Como sabemos, la palabra, tanto oral como escrita, tiene un poder evocador. Si designamos un objeto, por ejemplo, inmediatamente se crea el objeto en la fantasía. Como por arte de magia, no es el objeto mismo, pero es la ilusión del objeto y allí está, indiscutiblemente está. Es más, creo que, si contáramos el tiempo que pasamos cada día en nuestras realidades imaginarias, nos sorprenderíamos.

Los cuentos están construidos con palabras. Son grandes edificios o artificios de vocablos con arquitecturas más o menos complicadas, según el caso, pero siempre delicadas, como castillos de naipes, que al menor soplido se derrumba. Están hechos con ese material tan frágil que se llama ilusión, fantasía, quimera...

Los cuentos tradicionales usan sus propias palabras mágicas, su «ábrete sésamo» que abre las puertas del ensueño, de la imaginería, y crea ese acuerdo tácito entre el narrador y el lector o el oyente, para entrar en esa otra realidad mágica que se crea entre los dos y que en ese momento es la única real. Tienen además su puerta de salida con otras palabras mágicas que aún hoy en muchos casos seguimos usando, esencialmente con la infancia. Las y los niños conocen muy bien esas dos puertas sin lugar a confusión.

Los cuentos contemporáneos también crean ese pacto que abre la cueva de los ladrones pero desde otro lado, quizás lo hace desde el reconocimiento de que estamos entrando en un cuento empujados por el volumen de placer que nos produce el hacerlo. No necesita del «ábrete sésamo».

En la prestidigitación también existen palabras mágicas para que ocurra la magia y un acuerdo: «ahora lo imposible va a hacerse posible», nuestros sueños se van a convertir en realidad y, de hecho, los sueños se convierten en realidad, en ese preciso momento y en el lugar en donde estamos. Las personas magas engañan al público, pero de otra manera que la gente que relata cuentos. No es que digan mentiras, es que hacen creer que lo imposible es posible y lo hacen en la realidad, en nuestro espacio y tiempo real. Valiéndose de sus artes ocurren milagros, es decir, magia.

La gente que cuenta es mentirosa, con sus artes mágicas nos hace vivir la ilusión momentánea de que lo que narra es realidad, mientras dura el cuento, pero no ocurre en el aquí y ahora, es decir, en el espacio tiempo de la realidad. Nos hace entrar en otro espacio tiempo que es el de los cuentos, el de los sueños, el de la fantasía.

Los cuentos abren las puertas del imaginario, que escapa de la realidad misma, juegan con ella, la desarman, la rearman, la sobrepasan a su libre albedrío, y, sin embargo, es la verdad del narrador o narradora oral, o de quien escribe, y la verosimilitud de lo que cuenta lo que sostiene erguido ese castillo, pues, si surgiera una duda o desconfianza, inmediatamente se derrumbaría todo, se rompería el milagro, la ilusión, la magia.

¿Qué es lo que hace que esto ocurra? O, mejor aún, ¿cómo evitar que ocurra?, ¿cómo hacer para que en la construcción no surjan ni baches ni huecos que la destruyan?, ¿cómo hacer para que se mantenga la magia que nos envuelve y nos paraliza allí, para poder seguir escuchando y construyendo, de modo que, a medida que avanza la historia, crezca su firmeza?

 

Mercedes Carrión