I

Hablemos de ficción.

  • La ficción es una invención, una cosa fingida, una suma de sucesos y personajes imaginarios. La ficción es una mentira. Eso sí, una mentira que, en muchos casos, nos lleva al corazón de la verdad.
  • Centrándonos en el ámbito de los cuentos contados, la ficción se sostiene a partir de un lenguaje artístico, un lenguaje literario (no literal) que permite articular significados a partir de, por ejemplo, lo simbólico y que posibilita la polisemia, la pluralidad de interpretaciones.

Ejercer la censura contra los textos artísticos, contra la ficción, implica, por un lado, no comprender ninguna de las dos premisas anteriores por parte del censor, es decir, no diferenciar entre realidad y ficción y no entender que la interpretación frente a una obra de arte puede ser múltiple y no única; y, por otro, pensar que el público necesita ser protegido (ergo, es incapaz de protegerse solo): por eso, no me cansaré de repetirlo, una de las acciones básicas contra la censura es la educación y la cultura: cultivar el espíritu crítico para que sea el público quien reflexione y emita sus propios juicios con respecto a lo sentido/pensado frente a una obra artística (aunque parece que eso no es exactamente lo que está pasando en Occidente).

 

Hablando de cuentos contados, y basándose en criterios no artísticos, la censura puede aplicarse de muchas maneras: pidiendo que no se cuente un cuento (porque, por ejemplo, incluye valores, situaciones, personajes… que son considerados inadecuados), pidiendo que no venga un narrador (porque, por ejemplo, se ha declarado simpatizante de una ideología política concreta) o pidiendo que no se celebre un evento de narración (porque, por ejemplo, es considerado un acto reivindicativo).

Pero hay, además, otras particularidades sobre la censura y lo políticamente correcto en estos tiempos, por ejemplo, la proliferación de la denominada censura horizontal. Ya no hace falta que haya un censor vertical, alguien que desde arriba decida qué está bien o qué está mal para el pueblo. Actualmente el pueblo se ha convertido en el censor: cualquiera puede señalar a cualquiera por algo que ha hecho, dicho, cantado, pintado… Y no sólo puede señalarlo, sino que en ocasiones una única voz discordante es tenida en cuenta por quienes toman las decisiones para vetar a un artista o un espectáculo. Esta censura horizontal campa a sus anchas por la sociedad actual y puede llevarte a la paradógica situación de que por una misma función de cuentos recibas un comentario negativo en un sentido y otro, también negativo, en el contrario.

Para salvar esta censura horizontal es fundamental que existan programadores con criterio, personas que sepan cómo es el trabajo de los narradores y narradoras a los que contratan, que tengan referencias, que tengan un bagaje como público crítico de cuentos y de cuentistas y que, finalmente, puedan defender las propuestas artísticas que traen.

Vinculada a esta censura horizontal aparece otra más sutil, la autocensura. Muchos cuentistas se ponen la tirita antes de hacerse la herida: prefieren buscar versiones planas (con un significado literal, único, y sin problemas) de cuentos que van a contar antes que incorporar a su repertorio textos (por muy bellos o poderosos que sean) que puedan dar algún un problema; prefieren textos simples, pobres, a textos complejos, ricos (lo cual empobrece la propuesta artística y debilita el músculo del colectivo).

 

II

En el ámbito de la narración oral hay aspectos que se deben considerar a la hora de reflexionar sobre la censura.

 

La inexistencia del texto

Tal como contaba en el artículo “Contar lo que somos (o de narración oral y compromiso)”, cuando contamos cuentos existe un ángulo de sombra que puede escapar a la censura previa: se trata de la inexistencia de un guion, de un texto escrito, y, por tanto, del hecho de que el cuentista va elaborando el discurso sobre la marcha, muy pegado al cuento, sí, pero también influido por el contexto. Este “no saber qué va a decir exactamente el cuentista” una vez subido al escenario puede suponer, para muchos programadores, un problema. De hecho en alguna ocasión esto ha sido motivo para frenar dinámicas de crecimiento del oficio de contar (como cuenta aquí Ana Griott, minuto 13,30), es decir, motivo de censura para todo el colectivo.

Porque estos espacios de sombra (contextuales, de error creativo, de diálogo escénico, etc.) son, además, muy proyectivos (el narrador cuenta desde lo que es para que lo que cuenta suene a verdad) y pueden colar en la propuesta otros elementos no previstos inicialmente (como la actualidad, el juego, la opinión…).

 

Los materiales narrativos

Especialmente los cuentos de la tradición oral están, desde hace unos cuantos años, bajo la lupa de los censores (en este sentido recomiendo releer la conferencia de Ana Garralón para la pasada Jornada de AEDA: "Lavar antes de leer"). 

Sí, que contemos cuentos (siendo los cuentos populares en la actualidad algo casi tabú para algunas personas) nos convierte en un colectivo de interés prioritario para el gran ojo de la censura (especialmente de esa ubicua censura horizontal).

Paradógicamente mi percepción es que en los últimos diez años en España el colectivo de cuentistas profesionales ha incluido, en general, muchos cuentos tradicionales a su repertorio. Si en el 2010 eran muy pocos los que tenían cuentos tradicionales en su repertorio (y muy pocos los cuentos que estos tenían), en 2019 pienso que la gran mayoría de narradores y narradoras incluye textos de la tradición oral en su mochila de cuentos, es más, muchos de ellos tienen un porcentaje elevado de cuentos tradicionales en su repertorio vivo.

Ante esta censura insisto en la necesidad de una buena formación de narradores y narradoras, en la continua búsqueda de buenas versiones de cuentos tradicionales y en el estudio continuo del folclore y la tradición oral.

 

El uso utilitarista de la propuesta artística

Que la narración oral esté en nuestro país tan vinculada a la animación a la lectura o a un sentido utilitarista (cuentos para reforzar el día de la igualdad, el árbol, la educación en valores, la paz, etc.) tal vez no haya ayudado para hacer entender que la oralidad tiene valor en sí misma y que no es necesario estar pensando continuamente que contamos para algo (que no sea el puro disfrute de sentir, emocionarse, volar, deslumbrarse por la belleza, viajar…).

Y al hilo de esto quizás tengamos a mucho público esperando a que les contemos sobre algo, esperando a que el cuento sirva para reforzar y/o ejemplificar algunas ideas que ya trae puestas de casa. Y cuando eso no ocurre así, cuando llevamos una propuesta de narración sin afán docente, quizás haya público que se quede buscando tres pies al gato o que, sencillamente, piense que eso no es narración.

 

La importancia del cómo

Uno de los temas que vuelve recurrentemente al foro público es el de “los límites del humor”, más en la actualidad en la que puedes ir a juicio por haber tuiteado unos chistes. Personalmente creo que el humor no tiene, no ha de tener, límites. Si un humorista hace un chiste sobre un tema que te resulta molesto no hay nada más sencillo: dejas de seguir a ese humorista, dejas de ir a sus espectáculos, y santas pascuas. (Puedes ver un ejemplo sobre esto que hablo en este artículo).

Los chistes (otro miembro de la gran familia de los textos de tradición oral) han de poder tocar todos los temas, todos. Igual que los cuentos han de poder hablar de lo divino y de lo humano. Pero en cualquier caso, al menos en mi opinión, no debemos olvidarnos de la importancia del cómo lo hacemos (el cómo es fundamental) y de los recursos de que disponemos para poner en pie nuestra propuesta artística (versiones de los cuentos, vocabulario rico, figuras retóricas, etc.).

El cómo, además, ha sido, tradicionalmente, un recurso fundamental para escapar de la censura.

 

Narración oral y libertad

Los cuentos contados precisan y, al mismo tiempo, generan espacios de libertad. El cuento contado es una ventana por la que escapar del aquí y del ahora (más sobre esto en este artículo). Eso hace de los cuentos contados un lugar en el que cobijarse, y también un lugar por el que es fácil escapar de las manos de la censura.

 

III

Y finalmente, unas breves notas sobre narración oral y censura hoy (en España).

Desde que nació AEDA (enero de 2010) hemos tenido constancia de sólo dos vetos a dos narradores: Ana Griott, en 2012; y Fernando Saldaña, en 2013. Sin embargo antes y después ha habido más situaciones similares, como las descritas por Paula Carballeira y Clara Sáenz en este artículo).

Tal como nos cuenta Malagón en su CómiCensura, cada vez son más los casos de artistas afectados por una censura vertical amparada por la Ley “Mordaza” que entró en vigor el 1 de julio de 2015. De hecho en AEDA, el 1 de marzo de 2018, decidimos publicar un Comunicado en defensa de la libertad de expresión, comunicado cuya lectura os recomiendo encarecidamente y con el que cierro este artículo que pretende reflexionar sobre narración oral y censura.

Pep Bruno

 

Este artículo se publicó en el Boletín n.º 74 de AEDA – Censura