Da gusto poder escribir sobre esta palabra y poder despacharme a gusto, aun con temor a que el lector se disguste por tal vez no haberlo hecho a su gusto. Allá voy:

Al gusto del narrador

Siempre he dicho que los narradores orales debemos contar aquello que nos gusta, que nos agrada, que nos provoca algo. Esa historia que te provoca el flechazo instantáneo y que, por supuesto, objetivamente hablando, es una buena historia. De lo contrario, si lo hacemos a disgusto, con historias que copiamos o que nos impone el tema de esas sesiones cautivas que todos conocemos, no nos sentiremos cómodos con un traje que no es el nuestro. Probablemente no habremos dado gusto ni al que escucha ni a nosotros mismos. Narrar al gusto de otro no denota buen gusto.

Una vez elegida por gusto esa historia ácida, amarga, dulce, salada o sabrosa que gustaremos de narrar, empieza para mí un trabajo sobre la mesa de la cocina en el que la historia y el narrador se sientan a gusto, se sienten a gusto, se acomodan. Un tiempo que se puede dilatar por el simple placer que provoca la creación. Diseccionar el texto, encontrar el ritmo de la historia en la voz del narrador, crear imágenes, dejarse llevar… En fin, un gusto.

El paso siguiente para mí es oralizar en público la historia, compartirla, dar a probar el sabor de la misma a un grupo de personas con gustos diferentes. Llegados a este punto, si la historia y tu creación funcionan, es un auténtico placer experimentar el goce y disfrute del que escucha. Hasta el punto de que la historia emborracha al narrador. Aparecen imágenes y palabras que solo en ese estado de embriaguez y placer pueden surgir a gusto.

Un público a gusto

Me encanta que me den gusto. Y cuando escucho una historia contada, más. Mi ser de persona que escucha está hecho de esa necesidad de experimentar deleite con lo que me están contando. El placer de escuchar, el gusto de emocionarme, son necesidades básicas cuando escucho. Y cuando esto no se produce, me supone un disgusto. 

Me disgusta cuando el narrador no escucha al público, cuando la historia es un traje cortado para otro, cuando el espacio o las condiciones para escuchar y para trabajar el narrador no son las adecuadas para ello. Me llena de gozo todo lo contrario, cuando el traje de la historia me sienta bien, cuando siento que me estoy emborrachando con el que narra.

Y, dicho esto, quisiera pedir disculpas si al lector no le gustó esta entrada, si no pude darle gusto o si, por breve, no consiguió cogerle el gusto. Yo debo reconocer que le encontré el gusto a la palabra, que le cogí el gusto y disfruté.

Con mucho gusto.

 

Manuel Castaño