteca vienen a pasar el rato con los amigos o a ligar. Los usuarios definen el uso de la biblioteca, nosotros debemos adaptarnos y procurar que todo el mundo encuentre su espacio, sus intereses, etc.

Seguramente con la gente mayor que también acude a la biblioteca a pasar el rato y hacer tertulia no nos planteamos ni la mitad de las cosas que nos planteamos con los adolescentes y jóvenes. Y estoy casi convencida que ni mucho menos pensamos en echarlos de la biblioteca cuando su tono de voz es increíblemente alto. Es una de esas preguntas sin repuestas (aunque yo tengo alguna) que comentaba al principio del artículo.

Durante los primeros años organizamos actividades y talleres que muchas veces nos hacían replantear si ésa era nuestra función y la biblioteca el sitio donde llevarlos a cabo. Nos generaron dudas y algunas frustraciones, pero a la vez empezamos a crear vínculos con los adolescentes y jóvenes que nos permitían poder ir trabajando de manera más fluida y abrir la biblioteca a otros usuarios que durante unos años habían quedado en segundo plano debido a la necesidad de resolver los conflictos con los jóvenes.

En la biblioteca hemos hecho de todo… Sí, de todo: hip hop, graffiti, conciertos, ajedrez, talleres de sexualidad, artes marciales, asesorías personalizadas… Algunas cosas han funcionado bien, otras no tanto. Desde hace tiempo ya no nos planteamos grandes objetivos sino que nuestra intención es poder dar repuesta a unas necesidades reales y tangibles a uno o varios jóvenes.

Cuando me invitan hablar sobre este trabajo que hacemos muchas veces es en jornadas dedicadas al fomento de la lectura. Y como es lógico me preguntan qué hago relacionado con la lectura y los jóvenes. Para empezar, creo que lo primero que hay que hacer es generar un buen vínculo, que sepan estar y que encuentren su espacio. Es básico que no vean la biblioteca solo como una extensión más del instituto (si es que estudian) o algo donde solo se va a estudiar y a leer. Que no se les quede la idea, como me pasó a mí de adolescente y por eso no pisé ninguna biblioteca pública más, que es un sitio aburrido, donde te riñen si hablas y donde te castigan cuando te portas mal. Creo que a partir de aquí todo es más fácil. Pero precisamente crear este vínculo es lo más difícil. Hay que tener ganas, saber escuchar, cierta flexibilidad y paciencia. ¿Estamos dispuestos a ello? Si decís que sí, luego vienen cosas maravillosas. Si decís que no, no pasa nada y además supongo que este artículo os parecerá hasta bucólico. No es para nada mi intención. Porque a nosotros nos queda mucho trabajo por hacer, muchos proyectos se quedan solo en ideas o algunos se quedan a mitad de camino. No ha sido fácil ni lo será, hemos invertido demasiada energía y eso nos ha hecho pensar en tirar la toalla muchísimas veces. Incluso hay días que te levantas y piensas: ojalá hoy no vengan…

Supongo que pensaréis que podemos hacer proyectos con adolescentes y jóvenes porque tenemos recursos económicos para hacerlos. Pues no. Somos una biblioteca de barrio con un presupuesto reducido para realizar actividades. Pero tenemos la suerte de trabajar con una extensa red de equipamientos y servicios que trabajan con y para jóvenes en el barrio. Con ellos colaboramos y muchas veces algunos de ellos son quienes ponen la dotación económica. Gracias a ellos hemos podido llevar a cabo proyectos que por nosotros mismos no hubiéramos podido. Son gente con vocación y ganas, eso se nota.

Para finalizar, me gustaría destacar una de esas cosas maravillosas que se generan con el vínculo. Después de cuatro años de funcionamiento pusimos en marcha un club de lectura joven. Ha sido una de las mejores cosas que nos han pasado, sobre todo porque hemos aprendido mucho. A veces los bibliotecarios pecamos de pensar que somos nosotros quienes tenemos que decir lo que deben leer y esto nos cierra un poco la capacidad de dejarnos sorprender. Nuestro club de lectura empezó un poco así pero ha terminado siendo una tertulia donde ellos (y nosotros) buscan material, navegan, curiosean y lo comparten con nosotros. Leemos poesía que corre por las redes y que a todos nos remueve. A los adultos también, ¡de verdad! Si no tenéis libros de poesía de Irene X, Marwan, Ana Elena Pena, Patricia Benito, Diego Ojeda… y muchos otros que vamos descubriendo, los deberías tener e invitar a los adolescentes y jóvenes a leer con vosotros. Este año queremos seguir descubriendo y compartiendo lecturas (de poesía o de lo que se tercie) y parece que ellos también quieren seguir, así que lo intentaremos de nuevo.

Un ejercicio para empezar sería levantaros de la silla y preguntar a los adolescentes y jóvenes, como están. Si la cara de sorpresa va seguida de una respuesta, podéis daros por recompensados. Y seguid, si queréis. Vale la pena. 

Emma Armengod

Este artículo pertenece al boletín n.º 46 – Jóvenes, literatura y lo que se tercie