En muchas culturas y tradiciones el narrador oficiaba (y oficia) rituales importantes para los individuos y la comunidad. En este sentido el griott guineano Marcelo Ndong nos contaba en su última visita a Guadalajara cómo había narradores en culturas africanas que oficiaban funerales.
En España cada vez son más los narradores que ofician bodas civiles, le hemos pedido a Pepe Maestro, que ya ha realizado unas cuantas, que nos escriba un breve texto a propósito de esta cuestión, y este es el hermoso texto que nos ha enviado. No dejéis de disfrutarlo.
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Cuando dos amantes quieren unirse en matrimonio deben preparar una cesta y acudir a la casa del contador de cuentos. En la puerta de su casa depositarán la cesta y se marcharán. En la cesta, deben introducir algunos alimentos para que el narrador los valore y algunos objetos personales. El sabor de los alimentos determinará el tipo de historias que les gustaría escuchar, si bien se cuidarán mucho de ofrecer un único sabor, pues esto supondría limitar la esencia del contador. Lo habitual es ofrecer sal, dátiles, harina y maíz. Muy raramente se ofrece carne o verdura, a no ser que se sepa que el narrador se halla en casa y recibirá pronto la petición. Lo usual es que se encuentre de viaje y halle la cesta a su regreso. De ahí, que no sean conveniente los alimentos perecederos.

Con todo, lo más importante son los objetos personales que se introducen en la cesta y que determinarán en gran medida la aceptación del narrador. Por objeto personal no se entiende algo que sea de su propiedad, sino aquellos que sirvan para alimentar la imaginación del contador y que muestren el grado de implicación que poseen. Una buena propuesta sería algunos cabellos, el cráneo de un pájaro, una rama tallada, alguna semilla…

 

En ningún caso ofrecerán algo que identifique a los amantes de una manera clara y concisa. Esta ignorancia por parte del contador acerca de quien solicita sus servicios es importante, ya que le dará mayor libertad para aceptar y atenderá solamente a los objetos ofrecidos. Cuando los encuentre, dedicará un tiempo a valorarlos, a que le hablen y, en última medida, a que le cuenten la historia que atesoran.

Si el contador encuentra motivos suficientes para celebrar, pregonará su aceptación invitando a todos los que escuchan a la ceremonia. 

 

La ceremonia debe realizarse al anochecer, el momento privilegiado para los cuentos. Es el tiempo que favorece el acercamiento de los antepasados y los muertos, y que permite que éstos vuelvan al mundo de los vivos y disfruten también. 

Los amantes son los encargados de encender la hoguera y de mantenerla durante la sesión. El narrador se coloca a un lado junto a los amantes y el resto del público, al otro lado de la hoguera. Los muertos, donde les plazca. 

 

Antes de comenzar la ceremonia se sirve vino y agua de manantial. El contador guarda en su buche el primer trago y lo conserva un tiempo. Mientras lo hace, todos los presentes deben decir alguna cosa, emitir algún sonido, carraspear, estornudar. Limpiar su garganta, en definitiva. Cuando el contador escupe el líquido, se hace el silencio y nadie puede emitir ya sonido alguno. Este silencio se prolonga hasta que los antepasados realicen alguna señal, que normalmente coincide con un crepitar de las llamas. Los muertos se hallan presentes. El que no haya venido, ya no la hará. El primer cuento siempre es para ellos, para que sepan que no son olvidados y rememora algún suceso en el que estuvieron presentes. Así, se asegura la rueda en el tiempo y garantiza ese momento en que seamos nosotros los invocados. 

Luego, la ceremonia se centra en los amantes. Se sacan de la cesta los alimentos y se arrojan a la hoguera según se va desgranando el sabor de cada historia.  Historias cortas y dulces como un racimo de dátiles; tristes como un puñado solitario de sal; una larga y sufrida historia con una recompensa fresca como un coco…

El momento más importante es cuando el contador narra la historia que le han inspirado los objetos ofrecidos por los amantes. Es la parte donde se oficia propiamente el matrimonio, donde quedaran unidos y protegidos gracias al cuento. El contador, poniéndose de pie delante de los amantes, comienza con una pequeña invocación:

Bajo mi sombra dos amantes quieren caminar juntos

Bajo mi sombra dos amantes quieren contemplarse

Pero yo tan solo soy el barquero que les conduce a través del lago

Escuchad ahora mi cuento…

 

El cuento, normalmente es de naturaleza amorosa y con un alto contenido erótico. Su voz rodea primero a los amantes y muy despacio se va alejando y regresando, como si tejiera una tela de araña que partiera desde los mismos amantes.  Estos se tumban y el público puede verlos a través del fuego.

El contador muy sutilmente va susurrando sus palabras que atraviesan el hilo de oreja a oreja y que parecen ser dichas a cada persona. Ahora es un pequeño temblor, ahora un cosquilleo, un soplo húmedo, una fresca ráfaga que muerde el lóbulo, lo tensa y lo suelta. 

Los amantes comienzan a acariciarse y su sombra se proyecta sobre la figura del narrador. Así lo refleja también su voz, que sigue tejiendo en pequeños círculos, pequeñas celdas que se unen a otras hasta formar una extensa tela que cubre al auditorio. 

 Las palabras van naciendo cada vez más inflamadas, impulsadas también por el empeño de los amantes. La excitación, contenida hasta entonces, prende recorriendo la tela y se hace visible. Se manifiesta con gran esplendor y regocijo de los que escuchan.

En ese preciso momento, el cuento se hace carne. 

Como tal, tiene peso, olor y sabor. Y es el único alimento. 

Invade los oídos de los oyentes, seduciendo cada poro, cada papila y cada miembro de su cuerpo. Se ven así poseídos por el cuento que los transforma en personajes. Y como todo cuento es una acción que se desarrolla en el tiempo, los cuerpos comienzan a buscarse, se rozan, se hurgan, se entrelazan. Los abrazos y caricias se suceden, al igual que los besos. Gime el cuento cada vez con más vehemencia y todos se arrojan, se entregan, se deleitan naufragando. 

El contador sin poder refrenarse, pues el también se encuentra poseído, cede el testigo a los antepasados. Las llamas crepitan y los antepasados apenas protestan porque enseguida comprenden que es su voz la que debe seguir narrando, que ya quisieran ellos volver a tener un cuerpo y disfrutar plenamente de lo que se cuenta. Sobre todo cuando la vida es tan hermosa…

En la voz de los muertos el cuento es tambor profundo, un mortero hambriento que brama su melodía, agitando, haciendo rodar el cuerpo de los amantes hacia la hoguera. 

El cuento arde, alumbra, calienta y luego se le deja tranquilo, para que se apague a su amor.

 

Al día siguiente la pareja de amantes debe pagar cuantiosamente al narrador de cuentos. Si este encuentra la suma satisfecha, responde:

Como es sabido por todos se cuenta para que el mundo no desaparezca, para que el amor tenga carne donde agarrase y espejo donde contemplarse. 

Se cuenta para vivir y ser consciente de que se vive. 

Y se cuenta respirando. 

Las palabras son solamente el traje del aliento, que es el verdadero protagonista de todos los cuentos. 

Sed muy felices.

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