El final es un desenlace, es el momento en que deja de suceder algo.
El final de un cuento es comparable al final de cualquier cosa, habría que saber terminar las historias a tiempo, no alargarlas demasiado porque se puede caer en el error de que la historia pierda todo su sentido, pero tampoco precipitarlo porque se corre el riesgo de estropear la historia en su mejor momento, se corre el riesgo de perder su esencia, se corre el riesgo…
Pero correr el riesgo forma parte de cada historia y muchas veces un final inesperado también puede ser bienvenido, igual que un principio inesperado, todo depende de la propia historia, de cómo se cuente y de quién la cuente. Cada final es un mundo y de los finales se aprende siempre.
El final te invita a la reflexión porque esconde un poco de cada parte del cuento y te permite ver el objetivo, el porqué. Pero cada uno percibe el final de forma diferente, cada uno intenta recibir de un final aquello que necesita en su momento vital y eso es lo que quizá te permita disfrutar de otras historias, emprender otros viajes de reflexión para encontrar sensaciones diferentes.
Guillermo Samperio, en su artículo «Para dar en el blanco: la tensión en el cuento moderno», plantea los siguientes tipos de finales:
Final natural: es el que está ligado a la línea del argumento, no sorpresivo, sino lógico, consecuente.
Final abierto: se presentan al lector no más de cuatro o cinco expectativas con sus posibles soluciones.
Final ambiguo: se coloca entre dos extremos, plantea al lector dos alternativas de solución entre las que tendrá que elegir.
Final contundente, es el que se encuentra en la última frase del cuento.
Final sorpresivo, inesperado: este rebasa todas las expectativas que el lector fue contemplando hasta el momento del clímax.
Final flotante: se basa en sobreentendidos, solo que el lector tiene pistas claras, sugerencias que le ayuden a definirlo.
Final detonante: donde el cuentista se desahoga por completo, como si quisiera cerrar el cuento con una expresión catártica.
El final puede redondear la historia y darle más sabor o dejarla insípida. El sabor del final queda escondido en el paladar de la emoción, una emoción que hace latir al público al mismo tiempo, aun cuando cada uno lo perciba de forma diferente.
Terminar una vida, un amor, una etapa, un cuento… es parte de un proceso que te abre paso a querer sentir un nuevo principio.