Hay sesiones que se plantean realmente difíciles, a veces porque la sesión está poco rodada y los nervios se apoderan de ti, a veces porque el público pensaba que iba a ver un espectáculo de magia y resulta que estás tú ahí con tus cuentos y sin chistera, a veces porque tus pensamientos están muy lejos de donde te encuentras, por otras muchas circunstancias, y entonces vas «sufriendo» la sesión sin llegar a entregarte al cien por cien a las historias o al público. Pero hay otras sesiones –qué sesiones–, en las que te hacen volar, en las que las palabras van saliendo de tu boca construyendo las historias –que has podido contar cien veces– como si fuera la primera vez que las cuentas, porque se van creando casi en el momento con el público asistente, con lo que las personas que tienes delante de ti te van dando.
Y es que considero que las narradoras y narradores orales existimos gracias al público al que contamos, y con el que crecemos tanto con todo lo que nos regalan.
Cuando tengo ocasión de recibir o ver al público antes de comenzar la sesión, de cruzar alguna palabra, mirada, ya voy buscando la complicidad, percibiendo cómo están, cómo llegan, esto me ayuda a estar ya con ellos, a sentirles, antes de comenzar la sesión.
Una vez me ocurrió que contando una historia de violencia hacia una mujer, llegó un momento de la historia en que me encontré con la mirada de una persona y sentí que me estaba dando las gracias por verbalizar todo lo que ella estaba sintiendo, y en ese momento me estremecí como nunca con esa historia e hizo que esta creciera.
Y en mi caso, que cuento con mi compañero Manuel, la complicidad en las sesiones no solo se tiene que establecer con el público, sino también con él. Y esta complicidad significa estar abierta a lo que el público te da, o te pide, y también con la escucha atenta hacia tu compañero, a su mirada, a su palabra, para saber recoger los regalos que te hace o para saber qué le pasa o qué necesita, y poder servirle de apoyo. Es un trabajo más difícil porque tienes que ponerte de acuerdo en muchas cosas, es un acto de generosidad casi continuo, de muchas horas de estar juntos para conocernos, aceptarnos, ser cómplices en lo que vamos a hacer. Pero todo esto hace que el acto de contar sea para mí más enriquecedor y satisfactorio.