No debería sorprendernos que en la primera edición (en 1984) del Diccionario del teatro: dramaturgia, estética, semiología, de Patrice Pavis, uno de los libros de consulta de referencia para el colectivo de la escena, no apareciera ninguna voz dedicada a los narradores y narradoras orales. El oficio de contar, tan viejo y a la vez tan nuevo, tomaba por aquel entonces impulso para volver a recorrer caminos y plazas.
Sin embargo quince años después, en la edición aumentada y revisada que se publicó a finales de los noventa, sí que se incluía la voz “cuentista”. Tampoco esto ha de sorprendernos: la buena nueva del resurgimiento de la narración oral era ya bien conocida por estudiosos, gente del colectivo de la escena y personas que disfrutaban del cuento contado.
De esta voz del Diccionario del teatro: dramaturgia, estética, semiología, tomamos algunas pinceladas a modo de introducción para este artículo que no pretende otra cosa que reflexionar sobre la narración oral profesional como una más de las artes escénicas.
“El cuentista (o contador de cuentos) es un artista que se sitúa en la encrucijada de las otras artes: sólo en el escenario (casi siempre), cuenta su o una historia dirigiéndose directamente al público, evocando los acontecimientos con la palabra y el gesto, interpretando uno o varios personajes, pero regresando siempre a su relato. Recuperando la oralidad, se sitúa en el terreno de tradiciones seculares e influye sobre la práctica teatral occidental (…). El cuentista intenta restablecer el contacto directo con el público (…); es un performer que ejecuta una acción proporcionando un mensaje poético directamente transmitido y recibido por los auditores-espectadores. (…)
El arte del cuentista se ha convertido en un género muy popular que se dirige a un público distinto al del teatro de puesta en escena: con medios escasos, sin otra cosa que la voz y las manos, el cuentista rompe la cuarta pared, se dirige directamente a su auditorio, procura ceñirse a una confrontación que no se convierta en una puesta en escena sofisticada que utilice todos los recursos del escenario, sobre todo los técnicos, aunque ello no excluye el uso de micrófono inalámbrico, luces o acompañamiento musical. (…) El cuentista enriquece la práctica teatral y a la vez se aprovecha de muchos de los milagros del escenario.” (pp. 106-107).
Hemos escrito a varios estudiosos y compañeros del ámbito de la narración oral y el teatro pidiéndoles que nos cuenten por qué la narración oral profesional es un arte escénica y qué la diferencia de otras artes escénicas.
Aquí tenéis sus interesantes respuestas, leedlas, comentadlas, disfrutadlas.
Comisión Contenidos-Web de AEDA
La narración oral, es una disciplina performativa, neologismo que adquiere cada vez mayor aceptación en los ambientes universitarios. La definición de performing arts es la de formas de arte en las que los artistas usan la voz o los movimientos de su cuerpo para comunicar una expresión artística. A diferencia de las artes visuales, los artistas no producen un objeto. Las performing arts incluyen una variedad de disciplinas que se suelen en tres categorías, el teatro, la danza y la música, pero todas tienen por objeto su interpretación ante un público en vivo. La expresión española equivalente es la de artes escénicas. Por arte escénica podríamos entender un arte efímera, viva, cuya ejecución se hace de acuerdo con la definición inglesa (forma en la que los artistas usan su voz o los movimientos de su cuerpo para comunicar una expresión artística). Cuenta, pues, con un espacio para el público y otro que ocupa el artista. De acuerdo a esta definición, la narración oral, la más antigua de las artes de la palabra, es un arte escénica, aunque, como la música en algunos casos, puede trascender la escena y abrirse a otros entornos.
Juan José Prat Ferrer, folklorista y profesor del IE University
No sé si la narración oral “es” un arte escénico. Me parece más acertado decir que “puede ser” un arte escénico. Este matiz lingüístico no es superficial. El adjetivo “escénico”, parecido en portugués y en español, proviene de escena, término polisémico. En el sentido de la pregunta, este vocablo procede de la idea del espacio escénico en el que se realiza el espectáculo –que muchas veces tiende a representar el espacio de la historia contada. Teniendo esto en cuenta, el adjetivo me parece demasiado asociado a un paradigma que diferencia dicotómicamente los espacios de quien actúa y de quien ve, la frontera entre el artista y el público. De este modo, sea en el caso de la práctica hoy conocida con el término narración oral, sea en el de otras expresiones como la danza, el teatro, el circo, la música (entre otras), el adjetivo que prefiero es performativo. Este concepto no es menos polisémico, pero está más asociado a las acciones e interacciones entre los participantes del acto que a su organización espacial y a sus formas e instrumentos de representación.
El adjetivo performativo proviene de performance, que entiendo, en el contexto de esta reflexión, como un acto de comunicación específico: establece una responsabilidad poética ante un público que está, y por otra parte, otorga una validez a las competencias del ejecutante (performer) y exige tácitamente un comportamiento estipulado con anterioridad. Pensando en la narración oral es posible imaginar una gran variedad de acciones, actores y contextos a título de ejemplo: relatar un acontecimiento extraordinario a los amigos en una conversación de café; contar historias a un hijo antes de dormir; compartir una anécdota sobre los novios en el brindis de un casamiento; contar una historia a los alumnos en un aula; narrar en el teatro ante decenas de espectadores. Cuanto mayor es la intensidad performativa, más se distancia el evento de lo cotidiano, mayor responsabilidad social y artística tiene el narrador (performer), y más expectativas se crean en el público. Sin embargo, entre el primero y el último ejemplo, como denotan las posibles situaciones intermedias referidas, la diferencia no es absoluta, sino relativa. Todos estos actos son performativos, exigen competencias poéticas y determinan relaciones sociales, y configuran un continuo entre la situación conversacional y el espectáculo. En todos ellos alguien narra oralmente una historia. ¿Cómo trazar límites entre estos ejemplos? Por lo demás, ¿no son justamente la ubicuidad, la capacidad de adecuarse a cualquier tipo de situación, la simplicidad y la accesibilidad algunas de las características más extraordinarias de la narración oral? No me queda más que responder: la narración oral “puede ser” un arte escénico, pero es, por naturaleza, más que eso.
En este contexto, me permito una última reflexión…
Al observar una tendencia, presente en muchas prácticas artísticas, de devolver el arte a las personas, a los espacios de socialización y a las comunidades locales, en eso que se tiende a llamar arte comunitario, es posible soñar un camino alternativo fuera de los espacios instituidos por la cultura, por los programas de subvención y por las agendas culturales. Porque está en la sutil y especial capacidad de la narración oral para establecer relaciones donde se revela su pertinencia contemporánea, actualísima –y no sólo en el hecho de preservar una práctica y un patrimonio tradicional o un arte performativo entre otros. Por eso, tal vez, no se deba dar tanta importancia a que sea aceptada por la cultura institucionalizada y legitimada por su naturaleza escénica, artística o profesional. Gracias a dios, bastará con comprobar una y otra vez, con la tranquilidad de quien sabe que existen momentos propicios para contar historias y que para oírlas es preciso tiempo, que la narración oral pertenece a la vida: palabras tanto para los oídos como para la boca.
Siempre he pensado que la narración de cuentos es un arte dramático, pero no necesariamente un arte escénico.
Me refiero a la narración oral profesional de relatos, tradicionales o no, tal y como se practica en muchos países industrializados hoy en día (en una forma que ha venido cristalizando en los últimos 30 años).
Este tipo de narración no es idéntico, aunque tenga puntos en común, a la narración de relatos tradicionales (muchos de ellos parte de una tradición de considerable antigüedad) que sigue viva en muchas partes del mundo, también en los países industrializados.
Entiendo que existe narración (o sea, que se está contando un relato) cuando el narrador no recita de memoria un texto, como si se tratara de un papel teatral, sino que recrea el relato a partir de un argumento, como hacen los narradores tradicionales en todo el mundo.
El relato puede haberse recibido por tradición oral o haberse sacado de un libro, pero lo fundamental es que no se repita de memoria, sino que se recree en el momento.
Esta recreación no debe confundirse con la improvisación.
Narrar una historia de esta forma es uno de los actos humanos por excelencia.
Sobre todo en su forma artística, la narración apela a las emociones, y eso es algo que tiene en común con otras artes que sí son propiamente escénicas.
Pero narrar lo que se dice narrar se puede hacer casi en cualquier lugar, espacio o situación.
También se puede narrar en un escenario (o un espacio equiparable) pero sería un error deducir del uso del escenario que el narrador es un actor.
Como el actor, el narrador ejerce un arte dramático, pero el actor, en principio, necesita del escenario, mientras que la viabilidad de la narración de relatos no depende del escenario.
José Manuel de Prada Samper, folklorista
Partamos de un hecho escénico indiscutible: una representación de Hamlet con total despliegue de actores y medios en un escenario y una platea llena. Ahora bien, si tuviéramos la suerte de asistir a la representación de un único y extraordinario actor, subido a un taburete, y haciendo él solo todos los personajes de Hamlet en un sótano para media docena de personas... ¿Deja de ser un hecho escénico?
Mi opinión es que no, salvo que confundamos escena con escenario homologado. La escena es un lugar, sí, pero un lugar creado por el artista y el público con límites a veces definidos sólo tácitamente: un espacio de juego; y su regla principal es que todo lo que traspase el límite hacia ese espacio de juego (la escena) se convierte en parte del juego o lo destruye, pero no es indiferente, porque el espacio de juego escénico tiene el poder de transformar las cosas en elementos dotados de sentido dentro del juego.
Así las cosas, la "escena", el espacio de juego, la "lleva" el artista consigo, como unos chavales que van a jugar un partido llevan el balón consigo, y en cierto modo también el campo: en cualquier lugar que cumpla unos requisitos mínimos jugarán un partido, como el actor representará en cualquier lugar que cumpla unos requisitos mínimos; afirmar que un actor no realiza un hecho escénico por no hacerlo en un espacio homologado para ello es como decir que un grupo de chavales jugando al fútbol con cuatro mochilas por porterías en un prado no están echando un partido porque no lo hacen en un estadio.
Dicho esto, la pregunta: ¿Es una sesión de narración oral profesional un hecho escénico? Sí. Una persona contando un cuento ante un auditorio genera también un espacio de juego, más o menos grande, donde todo lo que entra se convierte en parte del juego. Cada gesto que hace, cada inflexión de la voz, cada arqueo de cejas es susceptible de ser tomado como parte del juego por el público, porque sucede en el espacio de juego, en la escena. Si el narrador mientras cuenta toma en su mano un bolígrafo, ese bolígrafo cobra un sentido nuevo dentro del juego, es decir, entra en el espacio mágico, en la escena. Si un narrador saca a un espectador a su terreno, a la escena, es para jugar con él, cobra un sentido nuevo. Si un narrador mientras cuenta señala un lugar donde sucede algo que cuenta, ese lugar se une a la escena, al espacio de juego, y si alguien profana ese lugar, el público lo siente y o bien lo incluye en el juego o se rompe. Es decir, el narrador crea escena igual que el actor, y por tanto la narración es un arte escénico.
¿Es necesario reafirmar el carácter escénico de la narración oral? Sí, rotundamente, porque algunos de nosotros no somos plenamente conscientes de nuestra dimensión escénica, y necesitamos saber lo que somos y hacemos para actuar en consecuencia y no descuidarnos. Sí, porque a veces personas ajenas al momento de la narración o la creación escénica (me refiero a algunos profesores, bibliotecarios, programadores o incluso periodistas que no entrarían jamás a la escena fotografiar a Hamlet en pleno apuñalamiento de Polonio, pero entran sin reparo a la escena a fotografiar al narrador mientras está contando) no son conscientes de ello y piensan que da igual el espacio, y que se puede contar en cualquier sitio o de cualquier manera o se puede interrumpir, o no entienden que esa escena que crea el narrador se consigue mejor en un lugar que en otro. Y sí porque si la narración oral es una manifestación escénica entonces tiene pleno derecho a desarrollarse en los espacios que la sociedad habilita para lo escénico, es decir, los escenarios, los teatros, aunque también pueda hacerse en cualquier otro lugar, como ocurre con el mismo teatro, donde artista y público puedan crear la escena, ese hecho no exime para reconocer el legítimo derecho de los narradores orales profesionales a participar de ellos.
Héctor Urién, narrador oral
Para hablar sobre la narración oral o el arte de contar historias de viva voz como arte escénica vamos a empezar por definir el arte escénica en general.
El arte escénico es una manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros. Dicha acción se realiza en un espacio escénico desde el cual se establece la comunicación con el público. Es una vivencia efímera que dura solo y exclusivamente el tiempo de la representación.
Para que esto sea posible sus intérpretes tienen una formación previa y un período de preparación y ensayos de dicha acción.
Se consideran artes escénicas el teatro y la danza, pudiendo también incluirse la música en vivo.
Hasta el momento la narración oral o el arte de contar historias de viva voz no tiene un lugar claro dentro de las artes escénicas, cosa que es algo inexplicable ya que cumple los requisitos para serlo.
Es una manifestación artística que se desarrolla en un espacio escénico y se establece una comunicación directa con el público.
Una de las diferencias principales con el teatro es el uso del espacio escénico. En el teatro el espacio escénico es el lugar donde se desarrolla la acción que representa los hechos históricos. En el caso de la narración o el arte de contar historias, el espacio escénico es donde se instala la persona que cuenta los hechos. Dichos hechos se desarrollan en un espacio intangible construido en diálogo creador entre quien cuenta y quienes escuchan.
Para esto, la persona que cuenta utiliza como herramientas: el cuerpo, la memoria, la voz, la palabra, el gesto, la mirada, la complicidad, la seducción, la escucha, la respiración, el silencio.
Si bien la mayoría de las herramientas de la persona que cuenta coinciden con las que utiliza quien actúa en teatro, la formación no sería la misma ya que su uso es diferente.
La persona se presenta en escena como sí mismo, en un estado de conciencia escénica y se comunica de manera directa con el espectador estableciendo un diálogo. El arte de contar historias de viva voz es un arte que se desarrolla con el público y no una representación que se realiza para el público.
El arte de contar historias de viva voz tiene sus objetivos particulares, algunos de los cuales tienen su sostén en el origen sagrado de dicho arte. Entre sus objetivos nos encontramos: recrear la realidad, conservar las raíces y memoria de los pueblos, entender la vida, ahuyentar los miedos, formar una línea de pensamiento, ayudar a crecer, estimular del diálogo, enriquecer el discurso oral, favorecer la escucha, compartir la respiración y el silencio, reafirmar o descubrir puntos de vista.
Dada las diferencias planteadas creo que habría que considerar la narración oral o el arte de contar historias de viva voz como una disciplina escénica, ya que tiene sus características propias y sus necesidades particulares. Así como se diferencian el teatro y la danza, la narración ocuparía otro lugar dentro de las artes escénicas tal como las conocemos en la actualidad.
El arte (del latín ars, artis, y éste del griego τέχνη, téchnē) es entendido, generalmente, como cualquier actividad o producto realizado por el ser humano con una finalidad estética y, también, comunicativa, mediante la cual se expresan ideas, emociones o, en general, una visión del mundo a través de diversos recursos como los plásticos, lingüísticos, sonoros, corporales y/o mixtos. A lo largo de la historia el ser humano ha intentado definir qué es y qué no es arte. De igual modo, ha intentado clasificar las diferentes artes: arquitectura, cinematografía, música, fotografía, literatura, artes visuales, artes escénicas, etc.
Personalmente, creo que clasificar es, a día de hoy, muy complejo y, en cierto modo, excluyente y empobrecedor; si bien, al parecer, se torna necesario para poder aclarar algunas dudas al respecto de la narración oral. ¿Eso que haces es teatro? ¿Es narración oral? ¿Es teatro de objetos o narración con elementos? A mí siempre me ha sorprendido que existan personas capaces de ser categóricas a la hora de aseverar que determinado hecho escénico es una cosa u otra. Pensando en todo esto, me viene a la cabeza algo que mis profesores de arte dramático me repitieron hasta la saciedad: el teatro es acción.
En sus orígenes, en la Poética de Aristóteles, el arte dramático nace y se fundamenta, con la distinción entre la mímesis: representación a través de la imitación directa de las acciones; y la diégesis: relato de estas mismas acciones efectuado por un narrador oral. Cuando pienso lo que hago en el desarrollo de mi oficio como narradora oral, siendo, como soy, poseedora de una formación profesional mayoritariamente teatral, tan sólo puedo hallar una diferencia sustancial.
En la creación de un espectáculo teatral cuento una historia, que transcurre ante los ojos del espectador, por medio de las acciones de los actores y de unos elementos, imprescindibles y necesarios, para contar la historia en tales acciones concretas; desarrollándose la puesta en escena delante de los ojos del espectador. Sin embargo, al narrar, la puesta en escena de esa historia contada ocurre en el imaginario del público que solamente escucha; pero no ve realmente las acciones de tales sucesos. Sin embargo, de forma paralela, debemos tener en cuenta que el público sí que ve mi presencia escénica y ésta constituye, en sí, sobradamente, una puesta en escena. Tal puesta en escena, con sus propias acciones, condiciona, marca, limita, amplía, subraya, recalca, matiza o cualquier otro verbo que queramos aplicar –de manera sutil o con gran énfasis– todo aquello que está aconteciendo en el imaginario del espectador.
Decir que la narración oral es literatura es tan obvio, para mí, cómo decir que el teatro lo es. Evidentemente, en ambos casos, el texto lo es; el acto en sí, sin embargo, es, sin lugar a dudas, un arte escénica… también en ambos casos.
Sonia Carmona, directora de teatro y narradora oral
En la medida en la que la narración oral es una presentación directa, creada para el público que asiste y no recibida a través de un medio de comunicación, es luego, un arte escénica. Como en el resto de las artes escénicas, la forma del escenario, el lugar donde se lleve a cabo la performance, no es importante, lo que cuenta es la inmediatez de la comunicación. Lo que cuenta es que artista y público compartan el aquí y ahora. Cuando alguien cuenta historias para un grupo de personas compartiendo espacio y tiempo, y quien cuenta tiene una intención artística, o sea, ni adoctrina, ni vende, ni enseña, contar cuentos e historias oralmente es un arte escénico. Hay en los cinco continentes público que asiste al sencillo y prodigioso espectáculo de un ser humano que habla y con su voz y su cuerpo construye mundos. Hay festivales, encuentros, jornadas, programaciones en teatros, calle, bibliotecas…, que se realizan en nuestro entorno más cercano (Iberoamérica, Francia, Italia…). En España están el Festival Iberoamericano de Agüimes, el Maratón de los Cuentos de Guadalajara, Festivales de la Oralidad…
Como en todas las artes, escénicas o no, hay estilos, personalidades. Discusiones teóricas, diferencias de práctica y de puntos de vista. En España hay profesionales que viven exclusivamente de su trabajo artístico. Un trabajo artístico heredero en lo profesional de juglares y juglaresas, del bululú, del romance de ciego. Y así como nadie pone en cuestión que la danza sea un arte escénico cuando lo es, aunque todo el mundo pueda bailar y haya bailes folklóricos; la narración oral de historias es un arte escénico cuando lo es, aunque todo el mundo pueda contar y haya maneras de narrar oralmente que pertenecen al folklore, como el filandón o las veladas.
Porque tenemos la manía de lo útil, ha sobrevivido vinculado al libro y a la animación a la lectura, sobre todo en el ámbito infantil, pero contar cuentos no es un arte dependiente o ligado a la literatura, aunque a menudo se alimente de ella, como también se alimentan de ella el cine e incluso el teatro.
En El coloso de Marusi, Henry Miller habla de Katsimbalis, un narrador oral, y dice acerca de su arte, de lo que contaba y de su forma de hacerlo:
“Tal vez solo se trataba de que, volviendo a su casa, había cogido una flor en la cuneta de la carretera. Pero cuando terminaba de contar el hecho, la flor, por humilde que fuera, se convertía en la más maravillosa que un hombre hubiera cogido jamás. Se grababa en la memoria del oyente como la flor que había cogido Katsimbalis. Se convertía en algo único en su género, no porque fuera excepcional, sino porque Katsimbalis la había inmortalizado al advertirla, porque había depositado en esa flor todo lo que pensaba y sentía sobre las flores; es decir, un completo universo.”
Este relato es la mejor manera que encuentro de mostrar que contar historias es un arte.
Magda Labarga, actriz, directora teatral y narradora oral
¿Es… o no es la narración oral un arte escénica? He ahí la cuestión.
Pues para mí no hay cuestión que valga. Uno de los “gurús” del teatro actual, Peter Brook, dice al inicio de su afamado El espacio vacío: “Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro le observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral”. Y yo añado: si el hombre que camina se detiene ante ese “observador” y comienza a contarle una historia, el ritual se amplifica, se llena de mayor contenido y logra un mayor impacto emocional en quien observa y escucha.
Otro ejemplo: aquí en Aragón, la comunidad en la que resido y desarrollo una buena parte de mi trabajo, el Catálogo del Circuito de Artes Escénicas -repito, Artes Escénicas- que anualmente publica la Dirección General de Cultura incluye, dentro del apartado Teatro, la Narración Oral como una fórmula más dentro de las múltiples posibilidades que esta arte escénica puede plantear.
Creo que estas palabras bastarían para justificar que la narración oral es un arte escénica. Llevo más de 25 años trabajando como actor profesional, como narrador, o como contador de historias (que es como más me gusta definirme) y siempre he encontrado baladí esa, a mi modo de ver, absurda polémica sobre si un narrador no es un actor, o un actor no es un narrador. Ambos, desde el preciso instante en que se ponen frente a un espectador, están dando vida a un hecho teatral.
Que la persona que cuenta la historia se llame narrador o actor es lo de menos, lo que verdaderamente importa es que su trabajo resulte veraz para quien observa y escucha; y que sus palabras, sus gestos, impliquen una reacción emocional en el espectador. Y eso es, que yo sepa, un hecho teatral aquí, en la China o en la Conchinchina. Vamos, que un narrador o actor, que para mí son casi la misma cosa, han de cumplir ambas premisas si quieren considerarse como tales.
En cuanto a si existen diferencias entre la narración oral y otras propuestas que yo englobaría siempre dentro del hecho teatral (como el clown, la pantomima, títeres…) y sin entrar a compararla con otras artes escénicas como la danza, la opera o la música, creo que esas diferencias no van más allá de las propias limitaciones que uno se ponga sobre el escenario o de los recursos de los que se valga. Y más en un momento como el actual en el que vemos actores con un escenario vacio o narradores que se valen de diversos elementos escénicos para apoyar las historias que cuentan. Si acaso intuyo alguna leve diferencia en el trabajo de los actores en determinadas obras o espectáculos que les obliga a sumergirse en un personaje que vive su aquí y ahora, ajeno al espectador que lo contempla desde el patio de butacas. Pero, como digo, eso sólo sucede en determinadas ocasiones, porque en el teatro actual esa tradicional “cuarta pared” cada vez está más rota y la interacción del actor con el espectador es, en muchas ocasiones, exactamente igual que la del narrador oral con su público. En ese sentido también me gustaría resaltar que el teatro de actor cada vez tiende a huir más de los grandes teatros y busca espacios diferentes, y con auditorios más reducidos, similares a los de los narradores, que les permiten tener una mayor complicidad y proximidad con quien les escucha.
Dice el Diccionario de la RAE que narrar es contar o referir un suceso real o imaginario y, a mi modo de ver eso es lo que hacen por igual titiriteros, narradores, mimos, clowns… o, lo que es lo mismo, diferentes “actores” de esa arte escénica que llamamos teatro.
Desde mi punto de vista, cuestionar que la narración oral es un arte escénica sería lo mismo que cuestionar que el teatro, el hecho teatral con mayúsculas, también lo fuera.
¿Y si me equivoco y el teatro no es un arte escénica?
Mariano Lasheras, actor, director teatral y narrador oral
Preguntarnos hoy por hoy, todavía, por qué la narración oral es un arte escénica es una cuestión tan interesante como necesaria. Y mi primera respuesta iba en la misma dirección que la ofrecida por Hector Urien. Suscribo hasta la última coma.
Con la idea de aportar una mirada desde un lugar diferente, mis reflexiones cuestionan la naturaleza de la propia pregunta, porque no es neutra. Las preguntas nunca lo son. Toda pregunta encierra una idea previa. En esto caso, la idea a favor de que la narración oral sea un arte de escena, y si hay que explicarlo todavía es que porque hay gente que aún no la considera como tal. La pregunta es pertinente por la reflexión y el debate que pueda suscitar, pero nos coloca a la gente del oficio –una vez más– en servidumbre, teniendo que justificar nuestra pertenencia a lo escénico.
Para mí, que provengo tanto de la cuentería como del teatro, es siempre un motivo de asombro que la narración oral esté habitualmente fuera de lo que se considera relativo a la escena.
La pregunta de si la narración oral es un arte escénica, como punto de partida es tan extraña como podría serlo esta: ¿pertenece el cuerpo humano a un brazo? Sabemos que están relacionados pero en sentido estricto la respuesta debería ser que no, porque la pregunta está formulada al revés. ¿Pertenece el brazo a un cuerpo humano? Al hacer la inversión, es más evidente para todo el mundo que la respuesta es afirmativa. Probémoslo con la oralidad y la escena: ¿pertenecen las artes de la escena a la narración? Para mí es evidente que sí. Todo lo escénico busca contar una historia.
En un sentido amplio, imagino esa proto-narración primigenia como una mezcla de máscara, ritual, danza, canto y palabra. Todo junto. Todo uno. Y de ahí derivaron todas las artes escénicas y también otras artes y prácticas que no lo son.
Puedo fantasear cómo llegó la danza y dijo: yo me quedaré con el cuerpo habitado, con el aliento en movimiento. Y llegó la música y dijo: yo me ocuparé de tocar los instrumentos y de ordenar los sonidos en el tiempo. Y llegó el canto y dijo: yo haré de la voz mi instrumento. Y llegó la pantomima y dijo: yo me quedaré con los gestos que se significan en el silencio de las pausas. Y llegó el teatro y dijo: yo representaré, jugaré los roles y los personajes. Y dijo la literatura: tomaré nota de tus memorias. Cuidaré en nidos de papel tus metáforas y tus símbolos. Y dijo la escenografía escoltada por la pintura, la escultura y la arquitectura: nosotras nos quedaremos con los colores, las formas y las texturas… Haremos físico tu imaginario. Y dijo la magia: la ilusión será asunto mío y el circo dijo: yo haré fácil lo imposible. Y la ciencia también quiso decir: yo me quedaré con la luz y las sombras, con las poleas y las maquinarias, con atrezzos y artefactos. Y dijo el ritual: lo sagrado con sus protocolos solemnes, serán lo mío. Y dijo la máscara: yo me quedaré con la torpeza y me reiré de todo lo solemne y lo sagrado… Y cuando todas las artes se repartieron los fragmentos en los que habían dividido el misterio, allí se quedó sola y desnuda la narración de viva voz. Era tan ligera que podía colarse en todas partes: en plazas y teatros. En monasterios y palacios. En cocinas, en mercados y en tabernas. En juzgados y en hospitales… Viajaba sin papeles, sin artificios y sin pretensiones. Y así sigue, propiciando con muy poco, con lo mínimo, la catarsis a la que aspira toda arte de la escena. Allí donde se presenta su palabra viva, convoca todos los orígenes. A menudo la vivimos acompañada de la música, de la danza, de la expresión dramática, de la máscara, del canto o de la magia… Todo le viene bien. Nada le sobra nunca, aunque no precise de nada. Su plasticidad acepta todo tipo de colaboración y de compañía. Y el resto de las artes la buscan sin tregua, porque saben de dónde vienen y es su manera de honrarla. Así que reformulemos la pregunta: ¿es la escena oralidad viva? Sin duda.
Virginia Imaz, payasa y narradora oral
Siempre me ha gustado que me cuenten historias
Las llamas se asomaban a la boca de la chimenea, y a su alrededor grandes conversadores, y también algún buen narrador, especialmente una vecina, que pasaba después de cenar a velar (hablar durante unas horas en una casa donde se reunían personas de esa familia y otras que no lo eran, pero que tenían vínculos afectivos o de amistad), y a la que después había que acompañar a su casa de noche cerrada, y volver con el miedo susurrando al oído.
Estas veladas se animaban con licor de café, y muchas veces se ocupaban haciendo los moldes de papel de las magdalenas caseras, mariquitas en mi tierra. Mientras tanto los asuntos de actualidad se comentaban, y las historias se sucedían: unas eran divertidas, otras graves, y de vez en cuando un relato ponía los pelos de punta. Todos los mayores participaban, aunque se esperaba con expectación la repetición de algunos cuentos, que ya se habían convertido en clásicos, y componían el repertorio de esta mujer apasionada, y que sin saberlo ella poseía muchas de las características y recursos de la narración oral escénica. Era capaz de visualizar los hechos y a la vez suscitarlos en sus oyentes, tenía el dominio de la mirada, interpretaba el total de los personajes, utilizaba todo su cuerpo como transmisor de emociones, conocía a sus oyentes y las limitaciones de edad y circunstancias, relataba cada historia en el momento preciso y las recreaba una y otra vez mientras interactuaba con el público ocasional.
Los cuenteros tradicionales desaparecieron de nuestros pueblos y de nuestras vidas, y fueron sustituidos por elementos menos imaginativos y sociales como la televisión. Los actuales narradores, descendientes de los juglares, han resurgido con fuerza, especialmente en Iberoamérica, bisagras entre la tradición y la escena del momento, poseen hoy una metodología propia y se forman adecuadamente. Realizan talleres, y aunque con una función diferente, existe la figura del director. Utilizan ampliamente elementos escénicos como la iluminación y el sonido. El público ya no es el familiar, próximo o la tribu, sino desconocido y amplio, infantil o adulto, o ambos a la vez. El lugar también ha variado, ya no es alrededor del hogar o en las plazas de los municipios. Ahora los principales espacios donde se produce son bibliotecas, librerías y colegios, constituyendo un claro incentivo a la lectura.
Los cuentos que se relatan proceden de la tradición oral y de la literatura, pero también los hay de creación propia. La relación de la narración oral escénica con la palabra escrita siempre ha sido estrecha; en ocasiones se alimenta de ella y en otras la alimenta. Recordemos la innegable influencia que ha ejercido en la obra de autores como Juan Rulfo y Gabriel García Márquez.
Una relación menos amistosa, como sucede en las viejas familias, es la que la narración oral escénica mantiene con el teatro, con el que tanto ha compartido desde tiempos remotos, como la imperiosa necesidad humana de recrear unos hechos reales o ficticios, pero con el que también mantiene importantes diferencias. No se debe temer a la hibridación, y menos en esta época donde tantas fronteras han caído y todo es susceptible de fusionarse.
Una de las características más definitorias de esta disciplina es su especial relación con el público en un “trabajo a dos”, ya que a diferencia del espectador de teatro, el público tiene que recrear las imágenes, ensoñar lo oído y finalmente, si todo ha ido bien, incorporar esa historia a su memoria. En este caso a una memoria colectiva, en la medida en que se ha compartido no solo una historia, sino también una vivencia, provocada por el propio narrador.
El cuento nos conduce al territorio de la infancia. Despierta la credulidad, el anhelo de lo fantástico, o por lo menos de lo diferente. En definitiva, proporciona una dosis de ilusión, y esa ilusión la ofrecen las palabras, la voz y los gestos del narrador, que cual encantador, cautiva al oyente utilizando sus dotes y su técnica.
¿Por qué no va a ser la narración oral escénica un arte escénica?