Con el objetivo de conocer algunas experiencias concretas de narradores y narradoras del panorama nacional contando de forma repetida en un mismo espacio durante un tiempo, hemos entrevistado a siete profesionales (dos de ellos formando parte de un mismo colectivo): Alicia Bululú (Sevilla), Isabel Bolívar (Tenerife), Héctor Urién (Madrid), Mar Amado (Madrid), Julián Moreno (Santander) y Concha Real y Mercedes Carrión que forman el grupo CuantoCuento (Madrid). Todos ellos han hablado de su experiencia contando (y en algunos casos, también llevando la programación) en bibliotecas, pubs o librerías de manera continuada.
La experiencia de Alicia Bululú se centra en la Biblioteca Pública Municipal del Centro Cívico “Los Carteros”. Cuenta allí todos los miércoles de octubre, noviembre, marzo, abril y mayo en los últimos años. Al principio lo hacía durante todo el curso escolar y comenzó en 2005.
Isabel Bolívar cuenta su experiencia con el proyecto “Cuentacuentos para familias lectoras con niños entre 3 y 6 años” en la Biblioteca de El Paso, isla de La Palma, donde ha realizado ocho sesiones en 2018 y ocho en 2019 una vez al mes paralelo al curso escolar.
Héctor Urién habla sobre “Las mil y una noches, contadas una por una”, sesiones de cuentos para personas adultas llevadas a cabo en la Taberna Alabanda todos los martes desde marzo de 2012. Van 275 funciones, todas diferentes.
Mar Amado nos cuenta su experiencia en el Pub “La Travesía”, donde estuvo con su grupo “Palique” desde 1992 hasta 2000 contando y programando. Allí contaron durante muchos años, al principio todos los jueves y más adelante, los jueves y los domingos de cada semana.
Julián Moreno centra su experiencia en los “Sábados de Cuento”, sesiones destinadas a público familiar a partir de cuatro años que se llevaban a cabo en la librería Estvdio de Santander. Él programaba y de las 19 sesiones anuales realizaba entre 4 y 6.
Concha Real y Mercedes Carrión nos hablan de cuentos para público adulto en el café Libertad 8, Madrid. En este lugar han propiciado que se cuenten cuentos desde 1992 todos los sábados desde octubre a junio.
La pregunta ha sido una, con varios apartados: Cuéntanos las ventajas y desventajas de trabajar repetidamente en un mismo espacio a nivel de repertorio, el espacio en sí, el público, la profesión en general, y cómo se valora la frecuencia.
A continuación recuperamos las respuestas estructuradas diferenciando todos los aspectos tratados esperando que os resulte de interés.
Laura Escuela
SOBRE EL REPERTORIO
La mayor parte de las narradoras y narradores que entrevistamos destacan que el hecho de contar repetidamente en un mismo lugar “es una maravillosa oportunidad para experimentar y estar al día. Te obliga a estar continuamente en alerta y pensar con rapidez.” (Alicia Bululú). “Hay que generar repertorio todas las semanas, es trabajoso y estimulante al mismo tiempo. Creo que no hay mejor entrenamiento para un narrador.” (Héctor Urién) “Era especialmente retador buscar y preparar cuentos permanentemente. No cada semana, porque éramos cuatro, pero sí cada poco tiempo. El repertorio de cada una y cada uno de nosotros creció muy rápido y rodamos los cuentos con los que más cómodos nos sentíamos” (Mar Amado).
En muchos de estos lugares, la gente que asiste como público repite, con lo que hay que “preparar nuevos cuentos cada poco tiempo. No queríamos repetir porque mucha gente volvía cada semana y traía gente nueva. Esa era una desventaja, pero a la larga, aunque trabajábamos mucho más, también aprendíamos más. Era una responsabilidad que nos obligó a intentar crecer más rápido.” (Mar Amado).
Se destaca la necesidad de trabajo continuo en la búsqueda de repertorio y también algunas dificultades: El público se convierte en un “público especialista, no solo en oír, sino también en mi trabajo como artista, con lo cual debo encontrar la manera de seducir para que repitan, y la manera de renovarme y no caer en vicios laborales. Sí, la parte negativa es que no te da para repetir un cuento las mil veces necesarias para tenerlo afinado.” (Alicia Bululú). “Los cuentos pueden crecer poco aquí, ya que la inmensa mayoría no se repiten nunca. Algunos sí, pero pasados muchos meses. Hay que tener en cuenta que el público tiene la posibilidad de repetir de semana en semana.” (Héctor Urién).
Sobre el repertorio para público que repite ya no solo mes a mes, sino también año tras año, “el repertorio no supone un problema a lo largo de un mismo año. Pero, como el público solía ser el mismo durante tres o cuatro años, había que vigilar para ofrecer al año siguiente una batería de cuentos nuevos. Pero opino que, si trabajas seriamente en la adquisición de nuevos cuentos, esto no supone problema ninguno. Aunque también es de justicia recalcar que, en numerosas ocasiones, el público me demandaba escuchar los cuentos más exitosos”. (Julián Moreno).
El modo en que se busca el repertorio y crece es muy llamativo en los inicios de la profesión con experiencias repetidas en un mismo lugar. Cuando se comienza, especialmente con las experiencias grupales del Pub La Travesía y el Libertad 8, “la responsabilidad compartida, el entusiasmo y el apoyo mutuo, nos permitieron avanzar sin desesperación en la búsqueda de repertorio. Los nuestros, nacieron y se incrementaron exponencialmente, en nuestros comienzos.” (Concha y Mercedes). “Preparábamos el espectáculo entre dos, tres o cuatro, lo que nos daba un entrenamiento adicional: buscar el equilibrio entre los cuentos, su duración, tono, tema, ritmo e hilo conductor. Empezar a trabajar casi desde el principio la consciencia de que trabajábamos un espectáculo con varias partes que debían calzar como tal: como espectáculo, que por entonces era más un recital con un hilo conductor. Gracias a eso, fue allí donde nos atrevimos a construir los primeros espectáculos.” (Mar Amado)
Pero la experiencia de contar de forma repetida puede llegar después de tiempo contando. “Fue bonito reencontrarme con historias que hacía mucho que no contaba y filtrarlas por mi estilo y voz actual. También para darme cuenta, cuáles no conectaban ya conmigo, y cuáles redescubría con asombro y diversión. Y con los cuentos más actuales me permití probar cosas nuevas, jugar” (Isabel Bolívar)
Sin embargo, cuando el repertorio depende de otros, la cosa cambia: “durante muchos años esta iniciativa, que cumplía más de 10 años (y siempre fue apoyada por los narradores profesionales de la provincia), estuvo ligada a las editoriales. Esto suponía un pequeño hándicap para los narradores, que tenían que enfrentar libros o cuentos que, por iniciativa propia, nunca hubieran elegido contar. En mi caso (al ser el narrador de la casa) asumía las historias más “infumables”. En muchas ocasiones esto era un serio problema.” (Julián Moreno).
SOBRE LA FRECUENCIA
El hecho de contar repetidamente en un mismo espacio afecta al público, que se acostumbra a acudir como a una cita, y a quien cuenta.
Es importante que la actividad sea constante y “es importante acudir a la cita siempre que se pueda, para no confundir al público, es decir, en mi caso, intentar estar todos los martes en Madrid.” (Héctor Urién).
Así, se genera un “clima de confianza, de seguridad, de afecto, de hogar y de familia alrededor de los cuentos en el espacio de la Biblioteca. El saber la mayoría de los nombres de los niños/as que asisten, el poder preguntarles por su mascota, el saber su color preferido…” (Isabel Bolívar). De esta manera, “el conocimiento del grupo era bastante profundo, incluso se establecía una relación afectiva notable. Ellos sabían qué podían esperar de la sesión y yo sabía qué era lo que le gustaba al público (Julián Moreno).
“La frecuencia genera ritmo y confianza, aunque también obliga a esa actualización del repertorio y de uno mismo, para no agotarse por el camino.” (Héctor Urién). Sobre el agotamiento del cuentista, “la frecuencia antes me desbordaba, se me hacía agotador, pero con los años he aprendido a planificar con muchos meses de antelación, cosa que facilita el trabajo y aumenta el nivel de ilusión con el que comparto lo que llevo. Me alivia saber que los miércoles cuento en casa.” (Alicia Bululú).
Sobre el agotamiento del público, “lo malo el que se acostumbren al estilo de un profesional” (Isabel Bolívar).
Sin embargo, “ofrece la posibilidad de crecer, de compartir escena, de aprender a escuchar, de indagar propuestas, de interactuar con el público y, esencialmente, proporciona experiencia porque brinda la oportunidad de practicar el oficio. Contar regularmente obliga a leer, a analizar y adaptar los textos, a hilarlos mediante conversaciones, a explorar matices y ritmos, a saber qué cuentos deben ir antes y cuales después… Contar y ver contar estimula la creatividad y nos vuelve más audaces, nos empuja a emprender nuevos proyectos que, como ha sido el caso en varios miembros de CuantoCuento, han desembocado en unipersonales y/o espectáculos de narración con estructuras más escénicas o integrados en otras disciplinas. (Concha y Mercedes)
SOBRE EL ESPACIO
En general se observan mejoras en los espacios. “Un lugar conocido conlleva el compromiso y el esfuerzo, nada desdeñable, de mantenerlo.” (Concha y Mercedes). “Para mí el lugar ha ido ganando con los años. De primeras era una biblioteca que siempre me ha maravillado, que es flexible, que nos escuchamos mutuamente y que nos hemos ido amoldando a las circunstancias.” (Alicia Bululú) La mejora es rotunda si observamos el crecimiento en la profesionalización de la actividad, el número de sesiones creciendo año tras año y el nivel de asistencia de público a las mismas (Isabel Bolívar) “Con los años la librería Estvdio (que es enorme) mejoró el espacio de los cuentos. Cambiamos de ubicación en dos ocasiones y nos quedamos con la más cálida y acogedora, aunque allí perdíamos unos quince niños de aforo.” (Julián Moreno). En otros casos, el espacio no se modifica: “Sigue siendo el mismo espacio que hace casi 8 años, pero sí es cierto que el ambiente ha mejorado muchísimo.” (Héctor Urién)
El lugar está directamente relacionado con la persona que lo regenta, sea el dueño del pub, de la librería o de la biblioteca en estos casos, y con la relación de confianza y cariño que se establece con la misma. Esta relación afecta a nivel personal: “Para conciliar, lo mejor es tener una biblioteca de cabecera y de confianza. Eso solo es posible con los años. Las queridas bibliotecas de Los Carteros son titas de mis niños, no podía ser de otra manera después de tantos años. Que los narradores aparte de profesionales, también somos personas, con nuestras circunstancias.” (Alicia Bululú). “La Trave fue lo más acogedor que he encontrado como espacio para contar. No solo porque conocer a las personas que administran el espacio y llegar a ser amigas, compartir el antes y el después, los nervios, las dudas… resulta un verdadero privilegio, sino por ser esas personas concretas.” (Mar Amado)
Contar repetidamente en un espacio en el que el cuentista se siente cómodo “es como jugar en casa, da seguridad, es idóneo para probar cuentos pero no debe convertirse en el único lugar en el que querer contar, hay que tratar de saltar a escenarios situados en otros paisajes y rodeados de otras circunstancias. (Concha y Mercedes)
Sabemos que la buena marcha de las sesiones depende en gran medida del cuidado del personal y del espacio. En este sentido, sobre el personal, “el éxito de la actividad es compartido con la bibliotecaria, implicada e incansable, atenta siempre a las novedades, y con la administración que apuesta por la continuidad y se preocupa de cuidar la difusión y los cachés.” (Isabel Bolívar). Sobre el espacio, “toda la actividad del pub se dedicaba a facilitar la buena marcha de la sesión, a que las personas que contábamos nos sintiéramos cuidadas y cómodas y, por lo tanto, en conjunto proporcionáramos la experiencia maravillosa de los cuentos al público, para que pudiéramos involucrarlo suavemente en algo que para la mayoría era una nueva experiencia. El espacio contribuyó, junto con el buen hacer de muchas narradoras y narradores, a formar público.” (Mar Amado)
SOBRE EL PÚBLICO
La gente asistente a sesiones de cuentos de forma repetida en un mismo espacio, tenga la edad y nacionalidad que tenga, se convierte en fiel cuando la actividad goza de calidad y de constancia. “Indudablemente la mayor ventaja de este tipo de actividades es que el público en su mayoría suele ser el mismo” (Julián Moreno).
“Creo que esto es lo mejor de todo. Conseguir que el público tenga continuidad, crear familia de esa hora contada. Un rincón donde reina la escucha es una carrera de fondo que solo se consigue con el ritmo adecuado. Un ritmo constante y cuidadoso, que trae a la larga los mejores resultados.” (Alicia Bululú)
En cuanto a la cantidad, “el público asistente no dejó de crecer hasta el punto que, a mediados de este año, nos planteamos poner en los carteles anunciadores de la actividad hasta completar aforo” (Isabel Bolívar) “La actividad tenía mucha acogida y se producía una renovación constante del público (que podía permanecer en ella unos tres o cuatro años). Las “bajas” se producían al llegar a los ocho años (más o menos como solemos ver en bibliotecas). Debo resaltar que había gente que acudía desde fuera de Santander. Otra parte del público asistía “por culpa” del narrador de turno (esos fans que te siguen allá donde vayas).” (Julián Moreno)
Además, ese público fiel suele traer de la mano a otros: “Mucha gente repite o trae a otros a que lo conozcan. Funciona el boca a boca. Hay mucha complicidad con el público habitual, como de grupo de música, y los nuevos rápidamente se ven arrastrados por ese ambiente.” (Héctor Urién) “El público abarrotó Libertad durante 16 años. Era un público fiel que acudía semana tras semana, que disfrutaba de los espectáculos, que recomendaba ir al café a escuchar cuentos. Estaba integrado por personas de todas las edades, incluidas las muy jóvenes.” (Concha y Mercedes).
En una situación novedosa como lo fue el espacio “La Travesía” en los primeros años de cuentería en Madrid, “el público no solo descubría y aprendía a disfrutar y participar de un arte “nuevo” (nuevo para los pubs, lo cafés, los teatros de Madrid) sino que poco a poco también aprendía a respetar el momento de la narración, el arte del silencio, el arte de la escucha; el hecho de que cada persona tenía su propio escenario en la cabeza, su propio cuento. Y, por otro lado, a escoger esta o aquel narrador, a identificar sus gustos y preferencias. Gracias a conocer y disfrutar del espacio podíamos ofrecer a las personas que venían a narrar, un espacio cálido, con la confianza de que tendrían una experiencia, cuando menos, amable, y en la mayoría de los casos, maravillosa. Creo que esta es una de las más interesantes ventajas para la profesión: saber desde el inicio de la función que estás ante un público ávido de escuchar.” (Mar Amado).
Sin embargo el público cambia: “cambian en aspecto, crecen; también evolucionan en sus gustos, lecturas e intereses. Se hacen más exigentes.” (Isabel Bolívar)
Y, por su lado, aunque no siempre para mejor, las situaciones de los lugares y las programaciones cambian también:
“En los últimos años el público comenzó a dispersarse, el surgimiento y popularidad del stand up comedy, propició que en muchos espacios se reclamara (público y programadores) solo funciones de humor. No fue el caso de La Trave. Aunque desde sus inicios, La Trave mejoró en todos los sentidos, no le sentaron bien los cambios de dueños. “Rosa era el alma de La Travesía”, era nuestra frase, lo es aún, cuando hablamos sobre esto y cuando ella lo dejó fue languideciendo. Con el tiempo fue cambiando de dueños y administradoras y simplemente se dejó de programar cuentos; pero nadie que haya pasado por su acogedor escenario, ha olvidado lo que significó en su camino ni en la profesión” (Mar Amado)
“A mi entender, la crisis de 2008 fue un punto de inflexión. Bajó la afluencia, desaparecieron los más jóvenes, disminuyó la periodicidad en la asistencia. Las funciones mantienen su variedad y calidad artística y, de tanto en tanto, conseguimos “llenazos” pero en estos momentos nos conformamos con “llenos” y, a veces, nos resentimos y lamentamos de la poca concurrencia. Las redes sociales tal vez marcan otra forma de captación de público y, en esa área CuantoCuento no es especialista. Aquí hay bastante tela que cortar.” (Concha y Mercedes)
SOBRE EL CACHÉ
En estos casos nos encontramos con tres tipos de cachés. Por un lado nos encontramos con el precio fijo de un paquete de funciones (por lo tanto, al ser varias funciones el importe suele ser más bajo que el de una sesión suelta). Esto es así por ejemplo en los casos de Julián Moreno, Mar Amado e Isabel Bolívar. Por otro lado hay algún caso de un importe fijo más un variable en función de la taquilla (era el modelo del Harlem de Barcelona). Y, por último, hay espacios con pago exclusivamente a taquilla, es decir, un porcentaje de lo recaudado por la taquilla es para el narrador, como ocurre en el caso de Héctor Urién o de CuantoCuento.
SOBRE LA PROFESIÓN EN GENERAL
El hecho de que existan espacios donde se programa de forma repetida con el mismo cuentero o cuentera enriquece a varios niveles: la generación de repertorio, el crecimiento del cuentista, la creación y fidelización de público y el cuidado de los espacios. A este respecto nos cuentan lo siguiente:
“Enriquece a nivel profesional (como reto continuo) y a nivel personal (por el cariño profundo que te demuestran), aunque hay que saber desprenderse y dar paso a otras voces. Enriquece al público que crece y evoluciona en un espacio de confianza y que si lo “educamos bien” nos echarán de menos pero abrazarán con ganas otros propuestas.” (Isabel Bolívar)
“En el caso de la Librería Estvdio yo creo que anualmente la actividad ofrecía una variedad notable de narradores (esto también fue creciendo con los años) que suponía una oferta rica y variada. Los narradores que acudían eran profesionales, lo que, en principio, aseguraba la calidad de la oferta. Estoy convencido de que ofertas como esta aportan mucho a la profesión. Suponen una programación fija con unos buenos estándares de calidad. Esta estabilidad es buena tanto para la dinamización cultural del lugar, como para los profesionales que encuentran así un lugar más que programa sesiones de cuentos. (Julián Moreno)
En el caso de las mil y una noches, repercute a nivel de la profesión en general el hecho de que es una propuesta única, algo que no se ha hecho antes. “…es algo que presencialmente es difícil de hacer con una propuesta artística diferente de la narración oral” (Héctor Urién)
“Es maravilloso tener un lugar de confianza donde poder crecer en otras dimensiones que no sea solo pulir espectáculos. Un laboratorio donde sacar materia prima con un nivel de exigencia mayor del que tendrías si solo experimentaras en casa. Pero también es importante que el espacio te avive. En mi caso tengo unas bibliotecarias excelentes que siempre me están planteando retos a los que debo corresponder con la mayor profesionalidad posible, porque entre otras cosas me debo al público de Los Carteros que es un público muy exigente.” (Alicia Bululú).
“Tener espacios “fijos” que programen cuentos es bueno, muy bueno para la profesión. Y especialmente hoy en día, cuando la oferta de espectáculos es muy diversa y a veces el público no tiene cómo orientarse. El espacio fijo en sí mismo funciona como esa brújula que necesitamos público y narradores, para encontrarnos. No la única, pero sí una muy especial. Por otro lado, propicia que (…) quienes narramos sepamos a qué lugar nos gustaría ir a ver a las compañeras y compañeros y en qué lugar nos encantaría contar. Donde la gente que se está formando pueda ver contar y tal vez dar sus primeros pasos. Donde haya un trato respetuoso mutuo y el público pueda entender que está haciendo parte de una obra de arte en la que su participación es imprescindible; y que no se trata de participar de cualquier manera. Que aprenda poquito a poquito a entrar en este mundo. Es así y solo así, o al menos, con algunas de estas características, como me parece bueno y yo diría, imprescindible, fomentar espacios fijos para contar: con cariño, con mística, con ganas, con garra. Es la manera en la que creo que podemos brindar y gozar lo mejor de nuestro oficio.” (Mar Amado)
Este artículo se publicó para el Boletín n.º 75 de AEDA – De cuentistas residentes