“Nos gustaba la casa, porque aparte de espaciosa y antigua guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos”. Así comienza “Casa tomada”, un famoso cuento de Julio Cortázar, en el que los protagonistas ven como su casa va siendo invadida progresivamente por unos ellos que los deja cada vez más arrinconados. Ante cada pérdida de habitaciones ellos se rehacen, tratan de reconstruirse una rutina y hermosuras para vivir, pero llega un momento en que se ven fuera, con la casa tomada definitivamente, y enterrando la llave, “no fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora, y con la casa tomada.” Esta historia tan simbólica refleja lo sucedido con las actividades culturales (particularmente con las sesiones de narración) en las bibliotecas del Ayuntamiento de Madrid desde hace un lustro: poco a poco fueron recortándose los presupuestos hasta alcanzar la expulsión completa de los profesionales de aquella casa que habían decorado durante tantos años. La expulsión también implica a los asistentes a las actividades: al público de adultos, muertas las sesiones, y al público de niños, con afluencia muy mermada. ¿Cómo sucedió esto? Ahí va la historia

Los datos: Afluencia

Tras contactar con varias personas que trabajan para el servicio de bibliotecas del Ayuntamiento de Madrid hemos podido constatar algunos datos de dos de las bibliotecas más grandes. La afluencia media de público en estas dos bibliotecas ha sido de aproximadamente 30 espectadores en junio de 2015 (época baja) y 50 en octubre (época alta). Los datos de 2010 de las mismas bibliotecas alcanzaban los 65 espectadores de media en la época baja y el lleno (100, con invitación y personas que no podían entrar) en la alta. La evidencia es que en estos últimos 5 años, a pesar de mantener la gratuidad del servicio, la afluencia ha descendido a la mitad. (1) 

Los datos: Calidad

La calidad de los narradores contratados por la empresa interpuesta en el Ayuntamiento de Madrid tampoco es la óptima. Este parámetro puede medirse no sólo en su capacidad artística sino en su conocimiento del oficio y en su profesionalidad a la hora de sacar adelante una sesión. Los bibliotecarios, por lo general, entienden que la merma en estos factores es la causa de la bajada de afluencia en estos años, llegando incluso a contar casos de supuestos narradores contratados por la empresa que desconocen el hecho de narrar un cuento de viva voz --uno en concreto parece ser que en una sesión para adultos se sentó en una silla y comenzó a leer en voz alta un libro de cuentos de Chejov, otros dedican el tiempo a pintar caras, otros no saben adaptarse al público ni a las edades de los niños asistentes, es decir, ni son buenos narradores ni saben resolver situaciones con el aplomo que ofrece la profesionalidad, las “tablas”. Estas son valoraciones hechas por el personal de las bibliotecas--. No se dirá que el ayuntamiento no estaba sobre aviso: en la resolución del pliego para 2012-13, el informe de los bibliotecarios advertía expresamente que una de las empresas licitantes ofrecía “la mitad del tiempo de cuentacuentos y la otra mitad de otras actividades”, y fue la empresa victoriosa, al no quedar automáticamente descalificada por no ceñirse a las condiciones de lo que se pedía: un cuentacuentos de aproximadamente una hora de duración, y no un cuentacuentos de media hora y otra media de pintacaras, por ejemplo, que convierta la biblioteca en una guardería o un parque de juegos. Además, las empresas licitantes ofrecen un servicio que por sí mismas no pueden cubrir con trabajadores propios, sino que subcontratan a precios de miseria --el Ayuntamiento en 2012 abrió la licitación en torno a 150€ por sesión, y al narrador actualmente le llegan apenas 20€--, lo cual implica que no haya profesionales entre sus narradores (nadie puede pagar impuestos a ese coste bruto), y que los buenos narradores que tengan, que los hay momentáneamente, se vayan en cuanto prosperen mínimamente o encuentren un trabajo mejor. Esto también sucede en los talleres donde, según fuentes del servicio de bibliotecas, algunos talleristas han suspendido el taller a la mitad, dejando al Ayuntamiento y a los asistentes en la estacada. La empresa cubre con otra persona, pero es una rutina muy poco seria con los asistentes que, lógicamente, no vuelven. Como no hay relación profesional ni comprometida, suceden estas cosas. Por los mismos motivos las sesiones de cuentos para adultos están erradicadas de las bibliotecas del Ayuntamiento de Madrid, sustituidas por infantiles por falta de público desde 2012, mientras en localidades cercanas que cuidan la programación y los horarios (en Colmenar Viejo o en Tres cantos, por ejemplo), gozan de una envidiable salud, convocando a un centenar de adultos al mes para escuchar cuentos y desmintiendo que la narración para adultos no suscite interés: lo hace, cuando se hace bien.

Valoración

Los cuentacuentos en bibliotecas ha sido una hermosa labor de construcción entre las bibliotecas, los técnicos (algunos verdaderamente extraordinarios en su labor) y los narradores desde hace más de veinte años. Poco a poco el público fue acercándose y copando las sesiones, llegando incluso a necesitarse invitación para asistir porque la afluencia era masiva. Este trabajo lo desempeñaban profesionales, mientras que ahora, aunque se mantenga el nombre y el prestigio de lo que se ofrecía al público, las sesiones corren a cargo de prácticamente cualquiera que se ofrezca a la empresa licitadora, sin que esta apenas investigue si el candidato es apto o no: como los narradores profesionales declinan la oferta, la empresa rellena sus horarios y punto, y, si tienen suerte, dan con un buen narrador, que los habrá, pero lo normal es que no sea así. Pretender que la vida sigue igual, manteniendo el nombre de algo exitoso pero no su fondo, es un engaño a los ciudadanos, ya que normalmente la labor del profesional no puede compararse con la del diletante en ningún trabajo, pero se vende a la opinión pública como si fuera la misma cosa. Es como si contratásemos a una filarmónica profesional para una vez aquí llevarnos la desagradable sorpresa de que lo que ha venido es una asociación de vecinos autotitulada “orquesta filarmónica”. Es exactamente dar gato por liebre, y a precio público de casi liebre. Es tirar el dinero.

Aunque todos tenemos una opinión, corresponde a los gestores el decidir si los cuentacuentos en bibliotecas son beneficiosos y adecuados o no, pero una vez que se decide que sí y se dispone de una partida para ellos, sí nos corresponde evaluar si ese trabajo está bien hecho o no lo está, y si tiene sentido. Lo que se hace en las bibliotecas del Ayuntamiento de Madrid, ciñéndose los regidores a contratos marco rígidos que valen para sillas y mesas pero desde luego no para asuntos artísticos, es un disparate, es como si en la biblioteca se decidiese comprar libros al peso, o por precio, sin tener en consideración quién ha escrito el libro, porque “Fulanito Pérez” es más barato que “María Dueñas”. Es un criterio que llevado al extremo matemático, sin flexibilidad ni discusión posible, que es a lo que se aspira con los cuentacuentos, llevaría a la biblioteca a llenarse de las obras completas de aquellos que simplemente escriben más barato, expulsando a los buenos escritores por, lógicamente, más caros. Cualquiera puede imaginar que la biblioteca, así, pronto quedaría desierta y la inversión pública en libros no serviría absolutamente para nada por no estar optimizada. Y si se supone que el libro y la biblioteca, según esos mismos gestores, son buenos y necesarios… ¿Por qué han de maltratarse así? Este disparate es el que se hace hoy en día con las actividades en las bibliotecas del Ayuntamiento de Madrid, contra el criterio de los funcionarios que pusieron en marcha todo esto, y con el pretexto de que la competencia es únicamente económica. 

Se puede entender que las personas que llevan a cabo las sesiones están en formación, o al fin y al cabo aceptan el trabajo que les proponen desde la empresa para la que trabajan, pero deben comprender que esa situación de desalojo es pan para hoy y hambre para mañana. Además es muy injusto para con los profesionales, tanto los narradores como los técnicos que han visto, elegido y programado con tanto saber y amor por los cuentos; colectivos ambos que han contribuido con su trabajo y su dedicación a que existan cuentos hablados en las bibliotecas, y se aumenten los préstamos de libros y la afluencia de ciudadanos a las mismas gracias a estas actividades. Nos gustaría que las actividades públicas fueran de excelencia, por eso protestamos, y nos gustaría que aquellos que necesiten rodaje abran espacios nuevos y que tengan un trabajo, una remuneración justa y un público ávido de historias esperándoles en las bibliotecas cuando alcancen la calidad necesaria, en leal competencia con el resto de narradores y narradoras dedicados a este hermoso oficio de levantar castillos en el aire para el gozo de los demás.

Héctor Urién

 

(1)Como contraste, los datos de una de las bibliotecas de la Comunidad de Madrid para dos sesiones en temporada baja y alta de 2015 son de 30 personas en junio y 80 (límite, entradas agotadas) en octubre. En las bibliotecas de la Comunidad de Madrid se ha mantenido la contratación directa, si bien ha bajado el presupuesto y por tanto la variación de los narradores.

 

Este artículo pertenece al BOLETÍN n.º 38 de AEDA - Recortes en cultura