Les invito a leer la definición completa de la palabra «trabajo» en el Diccionario de la RAE, mientras yo me quedo con esta acepción: 'Producto de la fuerza por el camino que recorre su punto de aplicación y por el coseno del ángulo que forma la una con el otro'. Fuerza, camino, coseno, ángulo... Siempre fui un desastre en matemáticas y física, pero estaba segura de que escondía un mundo de poesía. Muy a menudo me apasiona lo que no entiendo. 

Quizá por eso mis claves para trabajar los cuentos son la duda y la trampa. Una me ayuda a reflexionar y la otra a jugar. La reflexión continua y la modificación permanente de las reglas de juego me mantienen despierta, alerta, en movimiento. Después viene el entrenamiento permanente, diario, cotidiano.

Aunque es imprescindible el trabajo del cuerpo, la voz, el espacio, el tiempo, la historia, la expresividad, todo eso no es nada sin la honestidad, y a ella solo se llega dudando, poniéndote trampas (para no caer en trampas).

Leo un cuento, lo transcribo. Imagino una historia y la escribo. Escribir no es necesario, pero, si a uno le apetece por la razón que sea, se vuelve necesario. En mi caso, se trata de una actividad íntima (ahora), y me gusta habitarla y rehabitarla. Casi tanto como buscar objetos, hacer collages, jugar con aviones y barcos de papel, hacer figuras de plastilina, escuchar música, cantar en la ducha, y comentar con la familia «qué te parece la historia de aquél que...?». Después, busco la historia en la panadería, en la farmacia de la esquina, en el pipicán, en el paisaje otoñal de La Segarra, en las paredes de piedra de una casa, en un concierto de música barroca, en la cáscara de una naranja, o entre las sábanas de mi cama.

Y el tiempo pasa, no sé si mucho o poco. Y la historia puede pasar o quedarse. Si se queda, se pasea conmigo. Si se pasea en mi «seno», o en el coseno de alguno de mis ángulos, puede que ahí se quede o puede que de ahí salga. Si un día sale, puede que de vez en cuando aplique su fuerza en algún punto del recorrido de su camino. Puede que trabaje.

 

Patricia McGill