Narradora o narrador contratado como trabajador fijo por algún organismo público o privado, para contar cuentos. En museos, por ejemplo, para contar la historia local o de las piezas del museo; en bibliotecas, generalmente para fomentar el interés por el libro y la lectura utilizando la narración oral de cuentos como recurso, etc.
El narrador/a, después de pasar un concurso, entra a formar parte de la plantilla de trabajadores laborales, fijos, con todos sus derechos y obligaciones (sueldo mensual según categoría predeterminada, seguridad social, número de horas de trabajo anual, etc.).
Se le asignan lugares en la institución o localidad para realizar las sesiones, así como el número de sesiones, frecuencia, horarios, duración, edad de los usuarios, presupuesto asignado...
El narrador de plantilla suele disponer de un lugar de elaboración y ensayo. Entre sus tareas suele realizar una evaluación anual; una investigación de fondos de bibliotecas de la localidad, tradición oral, etc., y suele participar en el diseño y planificación de la programación del siguiente curso o ciclo. Estas tareas pueden variar según los resultados electorales (en caso de entidades públicas) o según nuevas líneas de acción (en caso de entidades privadas).
Puede ocurrir que el público asistente reincida de una semana a otra en un 65% (por ejemplo, en bibliotecas), lo cual origina la necesidad de incorporar nuevo repertorio continuamente. Debido a esto no hay tiempo para profundizar en los cuentos, ni en los recursos, ni hacerlos crecer con la repetición. Es como una carrera de saltos de vallas, no has terminado de saltar una y ya está la siguiente esperando.
Pero como toda moneda tiene dos caras, esta tarea continua ayuda a que se adquiera un amplio conocimiento bibliográfico, de estructuras narrativas y orales, del yo narrador, etc., que permiten elaborar sesiones eficaces en muy poco tiempo.
Pero lo más hermoso es cuando la persona que narra se convierte en parte de la localidad. Es el tiempo lo que nos permite conocernos profundamente (como los viejos cuenteros en sus comarcas) y es el conocimiento lo que regala verdaderas complicidades, sin artificios, en las sesiones. Entonces, todo fluye y los señuelos que lanza el narrador o narradora se recogen al vuelo y la respuesta del usuario no se hace esperar. Esta respuesta, a su vez, se convierte en nuevo señuelo, que recoge el narrador... Un juego en un juego infinito que crece como, al rodar, una bola de nieve.
Entonces, percibimos que los cuentos o más bien los personajes, o el personaje de quien narra (si usa personaje o se va convirtiendo en él... ), han empezado a trascender del espacio acotado para la sesión y van ocupando territorios mayores, como la biblioteca misma. Pero lo más hermoso de ver es cuando escapan fuera y toman la localidad entera. Entonces ese lugar se convierte en un lugar de cuento en donde ocurren cosas de cuento, una ciudad creada entre todos.
El público infantil, aunque a partir de una edad reconoce perfectamente cuáles son las fronteras entre la ficción y la realidad, y el adulto que aún mantiene algo de ese niño o niña que fue, es muy propicio a entrar en estos juegos.