Soy libre cuando cuento. Cuando elijo los cuentos que me da la gana. Cuando los cuento como quiero. Y soy yo quien limita mi libertad cuando cuento como puedo, no como quiero. Pero el arte es una expresión de libertad. Y la narración es una disciplina artística.

La libertad va necesariamente unida a la narración. Los cuentos no respetan normas ni leyes. Los personajes de los cuentos conocen la libertad en su máxima expresión. Pueden respetar o no a su antojo las leyes de los hombres y del mundo. Ni la ley de la gravedad es obligatoria para ellos. Es curioso pensar que somos las personas reales los que les obligamos a veces a comportarse con decencia, a reflejar una realidad domesticada, a seguir nuestra lógica, no la suya.

Yo creo que escuchar es una aventura. Las aventuras tienen que tener peligros porque, si no, son un cumpleaños en el MeClonas, donde se han limado los cantos de las mesas para que todo sea seguro y fácil. La aventura de exponerse a un cuento implica otorgar al narrador la libertad de contar lo que quiera. Y ello implica que el narrador ha permitido al cuento desarrollarse con libertad, sin limitarlo por aviesos objetivos educativos, pedagógicos, moralizantes o valorizantes (pemítaseme el término). El cuento tiene que poder desarrollarse con libertad, Y llegar si quiere a los límites de la decencia, aventurarse en el sobresalto, sobrecoger si le da la gana, emocionar sin permiso. Si no, es un catecismo, una vida de santos, un código de conducta o de circulación, un manual de buenas maneras o un diccionario.

De todas maneras, hablando de libertad y cuentos pienso en una cometa. El narrador puede hacer volar el cuento todo lo alto que la relación con el público le permita. Si pierde ese hilo se desestabiliza y cae. Son las personas que escuchan quienes dan permiso al narrador para despegar, para ser libre. Digamos que es una libertad condicionada. El público conforma el aire en el que se moverá el cuento. Puede ser calma chicha, vendaval huracanado o viento en popa.

Y luego estarán los obstáculos que tendrá que sortear. Niños pequeños con ganas de correr o llorar, interrupciones, ruidos…, en fin, esas cosas. Pero, a pesar de todo, el cuento tiende a las alturas. Y libertad es la sensación que el narrador tiene cuando consigue formar un mundo ficticio y compartirlo con quien escucha. Porque es el dios que hace y deshace a su antojo, que decide las vidas de los personajes y toca las emociones de quien escucha.

Libertad absoluta, como la de un pájaro batiendo todas sus alas, despliegue absoluto, expansión. Por eso el pasado de contar es conté. No contuve. Quien contuvo no contó.

 

Pablo Albo