El 5 de julio de 2016 a las 18,00 comenzaba la III Escuela de verano de AEDA con una conferencia impartida por el porfesor, estudioso y folclorista Juan José Prat Ferrer. Aquí os compartimos los completísimos materiales recopilados por el ponente previos a la conferencia.

 

La literatura de investigación sobre el cuento y otros tipos de narración de tradición oral o escrita es abundante y lleva desarrollándose de manera continua desde inicios del siglo XIX. Mi contribución a esta línea de investigación, además de algunos artículos sobre la historia de la folclorística y oratura, fue  la publicación del libro titulado Historia del cuento tradicional en el año 2014. Este libro es un estudio de la transmisión de textos, según la documentación escrita de que  podemos echar mano, desde los papiros egipcios a nuestros días, tanto dentro de la tradición literaria del cuento tradicional como en relación con las recopilaciones folclóricas.

Aunque en esta obra hacía algunas referencias a lo que se había escrito sobre el arte de contar en diversas épocas, quedaba por realizar un estudio centrado en las cuestiones que atañen al arte de contar, dejando de lado el análisis del contenido y del estilo, y por tanto, me propuse orientar mis energías hacia esta temática. Para evitar un punto de vista demasiado centrado en lo que un investigador universitario pueda decir desde su escritorio, cosa que acaba siempre en un tratado normativo, me dediqué a investigar cómo los propios narradores orales conciben este arte para así elaborar un tratado mucho más descriptivo. Para abordar esta cuestión, entre 2011 y 2013 realicé una encuesta a los narradores orales que trabajan en lengua española. La encuesta que les presenté era bastante larga; comprendía dieciséis secciones que cubrían cuestiones sobre: 1) identidad 2) experiencia, 3) repertorio, 4) creación, recreación y adaptación, 5) duración de los relatos, 6) preparación previa a las sesiones, 7) duración del proceso creativo, 8)  memoria y ensayos, 9) contrataciones y relación con establecimientos, 10) tipos de público, 11) actuación y discurso,  12) memoria y recreación (improvisación), 13) otros elementos y ayudas, 14) relación narrador-público, 15) elementos teóricos, 16) tradicionalidad. De unos seiscientos cincuenta narradores a quien solicité su colaboración, participaron más de ciento cincuenta, representando a todos los países de habla española; colaboraron también un francés, dos italianos, un portugués, un brasileño y un marroquí. Debo decir que la mayoría de los narradores contestó a casi todas las preguntas, con interesantes comentarios y meditaciones. Unos cien proporcionaron respuestas bastante elaboradas, compartiendo con generosidad su experiencia y sus opiniones. Además, hubo un seguimiento con más preguntas sobre el oficio, repertorio y relación con organizaciones en la que participaron un número significativo de narradores.  

El trabajo pretendía ser inclusivo, así pues, el perfil de los narradores es amplio y diverso: el estudio da cabida a individuos de muchas comunidades, y cubre una gran variedad en cuanto a dedicación, experiencia, preparación, especialización, público, y tipos de relatos que emplean. El trabajo se presenta, pues, como una obra coral, en la que intervienen muchas voces y en la que el investigador adopta tan solo una función coordinadora de las respuestas a las diversas cuestiones que plantea. Como es de suponer en un colectivo tan amplio, no hay unanimidad en las respuestas, aunque sí se pueden determinar ciertas tendencias. A pesar del número de narradores que le sirven de base, este tratado no pretende ser exhaustivo. Me gustaría decir que el estudio que presento es un tratado objetivo, pero, aunque mi intención es la objetividad, sería presuntuoso por mi parte afirmar tal cosa: el texto que presento a continuación está formado por las opiniones e ideas de los narradores orales que participaron. Aunque he intentado dar la voz cantante a ellos, el itinerario recorrido, la elección de las respuestas, su orden y el tejido –texto– resultante es responsabilidad mía.

 

I

 

La primera cuestión que abordamos se refiere a la identidad, a cómo se identifican los narradores y qué nombre se dan a sí mismos y a su ocupación. Los que se dedican al oficio de contar relatos son, por lo general, un grupo heterogéneo tanto por la enorme diversidad cultural que existe en los países de habla hispana, como por la historia personal y profesional de cada uno de los narradores, y sus opiniones sin duda lo reflejan. 

Aunque he adoptado para este tratado el término, narrador oral, en español no hay unanimidad respecto a cómo deben llamarse. El término cuentacuentos es aceptado sobre todo por los que suelen trabajar con un público infantil; es un término que los niños conocen y aceptan, lo cual los hace fácilmente identificables ante este tipo de público. La narradora catalana Maria Bassas, del grupo Vivim del Cuentu, nos dice: “los que estamos más en el ámbito infantil, nos gusta este término puesto que también es comprensible para los pequeños”. Otras veces se usa esta expresión porque es la más extendida en una región dada. Así la narradora Yanuri Villalobos nos informa que “básicamente en Costa Rica se nos conoce por ese nombre”. Algunos aducen que se llaman así porque es precisamente lo que hacen; la argentina Alejandra Alliende, especializada en el trabajo ante un público infantil, nos lo dice “me gusta el término “cuentacuentos” (storyteller) porque siento que eso es lo que hago: contar cuentos”.

Sin embargo, existe un rechazo también bastante extendido hacia este término por ver en él un calco semántico del inglés storyteller, y además muchos de los que trabajan con un público adulto sienten que cuentacuentos es un término que se refiere a una dedicación dirigida exclusivamente al público infantil. La narradora mexicana radicada en España, Martha Escudero, prefiere el término narración oral, “porque la palabra cuentacuentos, que es una traducción del inglés storyteller, se ha ido cargando de un significado poco profesional”. Para ella, “el cuentacuentos es el que cuenta (o cuida niños) en la biblioteca y eso, cualquiera lo puede hacer”. A la narradora, escritora y pedagoga catalana Roser Ros no le gusta la denominación cuentacuentos, pues “se usa en tono peyorativo (narración infantilizada, el paradigma del todo cuela para el público menudo)”. El escritor y narrador segoviano Ignacio Sanz afirma que “cuentacuentos es una palabra que ha hecho fortuna entre nosotros, pero que tiene unas connotaciones inicuas para el oficio porque inevitablemente lo infantiliza”. 

La construcción del vocablo también produce cierto rechazo. Nos dice la argentina Gabriela Villano: “no estoy de acuerdo con la palabra cuentacuentos porque un actor no es un “ensayaobras”, un médico no es un “curapersonas” y un zapatero no es un “arreglazapatos”. Comparto la postura de Francisco Garzón Céspedes al respecto”. Es Garzón Céspedes, como muchos saben, un maestro y actor cubano que se ha dedicado a trabajar la oralidad escénica ofreciendo talleres en los que se han formado muchos narradores orales. 

Frente al uso de cuentacuentos, y según Maria Bassas, “los que se dedican a un público más adulto, como para dar un mayor formalismo, parece que prefieren presentarse como narradores”. Como hemos visto, este término suele adjetivarse, generalmente con el adjetivo oral, pero también se le añade un segundo adjetivo: escénico. Así, la argentina Ana Cuevas Unamuno dice: “soy narradora oral; creo que este término sirve para diferenciar este oficio del narrador literario (o escritor), por lo tanto lo uso en ocasiones por necesidades del medio, pero no lo siento tan auténtico como el de cuentera o cuentacuentos.” El colombiano Iván Mantilla, apodado Manoblanca, se decanta por narración oral escénica “denominada así por el maestro Francisco Garzón Céspedes; porque es un acto escénico desde la palabra, donde se busca recrear imágenes de historias no solamente con el uso de la palabra sino también con el cuerpo”. 

Algunos utilizan más de un término para identificarse, según las circunstancias. Así, el catalán Julio Manau a veces usa cuentacuentos y otras, narrador oral: “cuentacuentos, porque eso es lo que hago: contar cuentos. Y narrador oral porque a veces, según donde, eso de cuentacuentos puede sonar a infantil o poco serio”. El argentino Edgardo Franzetti nos dice en relación con esta cuestión: “no me cambia como se denomine mi actividad. Cuentacuentos o narrador oral me resultan cercanos”. La mexicana Jennifer Boni comparte una opinión bastante parecida: 

Las palabras cuentacuentos, narrador oral y cuentero para mí significan lo mismo y las utilizo indistintamente. Sin embargo, cada una suele tener connotaciones distintas. El término cuentero es más utilizado en Colombia; en México comienza a ser reconocido aunque para las personas que están fuera del gremio puede ser sinónimo de “mentiroso”. La palabra cuentacuentos, a veces, remite a las personas a algo puramente infantil. Por eso cuando voy a realizar una función para adultos prefiero el término narrador oral

La bilbaína Ana Rodríguez nos hace una interesante confesión al respecto:

Pues yo le llamaba “cuenta cuentos”, pero últimamente mis compañeros y compañeras de profesión me están convenciendo de que no es la denominación más adecuada,  ya que dentro de esta denominación entran (por desgracia) muchísimas actividades que no son lo que nosotros queremos que sea la actividad de narración oral. Actualmente lo denomino narración o sesiones de cuentos, y a mí misma me denomino narradora o contadora de cuentos. 

Narración oral, es, sin duda un término más moderno, más urbano y más intelectual que los demás. Nos dice la barcelonesa Inés Macpherson: “para mí, la idea de cuentacuentos es quizás más mágica, más ancestral y a la vez más asociada a los cuentos de corte más clásico o tradicional. Y, en cambio, la narración oral se adentra en los cuentos actuales, en la prosa poética o las narraciones del absurdo, que rompen un poco con el concepto de cuento ‘clásico’”. Ignacio Sanz mantiene su preferencia por el término narrador oral. Como muchos otros, el gaditano Manuel Sánchez (Manolo Shamán) adopta la denominación narración oral escénica, pero añade “soy consciente de que muchos de mis colegas podrían prescindir de esta última palabra”. La gallega Cristina Mirinda, del Grupo Trécola, nos dice: “a mí me gusta narrador de historias y contador de historias. […] Los narradores contamos todo tipo de historias, no solo cuentos, y para todo tipo de públicos”. 

En países como Colombia, el término cuentero se ha impuesto, y refleja una tradición que se mantiene con bastante vigor. Así Walter Alonso se identifica como cuentero “por la connotación cultural de esa palabra, al menos en mí país, y porque abarca muchas formas del arte de contar historias, no como narrador oral o narrador oral escénico, que se circunscribe a unas maneras muy específicas de narrar”. Cuentería es “el arte de contar cuentos”, nos dice el también colombiano Leonardo Reales. Por su parte, la ecuatoriana Ángela Arboleda también defiende el concepto de cuentería: 

A mí en particular me emociona mucho presentarme como cuentera porque conjunta tanto el saber popular, la picardía de la mujer que inventa y lleva chismes, así como la de la que es capaz de inventar sus propias historias. Así mismo creo que la definición de "cuentera" abarca perfectamente la labor del narrador escénico o urbano”. 

El costarricense Juan Rafael Madrigal también se decanta por cuentero, “porque la connotación de cuenta cuentos en mi país está muy relacionada con lo infantil, y la cuentería me parece que reúne a todo público”. En estos países se marca una diferencia entre la narración oral, más escénica, intelectual y literaria, y la cuentería, de raíz mucho más popular. Ángela Arboleda nos dice: 

Tal vez el nombre cuentería aleje o provoque cuestionamientos en ciertos espacios "cultos" o "intelectuales", pero hasta que no se acerquen a nosotros los cuenteros, los tradicionales y los contemporáneos, se estarán perdiendo de mucho. A ellos les digo ¡epa! que soy ¡¡¡narradora oral escénica!!! Y ahí sí suelen prestar atención.

Por otra parte, en países como Argentina, el término cuentero posee, en palabras de Inés Bombara, “una connotación poco feliz, ya que designa al mentiroso o manipulador, aquel que engaña”. En España, este término no se suele usar; su lugar lo ocupa el término cuentista. El barcelonés radicado en Guadalajara Pep Bruno, cuya labor en el entorno de la narración oral en España es harto conocida, dice a este respecto: “me gusta cuentista porque es un término con historia, tradicional, porque comparte raíz semántica con cuento y porque evoca también a la palabra artista”. Otro español, Emilio Rodríguez, afirma escuetamente: “cuento cuentos, soy cuentista”. 

El mexicano Miguel Ángel Tenorio, que además de narrador ha trabajado de escritor, productor de televisión y locutor de radio, trae a colación otra modalidad del oficio, la lectura en voz alta: “también esto es otra forma de las artes de la representación, porque va creando universos específicos y pide también cierta actitud de su público”. Por su parte, el catalán Joan Boher añade al concepto de narrador oral el de especialista en actividades de dinamización lectora y nos lo explica: “narrador oral es el oficio y la dinamización es una de las modalidades de éste, es decir, cuando se usa la narración oral para la promoción de la lectura”. Esta modalidad tampoco está exenta de debate, Manuel Sánchez nos avisa de que, “bajo el marbete de animación a la lectura algunas editoriales lo que pretenden pretende es hacer publicidad de sus productos”. La actriz, docente y narradora bonaerense Marta Lorente afirma que “lo importante en la narración oral no es que anime a leer, o que se use para educar en ‘valores’ o que sea terapéutica, o que cohesione a la comunidad, siendo todas estas cosas estupendas y ciertas; lo importante en la Narración Oral es que es válida por sí misma.”

A veces surgen propuestas originales, como la de Olga Liliana Reinoso, que nos dice: “soy narrautora, ya que generalmente narro mis propios cuentos”. Y la puertorriqueña Carmen Alicia Morales, historiadora y narradora, opta por llamar a este arte juglarismo: “me considero una juglar que ha nacido fuera de tiempo y lugar”. A este respecto, el alicantino Antonio González Beltrán nos declaró: 

En español tenemos términos muy apropiados para definirnos: cuentista, cuentero, sobre todo, cuentero. Lo de narrador oral me parece una buena definición, pero eso: una definición. Y lo de narrador oral escénico es ya una definición enciclopédica. En realidad, nosotros somos juglares modernos y, en resumidas cuentas, actores, como aquellos viejos bululús de nuestro incipiente teatro. 

Merece la pena presentar las distinciones que nos ofrece la cubana Elvia Pérez, que se define como actriz, escritora, compositora, narradora oral y directora artística:

El narrador comunitario, el cuentero popular, no se propone hacer nada artístico, es un conversador nato, solo quiere comunicarse; aunque existan elementos histriónicos en su labor ese no es su objetivo principal; el bibliotecario que narra cuentos para promover la lectura, su objetivo está en función de la literatura, etc. Pero el que se propone hacer una presentación artística con su trabajo, el que se presenta en salas de teatro, en espacios escénicos con un objetivo claramente dirigido a manipular las emociones del que escucha, ya sea hacerlo reír, llorar, pensar, etc., amplificando su voz, sus gestos, haciendo un trabajo de dramaturgia con el cuento o los cuentos es para mí un actor-narrador y me parece justa la definición de algunos especialistas en el tema que lo han llamado “teatro de presentación” o “teatro de la palabra”; nosotros que nos hemos acostumbrado a ver su lado de oralidad artística lo podríamos llamar “oralidad artística escénica”, u “oralidad escénica”. No me preocupo mucho por el nombre del oficio, creo que todos estos y otros más pueden más o menos definirlo, teniendo en cuenta que el cuerpo teórico de este género artístico aún está en construcción. 

La catalana graduada en Arte Dramático Rosa Vilà Font considera que se debe ser abierto ante la denominación del oficio: 

Cuentacuentos, narradora oral, cuentera, cuentista… todo vale, si se trata de contar de viva voz, de fomentar esta tradición añeja que se reinventa cada día. No me considero purista, no creo que sea bueno restringir y encorsetar, este es un oficio grande, donde caben muchas palabras y definiciones. 

La segoviana Margarita Sanz encuentra que “existen diferentes matices de la narración oral” y añade, “para mí no hay diferencia entre cuentero, cuentacuentos y contador de historias. Me parece que narrador oral escénico se acerca un poco más a los monologuistas, lo mismo que stand up comedian, que es más de humor”, aunque valora el trabajo que todos realizan. Finalmente, y sin ánimo de ser exhaustivo, la alicantina, titulada en Magisterio Rosa Fraj se presenta indistintamente como “cuenta cuentos, cuentista, narradora”.

 

II

 

El cubano Francisco Garzón Céspedes, personalidad influyente en el desarrollo de la narración oral contemporánea, ha definido la narración oral como “una conducta expresivo-comunicadora que tiene su origen en la característica humana, necesaria e imprescindible, de comunicarse” y por tanto, que es “tan antigua como la humanidad misma”. Pep Bruno prefiere distinguir con claridad dos grandes tipos de narración que debemos tener en cuenta:

Creo que hay que diferenciar entre la narración oral en general, que abarca a una madre contando a su hijo antes de acostarse, o a un abuelo contando en la calle a un grupo de niños, o a un mozo contando a sus compañeros tras la siega o en la taberna... de la narración oral como oficio. La primera es un tipo de expresión/comunicación artística, y se diferencia de la segunda en que ésta, además, es una forma de espectáculo. La cosa también puede confundirse pues dentro de la narración tradicional hay también profesionales, y por lo tanto hay lugares donde está incorporada como una tradición comunitaria. Pero no es nuestro caso. Para mí la narración oral es mi forma de vida, soy un afortunado porque puedo vivir de contar cuentos, que es algo que disfruto y me hace feliz. Pero al haber hecho de ello mi oficio manejo rudimentos que van más allá de los que uso cuando cuento un cuento a mis hijos. Por lo tanto para mí la narración oral es una disciplina artística que toma elementos y herramientas del espectáculo y la escena para la consecución de sus objetivos. 

La narradora oral española Susana Tornero se refiere al primer tipo cuando afirma “para mí la narración oral es un suceso efímero que acontece cuando se reúne un grupo de gente para narrar y escuchar historias”, Iván Mantilla se refiere al segundo tipo cuando dice: “creo que pertenece a la oralidad artística como categoría de la comunicación. Contar es un arte”. Por su parte, la venezolana Mariana Libertad Suárez nos muestra lo que une a los dos: “creo que la característica principal de la narración oral es su carácter comunicativo, que supone inmediatez, reinvención y posibilidad de adaptación”. 

Hay que considerar también la gran división que se da en la narración oral contemporánea, la de tradición comunitaria y la escénica. Una, que tiende a desaparecer, hunde sus raíces en la cultura ancestral transmitida de generación en generación y mantenida sobre todo en ambientes rurales; la otra es una creación moderna y urbana que se encuentra en expansión. El venezolano Yorluis Silva dedica su tesis doctoral a estudiar la narración tradicional; en ella declara: “el narrador oral es el portavoz de la tradición colectiva, de la memoria popular; refleja el contexto socio-cultural donde vive; además, se nutre de las narraciones de personajes conocidos, de anécdotas, mitos, leyendas y vivencias del hombre.” Por su parte, Manuel Sánchez ve esta modalidad ya en pasado: “la narración oral fue una tradición comunitaria. En mi comunidad ha dejado de serlo en gran parte, aunque siempre quedan resistentes, sobre todo donde menos se les busca”. El colombiano José Miguel Morán la ve como “un arte escénico, basado en una tradición comunitaria que ya no logra convocar a su gente alrededor del fuego (hogar)”. No obstante esta primera modalidad es el origen de la narración oral contemporánea; así lo afirma Rosa Fraj al nombrarla “tradición comunitaria que forma parte de la gestación de las artes escénicas” o Rosa Vilà Font que la define como “arte escénica de tradición comunitaria”. Inés Macpherson coloca la cuestión en perspectiva:

Creo que la narración oral tiene algo de tradición –por algo es un arte que se ha cultivado en todas las culturas a lo largo de los siglos– y ahora está adoptando una nueva relevancia. Se están añadiendo elementos escénicos, musicales, teatrales y eso enriquece la base tradicional que este arte ya tiene. 

Este primer tipo es el modelo de la narradora peruana Kalané Indakotxea (Clara Indacochea), ingeniera geóloga, con posgrados en Educación Intercultural, Socio Animación Cultural, y Derechos Indígenas que trabaja la narración oral no a la manera tradicional, sino de forma escénica:

Es un oficio; es como ser guardián de la palabra para difundir las manifestaciones orales de cada cultura, así  entre los Pueblos Indígenas Amazónicos existen personas que guardan y difunden los cuentos e historias; no cualquiera, por ejemplo, puede ser un “Aun Matin” awajum. La narración oral es la creación a través de la palabra de muchos escenarios y en donde la voz, la entonación, el ritmo son vasos comunicantes con los oyentes. Es la explosión de la creatividad, imaginación, interculturalidad, magia. Es la forma de enseñar sin que te aburras ni te olvides. Es lo que los niños escuchan y viven y es lo que vuelve niños a los adultos para ayudarlos a seguir viviendo. Es una profesión, donde cada día debes ejercitarte, estudiar, tener en mente la mejora continua pues se va madurando cada vez más, utilizando más herramientas y recursos. 

La vallisoletana Inmaculada de Miguel, titulada en Magisterio y en Arte Dramático, considera que “puede tener un poco de todo, aunque cuando se cuenta para un público muy numeroso se tiene que tratar más como un espectáculo”. 

La andaluza Silvia Bedmar califica la narración oral 

como un arte escénica, por supuesto, ya que es una forma de expresión llevada a cabo en una escena o espacio escénico, también es un espectáculo porque puede ser una función, una diversión pública que atrae la atención de un público determinado. Puede ser a su vez una tradición comunitaria, con ciertas características propias de la cultura en la que se inscribe.

El actor y payaso español Juan Berlanga Antolín (Juan Gamba) también se decanta por la modalidad contemporánea: “es un arte escénica. Su representación puede ser un espectáculo. A veces proviene de la tradición, no siempre”. Maria Bassas no está muy a favor del calificativo de escénica:

Creo que se le debe elevar a la  categoría de arte pero no escénica porque no precisa de escenario tal como se entiende en el teatro. También pienso que es interesante el término tradición comunitaria, porque la narración oral solo se puede dar en la comunidad. 

A este respecto, el argentino José Ramón Farías declara: “en mi caso no es arte escénica, tal vez espectáculo”. Ignacio Sanz afirma que es “un arte escénica”, pero también admite que “los caminos son múltiples”. La actriz, cantante, narradora oral, dibujante y escritora Isabela Méndez, residente en Barcelona que ha desarrollado su labor por Venezuela, Nueva York y España, la define como “un arte escénica y que si es tratada con la disciplina y el respeto que merece, puede ser un espectáculo de alta calidad. Es también en muchos casos una tradición comunitaria. Dependiendo del contexto en el que se lleve a cabo  la sesión y del tipo de narrador, estará dentro de una categoría u otra”. Por su parte, la narradora argentina María Fernanda Gutiérrez nos dice que “la narración oral escénica es una profesión que en lo personal, considero que está en pañales, hay muchas teorías demasiado encontradas, por lo que no podemos dar muchas cosas por comprobadas y reglamentadas, afortunadamente. 

 

III

 

Algunos narradores orales nos recuerdan que esta dedicación es, ante todo, un oficio. El turolense de ascendencia checa y residente en Asturias Paco Abril dice: “no me importaría llamarlo oficio, si por tal se entiende, como señala el diccionario, la experiencia, el dominio y el conocimiento de una actividad”. De manera parecida, el colombiano Julián Maya nos dice: “en primera medida es un oficio, una práctica cultural, sin embargo cuando se enaltece agregándole elementos que lo elevan a una categoría estética este puede ser considerando un arte.” 

Por lo general, los narradores consideran que practican un arte y muchos se afanan por definirlo desde la perspectiva de una actividad escénica, ya alejada del ambiente tradicional. Maria Bassas opina que aunque la narración oral es un arte, todavía “no es considerado como tal. Lo que se está intentando es revalorizar este sector. Está costando, pero poco a poco los narradores van consiguiendo su lugar y un cierto prestigio”. 

Un buen número de narradores orales no dudan en señalar la enorme antigüedad de este oficio. Julio Manau nos dice que “la narración oral se parece más a cuando la gente se reunía alrededor del fuego y se contaba historias. Eso es algo que ha existido desde el principio. Todo lo que vino después, como el teatro, para mí es una evolución más o menos técnica de esa pulsión de contar historias”. El payaso y narrador catalán Xavier Basté Ribera hace hincapié en este quehacer elemental cuyo vehículo es la palabra, y lo califica como “un tesoro inmenso, frecuentemente menospreciado, uno de los signos más bellos y visibles del grado de evolución del ser humano”. Nos dice también: 

Es, tal vez, el arte más antiguo. Es aparentemente más “asequible” para todo el mundo, ya que todo el mundo puede contar un cuento a su hijo o a su nieto recostados en la cama; y si no lo han hecho deberían. Pero, claro, narrar ante un público es algo muy diferente. Es un arte aparentemente sencillo, frágil. En fin, a veces me parece un milagro que a día de hoy haya gente que narremos y gente que escuche. Será porque conecta directamente con los sentimientos, inquietudes, anhelos más profundos del ser humano. 

Sin embargo, el hecho de ser un quehacer antiguo no implica que exista continuidad en él. De hecho, muchos de los narradores no han heredado técnicas, estructuras y estilos de la tradición; de ella solo tienen a su disposición textos. La narración oral contemporánea surgió en muchos ámbitos después de que la narración oral tradicional hubo prácticamente desaparecido, o al menos cuando se la percibía en claro peligro de extinción, por usar un símil biológico; la carencia parecía notarse en la sociedad y con algo había que suplirla. Las artes dramáticas y un desarrollo técnico a partir de la lectura en voz alta vino a suplir esta carencia y un nuevo movimiento de narración oral apareció en nuestras sociedades. El argentino Juan Ignacio Jafella opina de este modo: “es un arte antiguo, tan antiguo que se perdió en los inicios de la modernidad y ahora lo estamos retomando, claro que de manera diferente; es decir, acorde a los tiempos que vivimos”. También fijándose en la brecha entre lo tradicional y lo moderno, el médico y narrador cubano Jesús Lozada, echando una mirada a la historia reciente de la narración oral, define su quehacer como “un arte urbano, oral, narrativo, refuncionalización de la narración oral de los siglos XIX y XX, que es la que colocó nuevamente en los espacios públicos de la modernidad al arte del cuentero, del contador de historias”. Susana Tornero, por su parte, distingue entre la narración oral tradicional, no profesional y la moderna y urbana, que califica como “una profesión muy reciente”: “según lo poco que he leído en el ámbito de la antropología, en las culturas en las que aún se cuentan cuentos, la narración recae en una figura familiar dotada para ello, pero que no se dedica profesionalmente a contar.” En esta línea, la argentina Elva Marinangeli nos dice: “es una práctica que ha trascendido el ámbito tradicional (trasmisión de la memoria, alcances pedagógicos etc.) y se desarrolla desde hace tiempo como una creación de espectáculos de narración oral escénica, es decir con modalidad teatral alterativa, y se ha legitimado y profesionalizado.” El murciano Juan Pedro Romera, experto en teatro infantil, siente que pertenece a “un movimiento moderno que hunde sus raíces en el pasado aportando grandes variaciones a las propuestas”.

El reconocido narrador argentino José Campanari, desde la perspectiva de la narración oral escénica, nos dice:

Creo que la narración oral pertenece al mundo de las artes escénicas. Considero que es una de las primeras expresiones artísticas del hombre, junto a la pintura y la danza que seguramente sean anteriores por no necesitar de la palabra. En la actualidad evidentemente se desarrolla como una manera de expresión artística dentro de la escena, además de ser un recurso utilizado con otros fines dentro del ámbito educativo, terapéutico, esotérico, entre otros.

Campanari define lo que él denomina arte de contar historias de viva voz como “un arte escénica contemporánea muy joven que está tratando de encontrar sus espacios de desarrollo”. Para el portugués António José da Cruz Fontinha, la narración oral “es una actividad con características propias” y declara que “en Occidente, hasta mediados del siglo XX, no se desarrolló ni se sustentó ninguna teoría en torno al acto de contar como arte”

Otra argentina, la bibliotecaria y productora de radio Vivi (Viviana) García, define la narración oral como “un arte escénico que puede desarrollarse en los ámbitos más diversos, hospitales, escuelas, cárceles, teatros, bibliotecas, cafés, etc.” De esta manera nos muestra su visión del proceso: 

El narrador lleva y trae a los “escuchadores”, en este convivio imprescindible que requiere la narración oral, el narrador cuenta con quienes lo escuchan, el relato se teje entre todos. Es un proceso bellísimo. El narrador cuenta apoyándose en sus imágenes mentales (“habla de lo que ve”) y el escuchador las construye a partir del relato.

La también argentina Ana María Cherñak nos detalla en qué consiste este arte: 

Tiene normas y características propias y diferenciables que el narrador desarrolla según sus posibilidades: no se ajusta a un texto, pone y saca palabras, gestos, datos, que son parte de su bagaje personal, únicos e irrepetibles, usa recursos propios para acortar o alargar los momentos teniendo en cuenta la reacción del público, es una expresión que provoca en los escuchas complicidad, identificación, ternura o rechazo según los matices expresados.

La mexicana María Elena Ávalos nos describe de este modo el proceso de la narración oral: “el narrador reconstruye los hechos, les da nueva vida, los recrea, les da nuevos significados y hace una obra propia en la que compromete sus propios valores, sus propios puntos de vista, sus propios miedos y esperanzas”. Ángela Arboleda opina que la narración oral, como arte es “uno de los más complicados” y nos explica por qué: 

El cuentero es dramaturgo, "actor", director, escenógrafo, proyeccionista, lleva adelante la construcción de cada personaje de su historia, cómo camina, qué le gusta, qué piensa y hasta qué no piensa ¡Lo viste! El cuentero es hasta luminotécnico pues trabaja con luz propia, la de la fuerza de su palabra, su ademán y su gesto poderosos. El cuentero es dios porque lo sabe todo, qué pasó, qué va a pasar, quién, cómo, cuándo.

El mexicano Benjamín Briseño también nos explica que se desenvuelve en una dedicación múltiple:  “dentro de la narración oral, soy ejecutante de mis espectáculos, gestor de programas de narración oral y dedico mucho de mi tiempo a la educación no formal impartiendo talleres de narración, vinculándola a la promoción lectora”.  A este respecto, la colombiana Mayerlis Beltrán nos dice: 

En la medida en que el narrador sea consciente de la importancia de su trabajo y la responsabilidad que tiene con el público que lo va a ver, su propuesta escénica será cada vez más exigente, más elaborada, más profesional y esto se reflejará en la manera en que las demás personas empiezan a tratarlo o empiezan a referirse a tu trabajo.

El narrador y comediante francés Luis Pepito Mateo comparte con nosotros su visión:

En Francia normalmente hay categorías bastante cerradas, pero yo navego entre ellas. De hecho, estoy en la rama del cuento porque cuento en directo con el público, relatos que puedo arreglar como quiero porque yo soy el autor principal de lo que cuento. Y puedo cambiar de estilo de un espectáculo a otro. Para mí, este trabajo es artístico porque no se refiere únicamente ni a la literatura, ni al teatro ni a la poesía. Es una forma especial de escribir para la oralidad que tiene sus cosas específicas, y que funciona con las imágenes en complicidad con el público.

La cubana Irene Hernández nos describe con detalle su visión sobre este quehacer: 

El narrador hace un trabajo de búsqueda y selección de la historia, la estudia, se apropia de ella, la versiona, con lo cual la acomoda a su público, a sí mismo, y al tiempo de que dispone para contarla, y en ese ejercicio (es decir, al versionarla) puede deconstruirla y reconstruirla de tal forma que el producto final sea algo casi diferente; el núcleo será el mismo, el vuelo de la historia dependerá del narrador. Hay versiones que superan con mucho a las historias originales, claro que también las hay menos felices […] Pero además un cuento crece con el público, la misma historia se cuenta cada vez con matices diferentes, porque entre el narrador y el espectador se produce una retroalimentación sui generis que va condicionando el proceso (bien complejo y en el que inciden muchos factores), de ahí que el mismo cuento cambia cada vez.

Para Kalané Indakotxea, “es difícil definir qué es arte en la actualidad” pero es de la opinión de que “un buen narrador oral tiene cualidades que no todos las tienen, empatía, fuerza, emoción, interacción con los oyentes. Es un arte, no cualquiera puede contar historias que capturen a los oyentes, los haga desarrollar simplemente con su voz escenarios mágicos, volar, temblar, etc.” Yanuri Villalobos sostiene una opinión parecida:  

El arte de la narración es un don, creo que aunque mucha gente lo quiere aprender no es algo para todo el mundo, se da comúnmente entre gente conversadora, casi chismosa, que te envuelve en las palabras y te hace imaginar escenas complejas con solo contarte los hechos, es un arte bello y valioso al que muchos menosprecian, pero que otros practican sin saberlo, es una forma magnífica para motivar a los niños a usar bien el lenguaje y a los adultos la imaginación, clarifica, educa, une, crea, vive, impulsa a quien lo escucha y a quien lo cuenta

Silvia Bedmar va más allá del mero concepto de arte para ampliarlo:

Sí, es un arte en cuanto a actividad con una finalidad estética y comunicativa, en la que se expresan ideas, significados, emociones. Pero ha sido mucho más que eso en la historia de muchas culturas, pues la oralidad ha estado unida no solo a las expresiones artísticas sino también filosóficas, religiosas, y a la cosmología en general. En mi modesta opinión, la narración oral es un puente entre lo real y el mundo imaginario, una manera de explicar todo lo que nos rodea, cómo se comporta la naturaleza y cómo hemos de comportarnos nosotros con ella y con todos los seres que habitan en ella, todo esto mediante metáforas, imágenes (reales o no), herramientas que utilizan nuestros sentidos para hacernos caer por nosotros mismos en otros mundos posibles, otras realidades personales o sociales. 

 

IV

 

La oralidad precede a la escritura en todas las civilizaciones, y sin embargo, en culturas como la nuestra, la escritura ha adquirido una relevancia que hace que artes como la narración oral queden de alguna manera supeditados, de ahí que incluso en ambientes universitarios se empleen expresiones como el oxímoron literatura oral, que claramente reflejan la posición de inferioridad que se asigna a lo oral frente a lo literario. Sin embargo, a partir de los estudios sobre la oratura, la narración oral ha adquirido una posición de igualdad ya en muchos ámbitos. A partir de los años sesenta, la oralidad, que siempre ha estado presente, ha ido adquiriendo cada vez mayor importancia en las investigaciones sobre la comunicación humana. Nos dice el actor, guionista y narrador chileno José Luis Mellado: “hoy vemos que la oralidad está presente –así sea con ritmos distintos por formato televisivo– en la mayoría de nuestras actividades sociales. Son pocas las cosas que se quedan al margen de esta”. Las diferencias entre ambas modalidades de narración, la oral y la escrita, son bien conocidas por los que practican el oficio de la narración oral: así, la escritora y narradora catalana Cristina Moncunill, que trabaja con el seudónimo de Yorinda, afirma de manera tajante: “no se puede contar un cuento tal y como está escrito”. El resultado “es aburrido para el público”. También, para la argentina Laura Dippolito, cofundadora de la cátedra de narración oral de la Universidad de La Plata, “narrar oralmente y escribir son dos  actividades complejas y radicalmente diferentes”. La narradora argentina radicada en Madrid Valeria Pardini  especifica algunas diferencias básicas fijándose en el proceso de recepción: 

Un escritor escribe para la lectura de ese cuento corto. La lectura da libertad al lector: permite frenar, volver sobre una palabra que no se entendió, pensar, tomarse el tiempo que uno necesite, dejar la lectura y retomarla más tarde. El espectáculo de narración oral no permite nada de esto. Por lo tanto, el narrador cuenta teniendo presente que la historia debe entenderse (en lo posible) fácilmente, que mucho se dice con el cuerpo y la voz. Hay descripciones que no hacen falta en la narración, por ejemplo. 

Pep Bruno también se fija en la gran diferencia que existe en la recepción, en especial en relación entre el proceso de lectura y el de escucha:

Lo escrito puede leerse una y otra vez (incluso cuando yo haya muerto), sin embargo lo contado es único cada vez. Ese es el gran valor de la oralidad (y esa es una de las razones por las que no me gusta nada que me graben contando). 

Roser Ros se fija en el proceso de producción, en la parte del emisor, para encontrar las diferencias:

El narrador completa el acto de narración junto o frente al oyente y puede modificarlo si así se lo pide éste (con la mirada, con el cuerpo, con la palabra). El escritor no tiene esta suerte, él dialoga con el ordenador. Sin embargo, el  escritor dispone de más tiempo para amasar las palabras con las que escribirá su relato. Y siempre puede recurrir a lectores antes de publicar.

Inés Macpherson también se centra en el acto creativo: 

Cuando narras un relato escrito, pensado para ser leído, te das cuenta de que existen una serie de datos, de elementos del relato que no son relevantes para la oralidad pero que, en cambio, son muy importantes para dar fondo y  calidad a un relato escrito. La diferencia entre un narrador oral y un escritor es que el escritor debe profundizar, tejer y conocer mucho más de lo que acaba apareciendo en el papel. El narrador oral se queda con la esencia y, a través de la voz  y la interpretación, da vida a ese relato. 

Emilio Rodríguez nos recuerda que, ante la consabida permanencia del texto escrito: “el cuentista realiza un acto nuevo en cada representación aun cuando cuente siempre la misma historia, el escritor de relatos solo cuenta la misma historia una vez”. Por su parte, José Miguel Morán también encuentra diferencias en cuanto a autoría, pues, frente a la idea de originalidad de la obra literaria, donde el plagio es uno de los pecados capitales, el narrador suele contar “muchas historias que no le pertenecen”.

En la oratura no funciona la idea de texto tal como ocurre en la literatura, por su condición efímera y enormemente variable. Haydée Guzmán lo expresa de este modo:

Contar un cuento, ya sea de autor como de tradición oral, requiere de la elaboración del mensaje por parte del cuentacuentos. Este deberá elegir el texto y organizar su relato atendiendo al mensaje que quiere transmitir, por lo tanto aunque el cuento ya existe, en la voz del narrador será un nuevo cuento. Y así pasará cada vez que ese texto sea presentado por otro narrador, es decir, que de un mismo texto surgirán tantas versiones como narradores lo hayan elegido. Cada una será una obra en sí misma, lo que lo coloca en el lugar de primera versión para ser nuevamente transformado, tanto en la escucha como en una nueva presentación. 

Ante tales diferencias, que requieren competencias y habilidades muy diferentes en ambas artes, Rosa Fraj afirma que un escritor “puede escribir muy bien, pero igual no sabe hablar en público o no sabe narrar”. De hecho, José Miguel Morán piensa que “el escritor muy difícilmente se enfrentará al público”. No obstante, algunas personas han podido integrar en su persona las habilidades que ambas artes requieren; a este respecto, Ignacio Sanz afirma que “hay escritores magníficos que se convierten, aun sin quererlo, en narradores orales. Luis Sepúlveda, Antonio Pereira, Luis Landero, Tomás Sánchez Santiago además de escritores, tienen o han tenido el don de la palabra”. 

A pesar de las diferencias, la narradora argentina de nacionalidad austriaca y radicada en España Nora Mendoza nos dice que “un punto de conexión” entre ambas artes “es la capacidad de comunicación”: “el narrador tiene que saber transmitir oralmente. El escritor tiene que saber transmitir por escrito. En el primer caso es una comunicación en el aquí y ahora, en el segundo, postergada en el tiempo y de la que el escritor puede no enterarse nunca de su impacto”. 

Aceptar que la narración oral es un arte también nos lleva a la cuestión de la relación que existe con las otras artes, en especial con el teatro, puesto que muchos definen esta actividad como “narración oral escénica”. En esta cuestión ha habido mucho debate, aunque haya algunos que no quieren meterse en esta cuestión. Así Silvia Bedmar nos recuerda que “hay muchas formas de entender el trabajo de un actor como las hay de entender el trabajo de un cuentacuentos” y añade “tampoco me gusta encasillar y poner límites férreos donde no los hay”. La cubana Mayra Navarro, toda una institución en el ámbito de la narración oral de su país, considera que este debate va quedando anticuado: “la ya vieja discrepancia entre que si la narración oral es teatro o no es teatro va resultando obsoleta en tanto los criterios artísticos en la contemporaneidad, amparados en una visión posmoderna de las artes, dejan espacio para muchos puntos de vista y criterios”. 

El catalán Arnau Vilardebò establece diferencias específicas entre las ocupaciones de narrador y actor: “todo narrador es actor. No todo actor es narrador. El narrador da las buenas tardes y si alguien no ha entendido algo lo repite sin que se rompa el clima.”

Elvia Pérez ve la narración oral como parte del arte dramático: 

Cuando cuenta, aunque sea de forma breve, interpreta un personaje, hace un diálogo, utiliza la dramaturgia para organizar su espectáculo, o su cuento, utiliza la improvisación, en fin, si utilizamos las técnicas del teatro para hacer la narración oral, no creo que sea un arte independiente, sino un género dependiente de lo que siempre ha existido, el teatro.

Por lo general, los narradores que proceden del teatro suelen encontrar concomitancias. Rosa Vilà Font encuentra que ambas artes se relacionan: 

Para mí sí tiene que ver, ya que yo tengo formación de actriz y de ahí he tomado recursos que me han servido para enriquecer mi trabajo, separando la narración oral de la interpretación propiamente dicha, pero el cuidado de la voz, del cuerpo, el tratamiento del público y muchos otros componentes son comunes en los dos artes. 

Yanuri Villalobos se identifica como actriz de teatro y añade, “la mayoría de narradores de mi país [Costa Rica] lo son, trabajamos el arte de la narración paralelamente con el teatro”. La catalana Cristina Moncunill, Yorinda, opina de manera parecida: “yo soy actriz y aplico muchas de las herramientas normales del teatro a la hora de contar cuentos. Eso enriquece mucho el producto final”. Y Valeria Pardini, cuyo estilo de narración se relaciona con el arte dramático, nos dice “yo me formé como actriz mucho antes de convertirme en cuentacuentos”. También la española Sofía Alaínez Herrera, Volvoreta,  encuentra concomitancias:

Considero mi oficio un arte con puntos de unión con el trabajo de actor, ambos trabajamos nuestra proyección vocal, la expresión corporal, el texto, al igual que estamos muy cerca del monologuista por exactamente lo mismo (y unas cuantas razones más), pero una diferencia principal es que el narrador oral bebe de fuentes totalmente diferentes, siendo la literatura infantil y la tradición oral, en mi caso, las más recurrentes.

El narrador, actor y escritor español Javier Tenías, en su elaborada opinión, nos recuerda que hay muchos tipos de artes escénicas que se pueden englobar dentro de un concepto amplio, sin intentar parcelarlas:

La narración oral es una modalidad de arte escénico relativamente nueva que mantiene similitudes y diferencias con el resto de las artes escénicas. De hecho, hay quien la denomina narración oral escénica y la enmarca dentro de las artes escénicas. Yo creo que el mayor problema reside en los intentos por parcelar las artes, que en realidad siempre han estado imbricadas, y en este caso concreto por tratar de separar o diferenciar la narración oral escénica del teatro […] Algunos olvidan definir primero a qué se están refiriendo con teatro, tal vez se refieran únicamente al teatro de texto, que es una de las muchas parcelas que existen dentro de esa generalidad ala que llamamos teatro. Por poner un ejemplo, existe un teatro de improvisación, un teatro de objetos, un teatro mimado, etc. El teatro es una de las artes escénicas como también lo es la narración oral. Desde ese punto de vista que pretende diferenciar podríamos incluso llegar a decir que el teatro (por ejemplo, la improvisación o la pantomima) no es teatro (como por ejemplo el teatro escrito).

Interesante es, a este respecto, la respuesta Irene Hernández:

Hay formas y formas de narrar, unas más apegadas a lo escénico, otras más distantes, pero creo que son muy cercanas. En mi caso llegué primero a la actuación y luego a narración y todo el bagaje de conocimientos que traía del teatro me vino “como anillo al dedo”, incluso a la hora de elaborar las versiones de los cuentos, para no hablar de la puesta. Y eso condiciona profundamente mi forma de narrar, de proyectarme en escena. Sin embargo, hasta nuestros narradores más populares (me refiero a los narradores que cuentan desde el saber popular, sin talleres u otra formación, y créame que los tenemos excelentes en Cuba, Brasil y otras regiones de Latinoamérica, recuerde que como en África, la sabiduría ancestral de nuestros pueblos se transmitía oralmente), emplean “maneras” –para no llamarles técnicas–, propias del teatro. Y para cerrar echemos una mirada a nuestro pasado, uno distante en el tiempo, pero no demasiado remoto, ¿qué eran los juglares de la Edad Media europea sino contadores de historias a la vez que actores? 

Inés Macpherson afirma que “la gracia de la narración oral es que narras la historia, mientras que en el teatro se muestra la historia mediante la interpretación”. Los resultados son diferentes:

Conseguir el mismo efecto que consigue una obra de teatro es difícil, pero la narración oral permite que el espectador imagine por sí mismo la historia. La voz es la forma en que se transmite la historia. Si el narrador […] consigue interiorizarla y transmitirla como si realmente la hubiera vivido, el público podrá dibujarse la historia en su mente. 

Pep Bruno hace hincapié en que en vez de texto, lo que realmente se transmite son imágenes, aunque no sean visuales: “el narrador está más cerca de un director de cine que de un actor, pues hace que quien escucha active su pequeño cine interior y vea “la película” de lo que cuenta, focalizando la atención en un detalle u otro”. Martha Escudero dice algo parecido: “puestos a buscar similitudes, el narrador estaría más cerca de la figura del director en tanto es él el que decide cómo contar su historia”. También José Campanari se refiere a este hecho: “el narrador lleva a quienes escuchan por un espacio intangible donde transcurren los hechos, construyendo las historias en un punto de encuentro entre el imaginario del narrador y de quienes escuchan”. 

La cuentista y escritora castellana Estrella Ortiz, al comparar la narración oral con el teatro nos dice que “la narración oral a veces es algo mucho más íntimo. Pero es representación.  Lo que ocurre se cuenta y no está ocurriendo en el presente: se trae al presente. Unas veces de forma más expresiva que otras. Es solo cuestión de formato. De forma.” 

Por su parte, Pedro Parcet, narrador argentino especializado en relatos folklóricos, afirma que “no hay que estudiar teatro para formarse como narrador”, y añade: “los mejores narradores que vi, no salieron jamás de sus aldeas”. Por su parte, Silvia Bedmar ha conocido actores que escenifican cuentos. Pero también nos dice nos dice “no me considero una actriz; mi trabajo es otro, el de relatar, el de utilizar sobre todo mi voz y mi expresión corporal para contar historias”. Y Kalané Indakotxea nos expresa su protesta ante los actores que a la ligera se convierten en narradores orales:

Si algo me disgusta es que algunos actores para sobrevivir se vuelvan de la noche a la mañana cuentacuentos, sin cambiar sus técnicas ni adecuarlas a la narración oral, que existan personas  que solo busquen los aspectos económicos y han encontrado una veta en “contar cuentos” o que haya algunos cuyo ego y afán de reconocimiento los lleve a realizar presentaciones de muy baja calidad. 

Si por un lado, Nora Mendoza nos avisa de que “hay teatro, del considerado “alternativo”, que trabaja a partir de textos pero con libertad e improvisación, tal como lo hacemos los narradores”, por otro Iván Mantilla nos muestra al narrador que actúa dentro de un personaje: 

Creo que hay cierta similitud dependiendo lo que se quiera y como se quiera contar; cuando el narrador asume una historia en primera persona debe obligatoriamente hacer un trabajo muy teatral para poder dar las características específicas al personaje en cuestión, es el caso del personaje narrador; en Colombia tenemos varios exponentes entre los más destacados Jota Villaza con “Sebastián de las gracias” y Robinson Posada con “el parcero del 8”. 

Pero esto es una excepción. Por lo general, los narradores realizan su trabajo desde su propia persona. Así la costarricense Teresita Borge nos lo confirma: 

La narración oral es un arte que conjuga diversas técnicas que van desde los más básicos y elementales conocimientos de respiración, proyección de voz, la buena dicción, entonación y otros. Se emplean asimismo técnicas de teatro que bien utilizadas generan credibilidad, convicción y fuerza en lo que se cuenta y transmite, amén de un limpio movimiento escénico, pero no encarno ningún personaje: caracterizo [...] Básicamente soy yo.

Ignacio Sanz encuentra diferencias básicas: 

Nos subimos a un escenario, pero en el actor suele haber cierta impostura, puesto que interpreta, mientras que el narrador sencillamente cuenta, aunque se valga  de ciertas herramientas gestuales, modulación de la voz y otras técnicas que, efectivamente, también usan los actores. Pero el narrador no interpreta. O no debiera hacerlo. 

Walter Alonso declara que “mientras el actor niega su yo y se convierte en otro, el personaje, el cuentero cuenta desde ese yo, aunque puede haber dentro de un espectáculo de cuentería fragmentos que sean actuación pura”.  Y la puertorriqueña Tere Marichal señala que el actor “se sumerge en un personaje” cosa que no ocurre con el contador, y aclara: “no pretendo actuar o interpretar a otro, pretendo sencillamente contar”. Juan Rafael Madrigal hace hincapié en la necesidad de ser uno mismo: “la cuentería es el arte de compartir, conocemos al ser humano que vemos en escena a través de los cuentos que cuenta, si no lo podemos conocer es porque sencillamente solo está actuando a ser contador de historias”. Paco Abril nos lo dice más específicamente:

Contesto con lo que escribí en una artículo publicado en La revista CLIJ, titulado “Apuntes para una teoría del contar”: “El contador, la contadora, en eso se diferencian de un actor o una actriz, no incorporan un personaje diferente para contar. Siempre son él o ella. El actor representa, da vida a quien encarna, aparenta ser quien no es. Y el espectador asume la convención que muestra la ficción, e incluso juzga si interpreta bien o mal ese papel. El contador no representa un papel, no hace de alguien, no imita a nadie. Es él mismo. Relata una historia que ha leído, que le han contado, que ha escuchado o que ha imaginado. Por lo tanto, no finge ser quien no es. Detrás de él solo están él y su repertorio de historias”. 

La flexibilidad de la narración oral frente a la rigidez del texto repetido es una diferencia que muchos consideran importante. Isabela Méndez lo expresa de este modo: “la dramaturgia del teatro convencional es intocable, al igual que la puesta en escena. El cuento es mucho más flexible tanto en el modo en el que el narrador lo narre, como en los movimientos que elija para acompañar la narración”. Más adelante continúa enfatizando esta flexibilidad:

El narrador tiende a trabajar en solitario y por lo general tiene más posibilidades de improvisar y adaptarse a diferentes espacios. En comparación al teatro convencional, la narración oral permite al narrador, mucha más flexibilidad. Para el narrador oral, la cuarta pared normalmente no existe,  su relación con el público es directa. 

Manuel Sánchez lo expresa así: “lo oral es instantáneo, comunicativo, fugaz, interactivo, sugerente y excluye lo fijado y la cuarta pared del teatro tal como se entiende habitualmente”. Ángela Arboleda también es de la opinión de que “el narrador depende de una relación directa y constante con el público”. Nos lo explica de esta manera:

Los demás construyen su montaje sin que el público sea el puntal principal. Existe la famosa cuarta pared. El actor no puede parar la obra para comentar que un camión de basura está pasando por detrás del público y convertir así el ruido y suceso distractor en un momento narrado y hasta poético que no impida que la atención se pierda. Esto le pasó a José Campanari, que es un narrador genial. Luego que logró que el público no se volteara a mirar qué pasaba detrás y se quedara con él, siguió con el cuento. En narración esto es, para un buen cuentero, hasta interesante. Para un montaje teatral, de títeres o de danza puede ser mortal y difícil de salvar. 

A este respecto, María Elena Ávalos afirma: “nosotros contamos con el público no para el público”. El vallisoletano Iván Trasgu también coincide con este modo de pensar:

El narrador oral purista cuenta sólo con gesto y voz, aunque se apoye en algún elemento concreto, pero sólo es narrador oral. Si se funden los plomos puede seguir narrando. El resto se sustentan en diversos recursos además de la narración oral, la visual y la tecnología o la sofisticación. Lo ajeno al cuerpo y mente se hace necesario. El material se hace protagonista.

El colombiano Mauricio Linares nos dice que a pesar de que existen grandes narradores que han sido o son actores de teatro, “hay una relación entre teatro y narración oral, pero esa relación desaparece en escena; el teatro busca caminos diferentes a la narración oral, la narración oral va por rumbos muy distantes del teatro, aunque vuelvo y aclaro que en ciertos puntos convergen”. José Campanari manifiesta una opinión parecida: “no creo que haya una relación directa entre el trabajo del actor y el trabajo de la persona que cuenta, aunque la formación actoral puede sumar destrezas al trabajo del narrador”. 

La venezolana Laura Montilla, que se dedica al cuento infantil, define parecidos y diferencias: “en el sentido de cuidar la escena, el vestuario, la preparación y la técnica ¡Sí!  En el sentido de repetir un texto siempre igual y sin  retroalimentación  dinámica con el público no”. De igual manera, Irene Hernández nos dice que “no se trata del texto teatral memorizado línea a línea, con movimientos marcados, es un proceso creativo diferente, aunque con puntos comunes”. También Yanuri Villalobos se refiere a la diferencia en cuanto al texto: “el cuento es flexible y se amolda al público y al lugar, se puede cambiar el lenguaje o los gestos, se puede ser más juicioso o más espontáneo, esa es la maravilla del cuento”. El italiano Roberto Anglisano considera que “la narración es una forma de hacer teatro”; nos dice: “cuando cuento soy narrador, sencillamente un actor que narra”. Pero también encuentra diferencias importantes: “un narrador oral comparte con el público espacio y tiempo, mientras que un actor dramático actúa en otro tiempo y no se dirige al público, no le habla directamente”.  Por su parte, la narradora y escritora catalana Assumpta Mercader  nos recuerda que “el narrador tiene que poder y saber romper la cuarta pared”. Y Maria Bassas comparte su experiencia a este respecto:

Cuando nosotros hacíamos cursillos de cuentacuentos, nos insistían muchísimo que eso no era teatro. Justamente, por no ser teatro, tenía ventajas sobre el actor porque no se ciñe a un guion, y eso permite ser abierto, creativo y poder ser mucho más flexible, siempre adecuándose al público que asiste ese día a escuchar el cuento. […] En el teatro hay dos espacios muy diferenciados, distintos, difíciles de conectar (aunque el teatro moderno inventa maneras para ser más cercano al público). Sin embargo, a pesar de eso, pienso que por mucho que se intente romper esta distancia con puestas en escena algo más innovadoras, el teatro sigue manteniendo esta división. La narración oral consigue romper el muro que hay en el teatro entre el actor y el público. No hay dos espacios. El cuentacuentos participa del mismo espacio y contexto del público y de allí parte la narración. Antes de contar un cuento, hay que conocer un poco el público, y a partir de ahí adecuarse a él en todo lo que vaya surgiendo.

La bonaerense Gabriela Villano, que además de narradora es escritora e intérprete de inglés, resume estas opiniones: 

Cuando narro cuentos, no compongo un personaje que le cuenta la historia al público. No trabajo con la “cuarta pared”, ni interactúo con otros personajes/actores en escena. De todas formas, al hacer narración oral escénica, estoy sobre un escenario, con juego de luces, objetos y efectos de sonidos (a veces), siempre frente a un público interlocutor. En ese sentido se compartirían algunos elementos con el teatro. Puedo utilizar desplazamientos teatrales, pero son elementos que incorporo (como también agrego técnicas de clown o algunos trucos de magia alguna vez) para “vestir” un poco más un determinado espectáculo de narración oral, con el fin de lograr determinados efectos estéticos de vez en cuando.

Otra argentina, Inés Bombara, técnico en narración oral, es firme en su opinión: “narrar no es actuar. La narración es previa al teatro y a la actuación. Es verdad que, en cuanto a expresión, hay puntos de conexión con el trabajo de actor: el cuerpo que expresa, la voz portadora, el lenguaje verbal y no verbal.” E Inés Macpherson especifica: “el narrador lo que pretende es dibujar y conseguir que, mediante sus palabras, las personas que le escuchan vean y vivan la historia que se está contando”. Para Estrella Ortiz “existe una matización importante que distingue el trabajo del actor y del narrador, y es el diferente modo de ‘vivir’ lo que se narra”. Y frente a la implicación del actor en el hecho que narra, afirma: “existe más distanciamiento en el narrador la mayoría de las veces”.  Por su parte, la narradora oral y licenciada en Ciencias de la Educación por la Universidad de Buenos Aires, Elizabeth Gothelf también señala las diferencias que encuentra entre un arte que se considera aún muy nuevo y el arte dramático:

Me parece que [la narración oral] tiene que definir aún su campo específico como disciplina y profesión y que a veces es difícil encontrar fronteras con el trabajo del actor teatral (en el caso de la narración oral escénica sobre todo). Pienso que a diferencia del actor o actriz, el narrador es un performer y la diferencia sustancial está en que el actor “representa un papel” en una obra o aún en un monólogo; y si cuenta un relato, el que cuenta es un personaje y lo hace desde el cuerpo del personaje, desde su voz y desde su psicología, que no necesariamente coincide 100% con la psicología, el cuerpo y la voz de quien lo representa. El narrador en cambio, cuenta desde su propia voz y si toma un personaje durante el relato, es momentáneo. También puede ocurrir que narre en tercera persona y tome alternativamente diferentes voces y personajes. Desde luego que esto depende mucho de lo que yo llamaría “la situación del narrar” (concepto que estoy acuñando mientras te respondo), es decir, el contexto singular: cuando narro en un teatro, sobre el escenario, con algo de escenografía y algún objeto o elemento de vestuario, mi trabajo es más parecido al del actor. Cuando narro en una plaza bajo un árbol, o en la casa de alguien que me contrata para una reunión particular que se parece más a un círculo de amigos, mi trabajo se asemeja más al de un narrador popular y espontáneo (en la performance, claro está, porque el trabajo previo de preparación, sigue siendo profesional).

Manuel Sánchez nos dice que “quien cuenta desde un personaje está haciendo un trabajo de actor. La medida de su eficacia narrativa pasa por su competencia como actor y la credibilidad de su personaje. Podrá ser un trabajo excelente, pero radicalmente distinto del de narrador oral”. Por eso la narradora costarricense Mercedes Castro, Efímera, ha tenido que optar. Nos dice:

Poco a poco, conscientemente, he ido buscando separarme del teatro. Pienso que el trabajo del narrador o cuentacuentos es un trabajo más ‘visceral’, no existe la cuarta pared y no se actúa el contacto con el público: el contacto es un hecho sincero que sucede, y abro mi mirada para recibirlo e incorporarlo en lo que estoy narrando; es un ir y venir que solo sucede desde mi experiencia, desde la verdad, desde la entrega vulnerable, aun cuando exista un trabajo previo organizado. Desde allí me siento alejándome del teatro.

La cubana Elvia Pérez nos habla de la antigüedad básica que encuentra en este arte de la narración oral:

Considero que estuvo entre las primera formas del teatro, que en el proceso de evolución estuvo presente en ocasiones y en otras no, que en las formas de cambio y búsqueda volvió para reposicionarse en la escena a partir de la búsqueda de mayor y más directa comunicación con el público, al comenzar a romper con las estructuras convencionales del teatro como la cuarta pared, la dramaturgia conocida, los espacios habituales, etc. Creo que es una vieja y experimental forma de hacer teatro, el narrador es un actor que hace de cualquier espacio un escenario, que usa una dramaturgia atípica, que crea su imagen como su propio personaje para contar los cuentos. Esto no lo encontramos solo en la Comedia del Arte, sino desde la Juglaría, y lo podemos ver en diversos momentos de la historia del teatro. 

Mayra Navarro es de la opinión de que la narración oral es un arte que  “se sostiene de manera independiente y no está subordinado a otras artes; un arte que tiene sus funciones y valores propios, aunque puede ser, además, un instrumento de la educación por el arte.” Respecto, a la precedencia de la narración oral sobre el teatro, confiesa: “a veces me he preguntado quién le ha pedido prestado a quién, y si el más remoto origen del teatro no está en aquellas noches primitivas, durante las cuales se compartían sueños, miedos y esperanzas”. Y en otra ocasión añade: 

No podría negar alguna relación en tanto nuestro oficio y el del actor comparten formas expresivas, pero a mi juicio, definitivamente, no somos actores. Hay quienes se amparan en la visión contemporánea del debilitamiento de los límites entre las artes, entre los géneros, en las mezclas y la llamada intertextualidad, para decir que somos una misma cosa o una variante de la actuación; otros lo plantean como un híbrido o asumen un personaje y cuentan desde él. Cada cual es libre de pensar y hacer, asumir sus formas y estilos, pero bien mirado, nuestras esencias son distintas, nuestras raíces están en la oralidad, en la fuerza comunicacional de la oralidad manejada con un sentido artístico y de manera consciente, en un “esfuerzo creador” que nos diferencia y que el público ya reconoce como tal.

Sea como fuere, al final, según Mayra Navarro, lo que importa son los resultados: 

Aún yo, que hago un trabajo que defiende las capacidades expresivas propias del arte de contar cuentos sin necesidad de apelar a otros recursos, pues considero que se basta a sí mismo, creo que lo verdaderamente importante es que los resultados artísticos sean de excelencia y que cada cual actúe en consecuencia con sus principios. 

Aún otra cubana, Irene Hernández, nos especifica:

Podemos incorporar gestos, instrumentos más o menos sencillos, usar este o aquel vestuario o maquillaje, pero siempre estaremos contando una historia, incluso si narramos entre dos, entre tres, dure un minuto, varios, o una hora, será un hombre o una mujer, desde sí mismo, y sobre todo con su voz y sus gestos (amén de los añadidos) contando una historia (o varias, engarzadas como las cuentas de un collar), a un espectador que le escucha. 

Isabela Méndez, en su experiencia como actriz y como narradora, nos da una larga y meditada respuesta: 

Creo que ambos oficios tienen elementos en común y otros que los diferencian. No considero que sea indispensable para un narrador tener formación teatral ni para un actor, saber contar un cuento, pero tengo la certeza de que ambas experiencias nutren inmensamente y por tanto me parece que pueden ser complementarias. Del teatro he aprendido la disciplina, el rigor de los ensayos, la utilización de la gestual y de la voz como herramientas fundamentales de la expresión escénica, el trabajo en grupo, lo que implica generosidad, empatía, solidaridad, el saber seguir una directriz marcada por el director, el hacer personal una puesta en escena que en principio es ajena, el analizar un texto, un personaje y su universo, el hacer orgánico un texto que ha sido aprendido, la concentración, la puntualidad, la constancia, la exploración de diferentes registros, la improvisación sobre personajes. De los cuentos he aprendido a relacionarme directamente con el público desde mi persona y no desde un personaje, a improvisar a partir de las necesidades de cada sesión, a ser flexible en cuanto a la manera de organizar el orden de los cuentos dentro de una sesión, a contar en espacios variados, a trabajar sola, a crear un repertorio, a descubrir dramaturgias dentro de las historias. Los cuentos me permiten no depender de elementos como escenografía, luces o vestuario,  lo que convierte una sesión de cuentos en un espectáculo portátil, muy fácil de mover y de adaptarse a casi toda clase de espacios. Es un formato en el que he podido desarrollarme como autora, me permite llevar a escena mis propios textos e involucrar en ellos la poesía, el canto e incluso el dibujo. Los cuentos me han brindado autonomía. 

Finalmente, Pep Bruno analiza la relación no solo con el teatro, sino también con el cine: 

La narración oral es una disciplina artística que utiliza recursos que también utiliza el teatro: espacios, disposición del público, iluminación, etc. Pero el actor (exactamente igual que sucedía con el monologuista, que es un actor), asume un papel dentro de una historia. El narrador cuenta esa historia. Yo como actor podría actuar de Romeo, como narrador contaría la historia de Romeo y Julieta. En este sentido creo que el narrador oral está mucho más cercano al director de cine, que también cuenta una historia (utilizando sus propios recursos y lenguaje) y focaliza la atención del público en unos detalles sobre otros (contando de manera personal la historia) y utiliza todos los recursos a su disposición para contarla de la mejor manera posible. Sin embargo, el cine nos da ya las imágenes de la historia que nos cuenta, y el narrador oral cuenta de manera que cada oyente pueda “visualizar” esas imágenes en su cabeza. O, como dice Pepito Mateo en su libro El narrador oral y el imaginario, el cuentista activa el pequeño cine interior de quien le escucha. 

 

V

 

Entre las artes escénicas contemporáneas, ha surgido una que ha tenido un éxito considerable en los medios de comunicación, la de los monologuistas o standup comedians, modalidad que la mayoría de los narradores considera un arte diferente. Así, la narradora argentina Liliana Meier lo califica como un género de humor creado en EEUU, que nada tiene que ver con la narración oral”. El indagar sobre las diferencias entre una y otra formas de contar ante un público en muchos casos hacen que se defina mejor la narración oral como arte y lleva a interesantes reflexiones. La gran mayoría de los narradores orales señalan importantes diferencias entre ambas artes. Así Maria Bassas nos dice:

El monólogo, para mí, es una secuencia más o menos conectada de distintas ideas en torno a un tema de la vida cotidiana; no sigue una estructura de introducción, nudo y desenlace. El discurso gira en torno a los juegos de palabras, los guiños, y otros recursos para hacer reír. El cuento puede hacer reír, pero no busca solamente eso. El cuento es un elemento que con sus componentes y simbología nos acerca a la vida misma, pero con todas sus caras (lo que hace reír, pero también lo que hace llorar). El humor es importante en un cuento, pero no es el fin, como sí lo es, a mi entender, en un monólogo. 

Casi todos hacen hincapié en que el fin del monólogo es hacer reír, mientras que los relatos orales tienen objetivos muchos más amplios. Silvia Bedmar nos recuerda que “las historias de un cuentacuentos van a parar a lugares más profundos de la experiencia humana, ya que no solo juega con la risa, sino con la emoción en general, te expone situaciones de todo tipo, amor, ternura, junto con los celos, el drama o la tristeza.” Además, como enfatiza Marta Lorente, “los monólogos no siempre cuentan una historia”. En esta línea, Pep Bruno nos señala las diferencias que encuentra: 

Para empezar un monologuista no cuenta cuentos, sus textos suelen ser una suma de chistes. Además el monologuista memoriza un guion que es el que cuenta saliéndose muy poco del carril de lo aprendido. Quizás en algunos casos pueda parecer un narrador ingenuo, pero en realidad es un actor que interpreta ese papel con un guion fijo, cerrado. Tampoco es habitual que un monologuista interactúe con el público. Ni que su humor sea contextual (vinculado al momento de la narración). El monologuista está más constreñido. El narrador oral tiene mucho más vuelo a la hora de contar. 

La narradora argentina Fabiana Polenta, licenciada en letras, encuentra que “contar cuentos no es monologar”,  ya que “el público es una parte fundamental y activa en esta actividad”. Para ella el público es un elemento activo:

Aunque el que escucha no intervenga con la palabra uno siempre es permeable a las manifestaciones que éste haga, las emociones, lo que los relatos generan en ellos, hay una retroalimentación constante que la tele no permite. Es una actividad donde hay espíritu; la tele genera otro tipo de relaciones, el mirar televisión es una actividad pasiva y solitaria, no hay interacción ni diálogo posible con lo que se mira o escucha, no hay espiritualidad y los intereses u objetivos que mueven cada actividad son muy diferentes también. 

María Fernanda Gutiérrez llega a la conclusión de que es otro arte, “no es ni “primo lejano” del arte de contar historias”. Para ella, “lo que vemos por televisión es la memorización de un trabajo de escritura:

El stand up es un monólogo aprendido desde la memoria, cada palabra responde a una métrica y a una respuesta “experimentada” con diferentes públicos. En el arte de la narración oral, jamás se utiliza la memoria. 

Por memoria, claro está, se refiere a un texto memorizado. Inmaculada de Miguel nos dice al respecto:

Hay gente que es defensora acérrima de la no memorización y en cambio tienen memorizados los relatos y eso lo sé porque también tengo memorizado algunos de esos relatos y cuando esa persona contaba,  yo lo contaba interiormente sin palabras e íbamos a la par.

Sin duda, esto es lo que hace al narrador rifeño radicado en España Mohamed Hammú exclamar: “menos memoria, menos textos aprendidos con puntos, comas y demás recursos. Es muy importante emplear los códigos primitivos de las emociones para poder cruzar puentes impensables con otros medios”. 

La televisión es, sin lugar a dudas, un medio muy importante en nuestros días y su influencia es poderosa, pero, como indica Irene Hernández, “es otro medio, emplea otros recursos”:

El narrador oral necesita del público, del contacto con la gente, es esa energía que brota desde allí, desde los rostros y los ojos de los espectadores, la que lo sustenta. Ni siquiera es lo mismo contar en un espacio pequeño que ante una multitud. No hay cuarta pared en la narración oral, el espacio del narrador se prolonga desde la escena hasta cada butaca, mesa o ser que tiene frente a sí, y cada cosa que ve puede servirle para motivar al auditorio, puede entrar y salir del público, reírse con él, conversar con él, ¿cómo podría hacer esto con una cámara y unos técnicos que deben evitar dejarse envolver por el embrujo de su voz y sus gestos, porque descuidarían absolutamente el trabajo por el cual les pagan? 

La verdad es que para la narración oral el público es un elemento activo esencial, lo cual hace que sea este el arte que mejor define el concepto de oratura frente al de literatura. De esta manera, José Campanari nos explica la esencia de la narración oral en cuanto a la relación con el público:

En primer lugar considero que la narración oral abre el diálogo entre la persona que cuenta y las personas que escuchan. Quiero decir que no es un monólogo, una persona que habla consigo misma que deja que el público le escuche. Entiendo el monólogo como una persona que habla para el público, y la narración oral como una persona que habla con el público. 

Pero además, ni el contenido ni el objetivo son los mismos. Continúa Campanari:

Por otro lado, en el caso de los monólogos no es necesario el desarrollo de una historia o de hechos históricos entrelazados. El monólogo puede ser una sucesión de reflexiones sobre un tema con pequeñas anécdotas. En el caso de los monólogos televisivos (club de la comedia) el objetivo es logar la risa e incluso la carcajada en los espectadores. En el caso de la narración oral se cuentan historias, cuentos, leyendas, leyendas urbanas, autobiografías ficcionadas, en las que el objetivo es entretener y emocionar, en todo el abanico relacionado con las reacciones correspondientes a expresar las emociones y no solo con la risa. 

El narrador y actor colombiano Carlos Pachón Rodríguez también encuentra que estas modalidades son bien diferentes:

Aunque en muchos casos parezca que pueden ser muy similares, tienen grandes diferencias, puesto que el contacto en vivo con el público es una de las esencias de la narración oral contemporánea; de ahí que las grabaciones de sus espectáculos pierdan tanta vitalidad y vigencia al ser reproducidas.

También José Miguel Morán hace hincapié en estas diferencias básicas: 

El cuentero debe tener un contacto real con su público para transmitir una historia. Quienes monologan en TV (stand up), son animadores especializados en contar una secuencia de chistes enmarcados en un contexto –a veces-, con el único fin de hacer reír a los espectadores, sin justipreciar los contenidos del relato. 

No obstante, algunos narradores llegan a apreciar elementos del monólogo televisivo que incorporan. Nos dice el Antonio González Beltrán, director fundador de la compañía teatral La Carátula y del Festival Internacional de la Oralidad de Elche, que “algunos cuenteros utilizan técnicas de la stand up comedy”, aunque él no se considera uno de ellos. Leonardo Reales, en cambio, confiesa “Sí, no sólo me identifico, lo he hecho”. Arnau Vilardebò nos dice que  aunque “cuentan historias de poco vuelo, admira a veces “su precisión para plasmar un instante”. La narradora italiana radicada en España Marina Sanfilippo, profesora universitaria que ha realizado interesantísimas investigaciones sobre la narración oral, nos da su opinión al respecto:

Creo que un buen narrador y un buen monologuista pueden tener muchos puntos en común, la diferencia está (¿tendría que estar?) en la variedad de tonos e intenciones. De todas formas, la narración es un género mestizo por definición. 

Según Manuel Sánchez, “el stand up, tal como se practica al rebufo del éxito televisivo, carece de verdad y profundidad en la mayor parte de sus manifestaciones, aunque he visto gente muy honesta y hay verdaderos maestros, genios del monólogo que ponen el dedo en la llaga y aprietan donde duele”. Y Jesús Lozada afirma: “en este mundo de audiovisuales, tecnologías digitales, y relativismos, hay experiencias que mestizan los recursos y las tecnologías de ambos [narración oral y arte dramático]”. Aun así, Inés Macpherson reclama un espacio propio para la narración oral:

Aunque bebe de la interpretación y puede tomar prestados y apoyarse en técnicas y formatos como las del titiritero o el mimo, creo que la narración oral tiene sus propias técnicas y su propia historia. En realidad, es una de las artes más antiguas. 

Por lo general, la televisión es percibida por los narradores orales de manera negativa: la narración oral es oratura, y por tanto precisa de un público activo y de un material maleable. Por un lado, en palabras de Roser Ros, “los narradores no agradamos a los media, somos demasiado impredecibles”. Y por otro, la televisión incita a la pasividad. A este respecto, Maria Bassas afirma lo siguiente:

La televisión no tiene la magia del cuento porque no permite al niño imaginar. Para mí el cuento implica al que lo escucha un estado  mental activo… todo lo contrario que la televisión y otros medios actuales (internet etc.).

Merece la pena destacar lo que nos dice Pep Bruno sobre los efectos de la televisión:

Creo que los niños (y adultos) que ven demasiada televisión tienen muchas más dificultades a la hora de atender y escuchar cuentos. En general se habla menos en las casas y se escucha menos. A los niños les cuesta activar su imaginación desde dentro: la televisión trabaja desde fuera y entra en la mente, la coloniza de imágenes que nunca podrán borrar; los cuentos, sin embargo, trabajan desde dentro, ayudando a que los niños generen sus propias imágenes mentales. Por lo tanto la narración enriquece, en vez de empobrecer. Además, los narradores no tenemos música de fondo, ni somos estridentes, ni tenemos colores chillones ni cambiamos el ángulo de visión continuamente, somos pura palabra, por eso a los niños (y adultos, claro), acostumbrados al ritmo trepidante de la pantalla les cuesta entrar en el ritmo pausado de la narración. Pero acaban por entrar. Porque en el fondo, ahí adentro, detrás de las montañas de basura que la televisión nos mete en la cabeza, estamos nosotros, los seres humanos que nos hemos alimentado durante siglos de la palabra dicha. Y cuando alguien escucha contar es como si volviera a correr el agua por las tierras que nuestros ancestros cultivaron en nuestra alma común y volviera a sentirse uno un ser humano, perteneciente a la hermandad de los seres humanos, de los que se alimentan de palabras.

Para el narrador italiano Roberto Anglisani, mientras que la televisión ha habituado a la gente a tener “imágenes prefabricadas”, el cine ofrece la posibilidad de desarrollar la imaginación: “yo puedo contar haciendo que el público imagine acciones que se desarrollan de manera cinematográfica”. Julio Manau cree que “el gran reto de la narración oral en nuestros días es que no sea secuestrada por los medios de comunicación, los gobiernos y las grandes corporaciones (como de hecho creo que ya está pasando)” y añade: “todos tenemos el derecho (y creo que también el deber) de contar nuestra propia historia, creo que esa es la mejor manera de no dejarnos manipular. Supongo que de esta manera, la narración oral no acabará desapareciendo tal y como la entendemos hoy”. Sin embargo, otros consideran que medios como la televisión pueden acabar beneficiando al narrador oral al presentarse como un desafío, como algo que hay que superar: Juan Rafael Madrigal es de la opinión de que “la han vuelto más dinámica y han hecho que el narrador se rete para poder captar la atención de un público cada vez más lleno de imágenes hechas”. Para Sofía Alaínez, “contrariamente a lo que pueda parecer, los medios audiovisuales tienen una acción positiva en la narración oral, pues son todo lo contrario”. Y enfatiza las oposiciones que encuentra: “la pantalla es inmediata, la historia te enseña a esperar, la pantalla es inagotable, la historia tiene un principio y un final, la pantalla te ofrece la imagen y el sonido, la narración te ofrece la imagen a través del sonido”.

De todos los medios, el que más se parece a la narración oral, es, según Liliana Meier, la radio: “los medios de comunicación con imagen no influyen sobre un arte que al practicarlo se mire al otro a los ojos. En cambio quienes escuchan radio, suelen poner al servicio su imaginación”.

 

VI

 

Una de las peculiaridades de la narración oral es la brecha que por lo general se da entre una larga tradición y un oficio bastante reciente, de carácter escénico. Esta brecha, a mi parecer, tiene dos causas, una es que, salvo raras excepciones, no ha existido una transmisión de conocimientos artísticos y de repertorio entre los narradores folclóricos y tradicionales y los narradores contemporáneos, y otra es el desconocimiento que se tiene hoy día de las prácticas de la oratura tradicional, aunque no del repertorio recopilado. No obstante, existe un gran respeto por el arte tradicional, generalmente percibido como algo exótico o foráneo, y una buena disposición de aprender e integrar, no solo relatos por medio de la lectura de las recopilaciones escritas, sino también conocimientos y actitudes. 

La narración tradicional tiene características que se pierden o que no se manifiestan en la narración contemporánea, porque las sociedades son diferentes. Ana Cuevas Unamuno ha señalado las diferencias de actitudes y de participación del público urbano occidental contemporáneo frente a las tradiciones de los gitanos (de cuyo entorno procede) o de las comunidades indígenas de América: 

En este tipo de encuentros, una de las cosas más bellas es que si bien es uno –o son unos pocos– los contadores o guardianes de la memoria, todos participan acotando, añadiendo, comentando y eso enriquece tanto el relato como el encuentro. Muy distinta resulta en general la narración actual, más semejante al espectáculo, a lo teatral, en la cual la participación es mínima y la trasmisión de la memoria inexistente o casi inexistente.

La verdad es que pocos narradores orales contemporáneos pertenecen a una cultura que entronca con lo tradicional o lo folclórico, a  excepción de algunos que merece la pena destacar. José Ramón  Farías es uno de los pocos que sigue la tradición oral exclusivamente. Este es también el caso de Mauricio Linares: 

Yo vengo de cuenteros populares, mi abuela, mi abuelo, un tío ejercían este oficio; de pequeño a mi casa llegaban viejos narradores de tradición que narraban cientos de historias; inevitablemente eso influyó en que yo quisiera contar historias, y a su vez influyó en gran medida en mi estilo, de allí que en mi trabajo se noten rasgos profundos de la tradición oral del Pacífico colombiano. 

Laura Dippolito también afirma la importancia que en su arte tiene una tradición familiar, y aunque esta influencia no es de índole profesional, como en el caso anterior, sí que la entronca con un saber hacer comunitario:

Las tradiciones orales están en lo profundo de mi actividad: como hija y nieta de inmigrantes irlandeses, el contar historias fue un ritual familiar: la memoria era convocada permanentemente a través de esas historias tradicionales y familiares narradas una y otra y otra vez en cualquier oportunidad (celebraciones, entierros, bautismos, lo que fuera). Por lo que, cuando asumí la narración como una profesión, no hubo manera de soslayar la importancia de las tradiciones orales familiares, que ya tenían, en mi generación (la tercera desde los primeros que llegaron a mi tierra), carácter de ritual. Luego, incorporé  historias de diferentes zonas de mi país, así como del resto del continente latinoamericano. 

La argentina Haydée Guzmán, que además de narradora oral y escritora es profesora de ciencias del lenguaje y comunicación social, afirma que el contexto de los relatos familiares escuchados en la infancia ya no es el mismo en las sesiones de narración oral:

Nuestra primera formación está basada en la oralidad, por lo que es casi imposible despegarse de la tradición oral. Yo, en lo personal, recurro a relatos escuchados en mi niñez aunque la forma de presentación de la actualidad nada tenga que ver con esas formas. El antiguo fogón alrededor del cual se producían los relatos quedó para excursiones o excentricidades y lo común es contar en teatros, centros culturales, bares, etc. Rara vez se cuenta en reunión de amigos.

Los narradores gallegos Xacobe Rodríguez Rivas y Tareixa Alonso García, que se definen como “contadores de historias […] con el ánimo de dar a conocer nuestra tradición y al mismo tiempo entretener” nos dicen al respecto: “consideramos importante recuperar la oralidad desde la tradición, y aunque podemos innovar algo, tratamos de recuperar el arte de los narradores tradicionales”. Manuel Sánchez también afirma del arte tradicional de su comunidad: 

Empleo y me gustan las historias tradicionales. En cuanto a mi entorno cercano (Cádiz, mi lugar de crianza), existen los narradores mentirosos (no profesionales, ocasionales, populares, tabernarios), cuyo modo de hacer conozco, aprecio, difundo y aprovecho en mis historias cuando tengo ocasión. 

Ana Cuevas Unamuno nos dice que al profesionalizarse la actividad de los narradores orales, han comenzado a surgir puntos de vista múltiples y diversos. 

Antes un narrador lo era por herencia, o por su propia naturaleza; [narrar] era un acto tanto espontáneo como una formación aprendida de los antepasados y el narrar cumplía una función dentro del grupo (sigue sucediendo en muchas comunidades). Actualmente surgen teorías, miradas que articulan la narración con la lectura, tendencias a hacer de la narración un espectáculo escénico. De ahí que existan narradores que leen sus textos, otros que recitan poesías, otros que utilizan objetos, música, decorados, ropas especiales, otros austeros de todo que narran de pie o sentados, los hay que se abocan a relatar textos literarios y quienes optan por las narraciones de la tradición oral, también quienes combinan. Los hay que cantan y cuentan, o danzan y cuentan, y por sobre todo han surgido “escuelas de narración” que con intención o sin ella guían a una cierta formación con su reglas y sus modos.

Hay algunos narradores, como Pep Bruno, que conocen el trabajo de los narradores tradicionales: “he leído bastante sobre narradores tradicionales populares y narradores tradicionales profesionales en otras culturas y en otros tiempos. Sí, me interesa mucho”. Kalané Indakotxea también pertenece a esa clase de narradores que investiga sobre las tradiciones que han precedido a la sociedad urbana actual, en su caso los indígenas de América, en especial, del Perú. Esta es su respuesta:

Muchas culturas americanas son orales, especialmente la de los Pueblos Indígenas de nuestros países. En el Perú, si bien Lima es una metrópolis donde se ha perdido mucho de sus costumbres,  las otras ciudades aún conservan ese sabor a vecindad, a barrio, mientras que en las zonas rurales andinas aún existen los condenados, los duendes, las brujas, los aparecidos, los dioses incas y las historias fantásticas. Me encanta que en la zona norte de mi país se descubran culturas antiquísimas y ello ocasione que aquellos cuentos de la zona que estuvieron a punto de perderse y  sus referencias y personajes eran desconocidos, ahora se vuelvan vigentes y se muestran. La participación en Foros Internacionales de PI [pueblos indígenas] y las visitas a Guatemala, Chile y México me han permitido compartir y conocer narraciones orales pre-hispanas. 

Pero lo normal es que los narradores tengan un conocimiento más bien difuso de las tradiciones en cuanto quehacer artístico o artesanal. Así, por ejemplo, a la pregunta de si conocen tradiciones de la narración oral del pasado, Antonio González menciona los siguientes: 

Los juglares, los bululús, los cuenteros populares, los griots, los narradores de la halka, los narradores árabes de Oriente Medio, los asiáticos... Y, antes, los griegos, los romanos. Desde que el primer ser humano tuvo la necesidad de contar su memoria ante su comunidad estamos contando. 

Nora Mendoza confiesa: “no he investigado en profundidad, ya que no me dedico a cuentos de tradición oral, pero conozco prácticas en diversos lugares del mundo y algunas que se mantienen en la actualidad”. Expresa la opinión de que “los mayores eran quienes narraban historias, que a su vez habían escuchado y en las que, en muchos casos, se mezclaba fantasía y realidad”. Gabriela Villano menciona a profesionales de la narración: “el cuentero de la tribu; el chamán; el que conservaba la memoria viva de la comunidad; el juglar, bardo o trovador que iba por los pueblos, llevando noticias y sucedidos; el griot”. Susana Tornero, que nos recuerda que “la figura del narrador oral profesional es muy reciente”, menciona “diferentes tradiciones de narración oral como los manachi de Kirguistán o los griots africanos, pero son narradores de epopeyas, no de cuentos”. Para ella, “ni siquiera en África existe una profesión dedicada a los cuentos […] La gente se reunía y contaba por placer, y siempre destacaba uno u otro, pero nadie se dedicaba profesionalmente a ello”.

Vale la pena destacar el reconocimiento que Iván Mantilla hace de la tradición oral:

Aunque en mi postura urbana de la narración, trato de alejarme de la tradición oral, no puedo desconocer que la tradición oral ha sido y será el medio más utilizado a lo largo de la historia para trasmitir saberes; desde la época de los apóstoles, ancianos sabios y juglares han transmitido su conocimiento generación tras generación y esto en cierta forma lo amarra a uno a la tradición oral; no sabemos si el día de mañana un cuento urbano se cuente tanto y se retrasmita a nuevos auditorios que se vuelva tradición oral de una región.  

Por su parte, Kalané Indakotxea incorpora un saber aprendido como investigadora: 

Trato de seguir las formas tradicionales de narrar de los diferentes pueblos amazónicos, siguiendo la forma ritual de hacerlo en algunos casos o la forma coloquial de otros. 

El colombiano Wber Rúa, por el contrario, se separa de una rica tradición que afirma que conoce y aprecia: 

Me gusta mucho la tradición oral, en particular la colombiana y la antioqueña, es una tradición muy rica. Pero no la utilizo mucho porque ya hay otros narradores que cultivan este género. Debemos reconocer que la tradición oral es la madre de la cuentería o de la narración oral en general. 

Otro colombiano, Walter Alonso, muestra una actitud algo similar: 

En principio diría que trabajo con independencia de las tradiciones, por el hecho de que pertenezco a un medio urbano, en el cual no es tradicional que se narren historias, y mi acercamiento a la cuentería fue a partir de la literatura, pero en mi trabajo como narrador he investigado acerca de la tradición oral y escrita antioqueña, y algunos de mis montajes están impregnados de ella. 

Pep Bruno muestra una actitud abierta: “trato de aprender de todos los compañeros y tradiciones que conozco”. Pero a la vez confiesa: “no soy un narrador tradicional aunque cuente algunas historias tradicionales porque no he recibido ese legado de boca de otro narrador”. Algo parecido nos dice Inés Bombara, pero ciñéndose ya al repertorio: “incorporo relatos de tradición oral, pero sé que soy un canal de transmisión, de traducción. Aunque no pertenezco a una cultura de tradición oral, trato de profundizar en ellas cuando preparo estos relatos”.  Algo parecido afirma Gabriela Villano: “de vez en cuando incorporo cuentos de tradición oral de diversas partes del mundo”. Ella, en cambio, practica la narración oral escénica “para entretenimiento, promoción de la lectura, servicio comunitario”.

Interesante es también la respuesta del narrador y docente brasileño Fabiano Moraes que sin duda muchos comparten en mayor o menor grado: 

Intento aproximarme a lo que veo en los narradores orales tradicionales, aunque no haya heredado este arte de ningún linaje. En mi infancia asistía a los programas de televisión y solo tardíamente me interesé en el arte de narrar. Al intentar aprender de manera autodidacta, puedo afirmar que no me vinculé a las corrientes urbanas de narración presentes en mi país ni, por otro lado en los narradores de casos, de tradición rural. Por tanto, considero que trabajo independientemente de las tradiciones.

Es en el repertorio, más que en la forma de hacer, donde la tradición influye. Laura Montilla lo deja claro: 

Sí, en los textos: cuando seleccionamos repertorio conocido del folklore, en el sentido de adaptarse siempre al público, y en cuanto a la capacidad  de  contar en cualquier lugar y momento, todo esto lo compartimos con los narradores tradicionales. No, en cuanto a que nos preparamos con técnicas vocales, físicas,  de elementos teatrales, pensamos cuidadosamente  el repertorio y los elementos que nos acompañarán, podemos diseñar luces,  y todo un montaje escénico, y ser formados en  artes  escénicas como oficio y profesión.  

Susana Tornero nos dice a este respecto: 

Mi trabajo se centra principalmente en la tradición oral. Me gusta empaparme de la cultura de donde proceden los cuentos que narro, y suelo trabajar los cuentos en contacto con personas del país o región para asegurarme que transmito apropiadamente la cultura y el contexto de donde han surgido. 

Pero también afirma que narrar desde el “bagaje actual y para un público actual […] conlleva innovaciones”. El argentino Orlando Acosta considera que “es muy difícil desprenderse de la cultura de su país, de su entorno; cada narrador arrastra consigo esa cultura y difícilmente se desprende de ella.” Para él, la internacionalización de la narración oral “significa un trabajo mucho más amplio […] y llevar esos conocimientos culturales al mundo se convierte en una tarea mucho más dura y difícil”. Pero esta tarea tiene sus propios encantos y muchos la cultivan, sin despreciar su propia tradición. António Fontinha por ejemplo, nos dice al respecto: “sigo estudiando el imaginario de la tradición local portuguesa donde proviene la mayoría de los cuentos que narro. Cuento también relatos de otras tradiciones orales y algunos, pocos, cuentos de autor”. Rosa Vilà Font es de esas narradoras que mantiene una actitud abierta en cuanto a las tradiciones culturales que incorpora:

Me gusta sorprenderme con historias y cuentos de diferentes tradiciones. Me gustan las enseñanzas de los cuentos asiáticos, chinos, la sencilla profundidad de los africanos y como mediterránea de origen llevo grabado en los genes los cuentos de mi cultura que intento llevar allá donde voy. Viviendo en Sonora, he conocido, escuchado, compartido y robado cuentos de la tradición de diferentes etnias que habitan estas cálidas y contrastantes tierras, que como siempre ocurre, me han dejado buenas enseñanzas.  

Lo normal es que los narradores orales contemporáneos sobre todo, los escénicos, se distancien de la tradición oral: tanto Silvia Bedmar como Rosa Fraj responden igual: “trabajo con independencia de las tradiciones”. Maria Bassas explica esta postura: “creo que, hoy en día, es difícil estar influido únicamente por una sola tradición… La globalización nos lleva a compartir tradiciones. No me siento de una sola tradición, al contrario, me encanta compartir y conocer nuevas tradiciones para darlas a conocer”.

Algunos se decantan por cultivar géneros algo más acordes con el entorno que hoy día compartimos, como las leyendas urbanas; así Haydée Guzmán  nos dice “He tenido grandes satisfacciones al narrar leyendas o mitos urbanos de mi región porque el público se siente identificado y demuestra gran interés en participar. Y es que en el arte oral, además de los relatos (cuentos, mitos, leyendas, casos, anécdotas, etc.) existen también otros géneros. En esta cuestión, Ignacio Sanz es ecléctico: “mi repertorio es amplio y utilizo tanto cuentos y romances, trabalenguas, brindis,  retahílas o adivinanzas tradicionales, pero también cuento historias de nuevo cuño, casi siempre extraídas de mis libros de cuentos”. El dominicano Luis Meléndez  afirma a este respecto: “el auténtico cuentero es un investigador de la cultura, hurgador de la historia y costumbres de un pueblo”. 

Haydée Guzmán nos recuerda que “en Argentina los narradores se caracterizan, entre otras cosas, por narrar muchos textos de autor”. Pero no solo en Argentina, este es el caso de muchos otros, como, por ejemplo, Inés Macpherson: “me decanto por los cuentos literarios, los relatos de las tradiciones orales me fascinan, pero no las trabajo tanto”.

Por otra parte, las palabras de Marina Sanfilippo apuntan a que además de la tradición folclórica, en la narración oral existe una tradición profesional, más creadora e individualista, que sin duda tiene mucha importancia: “este es un trabajo muy individualista en el fondo y cada uno lo construye como quiere, pero sé que tengo muchos compañeros de viaje y es enriquecedor compartir experiencias”. Para Luis Pepito Mateo, “Hoy no hay ya tradiciones”. Esto permite al narrador una mayor libertad en el desarrollo de su arte; “podemos variar en todos los relatos, actuar en todos sitios, en varias lenguas, visitar las civilizaciones o inventar a partir de todo lo que conocemos, y trabajar cada uno a su manera manteniéndose en relación con el mundo”. 

Joan Boher también piensa que debemos dejar de lado la idea de un narrador, muy apegado a la tradición según lo definían los cánones de la folclorística decimonónica: 

Soy bastante independiente pero supongo que observar el trabajo de mis compañeros y aprender me liga a la tradición. Me considero un narrador del s.XXI, con web, facebook, equipo de sonido, coche, carteles… Estoy seguro de que los antiguos narradores, en lo posible, utilizaban cualquier medio para darse a conocer, no creo para nada el mito del narrador romántico que iba de pueblo en pueblo contando romances y alimentándose de pan y agua.

 

VII

 

El aprendizaje del oficio de narrador oral se encuentra en un ámbito diferente del aprendizaje tradicional en el que un aprendiz se incorporaba al mundo de su maestro hasta que se independizaba, pasaba por el grado de oficial y, tras la elaboración de una “obra maestra” la comunidad profesional le otorgaba el título de maestro. Hoy día es raro el caso de un narrador que tiene un aprendiz en el sentido tradicional de la palabra. Pero narradores como Pep Bruno o José Campanari han tenido aprendices a los que han tutelado. A este respecto, Jesús Lozada se pregunta: “el narrador oral contemporáneo no reconoce esa estructura de Maestro, Oficial y Aprendiz. Aunque, ¿no deberíamos asumirla?”.

Algunos han tenido la suerte de aprender el oficio y arte de narrar desde la infancia: así Maria Bassas ha aprendido “de narradores informales como tíos, abuelas, padres que nos contaban cuentos de pequeños”. Algunos, como Mauricio Linares aprendió de niño su arte mirando a otros narradores orales “Aprendí de ellos todo, la forma de mirar, de utilizar la voz, las manos, la postura del cuerpo al estar sentado, el respeto por la palabra, el amor por el oficio.”

Pero muchos más son los que llegan a la narración en una etapa formativa posterior. A pesar de ser un fenómeno cultural en gran medida desvinculado del arte tradicional, o quizá debido a eso, los que practican el arte de la narración oral contemporánea se encuentran en una continua búsqueda de raíces y conexiones. Un número importante de narradores orales no han aprendido su arte de otros narradores, y suplen esta carencia leyendo libros especializados en la materia, asistiendo a cursos y talleres, y a festivales y sesiones donde escuchan atentamente a otros narradores, y comparten experiencias, logrando así un aprendizaje mutuo. Pero como más se aprende es practicando. Valeria Pardini nos dice: “he visto espectáculos y he leído libros (puedo decir que los libros sobre narración oral son inspiradores en algunos casos y útiles y prácticos en otros casos) pero yo siento que he aprendido de la experiencia de subirme a un escenario y contar”. Rosa Fraj afirma que “la experiencia es como una fuente de la que por mucho que bebas nunca te sacias”. Por su parte, Xavier Basté Ribera nos dice que “en la narración, cuanto más narras mejor eres”. Pep Bruno, por ejemplo es de esos que han aprendido a base de narrar, casi por oficio, pero matiza:

He ido trabajando mi propia voz narrativa solo desde el primer momento, pero no he estado exactamente solo: cuando comencé no había muchos narradores, pero yo conté con dos grandes ventajas: que el maratón de cuentos de Guadalajara fuera un acontecimiento importante al que acudían narradores de toda España me permitió ver diversos estilos de narración y reflexionar sobre ello. Y que Estrella Ortiz, decana de los narradores, fuera también amiga y vecina de Guadalajara, me sirvió de acompañamiento en los primeros años. Con Estrella podía tomar un café de vez en cuando y hablar de cuestiones que nos preocupaban a los dos y temas de interés para el oficio.

Las reuniones, como maratones o festivales, sirven de foro adonde los narradores, siempre ávidos de aprender, acuden. Antonio González Beltrán afirma: “cuando uno asiste a muchos festivales, el aprendizaje viene dado. La cuestión es tomar de cada uno lo que a ti te puede servir”. Y añade “he tenido muchos maestros, muchas maestras”. Leonardo Reales es de la misma opinión: “soy empírico, pero he aprendido de los errores y aciertos de decenas de cuenteros”. A este respecto, Arnau Vilardebò nos dice: “viendo y escuchando es como se aprende. Se absorbe lo que puede integrarse. Se rechaza inconscientemente lo que no conviene”. Y  Cristina Mirinda nos recuerda que “escuchar a otros narradores siempre es enriquecedor”. Ignacio Sanz nos dice al respecto: “ver a los demás es una manera de aprender. Sobre todo en las actitudes”. Luis Meléndez nos dice que un narrador que quiera aprender de otro debe centrase en “la observación minuciosa de su estilo, los temas en los que incurren y especialmente el manejo de la escena”. También hay que fijarse en lo que uno no debe incorporar. La argentina Isabel Fraire, de la de la Cátedra Libre de Narración Oral de la Facultad de Periodismo yComunicación Social de La Plata, nos dice: “he aprendido lo que no quiero hacer de otros narradores, o sea, aquello que no sería nunca natural en mí”.

Fijarse en los que uno considera maestros es una buena manera de avanzar. Iván Mantilla dice a este respecto que se debe aprender “de otros que están más avanzados que uno en este arte y siempre es bueno trazarse metas; no pareciéndose a ellos, pero sí viendo cómo lo hacen y cómo llegaron a donde están”. El arte de la narración oral contemporánea parece exigir mayor diversidad que homogeneidad en cuanto a estilos. Jennifer Boni comparte su experiencia de aprendizaje a este respecto: 

Mis dos maestros enfatizaban mucho el hecho de que cada narrador buscara su propio estilo para contar, que no imitara al maestro, sino que desarrollara su propio sello personal. Al principio es difícil encontrar el propio estilo y la tentación está en copiar a los maestros. Sin embargo, pronto me di cuenta que al imitar a mi maestro el resultado era muy pobre: pues no estaba ni siendo él ni siendo yo misma. Tuve que descubrir adentro de mí cuáles eran los recursos con los que yo disponía y buscar mi propia voz. 

María Fernanda Gutiérrez nos informa que “el formato tradicional para la enseñanza de la narración oral en Argentina es el de “taller”.  No existe esta carrera en el marco de la educación formal”. La “narrautora” argentina Olga Liliana Reinoso también ha aprendido su oficio “haciendo cursos”; otra narradora argentina, Beatriz Ferkel, ha aprendido “realizando los más variados talleres” y añade: “traté de aprender todo lo que pudiera contribuir a enriquecerme como narradora: canto, improvisación, manejo de la voz, recursos teatrales y actorales, clínicas de cuentos…” El aprendizaje de la cubana Lesbia de la Fe también se ha realizado “por medio de talleres, participación en festivales y espectáculos de narración oral como público o narradora, y lectura de textos especializados”. Gabriela Villano es de las que se forman de manera continua aprovechando las ocasiones que se le ofrecen: “estudié y sigo estudiando con maestros nacionales y extranjeros, en institutos de capacitación, centros culturales, estudios particulares, encuentros y festivales de narración oral, etc.” Walter Alonso nos dice al respecto: “si bien desde lo empírico se puede ser un excelente narrador, la parte teórica permite otras fortalezas”. 

Así pues, muchos narradores orales se han inscrito en cursos sobre narración organizados por personas de más experiencia. De este modo, se han formado diferentes escuelas que influyen en la narración oral contemporánea, en palabras de la española Anabel Muro, que lleva una librería especializada en narración oral, “comenzando por Garzón Céspedes, que introdujo una forma de contar. Otras son desde el yo y con un universo personal (Campanari y el barrio de Chacarita), otras son desde el Clown (Maricuela), etc. Creo que la escuela sudamericana tiene mucha fuerza.” A veces los cursos, laboratorios y talleres dan lugar a que se formen grupos más o menos estables que trabajan en el montaje de cuentos. Es el caso de Mayra Navarro muy conocida por sus talleres de narración oral, en los que elige a los alumnos más destacados para mantener un grupo de trabajo. 

Según Fabiano Moraes, las escuelas de cuentería y los talleres de narración oral tienen una influencia enorme en la narración orla contemporánea y explica:

La gente se siente cada vez menos autorizada para contar pues no escucha historias en casa como las escuchaba antaño y acaba por pensar que necesita un curso para aprender a contar. La verdad es que el público y la forma de recibir información han cambiado mucho con la revolución tecnológica y por eso existen técnicas que favorecen la narración a grupos heterogéneos, a las personas de identidades híbridas con un tiempo de atención cada vez más reducido. Creo que los cursos pueden ayudar incluso a mostrar que hay muchas maneras distintas de narrar y que no existe una forma que sea la forma correcta” o que sea “la mejor manera”.

Gabriela Villano también ve en estas escuelas y talleres 

una manera de acercar a los interesados a la narración oral, gente a la cual le gustaría narrar, pero siente que no tiene las herramientas necesarias para hacerlo. Es una manera de mostrar caminos. Después, al avanzar, cada uno va descubriendo distintos estilos, distintos maestros que lo enriquecen y lo pulen. 

La experiencia de Inés Macpherson fue positiva: 

Hace tiempo realicé un curso de narración oral con la increíble narradora chilena Numancia Rojas, en un espacio que tiene, llamado “La Casa de los Cuentos”. Nos mostró diferentes maneras de entender el cuento y de prepararlo para narrarlo. Supongo que conservo muchas de las cosas que aprendí de ellas, pero espero también haber incorporado alguna nueva. A partir de ese momento, empecé a ir a espectáculos de otros narradores y a realizar mis propias sesiones. 

La peruana Kalané Indakotxea nos muestra las ventajas: 

Permiten la transferencia de técnicas y el uso de recursos, la sistematización del oficio […] Muchos alumnos aprenden el estilo de narración de los capacitadores, imitándolos en sus presentaciones. Otros maduran su estilo de narrar y tienen muy buenos resultados […] todo dependerá del nivel de experiencia y  formación de quién o quienes dicten los cursos”.

Y a la vez expresa ciertas reservas: “aquí también sucede que se toma comercialmente las cosas: hay demanda para formarse como cuentacuentos y hay quien ofrece estos servicios como una de las tantas formas de agenciarse dinero”. Mauricio Linares es más abierto en su crítica:

En Colombia muchos de los talleres de formación para cuenteros son una búsqueda que tiene el tallerista para perpetuarse y de ahí surgen cuenteros que no ven el oficio como algo serio, que requiere tiempo y trabajo, sino que buscan refugio en la tontería, la falta de sentido, la retórica, el exhibicionismo, la mentira, la mediocridad, la ignorancia, la vacuidad.  

Pedro Parcet  nos dice que estas escuelas “atraen a cantidad de gente. Es bueno eso. Pero hay mucha mediocridad en los talleristas”. Este narrador invita a que se desaprenda “la mayoría de las cosas que nos tratan de enseñar los talleres de narración oral, aquellos talleres que ya tienen una propuesta de enseñanza preestablecida: pseudo maestros que mutilan o empujan al abismo a los futuros narradores”. Roser Ros también sostiene una opinión parecida: “no estoy segura que consigan levantar el nivel de los narradores en general.” A este respecto, Ignacio Sanz nos dice que “en los cursos solo se pueden decir cosas elementales. Como en los talleres de escritura. Todo está dentro de uno y hay que salir a buscarlo. Y no hay un camino.”

António Fontinha nos contó que en Portugal, su país, al comenzar este siglo hubo un incremento a nivel de formación de narradores que se intensificó a partir de 2005 con el surgimiento de varias escuelas de narración, y que aún no se han podido valorar los resultados. Según su experiencia, “los contadores de historias que destacan en el panorama nacional y que van realizando salidas al espacio internacional es gente que se fue afirmando en su propio camino de narrador”.

Algunos buscan en las artes exóticas su inspiración. En su búsqueda de expresividad, Susana Tornero, por ejemplo, ha estudiado las técnicas narrativas de las danzas tradicionales hindúes, “de la danza kathak y el teatro kathakali, centrada en la narración de historias a través de la gestualidad, para incorporarlo en mi manera de narrar”.

A fin de cuentas, la curiosidad es la fuerza que mantiene vivo el aprendizaje. Rosa Vilà Font  confiesa: “cada día que pasa aprendo de un detalle de lo que escucho, de lo que vivo en una sesión, veo en un compañero, en un niño o niña, en un cuento que descubro”. 

 

VIII

 

La narración oral contemporánea es muy variada, y así lo perciben los que a este oficio se dedican. A la pregunta de si consideran que hay diversos tipos de narradores en la actualidad todos están de acuerdo. Cristina Mirinda nos habla de “infinidad, y saturación de información que produce confusión”. 

Elvia Pérez enumera algunas de las variedades en el arte de contar 

el narrador social que solo cuenta en escuelas y bibliotecas, el narrador ortodoxo […] el narrador que usa la interrelación con otras manifestaciones, el cuentero popular, el narrador que cuenta a través de un personaje, el que cuenta con libros apoyando su texto oral, el que cuenta utilizando otros elementos, el standup comedian y otros que se me escapan. 

Otro tanto hace Gabriela Villano, que enumera los siguientes:

El narrador oral urbano, el narrador oral espontáneo, el comunitario, el que se dedica a la vertiente terapéutica de la narración oral y trabaja con psicólogos y psiquiatras. Esos son los primeros que me vienen a la mente. 

Y lo mismo hace Kalané Indakotxea desde su perspectiva: 

Hay quienes trabajan en la recuperación de la tradición oral, otros que presentan espectáculos de cuentos, hay de los contemporáneos, de los que educan con cuentos, hay muchísimas formas de narrar y ninguna excluye a la otra. 

Silvia Bedmar se fija en la diferencia entre la gente “que cuenta a la manera ancestral siguiendo unas formas marcadas por una determinada cultura, otros mezclan técnicas escénicas diferentes y otros crean sus propios estilos”. Y también Beatriz Ferkel, que afirma que “no es lo mismo el narrador espontáneo que se basa sólo en la tradición oral que el que trabaja la narración a partir de textos literarios o el que utiliza cuentos juego”. Y añade: “hay narradores que prescinden deliberadamente de todo lo que no sea la palabra. En cambio estamos otros que incluimos recursos teatrales, canto, tecnología”.   

Ignacio Sanz ve la narración oral como una dedicación que abarca “desde el cuentacuentos que se viste de una determinada manera, hasta el narrador sobrio que nos encandila con la fuerza arrebatadora de su palabra. Y dentro de estos están los que se mueven por el absurdo, los que beben en el cómic, los que se inspiran en fuentes clásicas...” Por su parte, Maria Bassas menciona “los puristas que solo narran, los que añaden otros elementos en la narración, música atrezzo, los que no quieren que se les interrumpa, los que mezclan narración con animación etc. Cada narrador tiene su estilo”.

Dentro de la gran variedad de narradores, Inés Macpherson se fija en “quien acompaña su narración con danza, con títeres, con música… Es una forma increíble de enriquecer el arte y de ofrecer diversidad a las personas que disfrutan de la narración oral”. 

Laura Montilla hace hincapié en los que se equivocan en esta profesión al no distinguir los diferentes contextos en que se produce la narración oral: 

Están los que piensan que narrar en un escenario citadino es igual que en un escenario rural, improvisan y no tienen mayores preocupaciones con el tipo y calidad literaria de los textos. Están los que narran para niños pensando que es igual que adultos y que los docentes no entienden, y que es igual cualquier texto de la vida cotidiana, están los que piensan que no necesitan prepararse porque es un don y están también los que piensan que la narración no requiere de elementos porque  la ensucias, hay como en todo oficio, tantas maneras de entenderlo como cabezas piensan en ello. 

Valeria Pardini también incluye alguna crítica: “algunos tienen una manera muy poco orgánica de contar. Encuentro dentro de esa manera a todos los que estudiaron con Garzón Céspedes”. 

Algunos adoptan una perspectiva geográfica. El actor y narrador francés Luis Pepito Mateo intenta dar una visión global de la narración oral contemporánea:

Me parece que el movimiento de “renovación del cuento” es un fenómeno internacional, pero las tendencias adoptan formas diferentes de un país a otro. En América del sur se cuentan muchas novelas literarias, en el norte de Europa más hechos de la vida y en el sur más cuentos tradicionales, pero todo depende de los narradores y cada uno evoluciona en su trabajo poco a poco. Al principio se empieza con los cuentos conocidos y después se buscan cosas más personales.

Elvia Pérez nos habla de las diversas modalidades que se dan en Hispanoamérica: 

En nuestra área yo creo que se distinguen Colombia por la cantidad de narradores jóvenes y varones y por la influencia del standup comedian, México tiene una labor interesante y sostenida sobre sus leyendas, Argentina una gran variedad pero con mucho trabajo escénico y desde la literatura, Cuba que se inició desde la ortodoxia se ha abierto desde hace años a la interrelación con otras artes y tiene una riqueza desde la vinculación con la música donde la mayoría de los narradores son mujeres. 

Pep Bruno  nos informa sobre la situación es España: 

Incluso dentro de los narradores orales profesionales que ahora trabajan en España hay diversos tipos: quienes provienen del mundo del teatro y asumen el papel de narrador ingenuo, narradores más entroncados con la tradición, narradores que cuentan con objetos, narradores que crean sus propios textos, narradores que cuentan historias o noticias, etc. Podríamos buscar diferencias en función de los criterios que utilicemos. 

Y distingue los siguientes tipos: 

  • los hay que dejan mucho hueco para el diálogo escénico y la improvisación, los hay que se mantienen firmes en el texto sin variar apenas un ápice.
  • los hay que tienen gran cantidad de tramoya, objetos, disfraces, gran aparataje gestual (ensayado)... los hay que cuentan sólo con la palabra y el gesto comedido.
  • los hay que cuentan en espacios escénicos determinados. Y los hay que cuentan en cualquier lugar que pueda crear un espacio de intimidad propicio para que surja el cuento narrativo.

Y añade: “incluso en un mismo narrador puede haber diversos estilos en función de a qué público cuente”. 

El narrador brasileño Fabiano Moraes  indica que en su país hay varias modalidades de narración oral contemporánea: 

algunas de tipo teatral (narración escénica); hay otros que, a pesar de no considerar su arte dramático, memorizan los textos para repetirlos al pie de la letra; otros trabajan con la palabra libre, creando el mensaje a medida que van contando; llamo a esta modalidad de adaptación libre; están los que trabajan con rimas aprendidas que aquí en Brasil llamamos cordelistas; los que narran casos (relatos graciosos o trágicos, de hechos que acontecieron o ficticios en torno a las comunidades donde viven); están los humoristas que pueden o no asumir un personaje desde el que se narra; los contadores tradicionales que transmiten relatos leídos, escuchados o vividos y las trasmiten con sencillez por el gusto de contar.

Marina Sanfilippo también nos habla de la situación en su país: “en Italia hay una larga tradición de artistas “unipersonales”, a menudo grandes narradores, que forman parte de mi patrimonio cultural”.

Finalmente, merece la pena destacar la respuesta de Mauricio Linares:

Cada cuentero es lo que son sus obras y no tiene forma de ocultarse. Cada cuentero es del tamaño de su ambición. Su arte está basado en una observación minuciosa y en una complejidad de alcances insospechados de la realidad que le rodea. El cuentero comienza a narrar la historia y tanto él, como el público que lo escucha asisten a la aparición de un mundo vertiginoso, como un universo en el que pasan velozmente alusiones helénicas, parodias teológicas, violentas zambullidas en reflexiones trascendentales, disquisiciones políticas, recetas de vida, aforismos, fragmentos de vidas y todo lo imaginable e inimaginable. Por lo tanto si existen en el mundo un millón de cuenteros, existen junto a ellos un millón de estilos. 

 

IX

 

Como ocurre en todo arte, los narradores orales forman un grupo heterogéneo. En palabras de Iván Trasgu, “cada narrador es un mundo”. Al pedir a los narradores que se definieran dentro de la gran variedad que muestran, indicando asimismo si se considera un profesional, hubo respuestas interesantes. Algunos se consideran profesionales pues viven de su trabajo. Así, Yanuri Villalobos se considera afortunada: “me emociona saber que vivo de lo que amo, recibir paga por hacerlo es un punto extra a todas las cosas buenas que he adquirido de este arte”. Assumpta Mercader trabaja “a jornada completa, como buena autónoma, esto quiere decir sin mirar horas”. Pep Bruno nos ofrece una respuesta parecida:

Me considero y soy un profesional de la narración oral: vivo de contar cuentos, es mi oficio. Cotizo a la seguridad social por esta labor que hago, pago mis impuestos cada vez que emito una factura al contar cuentos. Así pues, soy un profesional porque puedo vivir de ello (como oficio) y lo hago de manera profesional (es decir, con los requisitos legales que eso implica).

En realidad, no son muchos los narradores que pueden vivir de su oficio. Así lo expresa Ignacio Sanz: “solo los excelsos viven de contar. Y son muy pocos”.  Nora Mendoza disiente de este criterio:

En muchos países está en discusión entre los cuentacuentos, cuándo se es profesional. En la mayoría de los casos, se establece como criterio el vivir de la profesión. Es decir, dedicarse a ella y ganar el sustento a través de ella. Sin embargo, no estoy de acuerdo con este criterio. Creo que soy profesional porque me he formado para ello, hago mi trabajo a conciencia, tengo un profundo respecto por lo que hago y por todos los involucrados en ello: autores, público, organizadores y por supuesto, colegas. 

De igual manera, Haydée Guzmán, más que fijarse en la dedicación, valora la preparación que requiere ser un verdadero narrador oral: 

Creo que es una profesión, en la medida de que requiere gran tiempo de capacitación. La formación no tiene fin, siempre hay un nuevo estilo para incluir al propio. Por otro lado requiere de mucha lectura y capacidad de comprensión lectora, como también de construcción de discurso. El exponerse y mostrarse ante el público exige formación en puesta en escena y fogueo para la soltura y naturalidad. Debe conocerse sobre actuación, monologuismo, canto, manejo del cuerpo, del gesto, del vestuario. En definitiva, si bien no existe la carrera universitaria para el narrador, se debe recibir formación en unas cuantas materias. En Argentina varias universidades cuentan con cátedras libres de narración oral en las que se ven distintos aspectos y se trabaja en forma equilibrada el texto, la voz y el cuerpo. 

Iván Mantilla no se considera un profesional, pero no por eso deja de vivir intensamente la narración oral: “el hecho de no vivir de la narración hace que no la asuma como profesión sino más bien como una pasión; soy un apasionado por el arte de contar cuentos”. Por su parte, Juan Ignacio Jafella aconseja precisamente eso: la pasión por este arte: 

Si van a ser narradores orales, háganlo con pasión. Los que lo hacen sólo por oficio a la larga o a la corta se hacen malos narradores. Es un oficio inútil, es preferible ser cerrajero, o albañil, u otra cosa. Cuesta mucho trabajo vivir de esto. Si van a contar, tiene que ser para provocar, para cambiar en algo la realidad, para traer alegría. No lo hagan sólo por carencia de afecto. Juan 

Joan Boher se queja de la falta de profesionalidad de algunos: “debo admitir que la narración oral no siempre es una actividad que valga la pena, sobre todo porque existe un gran grupo de aficionados amateurs que como amateurs dan más importancia a su gusto personal que al gusto del público”. 

Algunos narradores optan por el pluriempleo para poder vivir. Los hay que pueden dedicarse a actividades muy relacionadas; Rosa Fraj, por ejemplo,  hace una relación de la labor que realiza dentro del ámbito de la comunicación, además de ofrecer sesiones de narración oral: “imparto clases de narración oral en la universidad, dirijo un taller de teatro con ciegos, produzco teatro y actúo, imparto talleres de teatro y educación.” Otros mantienen alguna profesión que ya no está tan relacionada con la narración. Silvia Bedmar, además del tiempo que dedicó a estudiar la carrera de antropología, nos informa: “soy trabajadora social y he trabajado mucho como educadora o monitora, con niños, mujeres en situación de riesgo o discapacitados”. Viviana García: “soy bibliotecaria en una escuela pública”.

Joan Boher es de los que defienden una profesionalización de la narración oral, pero esto requiere una implicación institucional que hoy por hoy, no se da:

Más allá de lo estrictamente artístico la narración oral debe encontrar su camino como espectáculo escénico independiente y unir a los profesionales del sector para diferenciarlo del uso lúdico o hobby, que me parece fantástico, pero estamos hablando de personas adultas que dedican su tiempo y sus impuestos a un oficio, debemos reivindicar nuestro oficio y apoyar a nuestros compañeros. Muchas instituciones, por razón de precio, contratan a narradores no legalizados o con fórmulas de contrato alegales, alegando desconocimiento y alegando que no hay dinero. Este tipo de actuaciones está al mismo nivel que el  constructor que contrata ilegalmente trabajadores. Un trabajo más serio en este sentido dignificaría el sector, ayudaría a muchos semiprofesionales a profesionalizarse y aumentaría, sin duda, la calidad de los espectáculos de narración oral. En resumen, creo que una parte importante del futuro de la narración oral se decide en los despachos de los ministerios de cultura y de eso nadie sabe nada y nadie hace nada. 

 

X

 

Llegar a una definición escueta y precisa de lo que es la narración oral y que a la vez nos dé una idea precisa de lo que se trata se nos presenta como una tarea imposible. Fabiano Moraes lo ha intentado cuando la definió como: “el arte de transmitir relatos oralmente para otras personas”, pero esto solo sirve como primera aproximación. Mejor ha sido explorar los diversos puntos de vista y tendencias de este arte que abarca tantos opuestos. Para Luis Pepito Mateo, “la narración está en la encrucijada de todas los artes” ya que “en todas las civilizaciones y en todas las épocas existe una proximidad entre el cuento y otras formas artísticas (teatro, poesía, mimo, titiritero etc.).” Según nos informa Pep Bruno, en el preámbulo a los estatutos de AEDA, los narradores orales consensuaron la siguiente definición: 

Se entiende por narración oral la disciplina artística que se ocupa del acto de contar cuentos de viva voz, usando exclusiva o primordialmente la palabra, en un contacto directo y recíproco con el auditorio. La narración oral hunde sus raíces en la tradición de contar historias y en la actualidad convive con ella aunque en un contexto escénico.

Y añade una explicación léxica: “aunque se especifica cuentos en la definición, ahí quedarían englobados otros tipos de textos que asumen esa forma al ser narrados: historias de vida, mitos, leyendas, etc.”

Gabriela Villano define la narración oral como arte, profesión y oficio, y lo explica de este modo:

Es un arte (eficacia y habilidad para hacer bien una cosa, conjunto de reglas de una profesión, obra humana que expresa simbólicamente un aspecto de la realidad entendida estéticamente), una profesión (empleo o trabajo que ejerce públicamente una persona y que requiere haber hecho estudios teóricos), un oficio (habilidad, destreza obtenida por el ejercicio habitual de algo) y un estilo de vida que se profesa. 

La idea de palabra, no en el sentido escrito de serie de letras limitada por dos espacios, sino en su sentido oral de mensaje que se comunica –el verbo de los latinos– se encuentra en muchas definiciones. Así, Mayra Navarro  llama a la narración oral “el arte de la palabra viva”, que se apoya “en todos los atributos expresivos de la oralidad, manejados de manera consciente, con un sentido artístico, en relación con un público interlocutor”. Luis Meléndez la define como “un arte basado en las palabras, la creación de imágenes mentales y el juego y la sorpresa de palabras bien pensadas, armoniosamente organizadas”. Martha Escudero, que define la narración oral como “una arte necesario, emergente y subversivo”, afirma: “creo que la narración oral es el arte de la palabra dicha, el arte de la relación a través de la palabra”. Para Estrella Ortiz, este arte también se fundamenta en la palabra, de donde proceden sus demás características esenciales: 

El narrador se centra en la palabra, en lo que relata. Luego también están los gestos, la música, los elementos, los objetos. Pero fundamentalmente es voz. Por eso es tan importantísimo el repertorio. Un verdadero narrador se diferencia por su repertorio, además de por su manera de contarlo. No es un asalariado de las historias. La elección de estas es una parte fundamental de su oficio.

Merece la pena poner aquí lo que nos escribió Paco Abril sobre el repertorio:

El repertorio del narrador es su irremplazable equipaje. Puede prescindir de todo lo demás. No precisa vestuario, no necesita decorados ni atrezo, no requiere montajes espectaculares. Lo único que se le pide, aunque después utilice también los artilugios que considere oportunos, es que en su maleta lleve su memoria. En el acierto al escoger sus cuentos estará la clave que le conecte o no con los deseos de quienes lo vayan a escuchar. Con esa recopilación de historias, tratará de levantar el puente de palabras que sirva para pasar de una a otra orilla. Por eso, los contadores tienen que ser muy concienzudos en esa elección fundamental, pues en ella radicará que se consiga esa conexión portentosa con el público.

Juan Pedro Romera dice que se identifica “con un movimiento moderno que hunde sus raíces en el pasado aportando grandes variaciones a las propuestas”. Sin duda, la narración oral es un curioso fenómeno que participa de dos características a primera vista contradictorias: una venerable antigüedad que la coloca con la esencia del ser humano y una asombrosa novedad. La primea característica lleva consigo la idea de comunidad. Silvia Bedmar entiende el origen de la narración oral “como un arte de tradición comunitaria, como una manera de enseñar la vida, de transmitir los conocimientos necesarios que ayudan a crecer”. Fabiano Moraes por su parte, concibe la narración oral como “un acto colectivo”. Julio Manau nos dice “Creo que la narración oral siempre ha existido y siempre existirá. Contar historias forma parte de la naturaleza del ser humano. Tal vez sea lo que nos ayudó a evolucionar como especie”.

La segunda característica, su novedad, entronca lo contemporáneo con lo escénico: en palabras de José Campanari: “desde mi punto de vista la narración oral es un arte escénico que se nutre de una de las primeras manifestaciones artísticas de la humanidad para recrearla en un nuevo tiempo y espacio”. Y define lo que él llama “el arte de contar historias” como “un arte escénico contemporáneo muy joven que está tratando de encontrar sus espacios de desarrollo”.  Juan Ignacio Jafella es quizá algo descarnado en su visión, pues considera la narración oral como  “un invento para ganar dinero, en base a una tradición oral que existe hace miles de años, desde que existe el hombre, en las periferias. Las ciudades la olvidaron y ahora la están volviendo a retomar.” Luis Pepito Mateo coloca la narración oral, según él la concibe, entre las artes escénicas. Pare él, es: 

un arte escénico contemporáneo, que merece un lugar en las agendas culturales y en los espacios reservados casi exclusivamente para la danza, el teatro de actor, el teatro de marionetas, la magia, la música.

Rosa Fraj, que se define como “una narradora que utiliza las artes escénicas para contar” expresa la primacía de la narración oral como arte definiéndola como “la forma más innata y más primitiva de las artes escénicas”. Antonio González dice al respecto: “para mí es el arte de transmitir la memoria de una manera escénica” y también intenta equilibrar la idea de lo tradicional-comunitario con contemporáneo-escénico al definirla como “un espectáculo que pertenece al mundo de las artes escénicas y que procede de la tradición comunitaria y familiar”.

El profesor Guntiz Pakalns, de la Universidad de Letonia, ha señalado que hoy día el renacimiento de la narración oral constituye un movimiento e incluso una subcultura que se puede subdividir en varios tipos: 

  • la narración tradicional
  • la escénica
  • la profesional
  • la educativa, unida a actividades de dinamización a la lectura
  • la terapéutica, aplicada a problemas psicológicos, familiares y sociales.

La narración oral no solo es un fenómeno amplio en el ámbito temporal, pues se nos presenta como a la vez antiguo y moderno, sino también en el espacial, pues en él coexisten dos características en apariencia también opuestas, lo local y lo universal. Al ser un fenómeno comunitario, florece con los elementos culturales con los que cada comunidad se identifica. Esto lo saben muy bien aquellos que narran en entornos cuyas coordenadas culturales no controlan bien. Nos dice Pep Bruno: 

Soy hijo de mi tierra y de mi tiempo, y eso se nota cuando salgo a contar a otros países donde los cuentos funcionan, pero los pequeños detalles (contextuales, guiños humorísticos, etc.) resultan más difíciles de adecuar a otras culturas y países. 

El repertorio cuentístico de la humanidad se ha ido internacionalizando desde principios del siglo XIX, gracias a la labor de tantos investigadores de la narrativa oral de los pueblos, cuyas publicaciones no cesan de aparecer. Gracias a estas investigaciones sabemos también que los cuentos tradicionales no pertenecen a ninguna cultura en particular, sino que aparecen en las más diversas regiones del planeta. Los narradores orales beben asiduamente de estas fuentes. 

La narración oral contemporánea se nos presenta como un movimiento internacional. Volvamos a lo que nos dice Pep Bruno al respecto:

Nuestro oficio (moderno) resurge a partir de un par de hechos concretos: la actividad de la hora del cuento en las bibliotecas (a principios del S. XX en países del norte de Europa) y la renovación pedagógica en las escuelas (y con ella la entrada del cuento en las aulas), en este sentido, los neonarradores somos un movimiento internacional, porque estos hechos (fundamentalmente pero no exclusivamente) han ido promoviendo por toda Europa y Norteamérica que nuestro oficio reapareciese. 

Esta doble identidad local e internacional la comparten muchos narradores orales. Así, Laura Dippolito, que se define como “una narradora urbana clásica” nos dice “Desde mi cultura y mi país, pertenezco también a una cultura latinoamericana, y al mismo tiempo, comparto paradigmas interculturales que me permiten y facilitan el trabajo fuera de mi espacio habitual, mi país y de mi continente”. Quizá nuestra cultura hispánica en esto sea una de las más afortunadas; Kalané Indakotxea nos dice que “la riqueza del mundo hispano es que integra múltiples culturas, cada una con sus propias formas de ver el mundo, con sus cosmovisiones, sus culturas”. Y esta convivencia no es solo espacial, sino también temporal:

Cuando fue el tiempo de la conquista, los españoles no solo trajeron sus barcos y sus guerras, sino que también trajeron sus cuentos, historias, creencias y mitos, los mismos que se  entrecruzaron, mezclaron, interdigitaron con las culturas locales, de forma que la cohesión más está en el uso del idioma castellano.

En relación con los objetivos, Nelson Calderón nos señala que los propósitos elementales de la narración oral no han cambiado mucho a través de los siglos:

En el pasado la narración oral se usaba, además de para explicar el mundo, para entretener y educar a los nuevos hombres, enseñando valores tan universales como el compartir […] Hoy día la narración oral sigue siendo una herramienta eficaz para enseñar valores y entretener, pero también para animar a leer, como complemento para ayudar a los niños a conocer otras culturas, con cuentos que hablan acerca de otras realidades, animales y comidas. Pero no sólo para los niños, también para los adultos.  

De manera parecida, María Elena Ávalos destaca importantes valores en la narración oral:

La narración oral cumple importantes propósitos sociales. Y también cumple propósitos relacionados con el desarrollo de las personas. Sabemos ahora lo que hace unas pocas décadas no sabíamos: las personas, además de la prestigiada inteligencia racional, tenemos un cúmulo de inteligencias múltiples que nos conforman y nos dan vida. Entre ellas contamos la intrapersonal, la interpersonal, la del espacio, la del lenguaje. Y la narración oral ayuda al desarrollo de todas ellas. 

José Campanari nos dice que en la actualidad, la narración oral

está siendo utilizado como recurso para el trabajo educativo, terapéutico, exotérico, etc. Es bueno saber cuándo y cómo es utilizado para encontrar los puntos de encuentro y desencuentro que esto genera para poder seguir investigando y profundizando sobre este oficio. 

El mexicano Martín Corona percibe que apenas nos hemos movido, en cuanto a lo esencial de nuestras culturas: “a veces, pese a no vivir en Europa ni haberlo hecho nunca, siento que seguimos siendo gente de la Edad Media, repetidores de los mismos esquemas de pensamiento: occidentales de aquella época, cibernéticos, globalizador, pero al final repetidores de los mismos esquemas de pensamiento”. Martín Corona señala que estamos sujetos a unas poderosas fuerzas que determinan nuestra cultura: “la iglesia, el clero, la academia, por un lado, lo popular y lo folclórico, por otro. Ahora, con la mutación del poder hacia lo pop (lo popular masivo) como eje de validación, no media la voluntad de las personas al elegir lo que es popular, sino que esto se da por imposición de la hegemonía”.

La narración oral contemporánea a veces se ha rodeado de cierto misticismo a raíz de los análisis psicológicos producidos por miembros de las escuelas psicoanalíticas, en especial por la rama freudiana por un lado, y por la rama jungiana por otro. La obra más representativa en este caso es la del psicólogo especializado en terapia infantil Bruno Bettelheim, The Uses of Enchantment, que en español adoptó el significativo título de Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Así aparece la narración oral como modo de cura o sanación. Blanca Castillo, que ve en la naración oral un poderoso instrumento de aprendizaje, nos dice: 

La narración oral es imprescindible para aprender y a veces para desaprender, para crear y desarrollar la imaginación del que cuenta y de aquellos a quienes cuentan. Puede llegar a ser una terapia ya que la palabra es muy poderosa, y bien utilizada puede sanar el cuerpo a través del alma.

Manuel Sánchez señala algunos fines no artísticos que se dan a la narración oral: 

Hay quienes buscan ‘educar en valores’ o ‘recuperar las tradiciones’ o ‘rescatar la memoria’. Bibliotecas y cafés buscan ofrecer un plus y/o atraer clientela. Las instituciones culturales buscan formas de entretenimiento; los colegios e institutos educar a sus  chavales y chavalas. El narrador puede verse influido a la hora de preparar y presentar su espectáculo por las demandas de quienes le contratan.

Él es de la opinión de que el narrador oral “debe hacer pedagogía de su oficio”. Para él, lo artístico prima sobre la utilidad; 

Escuchar cuentos es un acto de hermosura, de deslumbramiento, un momento de placer estético, de disfrute compartido. Y lo demás se dará o no, pero queda fuera de la narración oral en cuanto hecho artístico. Partiendo de esta premisa, cualquier experiencia puede ser válida y enriquecedora.

E indica que “cualquier uso que se le pueda dar a nuestro trabajo es muy secundario”, añade además que “entender el arte como mero instrumento me parece empobrecedor y en modo alguno “anima” a nada: ni a leer, ni a tomar la iniciativa cuando de disfrutar de la cultura o producirla se trata”.

Julio Manau se expresa de este modo: “quizás, sería una buena idea definir unos estándares y unos criterios mínimos para definir lo que se puede considerar narración y lo que no, a quién se le puede considerar narrador y a quién no. Eso también redundaría en una mayor calidad”. Este narrador apuesta por una colegiatura al igual que sucede en otras profesiones, y da ejemplos: 

Tengo entendido que en Escocia hay escuelas oficiales de narradores y que hay que demostrar unas aptitudes mínimas para poder dedicarse a este oficio. Además las tarifas que cobran los narradores son oficiales y todo el mundo cobra lo mismo. La antítesis de lo que tenemos aquí. No sé si es mejor una cosa que otra, tal vez tanta regulación acabe matando la creatividad, quien sabe.  De todas maneras, considero fundamental el papel de las asociaciones de narradores, tanto como para homogeneizar criterios como para hablar de cuestiones legales.

Uno de los encantos de este arte quizá radique en que en sí es una suma de opuestos que con se contradicen. Para Silvia Bedmar, la narración oral “es un arte cercano, al alcance de todo el mundo, que todos y cada uno de nosotros puede practicar, que fue parte de tantas y tantas culturas que no debemos dejar nunca que desaparezca”. Por otro lado, Juan Rafael Madrigal, al meditar sobre este arte y este oficio, exclama: “lo difícil que es, lo sencillo que parece.” Madrigal nos expresa de una manera poética la gran responsabilidad que conlleva la narración oral: 

El que tiene la palabra, tiene el poder; a partir de este pensamiento, el cuentero debe sentirse muy responsable de lo que cuente y el efecto que cause en el público. El cuentero debe ser un mago con las palabras; a través de su historia, su cuerpo, y su voz debe llevarnos a nosotros, como público, de la mano a esa ilusión de imaginar, debe cautivarnos, y hacer que ese momento sea un bello instante en esta, muchas veces, tediosa vida. 

La relación de cada narrador con su arte y su oficio es, en esencia, algo muy personal. Luis Pepito Mateo nos indica que “cada uno tiene que encontrar su manera de hacer y explotar sus saberes y su experiencia personal”. Algo parecido nos dice Rosa Fraj cuando afirma: “a la narración no se le puede poner límites; a cada narrador hay que respetarle su trayectoria; una mente abierta ayuda a que la narración crezca y ensanche sus horizontes. No podemos poner barreras a la imaginación.”

 

Relación de personas mencionadas

 

Abril, Paco – Acosta, Orlando – Alaínez, Sofía – Alliende, Alejandra – Alonso García, Tareixa – Alonso, Walter – Anglisani, Roberto – Arboleda, Ángela – Ávalos, María Elena – Bassas, Maria – Basté Ribera, Xavier – Bedmar, Silvia – Berlanga, Juan – Boher, Joan – Bombara, Inés – Boni, Jennifer – Borge, Teresita – Briseño, Benjamín – Bruno, Pep – Campanari, José – Castro, Mercedes – Cherñak, Ana María – Cuevas Unamuno, Ana – Dippolito, Laura – Escudero, Martha – Farías, José Ramón – Fe, Lesbia de la – Ferkel, Beatriz – Fontinha, António José da Cruz – Fraj, Rosa – Franzetti, Edgardo – Fraire, Isabel – García, Viviana – Garzón Céspedes, Francisco – González Beltrán, Antonio – Gothelf, Elizabeth – Gutiérrez, María Fernanda – Guzmán, Haydée – Hammú, Mohamed – Hernández, Irene – Indakotxea, Kalané – Jafella, Juan Ignacio – Landero, Luis – Linares, Mauricio – Lorente, Marta – Lozada, Jesús – Macpherson, Inés – Madrigal, Juan Rafael – Manau, Julio – Mantilla, Iván – Marichal, Tere – Marinangeli, Elva – Mateo, Pepito – Maya, Julián – Meier, Liliana – Meléndez, Luis – Mellado, José Luis – Méndez, Isabela – Mendoza, Nora – Mercader, Assumpta – Miguel, Inmaculada de – Mirinda, Cristina – Moncunill, Cristina – Montilla, Laura – Moraes, Fabiano – Morales, Carmen Alicia – Morán, José Miguel – Muro, Anabel – Navarro, Mayra – Ortiz, Estrella – Pachón Rodríguez, Carlos – Pakalns, Guntiz – Parcet, Pedro – Pardini, Valeria – Pereira, Antonio – Pérez, Elvia – Polenta, Fabiana – Posada, Robinson – Reales, Leonardo – Reinoso, Olga Liliana – Rodríguez Rivas, Xacobe – Rodríguez, Ana – Rodríguez, Emilio – Rojas, Numancia – Romera, Juan Pedro – Ros, Roser – Rúa, Wber – Sánchez Santiago, Tomás – Sánchez, Manuel – Sanfilippo, Marina – Sanz, Ignacio – Sanz, Margarita – Sepúlveda, Luis – Silva, Yorluis – Suárez, Mariana Libertad – Tenías, Javier – Tenorio, Miguel Ángel – Tornero, Susana – Trasgu, Iván – Vilà Font, Rosa – Vilardebò, Arnau – Villalobos, Yanuri – Villano, Gabriela – Villaza, Jota 

 

Juan José Prat Ferrer
IE University (Segovia)