Según el diccionario de la RAE, «armonía» significa 'amistad y buena correspondencia'.

Si hablamos de la armonía en la narración oral, podremos decir que narrar historias es un acto de amistad. Amistad en torno a la que se congregan no solo quien narra y quienes escuchan, sino también la propia historia que se cuenta y la manera en que se hace.

Todo comienza cuando el sujeto que narra busca la historia. Elige aquella que le despierte el deseo de contar, una historia que conecte con su propio sentir y pensar. Hallarla es como encontrar una amiga, alguien con quien sentirse a gusto. Es necesario sentir afinidad con la historia. Si nos llevamos mal con ella, difícilmente podremos defenderla ante nadie. Tendremos que mentir. Y ya sabemos que, aunque los cuentos son en su mayoría invenciones y fantasías, las palabras y la intención que salen de la boca del narrador han de ser veraces. Esta amistad, como todas, se sostiene sobre la sinceridad. Amistad que cala hondo cuando el narrador pone voz a la historia, pone su voz en la historia. Llega a conocerla a fondo y sintoniza con ella. Intuye y siente de qué modo la hará llegar mejor a su destino, la mima. Busca las palabras y los gestos, el ritmo y las pausas, cuida el sonido. Elije el momento y la situación adecuados y crea el ambiente idóneo. El narrador competente también se conoce a sí mismo, sus registros y su propio estilo. Tiene sus propias palabras, sus propias razones y reconoce de qué modo la historia se hace sitio en su bagaje. Con estos materiales debe construir su relato, no con materiales ajenos, sino con aquellos que sean coherentes con su propia identidad. De este modo, tanto el cuento como el cuentista se encontrarán a gusto, habrá armonía en la narración. La narración oral no es teatro o fingimiento, es, recordémoslo, un acto sincero.

El público también forma parte de esta compañía. También con él hay que llegar a un buen entendimiento. Y eso es responsabilidad del anfitrión del encuentro, es decir, del narrador. El buen contador de historias mira al público y sabe verlo, sabe percibir qué desea y cómo comunicar mejor, busca la empatía. El buen contador de historias se hace amigo de quienes le escuchan, se granjea su confianza. Actúa en armonía con su auditorio: cuenta con él, no se pelea. Y, sobre todo, sabe elegir la historia propicia en el momento oportuno, como si fuera un regalo.

Una vez reunidos estos amigos (narrador, historia y público), llega el momento feliz de celebrarlo. Llega el momento de narrar y escuchar el cuento. El narrador devana la historia que se tiende como un hilo entre quien habla y quienes escuchan. A través del relato se conectan las emociones, las sensaciones y las imágenes en una experiencia común y un tiempo compartido, que son un acto de amistad, un mágico momento de armonía.

 

Susana Fú