Inesperado. Imprevisto. Repentino. Desconcertante. Inoportuno.

2020, el año sorpresa. Como si de un baile de disfraces se tratara, la certeza, la tranquilidad y la estabilidad nos han mostrado su otra cara. La seguridad es ahora un espejismo lejano.

Y nos ha pillado a contrapié.

Pero, ¿qué era la seguridad para un narrador antes de 2020? Contar historias es inherente al ser humano, no hay nada más fácil, nos sale de manera innata. Pero una cosa es contar, y otra es vivir del cuento. Esto nos sitúa en realidades muy diferentes. Contar de manera profesional requiere de una apuesta vital, un enfoque preciso, una preparación mental, personal y de recursos, un paso adelante. Contar historias nos coloca en una posición de desequilibrio, de abismo, de vértigo constante. La narradora no sabe si dentro de cuatro meses trabajará. Esa es su realidad habitual. Así que la seguridad de nuestro oficio era ya una estabilidad a corto plazo, una certidumbre limitada.

Pero llegó marzo, y no solo nos robó el mes de abril, sino que nos dejó por delante un desierto de eventos cancelados, de fechas aplazadas indefinidamente, de bandejas de entrada estériles, de teléfonos mudos, ciegos, sordos. Y de pronto, el abismo tan temido, apareció ante nuestros pies. Y se convirtió en averno.

Caímos en la red de una odisea indeseada. Nosotras, que relatábamos aventuras de personajes ficticios en mundos lejanos, éramos protagonistas en una trama de dificultades tan grandes como dragones, de peligros tan inquietantes como castillos abandonados. No nos ha quedado otra que meternos en el bosque, y aquí seguimos, en plena oscuridad, buscando el sendero de guijarros blancos que nos ayude a escapar de tanta incertidumbre.

Este bosque oscuro no es otra cosa que una agenda de eventos suspendidos y/o aplazados indefinidamente. Como muestra el informe que varios compañeros han realizado sobre la situación de la Comunidad de Madrid, o la situación de las bibliotecas de Sevilla, denunciada por el Gremio de la Narración Oral en Andalucía. Lo dicho, una muestra de la situación que narradoras y narradores estamos viviendo en cualquier parte del territorio.

Ha sido en este bosque donde, si bien no hemos encontrado el camino de vuelta a casa, hemos descubierto otras cosas (o las hemos recordado, que, a veces, viene a ser lo mismo).

Hemos rememorado cuánto necesitábamos la mirada del otro, el ritmo de su respiración, la escucha activa, la sensación de suspenso en el aire, la reacción espontánea de un suspiro, una risa, un brillo en la mirada. Hemos constatado que contar no es algo que se haga de forma unidireccional, contar necesita del que cuenta, pero, sobre todo, del que escucha. Las historias han sido siempre, como mínimo, cosa de dos. Ya lo dicen los teóricos de la comunicación que, además de otros factores, se necesita un contexto situacional –en nuestro caso, un aquí y un ahora– en el que se articule una proxemia particular que permita que el mensaje (historia) llegue –de forma inédita e irrepetible, en nuestro caso– hasta el receptor.

Esta era nuestra realidad, este nuestro pan de cada día. Y como algo habitual, casi no apreciábamos su valor.

Y abril se llevó consigo la presencialidad, la realidad palpable, las palabras aladas, el aliento, la risa, el brillo en las miradas. Y es verdad que cuando a uno le arrebatan todo de golpe sufre un momento de estupor, de incapacidad, de entumecimiento. Pero también es verdad que las historias están inspiradas en momentos de dificultad y que, al mismo tiempo, sirven de inspiración. Cómo no íbamos a salir de esta. 

Así surgió una marea de posibilidades. En este año tan atípico ha habido quien se ha dedicado a abrir nuevas vías en la formación on-line, quien se ha ocupado de contar cuentos explorando los medios audiovisuales, quien ha concebido programas de radio donde contar, quien ha aprovechado a crear relatos nuevos, quien ha colaborado en iniciativas sociales contando por teléfono… porque, si algo nos ha quedado claro en este viaje, es que contar y escuchar historias es tan necesario como el comer. Ya lo dijo Lorca: medio pan y un libro.

Y en estas circunstancias adversas, la asociación ha seguido creciendo: ¡ya somos cuarenta y nueve!

Además, en este atípico 2020, la asociación celebra su décimo aniversario con la publicación de un El Aedo #10 muy especial. Asimismo, no se ha dejado de publicar el boletín mensual, con artículos de interés sobre nuestro oficio. 

Aunque este año Jornada y Escuela de Verano no han sido posibles, no fue impedimento para nombrar a nuestro nuevo Socio de Honor: Gustavo Martín Garzo, que nos regaló estas palabras para la celebración del 20M, Día Mundial de la Narración Oral. También este año recogimos imágenes de lugares en los que se cuenta como forma de celebrar el día de los cuentos contados, aunque este año los lugares y las formas de cuento hayan cambiado.

Contra viento y marea, Festivales y Programaciones han seguido adelante, gracias a la insistencia y el bien hacer de las personas que han creído en ellos. Hablamos de eventos de cuento como Verano de Cuentos en El Sauzal, Festival de Narradores Orales de Segovia, Cuentos Eróticos en Zamora, la Senda del Cuento en Toledo, Maratón de Cuentos y Viernes de los Cuentos en Guadalajara, Conta’m, Segamots en Lleida, Palabras al Vuelo en Lanzarote, La Sierra Encuentada en Huelva, Festival Atlántica en Santiago, Los Silos en Tenerife, Mon de Contes en Paiporta, ParlaCuenta…

Por desgracia, y a pesar de todos los esfuerzos, este 2020 se han contado menos cuentos que nunca. Esto ha dejado en evidencia la vulnerabilidad laboral del sector. A pesar de invertir años y esfuerzos en dignificar el oficio, en una situación así no tenemos dónde aferrarnos, y nos vemos solos ante la nada, ante el abismo. 

Ya desde el comienzo de la pandemia, entendimos que este trance podría suponer un varapalo irreversible para el oficio, por ello unimos nuestras voces a las de otras asociaciones de Narración Oral en dos manifiestos: Manifiesto de las contadoras y contadores de historias y Reivindicaciones desde el colectivo de profesionales de la Narración Oral ante la crisis provocada por la Covid-19, en un grito desesperado por salvaguardar una actividad tan necesaria como efímera. Gracias a esta iniciativa se creó la Mesa Nacional de Narración Oral.

Es fundamental no olvidar que contar es un acto comunitario. Y comunidad no son solo narrador/a y público, también lo son programadores, técnicas de cultura, bibliotecarios, profesoras, concejales de cultura. Ahora más que nunca necesitamos el apoyo y la iniciativa de las personas que hacen posible que las historias lleguen a las aulas, a las bibliotecas, a las casas de cultura, a las calles, a las plazas. En ese sentido ha ido la lucha de los compañeros y compañeras de la Asociación Tagoral (Canarias) y del colectivo de narradores/as de Cataluña que, desde AEDA, hemos seguido con admiración. 

Las historias son de todos, las hacemos todos. No lo olvidemos.

Este 2020, como una caja de Pandora inesperada, imprevista, repentina, desconcertante e inoportuna, únicamente ha conservado la esperanza, el rayito de luz al final del túnel, la ilusión por creer que este año será un poco mejor si salimos del bosque cogidos de la mano.

 

"Contar en 2020" ha sido escrito por Inés Bengoa por petición de la Junta de AEDA