La presencia de la narración oral en la escuela es múltiple y variada: quienes han hecho de este arte su oficio visitan nuestros colegios e institutos mostrando sus espectáculos, que constituyen siempre una ocasión especial y un tanto festiva, merecedora de una cuidada preparación y la mejor de las acogidas; en ocasiones, creando y dinamizando grupos de madres y padres interesados en el tema y otras veces colaborando en la formación de maestras y maestros y paliando así un déficit notable de los planes de estudios. También conocemos experiencias en las que se incorpora a la práctica educativa por parte del profesorado, ya sea en primera persona, con la colaboración de las familias o de ambas maneras.

Las historias contadas de viva voz enseñan, emocionan y entretienen, los relatos compartidos conectan a las personas entre sí y con el devenir de la especie a lo largo de su existencia. Contar sin más artificio que la voz, el gesto y la mirada constituye una experiencia imprescindible para entender la dimensión humana de las palabras y de las ideas. No necesitamos buscar ninguna otra finalidad más o menos afín a la pedagogía para justificar su inclusión en la vida de la escuela.

En el ámbito escolar la narración oral es además un lugar de encuentro de la literatura y la oralidad, las emociones y los sentimientos, la imaginación y el conocimiento, el lenguaje corporal y las habilidades sociales, una encrucijada que provoca cierta confusión y conduce acaso a desnaturalizar la actividad: no se trata de contar para animar a leer, para educar en valores, para hacer campañas de salud bucodental o de educación vial, para dar a conocer los objetivos del milenio o celebrar todo tipo de efemérides, todas ellas intenciones muy loables que podrán perseguirse con otros medios, pero que condicionan e incluso pervierten el hecho narrativo hasta hacerlo desaparecer. La narración tiene sus propias intenciones: conservar la memoria colectiva, hacer catarsis de nuestro espíritu, ayudarnos a crecer y formar el pensamiento, recrear la vida o compartir un rato entretenido podrían ser algunas de ellas.

Contar cuentos en la escuela proporciona una ocasión estupenda para sucumbir al poder de evocación de la palabra dicha y escuchar el eco que deja en nosotros, para disfrutar también del silencio necesario que da sentido a lo que se cuenta. Para ello se necesitan unas condiciones que garanticen una buena singladura: una sala tranquila, un auditorio poco numeroso y bien acomodado que permita cierta intimidad, un repertorio adecuado y la complicidad necesaria para que cada quien pueda completar en su fantasía las imágenes que transmite la historia.

La narración oral tiene en sí misma una gran riqueza educativa y conviene liberarla de toda esclavitud, para que pueda surtir todo su efecto beneficioso en la juventud y en la infancia, en sus familias, en el profesorado y en el resto de profesionales que habitan la escuela o acuden a ella de vez en cuando.

 

Pepe Ávalos