Estética proviene del griego αἰσθητική [aisthetikê], que significa ‘sensación’, ‘percepción’. La Real Academia de la Lengua la define del siguiente modo: 

1 adj. Perteneciente o relativo a la estética.
2 adj. Perteneciente o relativo a la percepción o apreciación de la belleza.
3 adj. Artístico, de aspecto bello y elegante.
4 f. Ciencia que trata de la belleza y de la teoría fundamental y filosófica del arte.
5 f. Conjunto de elementos estilísticos y temáticos que caracterizan a un determinado autor o movimiento artístico.
6 f. Armonía y apariencia agradable a la vista, que tiene alguien o algo desde el punto de vista de la belleza.

Entendiendo que «estética» es la percepción y el aprecio de la belleza, que es lo artístico, lo bello, lo agradable, podemos afirmar que todo en el narrar es susceptible de albergar belleza y, por tanto, que hay una estética de la narración. 

Antes de nada, pero no por ser más ni menos, sino por ocurrir en primer lugar, hay una estética en el momento, en el conjunto de personas reunidas, en el dónde y cómo, y hasta en el porqué. La hay en ese humano y feliz momento en que nos miramos, nos contamos, nos escuchamos. La belleza puede habitar en mil y un recovecos de cada una de las infinitas ocasiones, únicas e irrepetibles todas ellas, en las que en cualquier lugar del mundo se comienza a narrar y a escuchar una historia. 

Hay estética en la escucha, en la decisión de escuchar, de prestar oídos a otro, de hacer un hueco en la vida y en el alma para recibir una historia narrada. La belleza habita en esa voluntad de escucha, en las miradas y gestos de los escuchantes, en su actitud, en su estar. Y, por supuesto, vive en el deseo de contar, de compartir una historia, de poner voz a un relato que nos acompaña, para que también viva en otro. 

Hay belleza en quien narra y en cómo narra. En el modo de contar se encuentra el estilo de cada narrador: su estética. Crearla es el trabajo y el compromiso de todo contador de historias. Será propia y única o debería serlo, le caracteriza y define, lo distingue y diferencia. 

Cada herramienta puesta en juego al contar una historia da forma a la estética del narrador: en la voz la percibimos en su timbre, sus matices, entonaciones, modulaciones, en sus giros, saltos, piruetas, en su capacidad de conmover, de transmitir; la hallamos en los silencios, en la mirada, en el gesto, en el movimiento y en la quietud, en el uso del espacio, en la presencia. 

Lo que se cuenta, y cómo se cuenta conforma una estética: el lenguaje empleado, las combinaciones de palabras y conceptos, el fondo y sentido de un relato; la concepción de un espectáculo, cómo y con qué está creado.

En el recuerdo que deja una historia, en la huella, y sí, también en el olvido, habita la belleza.

 

Cristina Temprano