¿QUÉ APORTA LA NARRACIÓN ORAL A LA LITERATURA EN LA ACTUALIDAD?

Carles Cano. Frescura, naturalidad, sencillez y precisión a la hora de contar, de escribir.

Carlos Castán. Entiendo que puede proporcionarle en algunos casos cierta visibilidad y acercarla a públicos más amplios y heterogéneos.

Paula Carballeira. En mi opinión, la narración oral le aporta vida a la literatura. Le aporta carne, hueso, voz, un recuerdo de donde proviene, como el espejo de La historia interminable en el que no ves tu reflejo, sino algo que te define de una manera mucho más esencial, abstracta y profunda.

Joan Manuel Gisbert. Siempre ha sido un sustrato motivador y, a la vez, una prolongación viva, que confirma la permanencia del valor de la palabra y el lenguaje en la transmisión de historias, con los aportes propios de la polisemia gestual y la polifonía vocal.

Hipólito G. Navarro. Lo ignoro.

Fernando Iwasaki. Siempre he sido un defensor de la lectura en alta voz, porque el decir y el contar son genuinas puestas en escena. La narración oral de calidad extrae la «teatralidad» de la literatura escrita y nos remonta a una época en la que los libros eran más escuchados que leídos, una época en la que todas las familias tenían un narrador oral y una época en la que leer en voz alta era un ejercicio imprescindible en la formación escolar. Los narradores orales contemporáneos encarnan modelos ejemplares de lectura para que no se extinga el arte de leer en alta voz.

Clara Obligado. Muchas cosas. Saber contar es saber explicarse, presentar un proyecto, seducir. Creo que es un momento en el que la narración oral es muy importante. Los antiguos retóricos lo sabían, daban un lugar prioritario a la oralidad.

Pedro Olalla. Aporta el cultivo de una dimensión intrínseca a la literatura desde sus orígenes, que, por circunstancias de la evolución histórica, ha quedado preterida frente a la dimensión escrita, pero que, no por ello, carece de valor literario.

José Ovejero. No tengo claro que haya una aportación de la narración oral a la literatura, porque no me parece que haya una gran comunicación entre ambas disciplinas. A quien aporta es al oyente, al que le permite una aproximación diferente a la ficción, no a través de la propia conciencia, sino a través de la de un tercero que la interpreta para él, y le añade recursos expresivos que son imposibles en un texto escrito.

José Manuel de Prada. La oralidad es la madre de toda literatura. Se necesitan mutuamente, sobre todo en entornos donde la escritura está fuertemente implantada.

Benjamín Prado. Presencia, cercanía... Cosas que siempre le vienen bien a la cultura, que no debe estar parada esperando que se acerquen a ella, sino ir hacia la gente, algo que comprendieron desde los juglares y los cantos de ciego hasta las misiones pedagógicas de los años treinta.

Antonio Rubio. Mantiene la fidelidad a los orígenes, pues que así se nació lo que entendemos por literatura: primero fue el hecho comunicativo oral, consustancial a la naturaleza humana y ajeno a las “academias”; y luego devino el hecho cultural de la escritura, para fijar la memoria y envasarla… ¿Qué le aporta pues? Le da frescura. La devuelve a sus orígenes. Le da carta de naturaleza. Y la vivifica.

Marta Sanz. Frescura, irreverencia, democratización de la palabra, entusiasmo, sentido comunitario de la literatura, fraternidad, imaginación, hibridación y renovación de los géneros, estrechamiento del lazo que une la cultura con la educación…

¿ENCUENTRAS QUE ESTÁN CERCA LA UNA DE LA OTRA?

Carles Cano. Trabajan con el mismo elemento: las historias; son hermanas, aunque cada una tiene sus códigos. 

Carlos Castán. Deben estarlo. La razón de ser de las historias es ser contadas, de una manera o de otra. La narración oral está en el origen de esa necesidad del ser humano de contar y que le cuenten historias de la que la llamada alta literatura no es más que una de sus formas más sofisticadas.

Paula Carballeira. Por supuesto. Ambas tienen el mismo origen, los mismos objetivos, pero distintas herramientas, diferentes recursos.

Joan Manuel Gisbert. Son vasos comunicantes que no pueden dejar de estar en transvase mutuo frecuente.

Hipólito G. Navarro. No.

Fernando Iwasaki. Entre el teatro y la literatura está la oralidad, la narración oral. Mis dos hijas son actrices y la mayor prepara una tesis doctoral sobre los monólogos en los relatos de Virgilio Piñera, Clarice Lispector y Antonio di Benedetto. Tengo clarísimo que la narración oral es un acto literario y que incluso los profesores tenemos que ser actores. En general, hablar en público cada vez más es una performance, pero sólo la narración oral es un acto literario.

Clara Obligado. No, no creo que estén demasiado cerca. Lo han estado en el origen, puesto que todo texto se escribía para ser contado, pero a partir de la imprenta las cosas cambiaron mucho. Creo que son como dos afluentes de un mismo río que se distancian más y más. Quizá esta distancia sea lo bueno, porque permite desarrollos con características propias.

Pedro Olalla. Con todas las diferencias que puendan señalarse, están naturalmente cerca, porque ambas son expresión del arte de la palabra y del dircurso, que es lo que, etimológicamente, define la literatura. (Esta relación etimológica se aprecia mejor en griego, donde “λογοτεχνία” es, claramente, el “arte del logos” (entendido como palabra, discurso, pensamiento). El término “literatura” nos confunde porque su etimología latina remite a “littera”, letra, es decir, al lenguaje escrito; pero esto ocurre porque no es en realidad calco semántico de “λογοτεχνία” sino de “γραμματική”, es decir, de “gramática” o “arte de la escritura”. En las lenguas modernas debería existir otra palabra para literatura derivada de logos, o, al menos, de verbum).

José Ovejero. La narración oral y la literatura están cerca cuando el narrador inventa la ficción que narra, esto es, cuando crea una historia, como haría un escritor, y luego la interpreta. Supongo que en ese proceso el narrador oral ya tiene en la cabeza que las palabras que escribe van a ser dichas, cosa que no suele suceder con un escritor.  La narración oral, como el texto escrito, nutre al receptor de ficciones y a menudo utilizan recursos narrativos similares.

José Manuel de Prada. Ambas formas de comunicación, oral y escrita, han estado interaccionando desde hace siglos, y siguen haciéndolo incluso en esta época de comunicaciones electrónicas, redes sociales y otras innovaciones. Un análisis detenido demuestra que muchos de los recursos que se consideran propios de la literatura escrita, están, de hecho, en la literatura oral.

Benjamín Prado. La literatura no depende ni dependerá nunca del soporte, sólo de la calidad de lo que se cuenta y cómo se cuenta. Poeta en Nueva York de Lorca es igual de bueno leído en un libro, en un teléfono móvil o declamado por un rapsoda.

Antonio Rubio. Están muy cercanos el cuento literario y el relato oral, se dan la mano… Otras especies literarias están más distantes. Algunas literaturas de vanguardia, por ejemplo, serían acaso menos trasvasables. 

Marta Sanz. No, siento que están en las antípodas, porque percibo cierta reticencias de los narradores literarios a la adaptación oral. Como si los devaluaran o les usurparan el aura sacra. Yo creo que los textos están para extenderlos, reinterpretarlos, apropiárselos. Ni me gusta la idea de libro sagrado ni me gusta la prepotencia del que cree que puede hacer lo que le dé la gana con la imaginación y el trabajo ajenos. Tendríamos que encontrar un punto medio en el que se encuentre aristotélicamente la virtud. Vosotras, por ejemplo, trabajáis con rigor y respeto.

 

¿ESTUVIERON PRESENTES LOS CUENTOS EN TU INFANCIA? ¿TE CONTABAN HISTORIAS? ¿QUIÉN TE LAS CONTABA? ¿HAN FORMADO PARTE DE TU IMAGINARIO? ¿INFLUYERON DE ALGUNA FORMA EN LO QUE ESCRIBES Y EN CÓMO LO ESCRIBES? 

Carles Cano. Me contaba mi padre, sobre todo me acuerdo de cómo empezaba el flautista de Hamelín: Con una flauta bajo el brazo y una pluma en el sombrero… Claro que han formado parte de mi imaginario, y de lo que escribo y cómo escribo, de hecho, una de mis mayores fuentes de inspiración son los cuentos tradicionales.

Carlos Castán. Sí que me contaban historias. Pertenezco a una familia numerosa y mi madre unas noches nos leía libros y otras nos contaba historias sin más, reales o inventadas, antes de que nos quedáramos dormidos. Me sumergía en el sueño con el eco de todas esas palabras girando todavía en mi cabeza. Creo que fue importante en la medida en que ensanchó mi pequeño mi mundo y dio vuelo a mi imaginación. A veces eran aventuras en mares lejanos y otras simples episodios de su niñez de posguerra o de su primera juventud como maestra de escuela en aldeas perdidas del Pirineo. Daba igual lo que contara, era una fantástica narradora. Algunas de esas historias se quedaron en mí para siempre y han ido apareciendo en mis relatos, de manera que considero que sí forman parte de mi imaginario y llegaron a influir en mi escritura en una medida que no soy capaz de cuantificar, pero en cualquier caso importante. Su voz comunicaba con un montón de mundos.

Paula Carballeira. En mi infancia los cuentos estuvieron presentes, pero no era habitual que me los contasen. Con el paso del tiempo, me he ido dando cuenta de que lo que forma parte de mi imaginario es, no tanto el argumento de las historias, como las sensaciones, las evocaciones. Tengo recuerdos fragmentados de frases, de miedos, de cancioncillas. En casa de mis padres se contaban siempre verdades de lo que les había sucedido a niños desobedientes, de los “aparecidos” en las noches de invierno, de personas de la familia que habían muerto o se habían marchado lejos. Planteaban más preguntas que respuestas, y eso me intrigaba de tal manera que no he dejado de perseguir las verdades de los cuentos. Lo que escribo parte de lo que me contaron, pero, sobre todo, de lo que no me contaron. Como si, de alguna manera, siguiese pretendiendo acabar las historias que me dejaron inacabadas.

Joan Manuel Gisbert. Como todos, empecé a aprender a leer a través del oído y, según me contaron años más tarde, era un oyente insaciable. Y aunque pronto aprendí a leer también los renglones de los cuentos y las ilustraciones con la mirada, y podía ya contarme historias con la silenciosa voz del pensamiento, no por ello dejé de querer escuchar, ni he dejado nunca, a quien, teniendo las cualidades necesarias, estuviera en disposición de recrear tiempos, espacios, escenarios, transcursos, seres, emociones, encantos, etc. a través de la viva voz y el sonido de las palabras en el acto de contar historias. Y, sí, creo que de todo ello hay una influencia a la vez difusa e intensa en mis páginas escritas.    

Hipólito G. Navarro. Sí, muchísimo. Mis abuelos, junto al fuego, cada noche. No había televisión en mi infancia, así que era bastante natural. Han influido en el sentido de que me gusta que en mi escritura haya un latido parecido al del lenguaje oral.

Fernando Iwasaki. Sí que estuvieron presentes, pero en forma de historias que abuelas, tías mayores y adultos en general nos contaban a los niños para aterrorizarnos con fines morales y catequizadores, acaso debido a una antigua confianza en las propiedades pedagógicas del dolor, los espectros, el infierno y el Más Allá, pero más aquí.

Clara Obligado. Sí. A mí me cuidaba una mujer que hablaba inglés y me contaba cuentos en inglés. Ese fue, para mí, y para siempre, el idioma de los cuentos de hadas. También escuchaba radionovelas en el campo, que es otra forma de la narración oral, era genial escuchar y ponerles cara a los personajes, crearlo todo en la imaginación a partir de una voz. En mis épocas de estudiante de latín y de griego, me entusiasmaba con la métrica, y esto sí que me ha marcado a la hora de escribir. Tuve la suerte de escuchar a Borges declamando poemas en anglosajón. En realidad, poco me importa a veces entender o no lo que se dice, me dejo llevar por el ritmo de las palabras, de las historias. Es cierto, me gusta mucho escuchar cuentos, pero prefiero leerlos. Es una deformación profesional. La poesía, en cambio, me gusta mucho leída en alto.

Pedro Olalla. Desgraciadamente, no me contaban muchas. Las pocas que recuerdo, eran cuentos infantiles con muy poca palabra e ilustrados con imágenes. Y no influyeron mucho. Probablemente hubieran influido mucho más, y mejor, de haber sido buenas historias orales.

José Ovejero. Tengo muy pocos recuerdos de mi infancia, así que no estoy seguro de si me contaban muchos o pocos cuentos. Sí sé que mi madre me contaba historias de su vida en Extremadura cuando era niña y que me gustaba mucho oírlas. El pueblo de mi madre era para mí un lugar mítico, en el que ocurrían cosas que no eran posibles en mi mundo infantil urbano. Pero no diría que aquellas historias hayan influido en mi escritura.

José Manuel de Prada. Nadie en mi entorno familiar inmediato era muy dado a la narración, pero uno escuchaba relatos, tanto en la escuela como en casa. A mi padre, por ejemplo, le encantaba contar anécdotas familiares. Las que pasaron realmente a formar parte de mi imaginario fueron las que leí, y he de añadir aquí que, como muchas personas tímidas e introvertidas, siempre he sido un lector voraz y un constructor de mundos interiores en los que un relato se va desarrollando constantemente. En distintas formas, la épica ha sido muy importante para mí, y a edades tempranas disfrutaba con el Cantar de Mío Cid y el Cantar de Roldán y, sobre todo, con la Odisea. Una versión adaptada del Poema de Gilgamesh que leí en un libro juvenil me causó honda impresión. Mis primeros intentos de escritura, creo recordar, tienen mucho que ver con la épica. El descubrimiento en mi adolescencia de Un mundo de feliz de Aldous Huxley, que releí múltiples veces, me decantó con cierta brusquedad hacia la antiutopía. En ese momento, como ahora, me pareció que era un género de relato más pertinente dado el tenor de los tiempos. Si ya en la edad adulta me zambullí en los mitos y los cuentos fue para escapar a los horrores que los devenires históricos desataban, y desatan, en mí.

Benjamín Prado. Por supuesto. Me los contaban mi madre y mis hermanas, pero no por mucho tiempo, porque yo aprendí a leer muy, muy pronto, demasiado, porque eso hizo que me hicieran saltar dos cursos hacia delante cuando fui a la escuela y, años después, retroceder uno, ya en el colegio. En mi casa se compraban todas las semanas tres tebeos y un libro de Bruguera, de esos que por un lado tenían la novela escrita y por el otro hecha en viñetas. Yo los devoraba, literalmente.

Antonio Rubio. Sí. Tuve una infancia rural, en un pueblo donde el Tajo hace frontera entre Cáceres y Toledo, que se llama El Puente del Arzobispo. En el parvulario, hacíamos las clásicas lecturas poéticas, y recitados de romancillos y oraciones. En la “escuela nacional”, nos contaban la Hª Sagrada y mucha literatura moralizante y de ensalzamientos heroicos. En la plaza del pueblo, donde la vida no estaba encorsetada, entre iguales, recitábamos todo el cancionero de tradición oral, bailándolo, cantándolo y conjugándolo. En el ámbito de lo doméstico, nos contaban cuentos populares, sobre todo de miedo y de marcaje de normas y límites. Y en la calle, en el encuentro con los adultos que te cruzabas, recibíamos las “gracietas”, bromas, chascarrillos, sermones, cosquillas y perrerías que a bien tuvieran regalarnos… Toda esta pedagogía natural forma parte, claro está, de mi imaginario y marca rotundamente mis ejercicios literarios. 

Marta Sanz. Muchísimo. Me las contaba mi madre o las leía yo sola. En los cuentos troquelados que se vendían en los quioscos y los estancos. En los volúmenes ilustrados por María Pascual. Los cuentos de los hermanos Grimm, de Andersen. Desde luego han influido enormemente en mi imaginario: en casi todas mis novelas hay alguna referencia a los cuentos de hadas, a su faceta erótica, a su crueldad… En Black, black, black está muy presente la metáfora de Hansel y Gretel, y en Un buen detective no se casa jamás, toda la novela se articula en torno a dos momentos culminantes de los cuentos de hadas clásicos: el zapatito de cristal de La cenicienta, y el pinchazo con el huso de la rueca en La bella durmiente. También estuvo muy presente en mi infancia la adaptación cinematográfica de Piel de asno, protagonizada por Catherine Deneuve: me encantaba su melena rubia, me parecía la mujer más guapa del mundo e intuía que había mucho morbo en aquella canción que cantaba el hada madrina y que decía algo así como “No, los padres no pueden casarse con sus hijas, no”. El incesto es un tema recurrente en los cuentos de hadas y, frente a él, la idea del padre ausente. El filtrado que hace el psicoanálisis de este tipo de relatos da lugar a un imaginario potentísimo que se ha quedado prendido a nuestra retina y que de algún modo se refleja en nuestras ficciones. Peter Pan y la Alicia de Carroll han sido obsesiones a lo largo de toda mi vida como escritora y me han hecho reflexionar sobre asuntos teóricos y metaliterarios como la relación de la palabra y el poder. Últimamente también hice una versión libre de Blancanieves en clave revolucionaria y feminista. Me divertí muchísimo y volví a ratificar mi fascinación siniestra por los espejos, el doble y los fetiches necrófilos que tan presentes están también en los cuentos que hemos leído o nos han leído de niñas.

 

EN TIEMPOS EN LOS QUE SOLO UNOS POCOS SABÍAN LEER Y ESCRIBIR, LOS ESCRITORES CREABAN SUS HISTORIAS SABIENDO QUE IBAN A SER LEÍDAS EN VOZ ALTA Y, POR LO TANTO, ESCUCHADAS. ¿QUÉ HA CAMBIADO? ¿CREES QUE EN LA ACTUALIDAD EL LECTOR TAMBIÉN ES OYENTE?

Carles Cano. Ha cambiado todo, ahora lo absolutamente raro es que alguien no sepa leer y, aunque el atavismo de escuchar una voz humana contando historias es algo que nos encanta, hay muchos menos oyentes que lectores. Y es una lástima, porque hay pocos placeres comparables a escuchar una buena historia.

Carlos Castán. Yo creo que en la actualidad leer es, para la mayoría de la gente que conserva este hábito, un acto mucho más introspectivo que precisa de cierto grado de soledad y silencio. Aun así, existe determinado tipo de literatura que parece reclamar el espacio público y la comunión entre oyentes, ya sea en sesiones de lecturas de poemas o microrrelatos, o bien a cargo de narradores orales que sustituyen la literalidad del texto escrito por una espontaneidad y una frescura que contribuyen a acercar las historias contenidas en los textos. Es como si las arrancaran del papel y las pusieran más en la vida.

Paula Carballeira. Los escritores y escritoras, en mi opinión, escribimos para ser leídos, no siempre en silencio, porque la lectura en voz alta también nos permite escuchar en colectivo la música de las palabras. Buscamos la armonía del discurso, sin preocuparnos por el tiempo, ya que el lector dispone de todo el tiempo del mundo para viajar por el libro. En la narración oral, somos conscientes de que compartimos el momento, de que las imágenes, el relato, son efímeros, por lo que ponemos todo de nuestra parte para transmitir la historia y para escucharla. Un buen lector probablemente será un buen oyente, porque ha conseguido encontrar tiempo, su propio tiempo.

Joan Manuel Gisbert. El lector, como he dicho antes, oye y escucha la silenciosa voz de su pensamiento, decisiva para que lo leído cobre vida en su imaginación y en toda su mente.

Hipólito G. Navarro. Cada vez menos. La competencia de lo audiovisual es enorme. Y me parece que priman las imágenes sobre las palabras, leídas en silencio o escuchadas de viva voz.

Fernando Iwasaki. Los escritores somos como los músicos y tenemos que acostumbrarnos a dar conciertos en directo. Por eso pienso que debemos saber leer, interpretar y por supuesto improvisar. Reconozco que muchas veces nos invitan para que hablemos de nuestras ideas estéticas, políticas o identitarias, pero si queremos que se note que somos escritores y no el típico cuñado que opina de todo, en algún momento tendremos que leer nuestras obras en alta voz o consentir con gusto la lectura en alta voz de nuestras obras a un profesional de la narración oral, porque el público de los actos literarios es un lector estereofónico.

Clara Obligado. No, no creo que el lector sea, necesariamente, un oyente. Es un oyente extraño, en todo caso, de una voz que le es propia. Yo oigo lo que leo, pero está pegado a esas palabras en concreto, no puede ser transformado. Hoy en día no escribimos para ser leídos en alto, sino en la intimidad. Esta forma determina la escritura, qué duda cabe. Los cuentos que sirven para ser contados se gestionan desde otro lado, tienen en cuenta otras cosas que yo, como escritora, no tengo en cuenta. En todo caso, siempre incluyo en mis libros algún cuento que sirva para ser leído en alto, porque me gusta. Pero leer en alto no es lo mismo que contar.

Pedro Olalla. Mayoritariamente, el lector ya no es oyente. La palabra está subordinada al silencio de la mirada, condicionada por la mecánica de la lectura. Esto tiene sus cosas buenas, claro está; pero también sus carencias.

José Ovejero. Creo que el lector español es muy poco oyente. Mientras en otros países hace tiempo que triunfaron los audiolibros, en España los intentos realizados hasta ahora han sido muy poco fructíferos. A mí me gusta mucho oír la literatura, soy un consumidor frecuente de audiolibros, pero cuando lo comento suelo encontrarme con la sorpresa. No gusta “oír” ficción; y menos aún ensayo. El narrador oral al menos tiene la ventaja de poder hacer una dramatización frente al espectador, es decir, que no sólo cuenta con el texto y la voz, también con la expresión corporal, lo que quizá haga más atractiva su actividad..., pero tengo la impresión de que para muchos lectores los cuentacuentos son gente que cuenta historias para niños.

José Manuel de Prada. Sabemos que en la antigüedad la lectura silenciosa era muy rara y que incluso la lectura en solitario implicaba la voz o, cuanto menos, el movimiento de los labios. Lo que leemos lo escuchamos en nuestro interior, y ciertamente hay textos que para su pleno disfrute exigen ser leídos. Sobre todo poesía, pero no sólo poesía. Me encanta leerle en voz alta a Helena, a la que por fortuna le gusta mucho que le lean. Le suelo leer relatos orales y poemas que me han tocado especialmente. Al hacerlo, revivo, de una forma distinta, la emoción del primer encuentro con esos textos.

Benjamín Prado. Hoy en día hay muchos más canales, a través de la red, las cosas llegan por mil caminos. Pero un lector, no nos engañemos, es el que lee, el que abre un libro y se mete dentro. Lo demás, ayuda, o da atajos, pero leer es eso.

Antonio Rubio. Creo que el lector es oyente de sí mismo. En su intimidad, puede dejarse poblar de voces y murmullos; lo cual es absolutamente embriagador: a través de su vista y un extraño y complejo proceso de reconversiones, se le llegan las voces de fuera… Pero también puede el lector serlo a través de su oído; y es entonces cuando cobra toda su majestad el narrador de historias, propiciador de cientos de lecturas sincronizadas, divergentes, e instantáneas.

Marta Sanz. En este sentido soy un poco pesimista. Creo que todos hacemos ruido. Creo cuando demagógicamente todos los discursos se colocan sobre la misma línea horizontal nadie escucha porque nadie está legitimado para ser escuchado. Y con esa sordera perdemos la capacidad de aprender y de construir un sentido crítico que haga de nosotros ciudadanos y ciudadanas con todas las letras.

 

ANTES DE PARTICIPAR EN EL CICLO LOS QUE ESCRIBEN Y LOS QUE CUENTAN. ENCUENTRO DE NARRADORES, ¿QUÉ SABÍAS DE NUESTRO OFICIO? ¿TE HA CAMBIADO SU PERCEPCIÓN? ¿QUÉ SABES DE NUESTRO OFICIO?

Carles Cano. También es mi oficio, muy poco tiempo después de empezar a escribir empecé a contar. De hecho, siempre me ha gustado contar y de pequeño, en el patio, les contaba a mis compañeros las películas que había visto en sesión doble el domingo.

Carlos Castán. No gran cosa. He conocido a algunos de ellos y disfrutado de sus actuaciones. Lo veo como una de las muchas variantes del teatro.

Joan Manuel Gisbert. Lo que he percibido, disfrutado y aprendido en cada una de las ocasiones en que he tenido ocasión de presenciar la actuación de uno de vosotros, y también lo que he ido practicando en algunos de mis encuentros con lectores, en los que a veces hago uso de una cierta parateatralidad, de carácter más verbal que gestual, eso sí, y que no excluye en algunos momentos el hecho de contar.   

Paula Carballeira. Llevo contando cuentos de manera profesional desde el año 1992 (según las crónicas de mis amigos). Son ya 25 años de experiencias. He llegado a algunas conclusiones, nunca definitivas, a muchas reflexiones y a desarrollar una capacidad de escucha que me permita dejar los pies en la tierra mientras creo ficciones efímeras. Ese es el gran reto, en mi opinión, no perder la perspectiva de tu tiempo y de tu espacio, en el que vives como narradora.

Hipólito G. Navarro. Sabía muy poco. Ha cambiado, sí; pero me temo que necesito más dosis de encuentros todavía para formarme una opinión seria.

Fernando Iwasaki. Conozco a diversos narradores orales -como a Victoria Siedlecki, a quien admiro- pero en 2010 fui el invitado especial del Festival de Narradores Orales de Segovia y la experiencia fue muy enriquecedora, pues no es lo mismo hablar como escritor ante un público que sabe que eres escritor, que hacerlo delante de un público acostumbrado a escuchar a narradores orales. Y es que como escritor puedes parecer ocurrente y divertido, pero como narrador oral puedes ser el más lacio y aburrido del festival. Fue una prueba muy exigente, que no creo que superara con nota.

Clara Obligado. Sabía bastante, porque tengo mucho contacto con Victoria Siedlecki, de la “Escuela de cuentacuentos de Madrid” y hacemos muchas actividades con ella y el Taller. Es una actividad que me gusta, con la que disfruto.

Pedro Olalla. No ha cambiado mucho, pero he cobrado más conciencia de su valor.

José Ovejero. No sabía casi nada. Salvo por un par de narradores orales que me habían dicho que habían trabajado con historias mías, no es un arte con el que haya tenido contacto. Y confieso que después de aquel encuentro no ha cambiado la situación. Así que mi percepción sigue siendo muy limitada.

José Manuel de Prada. Sabía muchas cosas porque los narradores orales urbanos, como los llamo yo, me habían llamado la atención tiempo atrás. Descubrirlos fue una de las epifanías de mi vida y me animó a sacudirme la pereza y la timidez y salir a hacer trabajo de campo, es decir, a escuchar e interaccionar con narradores.

Benjamín Prado. Bueno, nunca había oído un relato mío contado por otra persona y de esa manera tan atractiva, me impactó y agradó. Fue algo parecido a cuando entro en un auditorio y oigo a la gente corear una canción que he escrito, o cuando algún grupo de teatro ha llevado a escena textos míos. El teatro es la literatura puesta en pie, creo que decía Lorca. Pues eso.

Antonio Rubio. Tal vez por mi condición de maestro de escuela, me siento un poco narrador. He volcado todo mi bagaje literario en los oídos de las infancias que me acompañaron durante cuarenta años. Ahora, jubilado, sigo visitando escuelas para contar, cantar y recitar. Pero creo que vosotros los que narráis “de verdad” tenéis un talento especial o natural, mucha escuela, técnica, tablas y preparación. Sois una lluvia reciente y benefactora. 

Marta Sanz. Yo sabía un poquito de vuestro oficio porque durante muchos años de mi vida he sido docente y mi oficio como profesora me hizo tomar conciencia de los niveles de interpretación textual que pueden abordarse a través de la dramatización de un relato. Soy consciente de la diferencia entre la lectura silenciosa, la lectura en voz alta y la lectura dramatizada. Y todo ese mundo de la lectocomprensión y de la lectura como una destreza creativa me parece que ha de potenciarse al máximo en las aulas y en los proyectos de iniciación o estimulación de la lectura literaria. Se trata de que nos hagamos conscientes de que los textos literarios no son superficies planas, sino masas sumergidas llenas de relieves que decodificamos a partir de nuestras vivencias y nuestras otras lecturas. La cultura es una malla y leer una apropiación intelectual y sentimental de la palabra ajena para crear comunidad. También me interesa muchísimo el proceso de lectura literaria de las personas ciegas: los audiolibros y cómo un timbre de voz, una cadencia determinada, cierta inexpresividad elocutiva pueden resultar desesperantes. 

 

¿QUÉ TIENEN EN COMÚN UN ESCRITOR DE CUENTOS CON UN NARRADOR DE CUENTOS?

Carles Cano. Cómo he dicho antes, trabajan con la misma materia, aquella con la que se tejen los sueños, la literatura. Los dos han de interesar, subyugar a su público, han de estructurar bien la historia que narran, han de poner pasión, amor en lo que hacen y se han de adecuar al público al que se dirigen, solo que uno tiene una respuesta inmediata y el otro, casi siempre, en diferido, como un contrato de tesorero.

Carlos Castán. Uno parte de una hoja en blanco y el otro de un silencio. Ambos deben llenarlo, levantar un mundo donde no había nada. Es cierto que el contador parte de una historia que precede a su versión oral, pero en la mayoría de los casos ha tenido que reescribirla de arriba abajo en su cabeza porque el canal no tiene nada que ver y ha de arreglárselas para transmitir una misma emoción utilizando recursos diferentes.

Paula Carballeira. Que ambos estructuran la ficción en forma de relato con la intención de que alguien reciba sus palabras. El escritor no sabe quién, cuándo o cómo va a recibirlas, de ahí que establezca una forma de narración casi definitiva. El narrador oral sí, por eso puede incluir ligeras modificaciones en cada sesión.

Joan Manuel Gisbert. Ambos son practicantes de las artes del lenguaje en su modalidad narrativa. Y, por decirlo de manera escueta, el primero urde y configura la materia, y el segundo la exterioriza de forma viva.

Hipólito G. Navarro. Algo, pero no demasiado. Que cuentan historias, pero sus modos de desarrollo los veo diferentes, muy diferentes incluso.

Fernando Iwasaki. Lo fácil sería decir que el escritor es un creador y el narrador un intérprete, pero no es así. Al escritor dejan de pertenecerle sus obras en cuanto las publica, pero el narrador puede «recrearlas» mientras las cuenta, imprimirles una personalidad nueva, y estoy persuadido de que muchas veces el oyente/lector recordará mejor al narrador oral que al escritor.

Clara Obligado. Creo que tienen poco en común, la verdad. Comparten, evidentemente, el amor por la literatura, pero un cuento eficiente para ser contado no es necesariamente un buen cuento para ser leído, y viceversa. Se basan en supuestos diferentes y casi diría que se dirigen a públicos diferentes. Yo disfruto mucho de la narración oral, pero prefiero no conocer el texto que se está narrando porque, si no, me siento siempre un poco decepcionada. No digo que sea justo, sino que mi manera de leer, como escritora, es otra, tiene otra función y otros placeres.

Pedro Olalla. Probablemente, lo que más tengan en común sea el deseo de contar. Lo demás, sigue caminos diferentes.

José Ovejero. Creo que a esto he respondido en la pregunta 2. (La narración oral y la literatura están cerca cuando el narrador inventa la ficción que narra, esto es, cuando crea una historia, como haría un escritor, y luego la interpreta. Supongo que en ese proceso el narrador oral ya tiene en la cabeza que las palabras que escribe van a ser dichas, cosa que no suele suceder con un escritor.  La narración oral, como el texto escrito, nutre al receptor de ficciones y a menudo utilizan recursos narrativos similares).

José Manuel de Prada. El que ambos narran, si bien la forma de comunicar lo narrado es distinta. El narrador de cuentos lo hace con la fuerza que dan la voz y la presencia. El escritor lo hace para gente que no conoce y que puede estar en cualquier parte.

Benjamín Prado. Nada, hasta que uno lee el del otro en público. Una cosa es crear, otra interpretar.

Antonio Rubio. No sé por qué me creo que son dos figuras muy cercanas, tanto que acaban aproximándose mucho, y en bastantes casos confundiéndose. Apenas hay escritor de cuentos que no los narre, o narrador que no quiera escribir los suyos propios.

Marta Sanz. La creatividad. Los dos construyen relatos. Los dos filtran fuentes previas. Los dos reinterpretan y buscan los mejores recursos para comunicarse con un receptor colectivo. La diferencia es que los narradores de cuentos se deslizan hacia el ámbito de la dramaturgia, comparten el espacio con sus receptores y eso les da la posibilidad de crear vínculos muy fuertes en el seno de una sociedad virtual. También tienen una mayor retroalimentación y pueden saber sobre la marcha si se están equivocando, si conectan, si han de corregir alguna cosa…

 

¿QUÉ LE PEDIRÍAS A UN NARRADOR QUE QUISIERA CONTAR UNA DE TUS HISTORIAS?

Carles Cano. Que respete el sentido, el alma de la historia, pero que la haga suya, que la cuente con su voz, con sus palabras, con sus gestos.

Carlos Castán. Le pediría sólo que lo interiorizara primero. Que lo contase únicamente en el caso de que al leerlo hubiera sentido la necesidad de contarlo igual que yo en su día sentí la necesidad de escribirlo.

Paula Carballeira. Que me cuente lo que ha encontrado en ellas, lo que le ha conmovido, que se olvide de mis palabras y busque las suyas, como si fuésemos compañeros de viaje.

Joan Manuel Gisbert. Que la sometiera a una interiorización plena, de modo que al contarla emanase de su ser como algo enteramente propio. 

Hipólito G. Navarro. Que se ciña a las palabras con las que las he escrito, porque están muy muy medidas. Que sean el tono, el juego de la voz y de los gestos, quienes las acompañen sin variarlas.

Fernando Iwasaki. Que me cuente por qué escogió unas y no otras. Su mirada me interesaría muchísimo.

Clara Obligado. En realidad, prefiero que mis historias se lean. Pero si van a ser contadas por un narrador, le pediría que fuera libre y las convirtiera en lo que él piensa que es la esencia del texto, que se libere de mis palabras. Que haga una obra que le pertenezca.

Pedro Olalla. No le pediría nada. Lo dejaría libre.

José Ovejero. La verdad es que no le pediría nada, porque lo que me interesaría de su narración es precisamente lo que él pueda aportar y que a mí no se me ocurriría siquiera. Así que, en lugar de pedir, preferiría escuchar.

José Manuel de Prada. Tratándose de algo de fuente oral, respeto al relato, sobre todo a su integridad. Con esto no quiero decir que haya que narrar el texto tal y cual está. Es un derecho fundamental del narrador oral “hacer suyo” el relato, pero eso debe hacerse siempre desde el respeto a su integridad, entendida incluso en un sentido ético. En algunas culturas se piensa que los relatos son seres conscientes que tienen vida propia. No les falta razón.

Benjamín Prado. Que lo haga a su modo, de la manera en que esa historia sea mejor en ese mundo y logre con más certeza sus objetivos. 

Antonio Rubio. Que lo haga por gusto, por elección propia. 

Marta Sanz. Que fuera fiel a lo que yo he querido contar con esa historia. Que no desvirtuase la idea fuerza, el hueso de melocotón, que cada relato esconde bajo la pulpa de una periferia connotativa, que cada lector interpreta a partir de su experiencia, su ideología y su cultura cinematográfica, literaria, musical… De todos modos, el asunto es muy complejo porque a veces también pienso que cuando alguien adapta un texto que tú has escrito (para el cine, la narración oral, el teatro…) lo hace completamente suyo y no sé hasta qué punto el autor ha de intervenir o conviene retirarse a un tercer, cuarto plano, difuminarse, convertirse en fantasma, desaparecer…

 

¿QUÉ TE PARECIÓ ESCUCHAR UNO DE TUS CUENTOS CONTADO DE VIVA VOZ? ¿HAS ESCUCHADO ALGUNA VEZ TUS CUENTOS CONTADOS POR UN NARRADOR? ¿QUÉ TE PARECIÓ?

Carles Cano. Sé que hay narradores que cuentan mis cuentos, pero supongo que si saben que estoy delante les debe dar pudor. Las pocas veces que he escuchado un cuento mío en boca de un narrador, casi nunca sabían que era mío o que yo, era yo. Y, la verdad, me sorprendieron gratamente.

Carlos Castán. Tuve la gran fortuna de escuchar a Noemí Caballer en el Harlem de Barcelona contar varias historias mías y fue una experiencia placentera y maravillosa. Me gustó ver cómo ella había conseguido hacerlas suyas, el vuelo que alcanzaban en sus gestos y en su voz. Y a la vez me permitió observar en tiempo real el efecto que esos cuentos hacían en la gente que escuchaba en silencio, cómo se conmovía o se sobrecogía a merced de unas palabras que de algún modo eran mías pero que a la vez ya no lo eran. Sé que más recientemente, Eva Llamazares, del grupo Cuentábile, ha incluido en su repertorio un texto extraído de una novela mía, pero (aunque las referencias son inmejorables) no he tenido la oportunidad de escucharlo.

Paula Carballeira. Sí, varias veces. Me conmovió profundamente el enorme respeto que esas personas tenían por quien había ideado la historia. Además, ver cómo cada narrador o narradora hace suyo el cuento me hizo sentir parte de una gigantesca cadena de transmisión de saberes, poéticas e imaginarios. Siempre que escucho a alguien contar una historia que parte de mis palabras me embarga una emoción tan grande, un agradecimiento tal, que tengo que contenerme para no abrazar y besar al narrador o narradora.

Joan Manuel Gisbert. En eso no he tenido mucha suerte. Sin entrar en detalles, resultó escénicamente precario, con pobreza de matices vocales y gestuales. Otra cosa ha sido en audiobooks, con más profesionalidad (aunque ese ya es otro campo).

Hipólito G. Navarro. Me resulta fascinante siempre, porque me saca del texto que he creado y lo siento como ajeno.

Fernando Iwasaki. Lo mejor que se puede decir en esos casos es que no parecía mío. Perdí el sentido de su propiedad gracias al placer.

Clara Obligado. Es una experiencia muy inquietante, que no todos los escritores y no en todas las situaciones la vivimos con comodidad. Como escritores, estamos muy atados a la palabra, trabajamos, o al menos yo, sobre cada expresión en concreto y modulamos las frases con una voz interior que nos dicta un ritmo determinado. Yo sé mis relatos casi de memoria, con lo que cualquier cambio me incomoda. En mi caso, trabajé con una muy buena narradora, y lo que hice fue despegarme de mi cuento y pensar que era una creación de ella. No era estrictamente mi cuento, sino algo inspirado en él. Y, desde esta postura, lo disfruté mucho. Así puedo entender este trabajo conjunto. 

Pedro Olalla. En nuestro encuentro, no se dio esa experiencia.

José Ovejero. Supongo que es una situación similar a cuando adaptan una obra tuya al cine o al cómic. La sensación que yo he tenido al leer guiones de obras mías o una adaptación al cómic de una novela es encontrarme ante una obra distinta a la que yo escribí. Al adaptar la obra a otro medio lógicamente es necesario hacer transformaciones sobre el original, y además el que la hace tiene su propia manera de entender el texto y también de lo que quiere aportar a él. Así que el resultado es algo que es y a la vez no es lo que tú escribiste. Siempre le quita algo al original, y siempre le da algo.  

José Manuel de Prada. Bien, el cuento era mío sólo hasta cierto punto, pero fue emocionante, muy emocionante. Se trataba de un cuento popular inglés con rasgos mitológicos, “La Luna muerta”. Una narradora estupenda, con la que ahora comparto mi vida, simplemente hizo vivir la historia ante mis ojos.

Benjamín Prado. Ver cobrar vida a algo, es una bonita experiencia.

Antonio Rubio. Bueno, en principio, te resulta extraño, como si una voz ajena leyera tus renglones. Pero, a la postre, siempre concluyes que lo mejora. Y que te hacen un homenaje, superponiendo su voz.

Marta Sanz. Me encantó. Paula lo hizo con un respeto, una gracia y una inteligencia enormes. Me sentí muy bien leída, con mucha sensibilidad, y me gustó mucho que esa mirada sensible, gallega y lúcida de Paula ofreciese otra versión -preciosa- de “Verano en Roturas” al auditorio.

 

¿PODRÍAS DECIRME EL TÍTULO DE UNO O DOS RELATOS TUYOS QUE TE GUSTARÍA ESCUCHAR? ¿POR QUÉ ESOS Y NO OTROS? 

Carles Cano. “El dibujante feliz” que está en La máquina de los cuentos porque es un regalo que le hice a mi amigo y dibujante Paco Giménez; y “Los tres lobitos y el cerdo” porque es ese tipo de literatura gamberra que me gusta escribir de vez en cuando.

Carlos Castán. A mí me parece muy adecuado "El Pozo", uno de los relatos de Sólo de lo perdido. Lo cierto es que mi forma de escribir, por lo general, no suele ser sencilla para las adaptaciones al formato de la oralidad porque abundan los monólogos interiores, las disgresiones y una sintaxis a menudo complicada. Pero el cuento al que me refiero es bastante lineal y con una línea argumental clara, y a la vez contiene de forma muy sintética alguna de las obsesiones que recorren el libro.

Paula Carballeira. No podría. Me encantaría escuchar lo que mis relatos, mis frases o mis palabras provocan en alguien que decide narrárselo a los demás. Es un enorme privilegio.

Joan Manuel Gisbert. "La obsesión de Amberes", "Los mensajeros de la muerte" y "En la llanura blanca", del volumen Los caminos del miedo, por la sencilla razón de que antes de dar forma a su actual versión escrita, los ofrecí de viva voz entre unas cuarenta y sesenta veces cada uno, y así los fui desarrollando a medida que los contaba. Es decir, dado que su origen y desarrollo se produjo por vía oral, me gustaría que me llegaran de nuevo alguna vez por ese cauce, aunque ya desde otras voces.

Hipólito G. Navarro. No sé, cualquiera de los que su motor es una voz que cuenta en primera persona, como si fuese un monólogo. “Verruga Sánchez”, por ejemplo, que es la voz de una mujer explicándose el derrumbe de su compañero.

Fernando Iwasaki. Para mí el tono es esencial y prefiero la «voz» antes que el «discurso». Me gusta el tono que hallé para escribir Libro de mal amor (novela), El Descubrimiento de España (Ensayo) y Ajuar funerario (microrrelatos). Escucharía con gusto cualquier texto de esos libros, porque comparten un tono que sé que es el mismo. Sin embargo, me pregunto si un narrador oral profesional lo advertiría con la misma facilidad.

Clara Obligado. Me gustaría escuchar “Lenguas vivas”, que es un texto escrito para ser leído en alto, y que admite modificaciones sin dificultad. Y luego “El miedo”, que es un micro.

Pedro Olalla. “Costas de Jonia Oriental. C. 750 a.C.”, del libro Historia menor de Grecia. Precisamente porque trata del momento en que, en época de Homero, se pasa de la tradición oral a la escrita.

José Ovejero. Me gustaría escuchar "Las penas del infierno" y "Los compañeros de viaje", dos cuentos que yo mismo he llevado al teatro, interpretándolos yo, y sería interesante ver cómo trabaja con ellos un narrador oral.

José Manuel de Prada. Mencionaré uno que traduje hace tiempo para un libro todavía inédito. Es un cuento hopi publicado junto a otros en 1905 por una institución científica de Estados Unidos. En un momento dado una muchacha le dice al joven al que está intentando seducir: “Juguemos al escondite, y quien sea encontrado cuatro veces, morirá.” Descubrí este relato en 1990, cuando vivía en Nueva York, estudiando literatura comparada en la Universidad de Columbia y me sentía muy solo y deprimido. Hojeaba el libro en la biblioteca universitaria cuando, de pronto, me fijé en esa frase, que me llevó a leer el relato de inmediato. Sólo por esto aquel día fue menos aciago para mí.

Antonio Rubio. Tres cuentos de Urraca y algunas historias de El hada de las palabras. Y elijo éstos porque pienso que tienen fuerza dramática, y porque tampoco tengo muchos textos en prosa publicados. 

Marta Sanz. No te sé dar una razón concreta, pero creo que "El canon de normalidad", "El antojo de Catalina" y "Carita de Jeanne Moreau" podrían crear atmósferas muy intensas, remover a los receptores, interesarles por motivos políticos y eróticos. Suscitar emociones inteligentes a través de la risa o de la tensión.

 

PARA TERMINAR, ME GUSTARÍA QUE ME DIERAS TU OPINIÓN SOBRE LA NARRACIÓN ORAL Y SOBRE TU PARTICIPACIÓN EN EL ENCUENTRO.

Carles Cano. Creo que la narración oral vive en estos momentos una etapa de transición, ni es el boom de hace unos años, ni la rareza absoluta que podía ser hasta los años setenta. Hay variedad y cantidad, buenos, medianos y malos narradores. Pero creo que sigue faltando respeto por nuestra profesión, muchas veces cualquiera con una flauta y un disfraz se siente autorizado para destrozar unos cuantos cuentos clásicos sin respetar la sintaxis interna del cuento, las reglas básicas que han hecho que funcionen durante cientos de años. Claro que se pueden cambiar y hacer versiones nuevas, gamberras, políticamente correctas o incorrectas, pero hay que mantener la verosimilitud, el sentido. También creo que la narración oral se ha infantilizado: cada vez es más difícil encontrar espacios de narración para adultos y los niños que acuden a las bibliotecas a escuchar cuentos cada vez son más pequeños. Quizá es esto lo que ha propiciado el todo vale.  Mi participación en el encuentro fue estupenda, pues compartía mesa con un gran narrador, Llorenç Giménez, con quien me une una larga amistad y una divertida complicidad, lo cual propició que la gente que asistió se lo pasara en grande. 

Carlos Castán. Como creo haber dejado claro en mis contestaciones anteriores, tengo un gran respeto por la narración oral. Creo que la fascinación que es capaz de suscitar está en el mismísimo origen de la experiencia literaria y tiene que ver con esa necesidad primigenia de escuchar historias de la que parte todo lo demás. Regresar a ese formato de pureza y simplicidad (en el buen sentido de la palabra) puede llegar a ser algo cercano a la magia. Es una especie de regreso a la niñez tanto a nivel individual (esa madre o ese abuelo que contaban cuentos en la cabecera de la cama o al amor de una lumbre) como colectivo (el retorno a un pasado de juglares, anterior a la imprenta y a la impostación y al artificio).

Pienso también que una de las claves está en la adaptación del texto escrito a su versión oral. Por supuesto, no todo vale. Es preciso interiorizar un relato, hacerlo propio, pensar en todo lo que ese texto quiere contar y qué emociones pretende suscitar y poner el acento en lograr eso mismo utilizando otros medios. No se trata de respetar cada adjetivo ni de conservar en la versión contada el mayor número posible de pasajes textuales, sino de trasvasar su esencia a un lenguaje diferente que posee sus propias claves y sus particulares reglas de juego. No hay que pensar en el "daño" que puede hacerse a un texto como si de algo sagrado se tratase, sino en las posibilidades que este tiene -habitando una voz- de crecer.

Paula Carballeira. La narración oral es mi manera de estar en el mundo en relación a los demás. Creo en su capacidad de recreación, de evocación y de transformación. Gracias a ella recuperamos la experiencia colectiva de escuchar cuentos que nos permiten tomar una cierta distancia de la realidad que nos abruma, cambiar la perspectiva y encontrar algunas respuestas a las grandes preguntas de la existencia. Mientras dura la narración, olvidamos nuestra soledad, nuestro cotidiano, acompañamos a la persona que nos ofrece el cuento, la introducimos en nuestra vida, le otorgamos un lugar privilegiado durante una hora, unas horas, y desde entonces la asociamos a esa sensación familiar que nos devuelve el recuerdo de pertenencia a un grupo, a una comunidad. La narración oral es nuestra esencia, el origen del arte de las palabras, del discurso de la imaginación. Sin ella, viviríamos mucho menos y mucho más tristes.

Joan Manuel Gisbert. Además de todo lo que se desprende de las respuestas anteriores, quiero añadir que dejando aparte, en el lugar que les corresponda, al monologuismo sólo chistoso y ocurrente y al cuentacuentismo de trámite, la actual narración oral, cuando alcanza sus indispensables cotas de dignidad, es una pervivencia preciosa y necesaria del río milenario de las voces que han estado transmitiendo todo un caudal mítico, legendario y popular desde los albores del habla articulada, nacida de la consciencia humana. Y hoy, cuando tantos elementos parecen estar arrinconando las obras y manifestaciones del lenguaje verbal, esto tiene un valor muy importante.

Y, por último, aunque se trata de un campo muy específico, casi distinto, un recuerdo admirativo a todos los bululús que en este mundo ha habido. 

Hipólito G. Navarro. No sabría decirlo. Un disfrute nuevo y desconocido para mí. Como una especie de representación teatral delante de muchos de lo que se escribe en el silencio en la soledad de la habitación, de lo que uno cree que escribe para ser leído en la soledad de otra habitación en otra casa, la casa del lector. También fue como un estimulante duelo entre dos, que enfrentaba la torpeza del autor en público con la sabia destreza del narrador acostumbrado a encantar y encandilar a un auditorio. Un placer grandísimo, ciertamente.

Fernando Iwasaki. Alguna de las imágenes más potentes de la literatura son encarnadas por narradores orales. Pienso en Scheherazade, pero también en los revolucionarios que memorizaban los libros en Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, pasando por Jorge Luis Borges dictando conferencias durante los últimos veinte años de su vida por culpa de la ceguera. En La hija de Homero, el poeta Robert Graves imaginó que la primera narradora de la Odisea fue Nausícaa y todas las ficciones distópicas -desde 1984 hasta The Walking Dead- requieren narradores orales que cuenten una y otra vez cómo ocurrió la caída de la humanidad, tal como Orson Welles la narró en directo en 1938, cuando representó por la CBS La guerra de los mundos y el pánico se desató en New Jersey. Me encantó participar en el Encuentro de Escritores y Narradores Orales de Alicante, y no tengo la menor duda de que los narradores orales son seres altruistas y enamorados del arte, porque si se dedicaran a la política podrían forrarse y conseguir lo que quisieran.

Clara Obligado. Creo que el encuentro fue muy interesante. Me faltó un mayor marco para lo que yo había intentado hacer, creo que hubiera ganado si hubiera sabido antes qué cuento se iba a contar. Un diálogo con la cuentacuentos sobre el texto mismo y los dos enfoques, el de la narradora y el de la escritora, hubiera sido interesante para el público, me parece, porque hubiéramos podido comentar cómo enfrentamos el tema ella y yo. Por otro lado, creo que esta es una experiencia novedosa y que se puede sumar la experiencia para nuevos encuentros. En cuanto a la organización, fue muy buena, y recuerdo particular una cena divertidísima al final de la noche.

Pedro Olalla. Me parece muy interesante y necesaria la narración oral, sobre todo en la medida en que no es subsidiaria de la escrita sino soberana de su propio lenguaje.

José Ovejero. Es una pregunta muy difícil para mí. Como he dicho más arriba, mi contacto con la narración oral es mínimo, así que no me atrevería a emitir ninguna opinión. De todas formas, creo que como toda forma de expresión de ficciones frente al público –igual que el teatro o el recitado de poemas- aporta a la experiencia del oyente sensaciones y percepciones que el texto escrito, por su naturaleza, no puede ofrecer.

El encuentro en el que participé fue para mí la primera experiencia en este campo y me permitió entrever las posibilidades del narrador oral de transformar y enriquecer el texto original, dándole inmediatez y recuperando la tradición que hacía de la literatura una experiencia colectiva.

José Manuel de Prada. El resurgir en occidente de la narración oral “escénica” en ámbitos urbanos es un fenómeno crucial, especialmente en los tiempos de incertidumbre y miedo que nos ha tocado vivir. Porque la narración ha sido clave para nuestro triunfo como especie, creo que puede ayudarnos a superar este momento histórico en el que la mentira, la irracionalidad y el odio intentan de nuevo hacerse con nuestras sociedades. Disfruté con mi participación en el encuentro porque el formato, tan alejado de la charla o la imprevisible mesa redonda, me pareció muy apropiado y fructífero.

Benjamín Prado. Lo pasé bien, el público también lo hizo, así que fue algo interesante, de lo que guardo un buen recuerdo y en lo que, en cuanto se ponga a tiro, pienso repetir.

Antonio Rubio. Me confieso absoluto admirador de este viejo oficio hoy recuperado y multiplicado; y, por tanto, de sus oficiantes, los narradores. Si la palabra nos humaniza, nos dignifica y nos procura excelsos goces, ¡oh dioses del Olimpo!, es la palabra la herramienta que utilizan estos seres encargados de continuar hablándonos de mitos, de génesis y de memoria…Y de futuros, porvenires y utopías… Y del sin tiempo. Gracias, que no se apague el fuego.

Marta Sanz. Creo que esta pregunta ya te la he respondido con las anteriores.

 

Raquel López Cascales

Artículo publicado en el Boletín n.º 58 de AEDA – Los que escriben hablan de los que cuentan