Del latín computator, -oris, las dos primeras acepciones del Diccionario de la lengua española de la Academia (vid. DRAE) definen «contador» como 'que cuenta' y como 'novelero, hablador', ambas como adjetivo, aunque con uso habitual también de sustantivo
Sabido es que las manifestaciones literarias pueden transmitirse por vía oral y por vía escrita. En el primero de los casos, es una vía popular; en el segundo, culta. Aunque la enseñanza de la literatura suele explicar las manifestaciones cultas de la misma, las manifestaciones literarias populares son más antiguas y numerosas, siendo –en ocasiones– la base de las creaciones cultas de algunos escritores: en la literatura española hay momentos, como la Edad de Oro, en que grandes autores (Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina) hicieron uso de ese caudal de literatura popular que está vivo en la oralidad del pueblo, incluyendo determinadas canciones en alguna de sus obras. Esa es la literatura que, durante muchos siglos, transmitieron –logrando que permaneciera viva– los «contadores».
La cultura de la oralidad ha cambiado radicalmente en sus formas de comunicación. Desde hace siglos (de las cuevas prehistóricas a los hogares anteriores a la irrupción de la televisión), en muchas familias se contaban leyendas y cuentos, romances e historias de amor. Cuando se produjo el tránsito del latín a las lenguas romances como lenguas habladas, se siguió escribiendo en el latín clásico, que solo era entendido por clérigos y nobles. Luego, cuando las lenguas romances sustituyeron al latín también como lengua escrita, la mayor parte de las historias se seguían transmitiendo oralmente, de boca a oído, porque la mayoría de la gente no sabía leer y porque lo que se escribía se hacía «manuscritamente», es decir, a mano, libro a libro, al no existir un procedimiento que permitiera reproducir los escritos en serie, algo que se subsanaría con la invención de la imprenta, pero ya a mediados del siglo XV; en esos momentos el «contador» seguía siendo el eslabón necesario que mantenía viva la literatura popular: era la memoria de la colectividad.
La memoria, en sí misma, es un relato, pues contiene una versión y una interpretación de lo que le ha sucedido a alguien; de algún modo, la memoria es literatura o, cuando menos, una fuente de literatura. La memoria ha hecho posible que los pueblos hayan podido conservar sus vivencias, acontecimientos, emociones, recuerdos, costumbres, triunfos, derrotas o sueños desde hace cientos y cientos de años, siendo relatados de generación en generación por «contadores», los principales transmisores del gran caudal de literatura oral, en condiciones de igualdad con el receptor en su proceso de comunicación, ya que, a diferencia de la literatura escrita, emisor y destinatario («contador» y público) están presentes en el acto de la comunicación literaria, teniendo el destinatario, además, una importante participación en el proceso de perpetuación de la obra (cambiando, añadiendo o suprimiendo elementos).
Pedro C. Cerrillo