Muchas veces hemos oído la frase “todo depende del cristal con el que se mire”, si tenemos diferentes personas viviendo un mismo acontecimiento pero mirándolo desde diferentes cristales y analizándolos desde diferentes referentes de vida, tendremos diferentes realidades de un mismo suceso. Entonces cabría plantearse la siguiente pregunta:

¿El resultado está más cerca de la realidad o de la imaginación de cada uno?

Los hechos son los que son, pero la interpretación de los mismos nos pertenece individualmente, y si a esta interpretación le añadimos unas gotas de imaginación, lo más probable es que mucha gente no nos entienda, y si esto ocurre a menudo, seguramente esa gente nos verá como bichos raros, diferentes y entrará en juego la emoción del miedo que les provocará la percepción de peligro.

 La historia de la humanidad siempre ha sido contada por los que ostentan el poder y en la mayoría de los casos la victoria ha legitimado sus relatos. Para el ser humano es esencial entender su vida dentro de la relación con los acontecimientos que la mayoría reconoce como realidad, para así sentirse parte de un colectivo y sentir un equilibrio armónico en sus vidas que les lleve a una supuesta “felicidad”, teniendo como único escape lo que ellos entienden por imaginación.

Este colectivo poco sabe del misterio de la imaginación. Imaginan lo que ven, lo que oyen, o lo que les han dicho que deben imaginar. Tal vez solo imaginan que viven.

Sólo la imaginación nos pertenece y, desde la libertad del imaginario, rescatamos y construimos el pasado, llenamos el presente, transformamos lo rutinario en extraordinario, y proyectamos un futuro en el que desconocemos nuestra existencia.

Por eso, para el narrador de historias el valor del imaginario, el arte, la ficción, ha sido la forma histórica de defendernos, de dar salida a diferentes personalidades que andan escondidas en un colectivo de vidas registradas y reconocidas, de dar voz y sentido a la historia velada de la humanidad. De ahí la relación del narrador con la libertad y el imaginario.

Esa libertad de inventar, crear, transformar, revelar etc. nos da un poder y un valor  inmenso que nos acercan a la categoría de “Héroes y Heroínas”. Somos capaces de convertir lo rutinario en algo insólito, poseemos la capacidad de convertir historias en leyendas y dar a personajes comunes categoría de mitos.

Por eso el contador es un referente en todas sus comunidades. Por eso sentimos la admiración del público que nos escucha con atención y cree todo lo que les contamos, y nos admite el rol del “Yo mentiroso” porque conseguimos que lo real parezca fantasía y la fantasía sea realidad. Por eso compañeros y compañeras, “Héroes y Heroínas”, seamos libres y valientes a la hora de crear y que no nos cubra el manto de la comodidad, y que el vértigo que aparezca no nos paralice las ganas de volar y de hacer volar a quienes nos escuchan. Así seremos dignos representantes de lo que algunos llaman “realismo mágico”.

 

 José M. Garzón (La nona teatro)

 

Este artículo forma parte del Boletín n.º 80- El narrador llevado al cine