Ocultar también puede ser una manera de mostrar. Dice Junichiro Tanizaki, en su Elogio de la sombra, que mientras que en Occidente alumbramos lo que consideramos importante y queremos que todos vean, en Oriente se ensombrece, se oculta, lo que se quiere mostrar. La piedra más preciada en Occidente es el brillante, la piedra más preciada en Oriente es el jade, una piedra que no brilla. La costumbre del velo, en origen, tenía como objetivo semimostrar lo bello para que la imaginación deseara ardientemente desvelar lo que no se le mostraba. Como los cuentos que se cuentan en Occidente provienen de Oriente –la primera fuente escrita parece ser el Panchatantra, escrito en sánscrito en el siglo III a. de C., véase María Jesús Lacarra, Cuentística medieval en España–, cabe suponer que en nuestros cuentos lo que se quiere mostrar se esconde.

Y así es, los significados más profundos de los cuentos populares permanecen ocultos por la maraña de los años y de los siglos que llevan contándose y contándose. Y ello es así a juzgar por la de ministros y consejeros de educación que no son capaces de ver tras el velo de los cuentos y se empeñan en afirmar que transmiten valores machistas o xenófobos... sin darse cuenta de que los cuentos, como las bellezas de Oriente, hay que desvelarlos porque su significado subyace a la apariencia.

Dice el formalista ruso Vladimir Propp, en su libro Raíces históricas del cuento, que La Muchacha Escondida en la Torre es un motivo folclórico que hunde sus raíces en épocas muy antiguas en las que se ocultaba a los soberanos para protegerlos de los espíritus o de las malas influencias. Y que por ello la Rapunzel y toda su estirpe de mujeres escondidas en torres (en Murcia tenemos a Lucerito y en La Mancha a Arbolica del Arbolar) son diosas o reinas ocultas, a la espera de encontrar un héroe que las desvele. Quizá estas teorías formalistas sean un cuento, sí, pero en ese caso son un cuento bello. Decía Georges Steiner, en Pasión intacta, que la única manera honrada de hacer crítica literaria es hacer del ejercicio del criterio una nueva obra literaria. Y eso es lo que consigue Vladimir Propp: desvelarnos con su bella prosa el significado profundo de los cuentos, provocar que creemos nuevas imágenes que tengan que ver más con las imágenes que provocaban las cuentos en la gente de hace dos mil trescientos años, tan diferentes en los social y tan idénticos en lo humano a nosotros.

Quizá si aprendemos a mirar más allá de los velos de las culturas y del tiempo nuestros cuentos populares, aprendamos a mirar a otras culturas sin ponerles nuestras etiquetas: machista, xenófoba...Quizá de nuevo ocultar sea la mejor manera de mostrar.

 

Ana Griott