La voz es el 'sonido producido por el ser humano o los animales cuando el aire es expulsado a través de la laringe y hace que vibren las cuerdas vocales'. Este sonido varía en calidad, timbre o intensidad. Para el narrador de historias la voz es su instrumento, una herramienta fundamental, su tarjeta de presentación. Es el principal (que no el único) vehículo de comunicación de su arte.
Una correcta higiene de su aparato fonador, un estudio de sus capacidades y límites, un control de excesos, una ejercitación constante de la respiración, le permitirá al artista disfrutar por mucho tiempo de una voz saludable, potente, rica en matices.
Al contar, la voz es la que estructura la narración e influye de forma muy importante en la manera en que nos es presentado el mundo ficticio. Nuestro instrumento pasa a ser no solo el vehículo sonoro que interpreta, sino el director que orquesta en el imaginario del auditorio, el esquema narrativo. Por eso es muy importante que también trabajemos esa otra voz, la narrativa. La que guía a quien escucha por el universo que queremos crear a través de las palabras. La voz narrativa, debe ser testigo y reflejo del tiempo en que vive el narrador y su público. Para ello puede valerse de tradición oral o de textos contemporáneos, pero no puede mantenerse al margen de las inquietudes, intereses, pasiones, etc., que le rodean. Y si nuestra «voz instrumento» necesita cuidados y atención, nuestra «voz narrativa» requiere a veces una vida entera de búsqueda e investigación.
Al comenzar imitamos, consciente o inconscientemente, a la o las personas con que nos formamos, o nos sumamos a una corriente mayoritaria. Es lógico y legítimo, actuamos como el infante que reproduce su entorno. Pero si actuamos como ellos, deberíamos en breve, en cuanto tengamos un mínimo de control de nuestras capacidades narrativas, salir a explorar otros derroteros.
Esa voz narrativa debe preguntarse antes que nada ¿qué quiero contar?, ¿a quién?, ¿por qué quiero contar?, ¿tengo algo que contar? Cuando se tienen respuestas meditadas, examinadas con pros y contras, e incluso contrastadas con otras personas, aparecerán miles de preguntas más. Si no es así, habría que preocuparse un poco. Porque, si hay algo que aprendes a medida que te formas, es que las certezas son relativas.
En el proceso de investigación y conocimiento de tu voz hay que invertir más que en nada. Recorrer mil senderos y empaparse de miles de voces, aprender a conocerlas con los ojos cerrados y la emoción latente, entregarse al remolino implacable de una narración tan ancestral que es la más moderna de todas. Vivir la calle, sus olores, sus sonidos… Perderse por bosques, murmurar al ritmo de las aguas, cantar con los pájaros, aletear con las mariposas. Atravesar desiertos físicos y metafóricos, emerger sedientos del agua fresca que son las palabras propias. Subir montañas y, desde lo alto, contemplar la historia del mundo escrita en miles de senderos. Y, como diría Benedetti, al bajar, contárselo a los demás, no desde la prepotencia del saber, sino desde la humildad del que admira lo que le rodea. Así enamorarás para siempre.