Sé poca cosa sobre Efteling: que es un parque de atracciones temático en la zona sur del centro de los Países Bajos, dedicado exclusivamente a los cuentos de hadas. Uno de los más antiguos del mundo.
Es una mañana lluviosa de principios de febrero, hace frío, y aun así, Efteling consigue templarme por dentro.
Me recibe el Gato con Botas y, desde el primer momento, me cautiva.
Siento incluso miedo cuando, al pasar por la tienda de golosinas, me doy cuenta de que me he puesto a saltar y de que he entrado corriendo como una niña, recorriendo con mi mirada las filas de dulces de colores. Soy como Pippi, pero también como Gretel… ¡Ay, si he entrado en la casa de caramelo!...
A partir de ahora voy a dejar miguitas de pan durante todo el día, porque me preocupa no encontrar la salida.

Hay atracciones para auténticos aventureros: la montaña rusa Barón, the Flying Dutchman (una montaña rusa que incluye un chapuzón en el agua) o el Vogel Rock (en el que tras entrar a la cueva que vigila el pájaro gigante, montas en una montaña rusa oscura como la muerte, en la que sólo sientes los giros y la velocidad, porque no ves).

Pero también para auténticos soñadores, como el viaje en la Fata Morgana, donde plácidamente puedes pasear entre los cuentos de Las mil y una noches desde tu barca, el Droomvlucht (“vuelo soñado”) en el que vas descendiendo en espiral plácidamente sentada por un bosque lleno de hadas, elfos, trolls y otros seres maravillosos, o Symbolica, en el que eliges entre el camino de la música, el del héroe o el del tesoro y simplemente dejas que las cosas sucedan.

Y atracciones para los más pequeños (aunque he de decir que aquí entendí el temor a los payasos y a ciertos muñecos que algunos adultos arrastran).
Incluso un teatro o una crepería en el que ollas y cacharros se mueven solos.
Sin embargo, mi parte preferida es el Bosque de los cuentos de hadas (Sprookjesbos).
Aquí ya sí, como Caperucita, como Pulgarcito, como Hansel y Gretel, siento que el bosque me captura. (Menos mal que he ido tirando las miguitas de pan).
A lo largo de un recorrido, que a veces se hace laberíntico, van apareciendo ante mí los cuentos, cada uno representado hasta el último detalle, en un espacio propio.
La casa de los siete cabritillos (en la que el lobo está llamando a la puerta), el espejo mágico de la bruja que te habla, el duelo por la muerte de Blancanieves, Caperucita,  la ballena por cuya boca aparece de vez en cuando Pinocho junto a la carpintería de Geppetto, Cenicienta y su calabaza, Rapunzel en su torre, Pulgarcito a punto de robar las botas del gigante… Y es aquí, en este bosque, donde conecto con esa emoción íntima que se siente cuando “sabes” algo. En cada espacio, mientras escucho cómo una voz narra el cuento (en holandés, claro), pienso : “te conozco”. Desde muy adentro aparece el escalofrío de RE- conocer las palabras (que no entiendo), de RE- conocerme en cada uno de los cuentos.
Como la niña que los escuchó de labios de su abuela y de su madre. Como la  madre que los contó a sus hijos. Como la maestra que los contó a sus alumnos.
Efteling es espectacular y está cuidado hasta el último detalle. Y las atracciones son estupendas. Incluso hay un hotel / castillo en el que puedes dormir.
Pero yo me quedo con la sencillez del cuento desnudo, antiguo, en el que la emoción no es puramente estética, ni simplemente adrenalina.
Es otra cosa.
He encontrado la salida. Pero volveré.

Olga Rodríguez Mur