Desde que Ferdinand de Soussure estableciera en su Curso de lingüística general que nuestro lenguaje está basado en pares de opuestos que se relacionan entre sí en una estructura jerarquizada basada en relaciones de dependencia, y desde que planteara sus famosas dicotomías, entre las que se halla: lengua / habla, se define la lengua –que no se puede confundir con «lenguaje», entendido este como ‘actividad comunicativa’– como un conjunto de signos y las reglas que los relacionan. Estas reglas se establecen, como todas, por acuerdo entre los miembros de una comunidad, en el caso que nos ocupa, de hablantes, es decir, por convención. Por otro lado, el «habla» es ‘la realización concreta de la lengua’. 

Sentadas las bases de lo que entendemos por «lenguaje», «lengua» y «habla», según las corrientes estructuralistas, podemos afirmar que la lengua es una entidad ideal a la cual el hablante tiende. No existe, pues, en eso que llamamos «realidad»; es el modelo al cual tendemos cuando queremos hablar. Por poner un ejemplo, el fonema /p/ es bilabial, oclusivo y sordo (fonológicamente hablando), pero en algunas posiciones silábicas pierde su oclusividad y se vuelve fricativo (detrás de /m/, por ejemplo, las cuerdas vocales no se cierran del todo y se produce un paso del aire que fricciona las cuerdas vocales). Nuestra tendencia es a pronunciarlo con su rasgo ideal de oclusividad, otra cosa es lo que le pasa al fonema en su contacto con el resto de los fonemas que componen el decurso o el discurso. 

Eso mismo nos pasa a los narradores en el proceso de la oralidad: tendemos a una forma ideal de un relato, el escuchado a otro narrador, o el leído en un libro, pero en la actuación la interacción con los otros elementos del proceso comunicativo que se produce cuando contamos un cuento hace que sucedan imprevistos que modifican, por ejemplo, el registro que el narrador emplea para adecuarlo a la edad de los interlocutores. Pero no solamente el público interactúa en el proceso de la narración. A veces puede suceder que la versión ideal se modifique en función del humor del que cuenta, o de los hallazgos que uno va haciendo a medida que cuenta y recuenta un mismo cuento. Muchas cosas le pueden pasar al narrador con el cuento, y todo ello hace que el momento, ese presente en el que sucede la narración, sea irrepetible, como todo acto de habla. El modelo seguirá ahí, como nuestros modelos ideales de la fonética, la morfología o la sintaxis, para que el narrador contraste modelo con novedad y encuentre un equilibrio que le permita seguir reconociendo la historia primigenia en la versión. 

En cualquier caso, lo que el público suele buscar en el narrador es la mirada de quien cuenta sobre lo que se cuenta, la realización concreta de la historia por parte de ese narrador: su habla, pues. Por ello, mientras que en teatro no se permiten las variantes geográficas de las diferentes maneras de hablar castellano (el seseo o el ceceo de los andaluces, la cadencia de la frase canaria, la melodía cantarina del gallego), a no ser que el personaje lo requiera, en la narración el público agradece oír la voz propia del narrador y ello le confiere mayor interés, y sobre todo verdad. No olvidemos que, como decía Walter Benjamin, el narrador es el que viene de fuera y, por ello, tiene algo que contar. Por ello es por lo que en la narración oral la búsqueda de la propia voz, el habla, es tan importante, frente a la tan menospreciada lengua, entendida como Saussure la entendía. 

De todos modos, que se prime el habla sobre la lengua, que busque la propia voz, no quiere decir que el narrador no haya de tender en la producción vocal de su cuento a la lengua ideal, acordada por convención, intentando expresarse de acuerdo con esa norma. Y aunque cualquier generalización en un proceso artístico sobre qué es mejor o peor es una necedad, me atrevo a decir que esta corrección lingüística es más importante en la voz del narrador porque un personaje tiene licencia para todo. De hecho, construimos quién es ese personaje por cómo habla (también por nuestra postura corporal y por la posición del narrador frente a ese personaje) porque, qué duda cabe, la materia con la que se construyen los cuentos es oral y, por tanto, lengua, hecha habla en el momento del cuento, pero lengua en definitiva...

 

Ana Griott