En muchas culturas las narraciones realizadas por hombres tienen nombres completamente distintos a las narraciones que hacen las mujeres. No creo que sea solo una cuestión de características intrínsecas al tipo de cuento narrados por unos u otras, puesto que, en la oralidad, los géneros literarios son porosos y con un simple cambio de tono los cuentos edificantes se trasforman en anécdotas cómicas y las leyendas en cuentos maravillosos. Las diferencias hay que buscarlas en otros factores: la estudiosa italiana Aurora Milillo consideraba que, en la investigación demoantropológica, «la unidad mínima dotada de significado» es la persona que narra y en esta óptica está claro que la perspectiva de género adquiere un significado y una importancia innegables. También los tópicos sobre narradores y narradoras son muy distintos: para hombres los modelos que acuden a la mente son muchos y variados, desde el juglar o el predicador, al viajero o el contador de chistes, mientras que para las mujeres el abanico oscila entre la abuelita entrañable, que cuenta cuentos a los nietos al amor de la lumbre para entretenerles y enseñarles cómo es la vida, y la seductora Sherezade, que con sus palabras encandila al califa, figuras distintas, pero que se mueven siempre dentro de un ámbito doméstico. Los folkloristas de antaño vieron a las mujeres como a las verdaderas depositarias del arte de narrar, pero la verdad es que en los contextos folklóricos en los que se reconoce o reconocía el oficio de narrar como una actividad profesional las personas que se dedicaban a esta profesión son (o eran) hombres. Me pregunto si hoy en día no quedan vestigios de esto en el hecho de que, si miramos los programas de muchos festivales de narración oral, la mayoría de los nombres que ahí aparecen son masculinos, a pesar del gran número de narradoras en activo. Narrar una historia de viva voz para un público significa tomar la palabra, ponerse en un lugar central y focalizar sobre una misma la atención de quienes escuchan para compartir algo tremendamente íntimo, porque quien cuenta siempre se desnuda... Una actitud poco propia de las mujeres en la mayoría de las culturas. Por lo tanto, creo que las mujeres que cuentan historias orales no gozan de la misma libertad de elección que los hombres que se dedican a esta actividad, en lo que se refiere a la selección de historias para su repertorio; a la construcción del personaje escénico de narradora; a la forma de establecer la complicidad con el público o a las decisiones sobre si utilizar, y cómo hacerlo, las armas de la seducción o los mecanismos del humor. Por último, pero no menos importante, el cuento de hadas y la narración oral en general, en distintas épocas, culturas y contextos, han vehiculado y vehiculan la reflexión y la construcción de un lenguaje propio y una identidad nueva por parte de las mujeres (desde las salonnières francesas del siglo XVII hasta las recreaciones feministas de cuentos tradicionales en los siglos XX y XXI).

 

Marina Sanfilippo