Un huésped caprichoso

La razón ultima por la que contamos a los demás una historia es buscando su felicidad. No creo que haya una razón de más peso para contársela. Hay otras: que les enseñen a ser generosos, a amar la naturaleza y a los animales, a confiar en los que quieren, a no tener miedo. Pero lo esencial es que les haga felices escuchar lo que les contamos. Si no ¿para qué lo haríamos? Y es verdad que al entrar en este mundo de los cuentos corremos el riesgo de caer en la puerilidad, pues suelen estar llenos de disparates y de sucesos que desafían nuestra razón. Pero ¿qué es ser pueril? Somos pueriles cuando jugamos con un niño pequeño o cuando paseamos con un perro. Somos pueriles cuando amamos a alguien, cuando nos arreglamos para ir a una fiesta o cuando bailamos, y lo seremos definitivamente cuando nos hagamos ancianos. Don Quijote es pueril, y muchos personajes de Kafka también lo son. Incluso me atrevería a decir que la lectura es un acto pueril, ya que nos instala en el mundo de la irrealidad. En ese caso, ¿por qué habría de ser mala? La puerilidad no se confunde con la niñería. Tenemos vidas reales pero nos enamoramos de vidas irreales. 

El escritor japonés Haruki Murakami cuenta en uno de sus libros que los chinos enterraban en el umbral de las puertas de sus ciudades huesos de antiguos guerreros y sacrificaban perros para que su sangre los vivificara y así pudieran defender mejor sus accesos. Las puertas comunican los distintos mundos, y esa es la función de la narración. En cierta forma los relatos tienen algo de sagrado, pues su función es vincular mundos que la razón separa: el mundo de los vivos y el de los muertos, el de los adultos y el de los niños, el de los hombres y el de los animales, el de lo divino y el de lo humano… Y es el alma, nuestra alma, quien realiza esos viajes. Los verdaderos cuentos guardan la memoria de esas andanzas del alma. El emperador Adriano dijo que era un huésped caprichoso. Contamos historias para que esa «pequeña alma vagabunda y dulce» siga a nuestro lado en el mundo. O, mejor dicho, los cuentos son la prueba de que sigue aquí. Cuando el mundo deja de contarnos cosas, es porque nuestro huésped se ha ido…

 

Gustavo Martín Garzo