Dícese del hecho o acción que se da en el narrador cuando logra conjugar armoniosamente todos los elementos que intervienen en el arte de la narración oral.

En el arte de la narración oral, como narradores sentimos el cuento cuando logramos conjugar armoniosamente todos los elementos que intervienen en dicho arte. Básicamente, estaríamos hablando del narrador, el cuento y el oyente. Pero, si nos centramos en el narrador, los elementos que tendremos que conjugar son: haber elegido la historia desde el corazón, esto es, por lo que en ella encontramos de nosotros mismos, y tener la imperiosa necesidad de contarla a alguien. Haber pensado, reflexionado, comparado, ponderado, estructurado, jugado hasta encontrar la forma de contar esa historia, de contársela a alguien, a ese sin el que no podríamos existir. Y entonces, en un acto de amor, poner lo mejor de nosotros mismos para encontrar la mejor intención, el ritmo más adecuado, la cadencia más propicia que esa historia, cuando habite nuestra boca, pueda tener. Todo ello para encontrarnos con un público, en un entorno propicio, con el que consigamos empatizar. Y que en ese momento nuestras palabras no surjan de una memoria mecánica sino desde el recuerdo, con toda su carga emotiva, para recrear las imágenes que esa historia nos regala, teniendo presente que los «efectos especiales» o los añadidos artificiales no pueden remplazar una buena trama. Y entonces, cuando todo fluye, confluye y vibra en un acorde maestro podemos, como narradores, sentir el cuento. Pero esto no es fácil, no se da con la frecuencia que nos gustaría porque narrar es un arte y el arte es así, así de intangible, de orgánico, de emocional, de humano y de divino.

 

Martha Escudero