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Llevo muchos años contando cuentos semanalmente en un colegio en la sierra de Madrid. Pero un lunes, nada más entrar por la puerta, sentí que algo era diferente. Los niños se movían en silencio con caras serias y los profesores susurraban por los pasillos. En breve supe el “secreto” que todo el mundo conocía ya: el padre de una de las alumnas de 5º de primaria había muerto el día anterior en circunstancias poco agradables.
¡Justo me tocaba contar cuentos en la clase de esta niña! Los alumnos entraron con caras que mostraban mucha confusión y emociones a flor de piel. Decidí seguir adelante y contar la historia prevista sobre una piña mágica con poderes para multiplicar todo por mil. Al terminar el cuento, hablé de mis sentimientos sobre lo que había pasado y sobre mi deseo de enviar a esta niña amor y fuerza para superar este momento tan difícil en su camino con la esperanza de que la piña mágica podría multiplicar el efecto aún más.
Y así se abrió un espacio para compartir donde todas las emociones eran bienvenidas y donde cualquier niño o niña podría llorar si quería. Varios niños se echaron a llorar, aliviados de tener un espacio seguro, sin juicios, para hablar y expresar (o no) su tristeza, enfado o lo que fuera. Terminamos con un pequeño ritual, cada uno con su piña mágica en la mano, y mandamos amor, fuerza y energía positiva a los familiares y amigos afectados. Creo que este pequeño ritual fue muy importante para ellos en aquel momento.

Fue entonces también cuando me di cuenta de la verdadera importancia de los cuentos como recurso para poder hablar de las pérdidas y de la muerte como un proceso natural, vital y esencial. Las historias son la herramienta educativa más antigua que existe y en el principio de los tiempos, entorno al fuego ancestral, servían de guía en la vida cotidiana para hablar de los grandes misterios y enigmas de la vida. Pues bien, hoy en día los cuentos pueden servir para iluminar este tema tan tabú como el de la muerte en nuestra sociedad actual y, sobre todo, en el entorno del colegio, donde los niños están aprendiendo sobre los elementos básicos de la vida.
En mis cursos de formación son muchos los profesores que me piden consejos sobre cómo abarcar este tema en el aula y es por esto que empecé a mirar cómo se aborda este tema en colegios de otras culturas. Encontré una experiencia de gestión de duelo en el aula en Japón (que puedes ver aquí). El profesor Toshiro Kanamori me inspira porque ofrece un espacio a sus alumnos para compartir su vida interior.
Decidí seguir el ejemplo de Toshiro Kanamori y conté la historia africana “Los Cinco Hijos del Cazador”. En este cuento el padre va a cazar y no vuelve a casa y pronto dejan de hablar sobre él. Cuando nace el hermanito más pequeño unos meses más tarde quiere conocer a su padre, así que van a buscarle y encuentran sus huesos. Los hermanos son capaces de reconstruir a su padre y darle vida y en gratitud el padre hace una escultura para el más pequeño diciendo que “mientras alguien se acuerde de una persona ésta no ha muerto de verdad”. Disfrutamos mucho dramatizando el cuento y después formamos un pequeño círculo para compartir. Cada uno estaba invitado a coger una pequeña escultura africana que yo había llevado, así como a nombrar a alguien o algún animal que ya no estuviera en su vida. Todos los niños compartieron alguna pérdida. Fue un momento tan íntimo, de tanta conexión a nivel personal y nivel grupal, que desde entonces la muerte está muy presente en mi repertorio.
Según cada época del año elijo el cuento más adecuado. Entorno a Halloween parece que hay permiso para hablar sobre lo que está normalmente prohibido y es muy fácil introducir una historia sobre la muerte, e incluso animar a una clase a contar un cuento de miedo a otra.
En los meses más oscuros del año prefiero contar cuentos sobre la muerte que sean más ligeros, como por ejemplo “La Tía Miseria” y el cuento de Hungría “La Muerte Viene de Visita”. Me gusta este momento para contar alguna historia de este tipo usando sombras chinas: Luz en la oscuridad.
La primavera invita a contar cuentos sobre el ciclo de la vida, cuando desde la muerte surge la vida y hay crecimiento. Es el momento de las transformaciones, cuando las orugas se convierten en mariposas y cuando hay luz y esperanza.
Mi historia preferida es “Jack y la Muerte”. Yo cuento mi propia versión personalizada, donde es mi conejo Muffin el que está muy enfermo. Al final del cuento yo soy la que dejó salir a la muerte de la botella en la que está atrapada, para que Muffin pueda morir en paz, y ella me dice que “la muerte no es enemiga de la vida, son dos lados de la misma moneda y sin la muerte no hay vida”.
Sería muy positivo el poder contar más cuentos sobre el tema de la muerte en los colegios, para ayudar a romper el tabú. Los niños podrían reflexionar sobre ella desde una distancia segura y quizás tener una oportunidad para expresar y compartir sus sentimientos. Mi esperanza es que esto ayudaría a toda la comunidad educativa a darse cuenta de que, efectivamente, la muerte no es enemiga de la vida, ya que sin muerte no hay vida.

Jennifer Ramsay

Este artículo se publicó en el Boletín n.º 51 de AEDA – La muerte en la narración oral