Según el DRAE: 'Inquietud, aflicción y congoja del ánimo, que no deja sosegar, o por el riesgo que amenaza, o por el mal que ya se padece'.

Un narrador puede sentir zozobra en un gran número de situaciones. Un relato o una sesión de cuentos puede zozobrar por factores de lo más diversos. Podemos hablar de dos tipos de zozobra en el ámbito de la narración:

Zozobra endógena: motivada por factores asociados la persona que va a llevar a cabo la sesión de cuentos.

Cuando no tenemos bien preparada la sesión o no la hemos ensayado lo suficiente (bien porque es un encargo, porque nos ha pillado el toro, los cuentos no nos convencen pero es una campaña y no están los tiempos para rechazar trabajos...).

Cuando el narrador sitúa su propio ego en la cúspide de los elementos que conformarán la sesión, incluidas las historias que va a contar.

Cuando por falta de experiencia o simplemente porque errare humanum est, la sesión preparada por el narrador no resulta adecuada para un público concreto (sesiones con adolescentes, con abuelos, con presidiarios, en tabernas portuarias…).

Aquello que de manera general recibe el nombre de «tener un mal día». Encontrarse mal, problemas en la voz, alteraciones emocionales, intestinales…

Por exceso de confianza: hace tiempo que no contamos una sesión concreta, pero lo hemos hecho tantas veces que no es necesario repasarla. Claro que no… o sí.

Zozobra exógena: motivada por las condiciones externas que dificultan el correcto desarrollo de una sesión de cuentos y que son ajenas a la voluntad, capacidad y al trabajo de preparación del narrador. Afectan tanto al narrador como al público, pero la sensación de zozobra se experimenta de manera diferente dependiendo de si el lugar que se ocupa está encima o frente al escenario.

El lugar no es adecuado.

No se escucha bien.

Hay demasiado público (o demasiado poco, o en condiciones que no les permiten la mínima concentración).

Se hizo una mala convocatoria, que hace que el público espere otra cosa: «Yo pensaba que eran monólogos de humor, y no me he reído nada».

etc.

Para un narrador la posibilidad de zozobrar está siempre presente y por tanto constituye uno de sus mayores temores, lo que hace que su actitud durante una sesión sea de atención y escucha (no debemos olvidar que en la narración oral existe una permanente comunicación entre narrador y público). Ese estado de tensión, ese temor, puede, sin embargo, resultar positivo porque convierte una buena sesión de cuentos en algo dinámico y un poco imprevisible, lo que contribuye a que nunca sea igual y a la vez obliga al narrador a no confiarse, a sacar partido de las dificultades y a amoldase a las circunstancias, evitando de este modo caer en el apoltronamiento.

 

Alberto Sebastián