Hemos ido varios veranos a Prioro, en la montaña leonesa, y razones no faltan. A simple vista todo el mundo que pase por allí puede apreciar que es un lugar precioso rodeado de rutas y senderos por los que perderse rodeado de bosques de robles, encinas y hayas.
El clima durante los meses de julio y agosto es bastante benigno porque escapas del calor asfixiante de la meseta castellana, aunque en invierno, cuando la nieve lo cubre todo, y el frío se mete en los huesos, uno puede imaginarse merodeando por las cercanías a los lobos, y a algún oso que desciende de la vecina Asturias.
Allí vive, durante buena parte del año, Juana Rodríguez, que nació en ese mismo lugar el 12 de febrero de 1936. Juana es, sin lugar a dudas, la principal razón de que volvamos a Prioro una y otra vez, porque, aunque no faltan allí otra voces que también nos llaman, para nosotros, Juana es la voz de ese rincón de la montaña leonesa.
Hemos compartido con ella muchas mañanas y tardes de cuentos, historias y romances. Y ella, siempre generosa, entre cuento y cuento nos ha contado buena parte de su vida, entretejiendo su propia memoria y emociones con las de la pobre Pajarina, el gallo Zapapico, la astuta Zorra o la desventurada Delgadina.
Como en el cuento de Policarpo, ella ha ido aceptando los reveses que le ha dado la vida siempre con una sonrisa puesta, o con un “bueno, pues luego veremos…” y, como en el cuento de Policarpo, los tropiezos se salvan, las dificultades se sortean y, al final, todo es para bien. No porque hay que resignarse y aceptar lo que viene, sino porque, con la ayuda de otros y por la propia astucia – y aquí hablamos de Juana – ella ha llegado a la madurez de su vida con una memoria espléndida y utilizando la narración y su propia capacidad de adaptarse (de reinventarse, ese termino tan de moda ahora), haciendo lo de siempre: cantar, atender sus tareas cotidianas y mirar al mundo cada día buscando lo mejor sin olvidar lo peor.
Cuando los narradores contamos, lo hacemos desde la tercera persona (aunque la usemos): contamos desde lo que somos y lo que hemos vivido. Por eso la vida de Juana y los cuentos de Juana, con su castellano viejo y su vida a las espaldas, te los comes como el queso curado: huelen fuerte y te dejan regusto en la boca.
Policarpo juega con la suerte y tiene fe en su destino, confía en que todo saldrá bien, incluso cuando todo está muy mal. Lo curioso es que pudiendo escapar, siempre vuelve, una y otra vez, al entorno conocido, como si fuera el único que le puede reconocer el éxito de su empresa, el reconocimiento de sí mismo.
Aquí os dejamos con Policarpo que… bueeno, podía haberse marchado con la música a otra parte a las primeras de cambio, pero que no lo hizo.
Policarpo (ATU 1535)
Narrado por Juana Rodríguez (1936), 25 de agosto de 2008
Os voy a contar un cuento, porque si no se hará tarde.
Bueno, esto era un señor del pueblo que tenía una vaca, y todos los días la echaba al coto. Y claro, pues el pueblo se enfadaba porque les comía las fincas, les comía todo.
Pues ya dicen:
–¡Policarpo, te vamos a matar la vaca!
–Bueno, pues matármela. Voy a vender el pellejo y saco mucho dinero.
Dice:
–¡Sí, mucho dinero vas a sacar!
Bueno, cogieron y le mataron la vaca. Marchó a vender el pellejo, y nadie se le quería comprar. Se le hizo de noche ya en un monte. Bueno, cogió y se tapó con el pellejo de la vaca; puso la carne para fuera, pues estaba todavía tierno, y cuando que estaba allí vienen a la carne, unos cuervos. Sacó las manos y agarró uno. Bueno, se quedó así. Estaba así cuando vienen unos ladrones a contar dinero.
Y dice:
–¿Cómo les haría yo marchar?
Y cogió y agarró al cuervo y apretó así (gesto) y el cuervo dice
–¡Guá! ¡guá!
Dicen:
–¡Ay somos cogidos!
Arrearon, dejaron el dinero y todo, marcharon corriendo y ¡ala!
Bueno, se hizo de día; cogió Policarpo, bajó, tiró el pellejo para allá entre los brezos y cogió todo el dinero. Y viene al pueblo y dice,
–Bah, ¿no decíais que eso? Me matasteis la vaca y ahora traigo tanto dinero, mirar.
Y dice uno:
–¡Vamos a matar las nuestras!
Bueno, pues cogieron y las mataron. Fueron al vender el pellejo y, ¡qué va!, nadie les quiso comprar. Nadie se lo quiso comprar; volvieron acobardados para casa.
Cuando ya le dicen:
–¡Policarpo! ¡Te vamos a quemar la casa!
–Bueno, ¡pues quemármela! Voy a vender el carbón y saco mucho dinero.
Dicen:
–Sí, mucho dinero vas a sacar.
Bueno, fueron y quemaron la casa. Fue a vender el carbón; nadie se lo quería comprar. Se le hizo de noche en un monte y cogió y se subió a un roble.
Dice:
–Bueno, aquí, con el carbón.
Estaba allí cuando, ¡bah!, vienen unos ladrones a contar dinero.
Entonces dice:
–¿Cómo les haría yo marchar?
Coñe, empezó a tirar carbón. Empezó a tirar carbón y dicen:
–¡Ay, ay! ¡Que somos cogidos!
Arrearon y dejaron todo. Se levantó él, cogió el carbón y volvió para el pueblo.
Y dice:
–¿Veis? Ya traje todo el dinero.
Y dicen:
–Vamos a quemar las nuestras.
Bueno, fueron y las quemaron. Fueron a vender carbón y nadie se lo quiso comprar. Bueno, cuando ya vuelven, dicen:
–¡Policarpo te vamos a matar!
–¡Bueeeno, pues matarme!
Bueno, la cosa fue que un día ya quedaron en matarle. Y le cogieron y le metieron en un saco, y le colgaron de la cadena del esquilón, a la puerta de la iglesia. Y habían ido con palos y todo eso, preparados para matarle. Con que ya estaban en eso cuando empezó a vocear:
–¡Ay, ay, ay, ay, ay!
Bueno, pasó por allí, por aquella carretera pues, un oilero, de esos que andaban vendiendo oilo y todas esas cosas. Y al oír que el otro decía:
–Ay, ay, ay.
–¿Qué te pasa, hombre, qué te pasa?
–¿Qué me va a pasar? Que me quieren casar con la hija del rey y yo no quiero.
–¡Hombre, la gana que tengo yo de casarme!
Y dice,
–Bueno, pues mira, métete aquí, que yo cojo el caballo y eso, y marcho.
Cogió eso y se dio a la fuga, marchó.
Cuando salen de la iglesia se enredaron a palos y a trompazos con él.
Y él decía:
–¡Que yo no soy Policarpo! ¡Que yo no soy Policarpo!
–¡Pues si no eres Policarpo, a Policarpo metimos aquí!
Le mataron y le tiraron a un pozo, y hacía así (gesto con los brazos) porque no estaba del todo muerto, hacía así.
Bueno, la cosa fue que Policarpo, al cabo de cierto tiempo, volvió por allí, por el pueblo:
¡Oilo, pimiento, jabón!
¿no me conocéis?
¡Oilo, pimiento, jabón!
¿no me conocéis?
Y como que ya dice:
–¡Si es Policarpo!
Dice,
–Sí, soy Policarpo, sí. Me matasteis, me tirasteis al pozo; os llamaba porque de allí saqué todo esto. De allí saqué todo esto, sí.
Y dice,
–Y no quisisteis [venir].
Y ya unos cuantos se tiraron al pozo y se ahogaron, y Policarpo sacó suelas y… si te vi no me acuerdo.
José Manuel de Prada-Samper y Helena Cuesta