Hace unos años, dos intrépidos narradores decidimos diseñar una actividad para grupos y que se desarrollara en la calle. Comenzamos entonces el proceso de diseño de una ruta literaria. Iniciado un proceso de gestación, incubación o germinación (elíjase el símil que más guste al lector), gracias a la idea de una tercera persona muy cercana al dúo de narradores, concretamos que la actividad sería sobre leyendas de la ciudad de Sevilla. Pero una ruta de leyendas por Sevilla se antojaba demasiado extenso en el espacio y en el tiempo dada las dimensiones de la ciudad y la cantidad de leyendas de las que disponíamos según la bibliografía facilitada por esta tercera persona y la que comenzamos a consultar.

Para contar en la calle, se nos ponía por delante el reto de acotar la actividad en el espacio para que entrase dentro de una franja temporal de aproximadamente una hora. De esta manera, el grupo al que atendiésemos, podría contemplarla dentro de una jornada agradable y complementaria a otras posibles actividades en la ciudad de Sevilla, a la par de hacerla sostenible económicamente, pagando por ella un precio asequible para las personas asistentes y rentable para nosotros.

Respecto a este reto, tomamos la decisión de que el espacio fuera la antigua judería de Sevilla, desde el paseo de Catalina de Rivera, hasta la Plaza del Triunfo, junto a la Mezquita-Catedral. Este itinerario cumplía además de la duración estimada y unos espacios-rincones con cierto “encanto” y adecuados para parar durante unos minutos con un grupo de hasta 55-60 personas, un requisito importante: la logística para el grupo asistente o lo que es lo mismo, un lugar donde el autobús que lo transportase pudiera parar cómodamente para la subida y bajada. 

1 Filiberto Chamorro

El siguiente reto para contar en la calle era la selección de las historias adecuadas tanto al público al que queríamos dirigir la actividad como al itinerario: historias que cumpliesen con las exigencias de un espacio abierto (dinámicas) en el que no se podrían sentar (de corta duración), enlazadas en lo posible con el lugar de la narración, con elementos visuales que facilitasen la presentación diversa de las historias (diferentes técnicas de representación, uso de objetos, etc.)

Un siguiente reto fue elegir una ambientación, una teatralización, una justificación de porqué y para qué de ese recorrido unido por supuesto, a las ganas de divertirnos con unos personajes que nos dieran mucho “juego” en la actividad. La decisión fue dos personajes inspirados en pícaros del siglo de oro sevillano (de oro para otros que no fueron los pícaros pues para ellos fue de penurias).

Ya teníamos bastante avanzado. Pensamos entonces que, para contar para un grupo de personas en la calle, con tanto ruido ambiente, necesitaríamos un equipo de sonido. Esto era complicado en una ruta ambulante y, además, queríamos ser “pulcros” con la ambientación, ¿tecnología en la Sevilla del siglo de oro? ¿cómo lo haríamos? La solución pasaba por llevar más elementos de attrezzo: una carretilla manufacturada de madera donde camuflaríamos una batería de coche que debíamos estar pendiente de cargar, un transformador de energía para poder emplear la batería con un amplificador y mesa de sonido con dos micrófonos inalámbricos que, además debían ser de un color y tamaño que pudiésemos disimular.

Todo preparado. Hecha la publicidad. Los primeros grupos concertados. 

Cerca del lugar de encuentro, no hay aparcamiento público, sólo privado. Aparcamos un poco más lejos. Hay que recorrer la distancia desde el aparcamiento, empujando una carretilla de attrezzo cargada con un disimulado, pero pesado equipo de sonido.

Comenzamos las rutas. A las pocas representaciones la carretilla, que era de attrezzo, se resiente y necesita arreglos (algunos en plena ruta) ¿cinta americana en Sevilla? ¿en el siglo de oro? Ya conocíamos algunos productos llegados a la lonja del puerto desde “las Indias” pero ¿cinta americana? Hay que disimularla con cuerda de pita.

Por otra parte, una ruta con camino alternativo pues, por donde vamos caminando el grupo, a veces no hay rampa para la carretilla así que, uno de nosotros lleva la carretilla sorteando los obstáculos de una ruta poco accesible para ruedas.

Tampoco nos empiezan a ser poco comunes las dificultades con el equipo técnico: ruidos, pitidos de los micrófonos, problemas en la transmisión del sonido, etc. 

Contar en la calle nos pone tensos en los preparativos, pero también durante la actividad, por lo que pueda pasar. Es entonces, con la experiencia, acumulando incomodidades, cuando decidimos hacer caso a algo que podríamos llamar sentido común: 

  • Si la caminata desde donde dejamos el vehículo hasta donde es la actividad es larga, incómoda y nos requiere llegar con mucha antelación a la actividad por si no hubiera espacio para aparcar pues, aumentamos un poco los costes de la actividad dejándolo en un parking privado junto al lugar de la actividad.
  • Si el equipo de sonido dificulta más que facilita, lo eliminamos: no se trata de que se nos escuche por encima del ruido, sino de buscar el rincón más tranquilo para narrar “a pelo” y de que el grupo esté en silencio escuchando. Eliminamos así la carretilla. Esto nos permite además evolucionar los personajes ahora los pícaros serán un ciego romancero y su lazarillo tocador de zanfoña. Reducimos dificultades y disfrutamos más. ¡Parece que mejoramos!

Lejos de que todo fluya, contar en la calle nos sigue poniendo retos. ¡Cuidado con las autoridades y la posible competencia que podamos suponer! Es una actividad profesional que realizamos en la vía pública y además, nos advierten de que el colectivo de guías turísticos, muy regulado y celosos de intrusos, nos pueden “buscar las cosquillas”. Gracias a esa tercera persona referida al principio, dispuesta no sólo a aportar la idea de la actividad sino a que estuviésemos tranquilos al realizarla, hace las gestiones oportunas en la Junta de Andalucía y consigue un escrito de la Consejería de Turismo en el que se especifica que nuestra actividad no entra en conflicto con los guías turísticos pues lo que hacemos es contar cuentos, leyendas, sin ser fieles a la historia de la ciudad y de su patrimonio. Bueno, otro escollo superado.

2 Diego Magdaleno

Fueron varios años de rutas de “Leyendas de Sevilla”, con un balance positivo en disfrute de la actividad pero no libre de vicisitudes que sin duda tiene contar en la calle: viandantes que desean aportar datos históricos que complementan e incluso contradicen lo que contamos y que requiere de la audaz intervención de uno de los dos personajes, labor que integramos en el devenir de las rutas: mientras uno cuenta, el otro está pendiente de esas intromisiones espontaneas cuando son disruptivas (también las había de las que aportaban riqueza al momento y esas, eran bienvenidas); vehículos y labores de mantenimiento de calles y jardines que nos hacían buscar alternativas a la ruta habitual casi sobre la marcha; elementos del mobiliario urbano que se nos cae literalmente delante de nuestras narices, afortunadamente sin daños ni consecuencias graves; inocentes animalitos (una rata) que, cuando ve invadido su espacio de escondite entre los matorrales de los jardines, por una horda de chicos y chicas que se disponen a escuchar una historia, decide salir causando el consiguiente episodio de espanto por parte de algunos, de asombro y persecución por otros.

En fin, han sido muchas experiencias las que hemos sacado de esta actividad pero sin duda, hay algo que mirando hacia atrás hay que tener en cuenta si se desea contar en la calle y es que, por más que se planifique, hay que contar con la calle, no sólo como el espacio, el escenario, sino como un elemento más del público: activo, nada pasivo, sorprendente, retador, a veces delicioso y amigable, otras veces duro, agrio y agotador. No lo olvidéis nunca, ni como público ni como profesional que quiere ofrecer una propuesta en exterior: la calle requiere contar en ella y también contar con ella, con todo lo que eso implica.

 

Filiberto Chamorro

 

Artículo publicado en el Boletín n.º 81 – ¡Al aire libre! Narrar historias bajo el cielo