Víctor Casas, autor del documental "Que la noche es mía, la figura del lobo en la tradición oral del noroeste de la península Ibérica", comparte una historia para explicar el papel de esta especie como símbolo poderoso de lo extraño, nocturno y salvaje; unido a lo sobrenatural, protagonista de recuerdos e historias a través de muchas generaciones de humanos cobijados junto al fuego. 

 

Esta historia sucede en un tiempo de palabras sin electricidad y comienza cuando se enciende la lumbre en una vieja cocina, haciendo sentir a salvo de la oscuridad y de sus peligros, y del frío sufrido con poca ropa de abrigo. 

Hay un grupo de personas a su alrededor que no están siempre juntas, pongamos que viajeros cansados o familiares reunidos por una matanza o por la boda de una chica del pueblo. Están sentados en bancos de madera y en sillas humildes de enea. Ellas siempre haciendo algo con las manos; algunos hombres también, mientras otros fuman con la mirada perdida. Con la misma alegría o seriedad que tenemos ahora, cuando nos juntamos alrededor de las pantallas, grandes o pequeñas.

Esa noche el azar ha unido a un grupo de habladores, con buena memoria y ganas de contar. Una de las protagonistas tiene una novedad, en un mundo donde hay pocas al cabo del día, y está deseando contarla: ha visto al lobo esta tarde (al lobo, no a un lobo) cuando volvía por el camino del monte; como de aquí allí, y se quedó mirando, y era como un burro de grande. Un encuentro de dos caminos paralelos que casi nunca se cruzan, habitantes de mundos diferentes que se asustan mutuamente: doméstico y diurno frente a salvaje y nocturno.

Tras un murmullo general y algún chasquillo, se abre la espita de las palabras: A mí me siguieron dos por la noche cuando venía de trabajar de la mina, pero abrí el paraguas porque empezó a llover y se marcharon. Pues yo tuve que darles los chorizos que llevaba en una cesta para que no me comieran... Se ríe al terminar, así muestra que la historia es parte de un cuento o un chiste y no real.

Ahora el tono se dulcifica y el deseado humor se adueña del ambiente y de las frases que revolotean. Una mujer mayor, animosa y de memoria íntegra, comparte lo que ha contado muchas veces y que no olvida: Tendría yo ocho años y estaba con mi abuelo cuidando las ovejas y vino el lobo de repente y agarró a una de ellas; yo no lo pensé dos veces, agarré también al animal por la lana hasta que llegó mi abuelo con la cayata... Su marido, que es menos valiente, recuerda que él también iba de pequeño con el ganado y cuando lo vio por primer a vez se quedó mudo, no sabe cuánto tiempo. Su vecino de escaño explica que siempre que subía por el camino de los prados se le ponían los pelos de punta: dicen que cuando se ponen los pelos de punta es que anda el lobo cerca. Otro de los asistentes cuenta, entre risas, que una noche que venía de mocear se le cayó la gorra empujada por su entonces poblada cabellera. 

Las risas dan lugar a una tanda de cuentos graciosos. Cuenta, cuenta, ese del lobo y los carneros; o el de la oveja y la cordera. No, mejor el de la gocha y los gochines o el de la zorra Xuana, que se come el carnero cuando dice que se va a los bautizos del cielo. En todos ellos el lobo es burlado por el ingenio de sus víctimas entre el regocijo humano. Hay muchos cuentos con ese desenlace; los que han llegado a los pisos del siglo XXI también lo comparten, aunque ahora el malo suele escaparse en lugar de terminar en el fondo de un pozo con la barriga llena de piedras. La figura del lobo en las narraciones tiene un potente significado simbólico: en algunos casos representa al extraño, al extranjero; en otras ocasiones encarna al poderoso tonto, burlado por un personaje teóricamente inferior. De hecho, en algunas versiones del mismo cuento, el lobo es sustituido por un cura, propietario o abogado, profesiones extrañas a las que tenían los narradores habitualmente, o por un castellano o un gallego, según quien cuente. 

Dicen que un niño se perdió en el monte. La seriedad vuelve; un hombre se deleita demorando su intervención unos segundos, mientras enciende un cigarro: Dicen que un niño se perdió en el monte y que lo estuvo buscando todo el mundo. Y cuando apareció al día siguiente, le preguntaron: ¿pero, dónde has estado? Y es que su madre le había echado el responso de San Antonio Bendito, y entonces el niño contestó: pues con San Antonio Bendito, que me estuvo cuidando, y el lobo estaba a mi lado, y, cuando me quería morder, San Antonio le pegaba en los dientes y le echaba un perrín blanco que tenía, y así el lobo se iba.

El lobo como fuente de sucesos sobrenaturales, que nos permiten disfrutar alejándonos de la previsible realidad, como tanto nos gusta: el niño protegido por el santo, los pelos de punta, la pérdida del habla, el milagro de la oración mágica... por no decir de la moza o el hombre que se transforman en él.

Pues mi padre arresponsaba muy bien; a veces llevaba el bicho un cordero en la boca, se ponía a arresponsar y lo tiraba. Y si quedaba alguna oveja por el campo o se perdía un perro, que a veces se perdían, pues los arresponsaba siempre. Ha dicho el bicho: el bicho, el otro, boca rachada, el hijo del Diablo, el amigo, el aquel, el compadre... En muchos lugares la palabra lobo era tabú; ya lo dice el refrán: Lobo nombrado, lobo a tu lado. Otro explica que Marzo marzán, de noche cara de lobo y de día cara de can. Y uno más: En la calle eres una paloma, en casa un lobo; este último, por desgracia, de rabiosa actualidad.

La mujer valiente se emociona recordando: Nosotros tuvimos una perra en casa de mi padre; aquella para los lobos era fina, fina, para el ganado y todo; pues por eso la fastidiaron. Marcharon ella y otra detrás de tres lobos; la otra dio la vuelta, ella marchó detrás de uno y la cogieron en medio y la rompieron la columna. Fue mi padre a por ella. Lloré yo más por la perra que por un ser humano. Porque era muy buena.

En sonido del fuego se mezcla con otra historia de pastoras: Pasábamos con el ganado debajo de la Peña la Loba (la presencia del rondador nocturno se ancla al paisaje a través de los topónimos, que son numerosos: Matalobera, Valdelaloba, Ríolobos, Lobeznos... Osos, águilas y ciervos comparten protagonismo con él en la clasificación de los más nombrados) y entonces comenzó a ladrar el perro. Y yo le dije a mi hermana: María, no andará el lobo por ahí, yo creo que el perro la forma de ladrar es a lobo. Y efectivamente uno ya se marchaba con una oveja. La llevaba colgada encima del espinazo y le daba con la cola como si la arreara.

Loba, deja esa cordera, mira que te cuesta el alma, que tengo siete cachorros que corren por toda España. Para ti y para tus perros, una mano mía basta; podría haber cantado uno de los asistentes a la reunión.

Ay, qué sería de nosotros sin los perros. Los cachorros siempre tienen que criarse con otros perros, y que sean valientes, los perros mayores, y que haya lobos, si no, no tienen donde aprender. Y entonces se hacen buenos perros. Y luego los perros que están duchos ya con el lobo saben dónde ponerse, donde le vienen los vientos, donde dominan.

Pues en mi pueblo antiguamente el cura bendecía las carlancas que llevaban los mastines, diciendo: Tres clavos tenía Cristo, el buen ladrón y el mal ladrón; que cuide el perro el cierro y el lobo muerda el hierro. Amén. En algunas ocasiones, el origen diabólico del lobo se compensa con la creación divina del perro, según explica un antiguo cuento: Y dice el Diablo: me quitaste las cabras, pero yo soltaré lobos que las han de comer. Dios respondió: Y yo te voy a poner perros que los han de correr.

Un viejo pastor habla con cierta admiración del animal que le ató a su ganado durante más de cincuenta años: Al lobo no se le pone nada por delante, tiene una bravez y una fuerza terrible. Pues si iban corriendo y agarraban a las cabras, que eso lo he visto yo, de aventarte una cabra de la piara, porque ellos como puedan te la sacan, te la cortan, porque saben que allí está la resistencia, e iban corriendo detrás de ellas, tiraban de la garganta y colgaba toda para abajo, y parecía que no se habían arrimado a ellas. Bien lo creo yo que el lobo tiene una boca que no hay quien lo aguante, ni perros ni nada.

La dueña de la casa comparte una poesía que repetía cuando era pequeña: Hace dos años y medio ya verán lo que ha pasado, que al pollino del tío Canuto junto a los Pozos lo mataron. Como han quedado con ganas, han vuelto después este año, en busca de unas pollinas que de noche se han quedado, a dormir por las afueras, muy codiciosas pastando...

Es un animal muy fiero, un animal muy fiero y muy listo, muy astuto. Ya digo, el va, va, va, y está viendo el ganado y está echado por allí y está viendo el ganado y me está viendo a mí. Y cuando pilla la ocasión, que yo me desvío o el ganado llega al pie de él, cuando dan una miaja de espanto las ovejas, ya ha cogido una, y comiéndosela; la arrastra y ya está, y algunas veces los perros no es enteraban, varias veces la quitó y los perros ni enterarse, porque va arrastrado, y bueno, cuando sale, como dice el refrán: como un lobo. 

Que el lobo estudió para abogado, y como no le han dado el diploma... Pues tuvo que seguir con la misma faena que tenía.

Pero el lobo, curiosamente, también se consideraba curativo y protector: Cuando hay una cabra herida, se pasa la harina por la tráquea seca de un lobo, que se guarda como una reliquia, y esa harina se le da de comer a los cerdos, para que no enfermen de lobádiga. En otras ocasiones, se curaban las nubes de los ojos del ganado con su excremento seco o se ponía un colmillo debajo de la almohada para curar la sordera o para proteger a los niños de enfermedades. 

El fuego pierde fuerza, ya no se puede gastar más leña. Señal de que la reunión debe terminar; pero antes, una de las personas que había permanecido callada recuerda de repente: Mi abuela contaba que una vez entre Llamas y Odollo estaban los pastores y a uno le había mordido un lobo que estaba enrabiado de hambre, y que lo habían llevado a un hospital, que había estado allí internado mucho tiempo y que no lo dejaban beber por nada que fuera transparente. Y que después vino al pueblo, y pensaban que estaba ya curado y fueron a segar el Prado del Toro, que era para todos los del pueblo, y a él le dio sed, y se fue a asomar para beber... y vio al lobo en el agua.

Y el marido de la mujer resuelta, añade: Dicen que el lobizón es el séptimo hijo consecutivo que era varón. Es una persona que se volvía lobo, a temporadas, le salía pelo y todo y pasaba siete días aullando por los montes y luego él cuando se volvía hombre ya no se acordaba de las loberías esas.

Hay que reconocer que no han sido las mejores historias para rematar la velada (el serano, el filandón, las hilas... se llamaban antes). La oscuridad se adueña de la cocina y las personas salen un poco tensas, vigilantes con vista y oído, especialmente aquellas que tienen que visitar algún rincón discreto del corral antes de acostarse. 

Víctor Casas

 

Este artículo fue publicado en el Boletín n.º 66 Oct18 – ¡Que viene el lobo!