Juego poético, oral, colectivo. 

Es un juego que utiliza lo más propio del ser humano: el lenguaje. La retahíla juega a retorcerlo, exprimirlo, apachurrarlo, estirarlo, colorearlo, bailarlo… sin más objetivo que el de disfrutar en el aquí y el ahora pero, paradójicamente, haciendo perder la noción del tiempo y del espacio. Es un ejemplo muy claro del placer que produce contar por contar, sin ninguna otra pretensión.

Es un texto poético, normalmente con rima y siempre con ritmo. Por lo ilógico de su lenguaje e imágenes, está cerca de la poesía del absurdo, y se le puede considerar la antesala del surrealismo y otras vanguardias.

Es oral porque las retahílas surgieron, se transmitieron y se siguen transmitiendo de viva voz. Y porque, incluso leída en un libro, su sonido resuena en la cabeza del lector. 

Es colectivo porque las retahílas nos pertenecen a todos. Fueron creadas por el pueblo, y han sido y seguirán siendo vividas por el pueblo, especialmente por los niños. Son ellos quienes más se las apropian y las juegan con naturalidad ya que forman parte de su mundo. Es colectiva, también, porque para que surja la retahíla debe haber, al menos, dos personas. Y las dos participan en su juego hablando, escuchando, cantando, repitiendo, gesticulando…

Las retahílas suelen ser pequeñas pero tienen mucho poder. Tienen poderes, digamos, prácticos: enseñan a los bebés las partes de su cuerpo, son mágicas, sirven para elegir a alguien para que haga algo, para burlarse, para encontrar objetos… Cuando se incluyen dentro de un cuento tienen la capacidad de identificar al personaje y facilitan que el oyente lo pueda seguir y lo recuerde. 

Pero su mayor poder es que logran el encuentro entre quien la dice y quienes la escuchan, porque las retahílas tienen una enorme capacidad de comunicación comprobada y consolidada tras años, siglos incluso, de historia. Además, poseen un gran poder evocador. Una retahíla siempre rescata a otras y provocan el juego, si quien la escucha es un niño, y desatan la memoria, si quien la escucha es un adulto. 

Vamos a hacer la prueba. Aunque este sea un texto escrito, si yo digo: “Érase una vieja, virueja, virueja, de pico pico teja, de pompomperá…”, quienes estáis leyendo seguro que ahora diríais “yo me la sé de esta manera…” o “yo cuento la de…”, “y también esta…”. Así irían saliendo una detrás de otra, encadenadas, tiradas por un hilo, porque como decía Carmen Martín Gaite: “retahílas piden retahílas”*.

La escritora, admiradora y estudiosa de las narraciones orales, homenajeó en su novela Retahílas esta forma literaria. A través de su argumento y estructura, mostró los rasgos esenciales de la retahíla, es decir, una conversación que trae los recuerdos al presente y los va uniendo unos con otros. Y esto crea lazos de afecto entre quien habla y quien escucha, y sirve para ahuyentar los fantasmas de la muerte.

 

Marta Guijarro

 

*Martín Gaite, Carmen. Retahílas. Madrid. Editorial Siruela, 2009