En ocasiones, a la hora de contar cuentos, utilizamos y mostramos libros álbum. Este artículo pretende reflexionar, desde la propia experiencia, sobre la selección y el uso de este tipo de libros en el ámbito de la narración oral. 

 

Palabra e imagen

Explica Pepito Mateo en su libro El narrador oral y el imaginario (ed. Palabras del Candil) que cuando un narrador, una narradora, prepara un cuento para contar es como si hiciera una película: pasa el texto a imágenes, decide planos de un storyboard, destaca detalles, toma decisiones sobre la trama, el ritmo, etc. Hace, pues, el mismo trabajo que un director de cine. Y cuando esa película está hecha y el narrador puede verla en su cabeza entonces puede contar el cuento. Es decir, cuenta porque ve. 

Continúa Pepito Mateo hablando del público, y de él dice que cuando escucha cuentos es como si encendiera "el pequeño cine interior", es decir, cada persona de las que está escuchando se arrellana cómodamente en la sala de cine que tiene en su cabeza y ve la película de la historia que le estamos contando (y en verdad es así). Es decir, ve porque escucha.

La relación entre palabra e imagen es completa cuando contamos historias (habla sobre ello con todo detalle José Antonio Pérez Rojo en este artículo “La memoria autobiográfica, el libro álbum de nuestra vida"), pero si además lo hacemos incluyendo las imágenes de un libro álbum en el mismo instante de contar las posibilidades narrativas se amplían de manera muy interesante. Hablemos sobre ello.

 

La búsqueda y la selección

Quienes hemos hecho de contar cuentos nuestro oficio dedicamos mucho tiempo a la búsqueda de historias para incorporar al repertorio (tal como contábamos con más detalle en este artículo). Muchas de estas historias nos esperan pacientes al cobijo de un libro álbum, un tipo de libros que han ido consolidando un lenguaje propio hasta crear un género particular en el que texto, imagen y formato se aúnan para contar una historia. Para conocer con más detalle este tipo de libros y unas cuantas cuestiones verdaderamente importantes sobre ellos: definición, tipos de libro álbum, relaciones entre texto, imagen y formato, elementos a tener en cuenta, etc., os recomiendo que leáis este par de textos de Laura Escuela: “Álbumes ilustrados. Herramientas para el análisis” y “Álbumes ilustrados. Elementos de confusión” (no va a ser la última vez que recomiende textos de esta narradora, es quizás la compañera de oficio que más ha reflexionado y escrito sobre el libro álbum).

Pero centrémonos en la búsqueda y selección. 

Para comenzar, ya sea en formato libro álbum ya sea en cualquier otro formato, es fundamental que el punto de partida sea una buena historia. En el caso del libro álbum tenemos que tener en cuenta que la historia se sostiene en la combinación de texto, imagen y formato, así pues puede ocurrir que, por ejemplo, un texto algo más soso brille con unas ilustraciones poderosas y de la interacción entre ambos resulte una historia fantástica. En este sentido hago una recomendación a los buscadores de tesoros en los libros álbum: dedicad tiempo a ver con detenimiento el libro álbum, a veces la propuesta que sus autores han elaborado anda escondida, a veces el diálogo entre texto e imagen es un susurro que puede pasar desapercibido, a veces el juego que propone el libro no es evidente a primera vista (aquí os enlazo una nota en mi blog en la que podéis ver hasta qué punto esto es así en algunas ocasiones). Normalmente para hacer un libro álbum quien escribe el texto, quien hace las ilustraciones y quien edita el libro trabajan juntos unos cuantos meses, por eso a la hora de leer un libro y valorarlo os animo a que dediquéis un tiempo en calma para ver con detenimiento qué os está contando y qué está proponiendo ese libro álbum.

Quizás también os puedan ayudar para buscar buenos libros álbum estas seis pautas que cuenta Laura Escuela en su blog: “Para valorar un álbum ilustrado”.

 

Contar o no contar con el libro

Cuando una buena historia está contenida en un libro álbum podemos considerar la opción de contar utilizando o no el libro álbum, es decir, incorporando las ilustraciones que presenta como soporte a la narración que vamos a hacer. 

En cualquier otro formato (una historia recogida de la tradición a un informante, un cuento leído en un libro…) tras dar con una buena historia ya podemos pasar al siguiente paso (oralizarla, prepararla y, una vez lista, contarla ante el público). Sin embargo cuando la historia se encuentra en un libro álbum hay que considerar la opción de contarla utilizando o no el libro, y aquí entran otros factores a tener en cuenta para tomar una decisión:

  • ¿Qué tipo de libro álbum es? Normalmente los libros álbum del tipo álbum ilustrado pueden contarse utilizando o no el libro, en ese caso hay que valorar si la ilustración aporta a la narración, si suma, o si, al contrario, resta. En los libros álbum de tipo álbum narrativo y álbum gráfico, debido a la importancia que la imagen tiene para sostener la historia, suelen ganar cuando se muestra la imagen para ser contados. Aunque no me gusta generalizar y sí atender caso a caso.
  • ¿Cómo es la relación que existe entre imagen e ilustración? Normalmente si es una relación simétrica no es preciso mostrar la imagen pues resulta redundante y, en muchos casos, empobrecedora (sólo hago una excepción a esta regla: en caso de bebés donde se está consolidando palabra e imagen), sin embargo si es una relación en la que la imagen amplía, complementa, da un contrapunto o incluso contradice lo que se dice, entonces es necesario mostrar las imágenes.
  • ¿Qué formato tiene el libro? A veces, a pesar del tipo de libro álbum o de relación que hay entre texto e imagen, el formato puede resultar interesante para ser mostrado a la hora de contar (pensad por ejemplo en libros acordeón, libros con formas, libros desplegables, libros troquelados…), suma por lo sorpresivo o ingenioso que resulta. Igualmente otras veces el formato puede convertirse en un lastre, tengámoslo en cuenta.
  • ¿Podrá verlo el público? En este sentido (y hablo desde mi propia experiencia) no es tan relevante que el libro sea más o menos grande como que la ilustración sea más o menos clara. A veces hay libros muy grandes con ilustraciones llenas de detalle, hermosísimas para ver de cerca, pero muy confusas para mostrar a un grupo de treinta chavales; otras veces un libro de formato pequeño cuenta con unas ilustraciones muy claras que permiten ser disfrutadas por un grupo grande de público.
  • ¿Incluye el libro álbum alguna propuesta traducible a la oralidad? La idea de contar como un acto de traducción de un texto escrito al lenguaje oral es una reflexión muy interesante que le he escuchado en varias ocasiones a Carolina Rueda, esta propuesta vale doblemente en el caso del trabajo con libro álbum. En no pocas ocasiones los libros álbum son juguetones, incluyen propuestas que tratan de interactuar de alguna manera más activa con el lector. Hasta tal punto me parece importante esta cuestión del juego que a la hora de elegir los libros álbum suelo dividirlos en dos tipos: los que traen propuesta implícita y los que no. Más adelante hablaré con más detalle sobre esto.

Una vez valoradas todas estas cuestiones es cuando decido si utilizo o no el libro álbum para contar. Si finalmente quiero incorporarlo a mi repertorio, y sobre todo si somos cuentistas profesionales, personas que vivimos de contar cuentos, es bueno contactar con el autor o autora (si es posible) o la editorial para pedir permiso. Generalmente no suele haber inconveniente, especialmente si se muestra el libro (y de esta manera quien escucha las historias sabe de dónde han salido y puede acudir luego a la fuente), aun así es bueno preguntar: hay autores a los que no les gusta que se cuenten sus cuentos, o autores que preferirían que se respetara el texto tal cual está. Es bueno tener toda la información posible al respecto. Es pura deferencia.

 

Preparando la historia para contar

Una vez elegido el libro álbum y conseguido el permiso es momento de ponernos a trabajar. En este punto me gusta pensar en el libro álbum como en una partitura que he de interpretar. Miro y analizo el libro, la partitura, con todo detalle (aun así no es raro que en ocasiones, pasados los meses, incluso después de llevar contando dicho libro un tiempo, descubra matices que se me habían pasado por alto) para tratar de ser fiel al espíritu del libro y hacer que mi interpretación (insistiendo con la imagen musical) mejore la historia (¡o al menos no la empeore!) y respete la esencia que contiene.

Voy a poner un ejemplo sobre esta cuestión que me parece fundamental y que, creo, en ocasiones los narradores pasamos por alto. Imaginemos un libro álbum sin texto (o con muy poco texto) en el que la historia se sostiene, fundamentalmente, en las imágenes, imaginemos que esas imágenes son delicadas, apenas unos trazos, tal vez algo de color, es decir, que son ilustraciones muy limpias, con mucho blanco, en las que el dibujo respira cómodo y en las que el detalle, por muy mínimo que sea, ocupa una posición relevante; sigamos imaginando que es un libro con una historia lenta, sugerente, emocionante. Ante un libro álbum así yo trataría de incorporar todo esto en mi narración: que tuviera un texto contenido, un ritmo suave, que incluyera silencios… tratando de respetar, insisto, el estilo (y la propuesta) de ese libro álbum; tratando de hacer que la interpretación de esa partitura fuera del gusto de sus otros autores (pues creo que el narrador al contar una historia se suma a la cadena de autorías, lo cual implica conocer y respetar a los autores que le antecedieron); y, sobre todo, tratando de enriquecer la historia (y ojo, que enriquecer o sumar a la historia a veces significa depurarla de elementos, de palabras... es decir, simplificar). Igual que este ejemplo podría poner otros con respecto a la estructura del cuento, al ritmo, al humor, al papel de los personajes, etc.

Volvamos a la idea de la narración como una traducción del texto escrito al lenguaje oral (como afirma Carolina Rueda) y con ella al adagio clásico “traductor, traidor”. Es verdad que en toda traducción el texto original pierde algunas cosas, pero también es verdad que en ese proceso puede ganar otras. Y en el caso de la narración oral pienso que los cuentos (que naturalmente habitaron territorios de oralidad durante miles de años) pueden ganar, y mucho, sobre todo cuando se cuentan de manera continuada en público; veamos un botón de muestra: es habitual que cuando contamos una historia surjan hallazgos, pequeños tesorillos, perlas que no estaban incluidas en el texto original, en el libro álbum del que salió la historia, esto nos valdría como ejemplo de las mejoras que las historias pueden tener a la hora de ser contadas (hallazgos que una vez que aparecen suelen quedarse, al menos en mi caso, incorporados a la historia). En el caso del libro álbum estos hallazgos deberían encajar también con el soporte de las imágenes, y si eso no es así, puede ocurrir que durante un tramo de la narración el libro permanezca cerrado o pausado en una imagen desde la que retomaremos luego la trama principal; a mí me ha funcionado de ambas maneras. 

Hay otra cuestión que quería citar con respecto al uso de estos libros a la hora de contar: no en todos los casos en los que decido utilizar libros para mostrar mientras cuento uso todas sus láminas. Hay algún libro que cuento y del que sólo muestro un par de láminas, es decir, en un momento de la narración muestro un par de láminas (en mi caso es concretamente al final del cuento).

A veces también ocurre que a partir de las láminas de un libro acabamos desarrollando una historia algo diferente a la que inicialmente traía el libro. Puedo hablar incluso de algún caso en el que utilizo libro como soporte para contar una historia que nada tiene que ver con la que cuenta ese libro. Pero creo que en este punto se aleja del tema de este artículo.

 

Trabajar en compañía

Soy de la opinión de que no debemos contar un cuento en público hasta que no lo tengamos bien trabajado en casa, bien traducido, bien aprehendido (ojo, lo que no significa memorizado o fijado), bien preparado para ser contado; y ese proceso de traducción del libro álbum al texto oral precisa de su tiempo (puede llevarnos unos minutos o puede llevarnos meses; hay de hecho un libro que utilizo como ejemplo cuando imparto algún curso, libro que tuve algo más de dos años en mi mesa de trabajo probando y probando hasta que di con la melodía adecuada. Dos años con ganas de contarlo en público pero sin dar con la clave. Dos años). Si este proceso previo a contar el cuento en público es habitual con todo tipo de cuentos que oralizamos cuando vayamos a contar con libro álbum ha de estar especialmente cuidado, pues la narración no se va a sostener sólo en nuestra voz, nuestro gesto, nuestra mirada... también las imágenes del libro estarán trabajando con nosotros para ir contando. De alguna manera cuando contamos con libro álbum no estamos solos, trabajamos en compañía, nos coordinamos con las imágenes del libro que también están contando.

 

El juego

Vuelvo ahora sobre un tema que toqué de pasada antes: el juego en el libro álbum (de hecho para mí el juego es un elemento primordial a la hora de contar, como cuento con más detalle aquí). Como os decía para mí es muy relevante esta cuestión, de hecho divido (para mi trabajo en casa) los libros álbum en dos categorías: los que traen una propuesta implícita y los que no. Y dentro de la propuesta a veces esta es más evidente y otras veces no. Todo esto me lleva a insistir una vez más en la necesidad de dedicar tiempo a conocer bien el libro y sus dobleces antes de ponernos a contar su historia.

Son importantes para mí los libros álbum juguetones porque si puedo trasladar su propuesta a la oralidad se convierten en soportes ideales para cuentos participativos: cuentos en los que tú dices algo y la imagen parece contar otra cosa distinta (o incluso contraria); o cuentos en los que el lector tiene que adivinar los elementos de las ilustraciones; o cuentos en los que el texto termina en un silencio que llena de significado una ilustración.

Ahora que hablo de cuentos participativos quiero matizar que cuando hablo de este tipo de cuentos me refiero a cuentos en los que el público ha de participar de manera más activa: repitiendo texto, adivinando algo, etc., eso sí, cuentos en los que en ningún caso implique sacar voluntarios a escena o mover al público de sus sitios (no soy, para nada, amigo de esto).

 

Un libro en escena

Cuando cuento con libro álbum suelo ponerlo en mi pecho, sujetándolo con una mano y pasando las páginas con la otra (a veces con la izquierda, a veces con la derecha... depende de si preciso la otra mano para hacer algún tipo de gesto de apoyo), pero de la manera más cómoda posible, no suelo estar pendiente del libro ni ando mirando a cada momento las ilustraciones (como si no supiera por dónde va la historia). Es verdad que uno siempre tiene el miedo de pasar dos páginas en vez de una, pero no te apures, el público se encargará de decirte algo si eso ocurre. 

La presencia del libro álbum no debe entorpecer tu narración, debes incorporarlo de manera natural, no debe ser “un objeto que no sabes dónde meter” mientras cuentas. De hecho, con el uso habitual de estos libros ocurre que al final los manejas sin tener que andar pensando mucho en ellos, se acomodan naturalmente en tu cuerpo y dejan espacio para que la narración siga siendo el elemento preeminente cuando cuentas. A veces incluso asoman como un objeto (además de libro con imágenes) con el que jugar pero siempre de manera discreta, sin muchas alharacas, sabiendo que son sólo un elemento más en la suma que acaba por hacerse historia.

Y por insistir antes de terminar. Si contamos con libro álbum señalamos ese objeto (prestigiado, por otro lado, que es el libro) y lo ponemos en escena, sea cual sea nuestra propuesta en todo caso hemos de estar seguros de que esa incorporación va a sumar a la historia (aportando significado, dando valor a la propuesta artística, jugando con el público, dando belleza…), va a hacer mejor el cuento, y no se va a convertir en un estorbo o en un parapeto tras el que ocultarnos o en un bastón que entorpezca el curso de la narración.

 

Para terminar este artículo os enlazo un breve texto de Pep Durán, narrador y librero que comenzó a contar utilizando libros álbum a principios de la década de los ochenta. 

 

Pep Bruno

Este artículo forma parte del BOLETÍN N.º 59 de AEDA – Narración oral y libro álbum