El lobo es una de las figuras más recurrentes de la literatura infantil. Y aunque la población real de lobos haya ido disminuyendo a lo largo de los últimos siglos y aunque su condición de animal salvaje diste mucho de la construcción simbólica que tenemos de él, el personaje sigue participando de forma activa de nuestro imaginario y forma parte de nuestra educación sentimental desde bien pequeños. 

Sus andanzas como personaje se remontan a mitos, leyendas, cuentos y fábulas que forjaron parte del estereotipo que todavía hoy sigue presente en los relatos, aunque, como veremos, éste haya sido reinterpretado “a lo largo de la historia de la literatura infantil según las preocupaciones sociales y literarias de cada momento”, como diría Teresa Colomer (1996). Representaciones diversas que nos llevan desde la archiconocida figura del malvado lobo feroz, hasta las versiones más actuales, que se divierten subvirtiendo su condición, convirtiéndolo en muchos casos en seres ridículos, contradictorios, honestos, sentimentales e incluso reflexivos. 

Al lobo lo conocemos, casi siempre, de la mano de algunos de los cuentos populares más famosos, aquellos que nos cuentan en la primera infancia una y otra vez: "Los tres cerditos", "El lobo y los siete cabritos" o "Caperucita Roja", donde el animal aparece como antagonista e infunde miedo por convertirse en el elemento que introduce el peligro a través de posibilidad de la devoración. Un papel que bebe, en parte, de los cuentos y leyendas campesinas de los siglos XVII y XVIII.

Contadas alrededor de la lumbre, en ellas el lobo adquiría una connotación casi diabólica, debido sobre todo, al peligro real que suponía para la supervivencia (por situarse en lo alto de la cadena trófica como los humanos), a la existencia de mitos y relatos que ya asociaban al lobo a la maldad y a las supersticiones y creencias religiosas, que suscitaban el miedo y la vigilancia debido a su supuesta ferocidad. El lobo, abundante en esos tiempos en muchos bosques europeos, conocido por sus aullidos y por sus hurtos, por su sigilo y rapidez, y asociado a la oscuridad y la noche, se construyó en los relatos como una de las figuras de la alteridad próxima (otras serían la brujas): aquello que nos es cercano pero que al tiempo resulta extraño, aquello que tenemos presente pero que desconocemos, aquello que es salvaje en un mundo que pretendemos domesticar,... y que por tanto acaba simbolizando lo que está más allá de la razón, el desorden y lo peligroso. Y así fue como el lobo fue convirtiéndose en la figura del malvado lobo feroz... Una imagen que también aparece en los cuentos morales de Perrault (porque ¿quién mejor que esa alteridad próxima para hablar sobre el pecado?) y en las versiones de Cuentos para la infancia y el hogar que los hermanos Grimm adaptaron ya para un público infantil y en el que lobo acaba siempre asesinado. Y a través de esas versiones, esa imagen del lobo siguió presente a través de los cuentos de hadas tan atrayentes y necesarios –según los psicoanalistas (Bettelheim, 2006)– para tratar de comprender de modo simbólico y sencillo nuestra propia condición (a veces malvada, a veces feroz).

Pero las criaturas conocen también a los lobos a través de otro tipo de relatos que se ganaron un espacio en la literatura infantil: las fábulas. Y si allí aparece también la condición de malvado en la figura del lobo, lo cierto que no sólo él lo es y que además, el lobo puede ser al tiempo cruel, travieso, ingenuo, codicioso o filósofo, subrayando así su condición eminentemente ambigua. Condición que aparecía ya en la mitología griega y romana, donde no siempre simbolizaba lo malvado.

Con el paso de los siglos –tal y como nos cuentan Clément y Alessi (2017)– la llegada de la industrialización, la importancia de la ciencias experimentales y su conocimiento sobre el mundo salvaje, y el auge del romanticismo y su fascinación por la naturaleza y su pureza, comienzan a dibujar un lobo menos terrorífico. El lobo aparece en El libro de la selva (1884) como un animal honesto y digno de confianza, mientras que a principios del siglo XX Colmillo Blanco (1906), con su mirada naturalista, subraya la figura del lobo como símbolo de la libertad y el respeto.

Sea como sea, para dar miedo, para hablarnos de sus costumbres o para representar los ideales de la libertad u honestidad, la figura del lobo sigue poblando gran parte de las historias y libros infantiles. Su presencia es hoy muy abundante en los álbumes, donde en muchos casos los autores se apropian del personaje o de ciertos cuentos populares en los que aparece para jugar de diversos modos con la tradición y subvertirla. Una subversión que pivota sobre la figura más conocida del lobo, la del malvado lobo feroz y que implica el conocimiento por parte del lector del texto clásico (los cuentos en sus versiones fijadas en los siglos XVII y XVIII), para poder así a través de la nueva versión poner en duda los viejos estereotipos, poder construir nuevos y reírse con ello, accediendo de este modo a un mundo en el que la línea que separa lo bueno de lo malo queda mucho más desdibujada. Un mundo literariamente rico y diverso que necesita de la tradición para poder degustarse y para poder construir así lectores verdaderamente críticos.

Lo que sigue es un pequeño paseo por algunos títulos de la producción actual de literatura infantil en los que aparece la figura del lobo. Un recorrido que empieza con los álbumes para los más pequeños y acaba con álbumes más complejos, aptos para lectores muy competentes.

En los álbumes destinados a la primera infancia, los autores no suelen centrarse en un cuento concreto de la tradición para transgredirlo, sino que se centran en la figura del lobo, para subvertir el rol que siempre se le ha otorgado. En ellos, la sorpresa final juega un papel muy importante ya que rompe las expectativas del pequeño lector y acaba, muchas veces, provocando la risa. Lobo de Olivier Douzou (FCE), sería un buen ejemplo de ello. De formato cuadrado, contiene una historia sencilla elaborada con unas ilustraciones simples, de colores planos y trazos gruesos, que recuerdan a los dibujos infantiles. La cubierta muestra un primerísimo plano de un lobo, con unos enormes y afiladísimos dientes. El mecanismo es sencillo. El narrador-lobo, a través de las diferentes páginas va diciéndonos como se pone primero un ojo, después una oreja, después su otra oreja, más tarde unos dientes... hasta que ya tiene su cabeza entera. Es entonces cuando se pone a vociferar. Parece hambriento... ¿A quién se comerá? La sorpresa final puede adivinarse en la cubierta y el misterio se resuelve antes de leer si cubierta y contracubierta se miran como una sola imagen... Otro, podría ser ¡Qué llega el lobo! De Émile Jadoul (Edelvives), que juega nuevamente con las expectativas del lector y el papel aparentemente feroz del lobo. Otros ejemplos serían El lobo sentimental de Geoffroy de Pennard (Corimbo) o Edu, el pequeño lobo de Solotareff (Corimbo), en los que se nos dibujan dos lobos que desconocen la fiereza y pueden construir de ese modo relaciones de amistad con personajes con los que sería impensable en otros contextos (debido a su supuesta condición de presa).

Si el juego con el personaje y los finales sorprendentes (y felices) son el elemento más característico de los libros para los más pequeños, a medida que los niños crecen, los juegos con la tradición son más evidentes y sofisticados. Los niños que ya conocen los cuentos tradicionales pueden divertirse con todo tipo de inversiones, parodias y versiones sobre cuentos y personajes que conocen muy bien. Es en este momento cuando los autores se centran más que en trabajar sobre personajes en elaborar versiones de cuentos concretos. Para ello se valen de nuevos narradores, de finales abiertos, de juegos intertextuales y metaficcionales y de la mezcla de géneros, otorgando un papel esencial al humor. 

Cuidado con los cuentos de lobos es la primera aventura de Olmo, de la autora Lauren Child (SerreS). En él los lobos de los cuentos de Caperucita y de los tres cerditos se escurren del libro que su madre había dejado abierto en la mesita de noche sin darse cuenta, para comerse al pequeño. La intromisión de estos personajes de cuento en el mundo de Olmo generará todo tipo de cambios en el desenlace de las historias clásicas. A Lauren Child le gusta jugar con las convenciones de los cuentos tradicionales, para reflexionar sobre su condición de artefacto. Cuidado con los cuentos de lobos es una especie de collage, repleto de guiños intertextuales a cuentos sobradamente conocidos por los pequeños lectores, en los que Olmo entra en juega como narrador protagonista, fusionando dos mundos y mezclando, con ello, el cuento de hadas con la historia realista.

La verdadera historia de los tres cerditos tal y como se la contaron a Jonh Szcieska (Thule) nos muestra una versión desconocida de la famosa historia; la versión del narrador-lobo, algo cabreado con la imagen que de él se ha mostrado. “Me tendieron una trampa” asegura el lobo en la última página del álbum. Antes, nos ha contado que todo empezó por un malentendido relacionado con un estornudo y una taza de azúcar… ¿Quién lo iba a decir? Y es que en este mundo en que lo que cuenta es siempre una buena historia, sea real o no, ciertos sucesos, nada extraños por otra parte, suelen acabar sobredimensionados debido a la testarudez de la prensa por contar lo que les apetece… Las páginas del álbum son un viaje por lo que realmente pasó, contado por un pobre recluso que intenta que su verdadera historia salga a la luz y que el resto de mortales acabemos por naturalizar que ¡sí! los lobos comen carne, pero ¿es suya la culpa, acaso? Esos crímenes nunca fueron tales… o al menos no cómo han hecho que nos los imaginemos… Una parodia divertidísima sobre las crónicas de sucesos y la desmesura que a veces las acompaña, convirtiendo algunas noticias en verdaderos circos informativos.

Una caperucita roja de Marjolaine Leray (Océano Travesía) parodia el cuento tradicional subvirtiendo en este caso no el personaje del lobo, que sigue apareciendo como feroz, sino la supuesta ingenuidad de Caperucita, que más astuta que el lobo, acaba saliendo airosa del encuentro. Una historia que nos recuerda a una de las versiones populares que Antonio R. Almodovar recogió en La verdadera historia de Caperucita Roja (Kalandraka) y que nos muestra a una niña capaz de salvarse por sí misma gracias a la astucia (algo bastante común en las versiones de los cuentos populares anteriores a Perrault o los Grimm).

Silva-Díaz aseguraba en su La metaficción como un juego de niños “que “vulnerar” y “descubrir” son los dos verbos que mejor expresan lo que hace la metaficción con respecto a las convenciones de la literatura para niños y niñas. Se trata de vulnerar las convenciones mediante la introducción de otras formas ficcionales menos codificadas y más experimentales o de descubrir el mecanismo por el cual operan estas convenciones a través del distanciamiento o el señalamiento de estos mecanismos.” Lobos de Emily Gravett (Norma) es buen ejemplo de esto último. Al abrir el libro nos encontramos con un conejo que va a la biblioteca en busca de un libro de no-ficción sobre lobos. Rápidamente, el lector se da cuenta que el libro que elige conejo, es el mismo que el lector tiene en sus manos. A partir de ese momento la ilustración -a través de una focalización externa- nos muestra dos relatos paralelos: el que narra el libro que conejo acaba de coger de la biblioteca y la historia que nos cuenta cómo conejo lee el libro. La visión panorámica de las ilustraciones deja ver al lector que el lobo ha salido de las páginas del libro sin que conejo se haya dado cuenta... Y mientras este lee concienzudamente sobre los hábitos del lobo, la tensión narrativa crece a medida que conejo se acerca a las garras del lobo sin saberlo. Gravett juega de nuevo con la ironía para construir una historia metaficcional con dos posibles finales (o eso se supone). Un final negativo y que es el más verosímil, teniendo en cuenta lo narrado en el libro informativo, y otro final feliz con un lobo vegetariano. Un final éste último que, a través de la relación irónica entre texto e imagen, parece poco creíble. Una improbabilidad que se acrecienta al leer las guardas finales, que nos muestran las cartas sin leer de un señor conejo que parece desaparecido desde hace tiempo y que todavía no ha devuelto el libro a la biblioteca... 

Me gustaría acabar con algunas historias para lectores más avezados en los que el humor deja de estar presente. Historias teñidas de ambientes más sensuales y terroríficos, en las que el lobo recupera su función tradicional, para hacernos reflexionar sobre estereotipos o sobre la función del miedo en los cuentos tradicionales. 

La niña de Rojo de Roberto Innocenti (Kalandraka) actualiza el cuento de Caperucita, situándolo ahora en una gran ciudad. El lugar de todos los recorridos posibles, el espacio-otro que antaño fuera el bosque se convierte aquí en las calles de los suburbios de una ciudad. Y el lobo, animal salvaje y desconocido, pasa a ser (como ya lo fuese de modo simbólico en el caso de Perrault) un depredador humano. Algo que ya había hecho de forma magistral en los años 1980 Sarah Moon con su versión fotográfica de la versión de Caperucita Roja de Perrault (Lumen). 

En Boca de lobo Fabián Negrín (Thule) da voz a un narrador-lobo que nos cuenta su versión sobre el cuento de Caperucita roja. Una versión mucho más creíble que la de el lobo de Smith y Scieszka y que no pretende convencernos de su inocencia. Su relato pausado y tranquilo nos cuenta su encuentro con la niña de rojo y el trágico desenlace. Las ilustraciones oscilan entre la exuberancia del paisaje, la voluptuosidad de las figuras humanas y la ferocidad del animal, en un encaje con el texto que hace de éste un bello álbum con el que reflexionar sobre los conceptos de maldad y sobre las diferentes perspectivas desde las que se puede contemplar una misma historia. 

Mangé, mangé, de Mathias Énard y Pierre Marquès (Acte Sud Jeunesse) es como reza la nota de portada “un cuento balcánico y terrorífico para padres inquietos que desean que sus hijos aprendan algo sobre la vida, la muerte y el estómago de los lobos”. Utilizando muchas de las convenciones de los cuentos tradicionales, los autores construyen, gracias a la conjunción de texto e imagen, una historia tenebrosa sobre las ficciones infantiles y los miedos adultos. El bosque oscuro y lóbrego, lugar de lo desconocido y por tanto fuente de todo tipo de miedos y recelos, se convierte aquí en protagonista y recrea el ambiente terrorífico de algunos de los cuentos tradicionales más conocidos, como el de Hansel y Gretel. La sutileza de un texto sencillo y sugerente se une a las ilustraciones a pastel que combinan los paisajes sombríos de los bosques balcánicos con planos cortos que nos muestran la fiereza del cazador o de la loba, creando de este modo una tensión narrativa que nos conduce hasta el final. Un final cargado de aprendizajes: “que los lobos son lobos, los hombres son hombres y que casi siempre vale la pena hacer caso a las muñecas”. 

Podríamos también hablar del juego con los valores naturalistas y ecologistas que aparecen en obras como ¡Voy a comedte! De Jean Marc Derouen i Laure du Faÿ o Caperucita Roja de Sergio García y Lola Moral, pero los ejemplos son infinitos y el número de páginas es acotado. Así que aquí terminamos ese breve recorrido que partiendo de la figura del malvado lobo feroz nos ayuda a descubrir las mil caras del lobo, un personaje mucho más ambiguo y fascinante de lo que creemos. 

 

Anna Juan Cantavella
es especialista en literatura infantil y trabaja diseñando y llevando a cabo
formaciones y talleres para mediadores sobre literatura, didáctica de la literatura
y biblioteca escolar. Es la autora del blog especializado en álbum:

 

Este artículo se publicó en el Boletín n.º 66 de AEDA – ¡Que viene el lobo! 

 

Referencias bibliográficas teóricas:
BETTELHEIM, B. (2006). Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Editorial Crítica, Barcelona.
CLÉMENT, A.; ALESSI, É. (2017). “Les représentations du loup dans la littérature de jeunesse… Du conte traditionnel au conte détourné”, Mémoire 2ème année du Master “Métiers de l'éducationet de la formation”.
COLOMER, T. (1996). “Eterna caperucita”, Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil, nº 87, 7-19.
SILVA-DÍAZ, C. (2005). (2005). La metaficción como un juego de niños: Una introducción a los álbumes metaficcionales. Caracas: Banco del Libro.