Vamos a ver, ¿qué es más cierto, que un burro subió a la luna o que en una gasolinera de Repsol cuando te cobran un litro de gasoil te ponen un litro de gasoil? ¿Qué es más real, un cronopio o una prima de riesgo? Vivimos rodeados de ficción y de mentira. Pero no son lo mismo. La verdad, claro, tampoco existe. Y la realidad es solo una ficción que construimos. Entonces, ¿un cuento es ficción, verdad, mentira o realidad?

Un poco de todo. Seguramente los cuentos sean tan irreales como la vida misma. Cosas que parece que no pasaron nunca, pero que son vividas por quien cuenta y quien escucha. Quedan en el imaginario junto al resto de recuerdos de lo vivido y de lo que nos contaron como cierto. Ahí, todo junto.

Y es que no se puede vivir solo la vida real. Eso no sería vida. Necesitamos meternos donde no nos llaman, donde no cabemos, ir a los lugares que nunca visitaremos en persona, enfrentarnos a peligros «de mentira» y meter nuestras narices en amores que sucedieron a otros. Y, paradójicamente, de todo ello obtendremos los colores con que pintaremos luego nuestras experiencias. Y haremos, entre realidad y ficción, lo que creeremos nuestra verdad (pero es mentira)

Y no solo usamos la ficción para entendernos a nosotros. También para explicarnos el mundo. Desde el principio de los tiempos, las personas buscaron respuestas. No buscaron verdades. Elaboraron ficciones lógicas y surgieron toda clase de seres fabulosos, creadores del cielo y la tierra, y toda suerte de acontecimientos imposibles en la realidad. Pero no en la ficción. Desde el principio de los tiempos la ficción nos ha librado de la incertidumbre y de las verdades que nos hacen daño. Nos ha ayudado a pensar que las personas que mueren van a algún sitio, que la justicia triunfará sobre la injusticia algún día y otras cosas.

Los cuentos son ficciones que no sucedieron pero no por ello quienes los contamos mentimos. No es que no mintamos. Mentimos, pero por otras razones.  Mentimos cuando hacemos como que contamos, cuando fingimos, cuando parece que estamos contando una historia pero la estamos recitando, cuando parece que miramos al público pero nos miramos a nosotros mismos, cuando contamos lo que parece una historia pero es un panfleto. Contar cuentos es un acto de gran sinceridad y la mentira no se encuentra en lo que se cuenta sino en lo que pasa dentro del narrador. En sus intenciones, sus intereses, sus pasiones ocultas…, o más bien en su falta de pasión cuando la hubiere.

Puede parecer que la ficción está en el escenario, pero yo les aseguro que siento que, cuando termino de contar, tomo agua, me relajo, saludo, me despido, salgo a la calle en dirección al coche..., poco a poco, voy volviendo a ser quien no soy (como haría cualquier otro cronopio).

 

Pablo Albo