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Cuando Jorge me abrió la puerta de APAM en julio del 2016, la idea era contarle a “los chicos” unos cuentos con un par de amigos cuentistas. Aquel era un “centro de día” para personas con “diversidad funcional física” (DFF), y llegamos con ese pudor melindroso de quienes se piensan “normales” y creen que con las personas en sillas de ruedas hay que ir de puntillas. Nos preguntábamos cómo sería la gente, qué cosas no habría que contar, cómo habría que adaptar las historias... Y de pronto allí conocimos al Doctor Amor, que en el podcast Radio Intrépidos explicaba cómo hacerle el amor a una lavadora. Y Hortensia, que envuelta en su chal de lana llevaba la crónica de crímenes castizos, de Jarabo a la Calle Cabeza, del Matamendigos al Asesino de la Baraja. Y Avelina, que apoyada en su andador leía cuentos fantásticos de cosecha propia. Así descubrí que algunas de aquellas personas me daban sopas con onda en picardía, sentido del humor y saber vivir. La segunda vez fui sola y les dije: a la próxima contáis vosotros.

 

Yo cuento historias de viva voz, entre otras razones, porque me cuesta mucho hablar. Llevo años, eso sí, escuchando con asombro historias ajenas. Creo que estudié antropología como excusa para escuchar la voz humana y el pozo de historias que somos, y acabé observando el uso de las historias orales para toda clase de fines. En una de mis ocupaciones soy “intérprete” habitual de un abogado penalista con un problema de disartria, y le hago de “voz” en juzgados, calabozos y comisarias. Sentada en las salas de vistas he visto como las historias de abogados y fiscales, acusados y testigos, pueden decidir una sentencia absolutoria o mandar al acusado a la cárcel, y así empecé a interesarme por el poder ambivalente de las historias orales para informar y desinformar, excusar o acusar, disociar o crear comunidad, enfermar o sanar… Paradójicamente, este interés por los “usos aplicados” del “poder de las historias” parece haberse generalizado en fechas recientes desde profesiones ajenas a la narración oral artística, al menos en España. Así, esos publicistas y “expertos en marketing” que traen de cabeza a la RAE con sus anglicismos acabados en ing, han importado desde EEUU en los años 2010 la bonanza del storytelling, que ha titulado recientemente decenas de notas de prensa, conferencias TED y una avalancha de talleres y libros comerciales de “storytelling para todo”. Por otro lado, desde el llamado “giro narrativo” de los años 80, especialistas de un vasto espectro de campos profesionales han reclamado también este presunto “poder”, incorporando la narración oral y escrita en su práctica diaria y adhiriendo la palabra “narrativa” a los nombres de sus respectivas profesiones: “medicina narrativa”, “psiquiatría narrativa”, “mediación narrativa”, “teología narrativa”, “historiografía narrativa”...

A mi me interesa la narración oral como forma de expresión artística, y en tanto que investigadora social de vocación “práctica”, también me interesan sus posibilidades como herramienta para el trabajo comunitario. Creo en el “poder de las historias” no por devoción de moda, sino porque a mí personalmente me ha sacudido el ensimismamiento y el pánico escénico, y porque he podido comprobar “en campo” ese calor de fogón o lareira que se prende cuando la gente se junta a compartir historias. Cuando llegué a APAM pensé que estas y otras ventajas podían ser de interés para las personas con movilidad limitada, pues siendo un arte de la voz, la memoria y la comunicación entre personas, no requiere de grandes capacidades físicas o motoras, y permite estimular capacidades cognitivas, creativas y sociales sin importar dichas limitaciones.

A decir verdad, esto no es nuevo. Hace tiempo que se exploran desde campos muy diversos las ventajas de la narración oral en el mundo de la diversidad funcional, especialmente desde algunas de las profesiones con viraje “narrativo” que mencioné más arriba. Desde enfoques terapéuticos, por ejemplo, la logopeda inglesa Marcella Carragher hace que las personas afectadas de ictus cuenten historias “humorísticas o interesantes” a sus seres queridos, para ayudarlas a recuperarse de la afasia post-traumática y mejorar sus habilidades de conversación; el psicólogo canadiense Daniel Morris usa técnicas narrativas con personas que han sufrido traumatismos cerebrales, para ayudarlas a reconstruir su sentido de identidad y de la propia vida; y el israelita David Roe, para ayudarlas a superar el auto-estigma. Como herramienta para estimular la integración y construir relaciones sociales, la profesora Nicola Grove, fundadora de la ONG londinense Openstorytellers, la utiliza para que las personas con diversidad funcional psíquica sean capaces de hablar por si mismas, y el holandés Herman Paul Meininger, especialista también en este tipo de diversidad funcional, la utiliza para favorecer su conexión e integración social.

En el año 2016 yo estaba aterrizando en este mundo y tenía mucho que aprender, así que empecé en APAM con un pequeño experimento, al que llamamos simplemente “el taller de historias”. Jorge invitó a diez personas entre 30 y 75 años que podían estar interesadas por su inquietud personal y sus capacidades cognitivas. Unas estaban en rehabilitación por afectación cerebral sobrevenida: aneurisma, encefalopatía, ictus y traumatismo craneo-encefálico. Otras por parálisis cerebral de nacimiento. Otras habían visto afectada su movilidad en la infancia temprana por la poliomielitis, o en la vida adulta por la esclerosis múltiple. Jorge supervisaría las sesiones como terapeuta, y yo me encargaría de crear los juegos y dinámicas para “catalizar” las sesiones semanales. Y así empezó la aventura grupal de Avelina, Pablo, Elvira, Ángel Luis, Delfina, Julián, Hortensia, Tony, Dolores, Emilio, Jorge y Marian, doce completos desconocidos que poco a poco fueron revelando sus universos personales y creando lazos de afecto y complicidad a través de las historias compartidas. Algunos vinieron por gusto, como Angel Luis, que ya había hecho cursos de guion de cine, o Avelina, que como dije ya escribía sus propios cuentos, y Hortensia y su crónica negra. Otros confesaron más tarde que vinieron un poco “engañados”, pues por causa de su condiciones sobrevenidas estaban apáticos y enfadados con la vida. Yo no tenía experiencia específica con personas con diversidad funcional física, solo había comprobado que ”revolver gente” para que las personas hablen entre ellas puede obrar maravillas, y por eso estaba organizando varios “micros abiertos” en diversos espacios de Madrid. Pensaba probar en APAM unas semanas, y al final me quedé dos años.

En el gimnasio, las sillas de ruedas formaron naturalmente un círculo. Así conversaban antaño los vecinos al rumor de los grillos, y así hablaban las comadres alrededor del lavadero o de una mesa cubierta de estambres de azafrán. Alrededor de un círculo las historias se hilan naturalmente, y cada cual puede escuchar y ser escuchado. Quizás por esta razón, aquí y allá por el mundo, proyectos que están tratando de “recuperar” cierto sentido de comunidad están recurriendo a los “círculos de historias” o story circles, como el pionero Roadside Theatre de los Apalaches desde su fundación en 1975. En este espacio-tiempo circular la idea era contar y escuchar a otros, sin juzgar ni ser juzgado.

Y así empezamos a explorar esas historias “reales” que guarda la memoria personal, familiar y del propio vecindario, a través de un sinfín de temas que fuimos eligiendo cada semana en sesiones de hora y media: las madres, los padres, los abuelos, amigos, vecinos, profesores, jefes, médicos, psíquicos, delincuentes, mascotas, objetos, nombres, pertenencias, el pueblo, la ciudad, el primer beso, la primera cogorza, un trabajo, un logro, un viaje, una canción, los 80, historias con cine, historias de miedo, historias de invierno… Estas historias biográficas son interesantes por muchas razones: sin saberlo ya sabemos muchas, y como dice Celso Fernández Sanmartín, “no hay necesidad de ir a buscarlas a ningún libro”. A poco que escarben en sus vidas, muchas personas se sorprenden recordando episodios que creían olvidados. Además, cuando se cuentan frente a otros de viva voz, facilitan el conocimiento mutuo, recuerdan en los demás casos parecidos y van creando un sentimiento de comunidad entre los participantes. En palabras de Pablo: “son trocitos de tu vida que desvelas y la gente ya va cogiendo opinión de ti”. También son muy ricas en sustancia literaria: se cuentan con la emoción de la experiencia vivida, sus paisajes son vívidos y prolijos en detalles, y sus personajes singulares desafían los estereotipos.

Pero en el taller también experimentamos con cuentos populares muy cortos y leyendas urbanas (sus estructuras sencillas dan mucho juego), y todas estas historias fueron cobrando vida con formas muy distintas de contar. En el grupo hay contadores “naturales” con facilidad de palabra, y otros que narran a grandes brochazos o con vocabulario más abstracto. La idea era también animarles a contar en público, y por eso fui incorporando en forma de juegos esos principios formales básicos que hacen más amenas las historias orales: el uso de vocabulario concreto, la importancia del “mostrar”, la estructura narrativa, la interacción con el público, la importancia de un buen final…
Una de las alegrías del experimento fue así verles atreverse a narrar fuera del taller en eventos internos de la asociación como la fiesta de Navidad o la Feria del Libro. Pero algunos también se han atrevido a salir a tabernas y plazas públicas. Así, Elvira, Delfina y Avelina han ido a contar en los Cuentos Encandilados los viernes de verano en el Retiro, y Ángel Luis, Delfina y Avelina también han salido a contar a la La Vida es Cuento, el “micro abierto” de historias reales que organizo con Simone Negrín los últimos martes de mes en el Carmela, un café de la Ribera de Curtidores. Avelina relata así su experiencia:

“Iba super nerviosa, pensaba que no me iba a acordar de lo que tenía que decir, pero luego ahí cuando ya fue pasando el tiempo, vi el clima tan relajado, tan dicharachero… ya viste que me salió muy bien. Y me quedé sorprendida yo misma, me dije: no puede ser. La gente venía por detrás y me felicitaba, eso me sorprendió muchísimo (…). Antes de llegar al bar habíamos hecho unas cuantas paradas tomando algo porque hacía mucho calor, y en una de esas paradas pedí un helado y de lo nerviosa que iba me manché toda la blusa, y decía pero cómo me voy a presentar yo así, con un manchón aquí de chocolate... Y tuvimos que entrar en una tienda y comprarme una camiseta y cambiármela. Fuimos andando, yo en la silla de ruedas y Jorge empujando el tío, Jorge, Nuria y yo… y Elvi que nos dejó en Montera. Eso si que fue una aventura aquel día, madre mía, menos mal que cogimos la silla de ruedas”.

En octubre de 2018 nuestro “taller de historias” cumplió dos años, e hicimos un pequeño balance en torno al impacto social, cognitivo, emocional y creativo que ha tenido la experiencia para ellos. Así, uno de los aspectos más comentados ha sido la creación y profundización de lazos sociales entre los compañeros de taller y con los facilitadores. También en las salidas a “micros abiertos” se han abierto posibilidades de conocer personas externas al grupo, y se han apreciado nuevas formas de interacción con personas del entorno habitual:

““Yo antes era un tío muy solitario, siempre mis oficios han sido de estar solo, y cuando entré aquí y empezamos a hablar y todo, se me ha ido la vergüenza, no se, y luego cuando alguien cuenta una historia, en el rabillo de esa historia me voy acordando de otras que me han podido suceder a mi. En fin es como un pequeño recordatorio que tenía todo atrofiado aquí en la cabeza (...). Las mismas historias yo ahora las cuento en el bar con los coleguitas, las vamos contando. Ahora una tarde en el bar es muy amena. Antes era venga otra ronda, y otra ronda, y ahora es menos ronda y más hablar” (Pablo).

En cuanto a los aspectos cognitivos, algunas personas en procesos de neuro-rehabilitación han señalado mejoras en su capacidad de recordar, hablar y atender. Creo que este es un aspecto importante a explorar en colaboración con profesionales de la salud. Entre otras facultades, la narración oral permite entrenar la memoria, el lenguaje, la organización del discurso narrativo, la imaginación, la atención y la agilidad mental. En un proyecto futuro más estructurado, espero diseñar con dichos profesionales un método de evaluación que permita medir los progresos de los participantes en este sentido. Por el momento, tenemos testimonios positivos como el de Julián:

“A mi me ha hecho volver a pensar para hablar, es decir, pensar en cosas que pueda contar, que puedan interesar, que puedan divertir, es decir todo eso, sí, porque yo me estoy acorazando en que el infarto cerebral no me permite hacer nada. Entonces, incluso hablar, que siempre lo he hecho, porque yo, aunque no me guste decirlo, he sido profesor durante cuarenta años, entonces la palabra era mi arma, mi herramienta, y yo he vuelto a hablar aquí. Después de cuarenta años hablando me resultaba muy difícil. Yo me quedé afásico y me han vuelto a reactivar (…). Contar historias, cuentos, lo que fuera, a mi me hizo pensar, ah, pues puedo contar esto, sí. Me representaba un esfuerzo mental, si, y no me puedo escudar en que como tuve un infarto cerebral no puedo. He tenido que confesarme a mi mismo que sí, que puedes hablar, que puedes contar, que te planteen un tema sobre el que yo tenga que recordar cosas que sé, pero que están super sepultadas ya por el infarto, entonces he vuelto a pensar en vocabulario, por ejemplo, vocabulario nuevo, eso ha estado muy bien. Luego sobre eso contar un cuento, recordar leyendas y hacer el esfuerzo de oír, porque yo soy sordo, hacer el esfuerzo de que me hablen pero que lo coja, que lo entienda, y que sea capaz de elaborar así, por mi cuenta, algo que merezca la pena” (Julián).

En el aspecto emocional, varios participantes han valorado la confianza que se ha ido creando con los compañeros y los facilitadores del taller, al haber podido compartir vivencias con personas en situaciones similares, así como escuchar y ser escuchados sin sentirse juzgados. La escucha activa de las historias ajenas y la participación en su interpretación y re-significación también ha estimulado en ellos el desarrollo de la empatía:

“Cuando cuentas tus historias sientes que a los demás les interesa lo que a ti te ha pasado. Que parece que llega un momento en tu vida que lo que tú tienes no es importante ni a nadie le importa, pero lo cuentas y ellos pues te escuchan y lo valoran, entonces es importante que te sientas también valorado por ellos como persona. Cuando descubres a un Julián, a una Hortensia... que ha sido tan importantes, y la historia de cada uno de nosotros, que todas son importantes y variadas. Aunque parecemos personas sencillas tenemos todos un mundo. ” (Elvira).

Con el paso de las semanas y la diversidad de los temas propuestos, hemos ido recorriendo todo un rango de emociones a través de las historias compartidas. En palabras de Emilio:

“Ha habido de todo tipo. Algunas historias tristes, melancólicas otras, divertidas otras, en fin, de toda variedad, porque hemos contado historias de todo tipo. Entonces depende de la historia y depende de la persona que la ha contado y de cómo la ha contado le ha dado una emoción: con más simpatía o con menos, con más seriedad o con menos, pero siempre escuchando, disfrutando al mismo tiempo, no solo de lo que vas a contar tú, sino de lo que están contando los demás. Cada uno está dando un pequeño apéndice de lo que ha sido su vida, aunque haya sido una fábula lo que haya contado”.

Entre las “historias tristes”, se han contado episodios traumáticos o dolorosos relacionados con el propio estado de salud, y varias personas han comentado cómo les ha ayudado a relativizar su propio sufrimiento el acto de narrar estas historias de viva voz, así como escuchar historias similares en sus compañeros:

“ El sufrimiento es menos, porque la gente ya ha contado su historia y dices pues el mío es uno más” (Tony).

Otros han manifestado la alegría que les produjo recuperar recuerdos de infancia y juventud que creían perdidos:

“Recordar nuestra realidad pasada, nuestra historia, a mi me ha servido de mucho, que yo ya tenía olvidado lo de Argentina y demás, y me lo ha vuelto ha recordar. Y me ha dado alegría acordarme de los hechos y de las cosas” (Hortensia).

También no hemos reído mucho, y esto ha ha generado un ambiente distendido que ha contribuido al bienestar de todos. Algunos además dicen sentirse más seguros de sí mismos:

“El hecho de que te escuche un grupo de personas, me ha servido para quitarme la vergüenza” (Hortensia).

“Le echas más jeta a la vida” (Dolores).

Por último, también se han comentado los aspectos expresivos:

“Los cuentos de misterio y terror son mis favoritos y yo me sentía a mis anchas. Me sentía cómodo. Soltaba algo que tenía guardado adentro y que no se lo había contado nunca a nadie. Ponerme delante de personas que no conozco, aunque ahora sí las conozco... yo me sentía muy gratificado, muy a gusto y muy tranquilo” (Emilio).

Aparte de los alcances de la experiencia, también se han revelado sus limitaciones, por ejemplo la dificultad para que todos puedan participar en las actividades fuera de APAM, y en concreto los problemas de acceso y desplazamiento que dificultan la integración de las personas con DFF en espacios para “el público general”. Por un lado están los impedimentos urbanísticos: muchas tabernas, cafeterías, teatros, librerías, etc. con espectáculos de narración oral son de imposible acceso a sillas de rueda por la estrechez de sus puertas o la presencia de escalones, limitando las posibilidades de participación y esparcimiento a personas con DFF. Por otro lado están sus propias dificultades de movilidad, por causa de su condición física o la ausencia de medios físicos. En nuestras salidas al Carmela, por ejemplo, Delfina se desplazó en su propio coche adaptado, Ángel Luis en la camioneta de sus padres, y Veli se aventuró a llegar desde Cuatro Caminos en una silla de ruedas, empujada por Jorge. A los Cuentos Encandilados, Elvira, Veli y Angel Luis fueron en coches de amigos o familiares. Los otros compañeros de taller de momento no han podido o no han querido salir a estos espacios, unos por vivir lejos y no disponer de vehículo adaptado, otros por depender de otras personas, y otros por el temor siempre presente de sufrir una crisis epiléptica o un episodio de encefalopatía.

En cuanto a mis propios alcances, limitaciones y aprendizajes, dada la inexperiencia con la que comencé este experimento, he ido procediendo intuitivamente por ensayo y error, desechando dinámicas ineficaces y profundizando en las que parecían dar frutos. En todo este proceso he tenido la suerte de contar con el apoyo humano y logístico de APAM, la colaboración de Jorge y su amplia experiencia en DFF, y los propios compañeros del “taller de historias”. Con ellos he podido sacudirme esa beatería compasiva con que muchos nos acercamos a las personas en sillas de ruedas, y he descubierto personas de formidable valía más allá de etiquetas médicas. También he encontrado nuevas formas de ser narradora, no tanto “ante otros” en un escenario, sino “entre otros” en un “círculo de historias”, y se ha afianzado una vez más mi vocación “escuchadora” y mis ganas de revolver gente para seguir explorando los “poderes” de este arte nuestro ligero y versátil.

Toca ahora sistematizar todo el material de juegos y notas “de campo” que se ha ido acumulando a lo largo de este tiempo, e invitar a mis queridas amigas y amigos de APAM a derramar en un libro esa galería de personajes sórdidos, tiernos y exuberantes que han ido invocando con sus voces los lunes en el gimnasio: el profesor de Angel Luis, que aprovechaba sus clases particulares para vaciar las botellas de whisky del mueble bar de sus padres. Los mineros de Puertollano con los que Delfina y sus padres compartían las gachas de una olla común. El bestiario personal de Julián, con su vecina “la Jode Jode” a la que de niño orinaba en la cabeza; y María Candelaria de las monjas ursulinas, con sus vestidos orlados de puñetas; y Botapo, el tañedor de dulzaina de las fiestas de San Miguel que solo se sabía “Moliendo café”; o la mujer de Delfos que dio a luz a un niño de cinco años. Y Elvira en su kiosko de tiro al blanco del Parque de Atracciones, donde aprendió a derribar latas con una escopeta de mira torcida. Y Trujillo, el vecino de Jorge, con su barra de fuet escondida en la manga para no tener que compartirla, y la riñonera llena de cáscaras de mandarina. Y el tío de Pablo, que envolvió un camión de 5 toneladas en papel de regalo. Y la madre gallega de Avelina, que a todos bautizaba con el nombre de Avelina. Y Hortensia saltando a la comba con una piel de serpiente. Y el suegro de Tony, el Rey de las Mallas, que medró reciclando redes de pesca y puso a todos sus yernos a coser sacos de patatas. Y los espantos y sacamantecas de Emilio. Y la niñera que contaba cuentos de ladrones a Dolores, para que no saliera de su cuarto la Noche de Reyes.

Marian Colina

Este artículo pertenece al Boletín N.º 69 - Narración oral en contextos de vulnerabilidad social